Johnny Guitar (Johnny Guitar)
Estados Unidos, 1954
Director: Nicholas Ray
Guión: Philip Yordan (basado en la
novela de Roy Chanslor)
Fotografía: Harry Stradling Sr.
Música: Victor Young y Peggy Lee
Intérpretes:
Joan Crawford (Vienna)
Sterling Hayden
(Johnny Guitar Logan)
Mercedes McCambridge (Emma Small)
Scott Brady (Dancin’ Kid)
Ward Bond (John McIvers)
Ben Cooper (Turkey Ralston)
Ernest Borgnine (Bart Lonergan)
John Carradine (Old Tom)
SINOPSIS: Johnny Guitar Logan, un antiguo
pistolero que desea cambiar de vida, llega al Vienna’s Saloon dispuesto
a ofrecer sus servicios como guitarrista. Instalado a las afueras de un pequeño
pueblo de Arizona, en medio de la nada, el Vienna’s Saloon es una casa de
juegos propiedad de Vienna, un
antiguo amor de Johnny. Simultáneamente, una diligencia es asaltada por unos
forajidos que matan al hermano de Emma
Small, la influyente y psicótica propietaria de un rancho cercano. Emma
acusa injustamente a Dancin’ Kid y sus hombres, un grupo de
exmineros, del asalto y el asesinato de su hermano porque no puede soportar
que Dancin’ Kid prefiera a Vienna antes que a ella. Cuando el
exminero y su banda roban el banco local, Emma implicará a Vienna en el asalto
y organizará una batida para detenerles y ahorcarles. Johnny, sin embargo,
intentará impedirlo.
A “Johnny Guitar” se le pueden achacar muchas cosas. Que Joan Crawford sobreactúa. Que ese colorido chillón para nada pega en una peli del oeste. Que los decorados son kitsch. Que su guión está plagado de incoherencias. Pero si en algo creo que estará de acuerdo todo el mundo (espectadores, críticos, cinéfilos, mitómanos y demás) es que “Miénteme”, la secuencia que hoy os voy a destripar a fondo, es una escena absolutamente magistral.
Y
aunque lo fácil sería decir que con unos buenos diálogos y la música adecuada
construir una escena como ésta debería ser poco menos que coser y cantar, no
voy a hacerlo. No voy a hacerlo porque no es cierto. Porque para que una escena
como ésta funcione y tenga tal efecto que consiga pasar a la memoria colectiva
de generaciones y generaciones de cinéfilos se requiere, naturalmente, una preparación
previa. Porque antes de llegar a este punto Nicholas Ray ya nos ha dejado bien claro que no estamos ante
un western convencional. Que aquí las que mandan son ellas. Que entre Vienna (Joan Crawford) y Johnny
(Sterling Hayden) hay una historia
anterior —un romance— que fracasó. Que ambos son almas heridas, desencantadas,
frustradas. Pero, como siempre, el amor acostumbra a obrar milagros. Y es
—precisamente— en ese exiguo resquicio de esperanza en el que Vienna y Johnny
deciden quemar un último cartucho. Un último cartucho que queda reflejado en
una de las secuencias más románticas de la historia del cine. Una escena —y
ahora sí— con unos diálogos memorables. Con una canción conmovedora. Y con unas
interpretaciones, obviamente, impecables.
Pero
dejémonos de monsergas y vayamos al grano. A la escena, vaya. Una secuencia que
empieza, de noche, con Vienna descendiendo —lenta y parsimoniosamente— las
escaleras que van desde su dormitorio al salón de juegos que regenta. Ataviada,
tan sólo, con un sensual negligé morado
y una especie de capa oscura a juego que le protege hombros y espalda. Una
Vienna que dirige su mirada a la ruleta, la hace rodar y sonríe levantando
levemente la cabeza. Decidida, tal vez, a jugarse el todo por el todo en su
particular partida amorosa con Johnny.
Y
así, mientras Vienna se dirige a la cocina —una pequeña habitación o trastienda
contigua al salón de juegos— un primer plano de Johnny sentado con un vaso de
whisky en la mano y la mirada ausente nos informa que Vienna, efectivamente, no
está sola.
El
siguiente plano es, ya, un plano mítico. El de Johnny sentado con el vaso de
whisky en la mano y la mirada ausente y Vienna contemplándole —con cierto aire
condescendiente— desde la ventana pasa-platos que comunica la cocina con el
salón de juegos. Se trata de un plano con luz tenue, muy íntima, en el que los
colores que más destacan (extraordinaria, por cierto, la fotografía de Harry Stradling Sr.) son los de
las vestimentas de ambos protagonistas. Mostaza en la chaqueta de él y morado
—como ya hemos dicho antes— en el sensual negligé de ella. Dos colores que simbolizan, a mi modo de ver
y entender las cosas, el escepticismo de Johnny y el ímpetu y la pasión de
Vienna. Y es en este preciso momento en el cual se inicia el legendario diálogo
de Philip Yordan (Ben Maddow) que vertebra esta
secuencia. Un diálogo que reposa sobre la mítica y estremecedora banda sonora
de Victor Young y Peggy Lee y que —alternando planos
de él, de ella y generales— dice así:
Vienna: “¿Se
divierte Sr. Logan?”
Johnny: “No
podía dormir”
Vienna: “¿Y
eso le ayuda?”
Johnny: “La
noche pasa más deprisa ¿Por qué estás despierta?”
Vienna: “Sueños.
Pesadillas”
Johnny: “Yo a
veces también los tengo. Con esto los ahuyentarás”
Vienna: “Ya
lo he probado. No me ayudó demasiado”
Johnny: “¿A
cuántos hombres has olvidado?”
(En
este momento es cuando Vienna se aparta de la ventana pasa-platos y entra a la
cocina)
Vienna: “A
tantos como mujeres tú recuerdas”
(Y
tras esta frase es cuando Johnny se levanta bruscamente de la silla y se sitúa
frente a Vienna. La conversación se desarrolla, a partir de este momento, a
través de la habitual sucesión de plano-contraplano. A destacar, sobre todo,
las miradas de uno y de otro. Mientras la de Johnny es la de un hombre
derrotado, arrepentido… casi casi la de un cordero degollado, la mirada de
Vienna es dura, incisiva, desafiante. Una de esas miradas que solo actrices
como Joan Crawford son capaces de materializar de forma absolutamente
espontánea. Sin necesidad de fruncir el ceño ni torcer el gesto. Simplemente,
con la expresividad natural de unos ojos que hablan por sí solos. Pero tan
importante como el intercambio de miradas y la información que de ellas
extraemos es el tono. Un tono entre cínico e irónico mediante el cual ese nuevo
acercamiento, ese juego de seducción, se nos muestra tremendamente excitante,
tremendamente sofisticado, tremendamente sutil. Y por eso, precisamente,
considero esta magnífica línea de diálogo como innegable heredera de los
mejores diálogos de cine negro de los años 40. A mi, particularmente,
me recuerda mucho a las puyitas verbales entre Humphrey Bogart y Lauren
Bacall, por ejemplo. Naturalmente, no estamos ante una conversación frívola
o picarona. De hecho, estamos ante una de las declaraciones de amor más
tristes, amargas y a la vez hermosas de la historia del cine. Una declaración
llena de reproches, de resentimiento, de dolor, de auténticas puñaladas
emocionales. Una declaración tan atípica como mágica, hipnótica y fascinante. Y
repito: no todo lo que nos emociona hasta lo más hondo procede solamente de las
frases que pronuncian Vienna y Johnny. Lo que nos emociona hasta lo más
profundo de nuestro ser es, a mi juicio, la sabia combinación de elementos que
nos propone Ray: el susodicho diálogo, la iluminación (esa luz cálida e
intimista que contrasta con el aura que ilumina los primeros planos de Joan
Crawford), el simbolismo cromático, la música, los planos… Una amalgama de
ingredientes perfectamente equilibrados que cristalizan, en definitiva, en una
escena sobre la cual nunca se habrá hablado lo suficiente)
Johnny: “¡No
te vayas!”
Vienna: “No
me he movido”
Johnny: “Dime algo bonito”
Vienna: “Claro
¿Qué quieres que te diga?”
Johnny: “Miénteme.
Dime que todos estos años me has estado esperando. Dímelo”
Vienna: “Todos
estos años te he estado esperando”
Johnny: “Dime
que te habrías muerto si no hubiera regresado”
Vienna: “Me
habría muerto si no hubieses regresado”
Johnny: “Dime
que aún me quieres como yo te quiero a ti”
Vienna: “Aún te quiero como tú a mí”
Johnny: “Gracias.
Muchas gracias”
(La
reacción de Vienna, sin embargo, no se hace esperar. E inmediatamente después
de la famosa humillación que se autoinflige Johnny, nuestra protagonista
explota y deja ir toda su ira y rencor contenidos hasta el momento,
arrebatándole el vaso de whisky a su amado y lanzándolo al suelo violentamente.
La conversación que viene a continuación deja de lado ironías y dobles lecturas
y se endurece ostensiblemente. Mientras Vienna hurga en la herida, Johnny
parece querer correr un tupido velo y empezar de cero)
Vienna: “¡Deja
de compadecerte! ¿Crees que lo has pasado mal? Yo no encontré el local. Lo
construí ¿Cómo crees que pude hacerlo?”
Johnny: “No
quiero saberlo”
Vienna: “Pues
yo sí quiero que lo sepas. Por cada tabla, tablón y viga de este local…”
Johnny: “¡Ya
tengo suficiente!”
Vienna: “¡No,
vas a escucharme!”
Johnny: “Ya
te he dicho que no quiero saber más”
Vienna: “No
conseguirás callarme, Johnny. Nunca más. Antes me habría arrastrado a tus pies
para estar a tu lado. Te buscaba en cada hombre que conocía”
Johnny: “Mira,
Vienna, has dicho que has tenido una pesadilla. Los dos la hemos tenido, pero
ha terminado”
Vienna: “Para
mí, no”
Johnny: “Es
como hace cinco años. No ha pasado nada en este tiempo”
Vienna: “¡Ojalá!”
Johnny: “¡Nada!
No tienes nada que decirme porque no es real. Sólo tú y yo somos reales.
Tomamos una copa en el bar del Hotel Aurora. La banda está tocando. Celebramos
que nos casamos. Y después de la boda, salimos del hotel y nos vamos. Así que
ríe, Vienna, sé feliz. Es el día de tu boda”
Vienna: “Te
he esperado, Johnny ¿Por qué has tardado tanto?”
Y como no podía ser de otro modo, después de la tormenta viene la calma. La reconciliación definitiva. Y aunque Vienna es una mujer fuerte, dura, curtida en mil y un contratiempos, desengaños y dificultades, al final acaba sucumbiendo nuevamente al amor que aún siente y, que nunca ha dejado de sentir, por Johnny. La última frase, sin lugar a dudas, lo sintetiza todo a la perfección. Y es que el amor, como siempre, lo puede todo.