El hombre que mató a Liberty Valance
(The man who shot Liberty Valance)
Estados Unidos, 1962
Director: John Ford
Guión: James Warner Bellah y
Willis Goldbeck. Basado en una obra de Dorothy M. Johnson
Fotografía: William H. Clothier
Música: Cyril J. Mockridge
Intérpretes:
John Wayne
(Tom Doniphon)
James
Stewart (Ransom Stoddard)
Vera Miles
(Hallie Stoddard)
Lee Marvin
(Liberty
Valance)
Woody
Strode (Pompey)
Andy
Devine (Link Appleyard)
Lee Van
Cleef (Reese)
Strother
Martin (Floyd)
John Qualen (Peter Ericson)
SINOPSIS: El senador Ransom
Stoddard y su esposa Hallie
regresan a Shinbone, un pequeño
pueblo del oeste, para asistir al funeral de un viejo amigo: Tom Doniphon. Mientras esperan la celebración
del funeral, Stoddard decide contarle su historia a un joven periodista. Le
explica que, cuando llegó a Shinbone siendo un joven e idealista abogado, la
ciudad vivía aterrorizada por Liberty Valance,
un infame bandido a quién Stoddard intentó detener mediante medidas legales.
Frustrado al no conseguirlo, Stoddard le confiesa al periodista cómo Tom
Doniphon le convenció para tomar las armas y como consiguió matar a Valance,
circunstancia que le convirtió en un héroe y, posteriormente, en senador de los
Estados Unidos. Sin embargo, Stoddard guarda un secreto que le carcome por
dentro y que acabará confesando al joven periodista.
Estamos, nuevamente, ante una escena magistral. Y no tan
sólo porque se trata de una secuencia perfectamente resuelta en lo que a todas
sus facetas técnicas y artísticas respecta sino porque esta escena (la del filete, vaya) sintetiza a la perfección
uno de los temas fundamentales que plantea “El
hombre que mató a Liberty Valance”. Concretamente el de la ley y el orden
contra la fuerza. Pero también el de la fuerza para defender la ley y el orden.
Una ley y un orden que por aquellos entonces emanaban de Washington como centro
neurálgico de la joven nación pero que —de forma paulatina— debían trasladarse
también hacia los territorios conquistados a los indios para ir edificando,
poco a poco, lo que había de ser un país con sólidos fundamentos jurídicos. Un
complejo debate (la eterna dicotomía norteamericana entre la ley y las armas)
que Ford propone a través de un metafórico filete
que el veterano cineasta refuerza y enriquece, por si fuera poco, con otros
motivos iconográficos tanto o más interesantes como el látigo de Valance (símbolo del despotismo)
o el mandil de Stoddard (símbolo de la
sumisión). Así pues, yo diría que el filete de esta escena viene a ser una
especie de pretexto (o lo que, en términos cinematográficos, denominaríamos como
McGuffin) a través del cual Liberty,
Tom y Ransom (los tres vértices de este singular triángulo) expondrán su propia
forma de hacer las cosas. Valance, apropiándose de él y despreciándolo (sólo
hay que ver como lo ensarta con el cuchillo o cómo provoca que caiga al suelo).
Tom, exigiendo que quien ha provocado su caída se agache a recogerlo. Y Ransom
sirviéndolo, recogiéndolo y devolviéndolo rápidamente al plato para evitar,
así, males mayores. Tres formas de hacer las cosas que oscilan entre el
libertinaje de Liberty, la disciplina de Tom y el idealismo de Ransom y que
también se ven reflejadas, curiosamente, en la particular vestimenta de estos
tres personajes. Ostentosa y sofisticada en el caso de Valance, sobria y formal
en el caso de Doniphon y humilde y femenina (recordemos que nos encontramos en
1962; otros tiempos) en el caso de
Stoddard. Pero dejémonos de interpretaciones, dobles lecturas y demás y vayamos
al grano. A la escena en cuestión.
Es hora de cenar y el bullicioso salón de comidas de Shinbone, un pequeño pueblo del oeste,
está completamente lleno. Hasta las trancas. De repente, la algarabía reinante
en el comedor queda silenciada por completo. Liberty Valance (Lee Marvin),
un famoso bandido, acaba de hacer acto de presencia en el local acompañado por Floyd (Strother Martin) y Reese
(Lee Van Cleef), dos de sus
secuaces. John Ford se sirve de un
ligero movimiento de cámara y un leve zoom
al rostro de la camarera, Hallie
Stoddard (Vera Miles), para
generar ese inevitable efecto sorpresa que produce —en el espectador y en todos
los clientes del restaurante— la súbita aparición de Valance. De sorpresa o —si
así lo preferís— de congoja, miedo, tensión. El estremecedor silencio que
provoca la irrupción del bandido en la sala hace, obviamente, el resto.
El siguiente plano, sin embargo, es el de un Tom Doniphon (John Wayne) recostado en una silla. Con las piernas cruzadas, las
manos en el bajovientre y actitud chulesca. Un Tom Doniphon que, imperturbable,
observa a Valance mientras éste dirige al respetable una de esas miradas
matadoras que acojonan y de verdad. Pero Valance no se conforma con amedrentar
al personal. Y no se conforma porque Valance es un matón, un provocador, un ser
maligno. Y así, mientras Floyd le ríe las gracias y Reese permanece
inalterablemente serio, Valance se dirige a una de las mesas y pincha con un
cuchillo el filete de uno de los comensales: “Mirad estos filetes. Son
exactamente lo que necesitamos”. Acto seguido, Link Appleyard (Andy Devine),
el sheriff de Shinbone, se levanta de una de las mesas contiguas y huye
despavorido. Sin que nadie más medie palabra, Valance continúa provocando a los
clientes de la mesa: “Eh, vosotros, vaqueros… ¿Tenéis prisa para
comer? ¡Contestad! ¿Tenéis prisa?”. No contento con ello, le arranca la
silla al propietario del filete y lo hace caer al suelo mientras su fiel
esbirro Floyd se monda de risa. “Creo que antes tomaré otro trago”,
le responde el vaquero, que no tarda ni cinco segundos en desaparecer con sus
dos acompañantes. Sin apenas tiempo, casi, de escuchar la cínica y
desvergonzada réplica de Valance: “Me parece muy amable de su parte, amigo”.
Antes se sentarse en la mesa, sin embargo, Valance se
sirve una copa de whisky. Y así, de pie, mientras cruza una amenazadora mirada
con Doniphon, añade: “Sobre todo después de los embustes que he
oído contar a la gente sobre Liberty Valance”.
El siguiente plano, empero, nos sitúa en el interior de la cocina, donde Ransom Stoddard (James Stewart) —ataviado con un blanco mandil y sosteniendo una
bandeja con varios platos— está a punto de salir al comedor para servir a los
clientes del local. “Espera un momento” le advierte Peter Ericson (John Qualen)
el padre de Hallie: “Una de las piñas de mamá para Tom”. Y le coloca un platito más
en la bandeja de Doniphon.
Y en éstas llegamos, precisamente, a uno de los planos que
más me gustan de esta escena; cuando Stoddard sale de la cocina, ve a Valance y
su mirada se queda fija en el látigo del bandido. Un látigo que queda encuadrado
en un extraordinario primer plano segundos antes de que Valance golpee la mesa
con él, empiece a cortar su filete y —acto seguido— Floyd le avise de la
presencia de un Stoddard que se ha quedado casi petrificado a la salida de la
cocina.
Tras un rápido cruce de miradas entre Valance y Stoddard,
la expresión del primero cambia y se vuelve burlesca. Y es entonces cuando se
inicia la humillación pública de Liberty hacia Ransom. Una humillación que finaliza,
curiosamente, con la célebre frase que encabeza esta reseña. Antes, sin
embargo, Valance empieza mofándose del abogado: “¡Mirad! ¡Tiene gracia la
camarera! Jajajajaja”. Y no contento con ello, lo zancadillea
aparatosamente cuando pasa a su lado. Naturalmente, Stoddard, la vajilla y el
filete caen ruidosamente por los suelos. Ocasión que aprovecha Doniphon para levantarse
tranquilamente y, con la mano derecha apoyada sobre su revolver, dirigirse hacia
Valance y soltarle una frase mítica. Sí, ésa. La que encabeza esta reseña y la
que todos los amantes del western en general y del binomio Ford-Wayne en
particular veneramos casi de forma religiosa: “Ese era mi filete, Valance”.
Una frase mediante la cual el personaje de Wayne “marca paquete” como nunca y que ni tan sólo admite respuesta
posible. Solo miedo, temor, respeto. Llamadlo como queráis. No en vano, un tipo tan duro, engreído y bravucón como Valance lo
único que se atreve a hacer al oírla es dirigirse a Stoddard y traspasarle
cualquier responsabilidad: “Ya le has oído, niño ¡Vamos, cógelo!”.
De nada sirve, tampoco, que Stoddard intente mediar entre
ambos al darse cuenta de cómo puede acabar dicho enfrentamiento (“¡No!”)
porque la siguiente frase de Doniphon es aún más clara y contundente: “¡Ransom,
espera! Te lo he dicho a ti, Valance ¡Vamos, recógelo!”. Y aunque
Valance intenta jugar la baza numérica (“Tres contra uno, Doniphon”), Tom lo
tiene todo controlado (“Mi amigo Pompey está en la puerta de la
cocina”). Y es en este momento cuando la cámara nos muestra a Pompey (Woody Strode), el fiel e imponente amigo de Doniphon, amartillando
su rifle con cara de pocos amigos en la puerta de la cocina. Obviamente, se
trata de un momento angustioso. Un momento de alta tensión que Ford acentúa con
pequeños detalles, como el de mostrarnos a Hallie al otro lado de la puerta de
la cocina agarrándose el delantal con el puño derecho. Una peliaguda situación,
por cierto, que Floyd intenta desencallar evitándole el mal trago a su jefe (“Ya
lo recogeré yo, Liberty”) y que el propio Doniphon aborta dándole un
fuerte patadón al esbirro de Valance cuando éste ya se aprestaba a recoger el
bistec. “He dicho que seas tú, Liberty. Tú lo recogerás” le espeta Tom
a Valance mientras ambos se miran desafiantes.
Resulta curioso constatar —si me permitís el inciso— la
casi idéntica estatura de nuestro particular triunvirato. Naturalmente, se
trata de una apreciación puramente anecdótica pero, acostumbrados a contemplar a
John Wayne (1,93 m .) como una auténtica torre, me ha
sorprendido comprobar como en esta ocasión Lee
Marvin (1,88 m .) no le va a la zaga. Y James Stewart (1,91 m .), menos. Quizás por eso aún impresiona
más verles a los tres juntos. Sobre todo cuando, tras unos segundos de calma
tensa, Ransom explota, gesticula y chilla absolutamente fuera de sí: “¿Qué
sucede? ¿Acaso todo el mundo en esta región está loco por matar? ¡Yo lo
recogeré!”. Y él es quien, efectivamente, recoge el filete de marras mientras
Tom y Liberty no se apartan la mirada ni un solo instante. “¡Tomad!” —les dice
enfurecido— “¡Ya está recogido!”, momento en el que Ford nos obsequia con
dos rápidos planos-contraplanos de ambos gallitos y Valance suelta su enésima
bravuconada (“¿Por qué no encargas otro por mi cuenta y terminamos la fiesta?”)
antes de lanzar unas monedas al suelo y de despedirse insolentemente de su
molesto contrincante (“Buenas noches, Tom”).
Aún así, los tipos como Valance jamás se largan
discretamente. Y quizás por ello Liberty aún optará por una última tentativa:
girarse bruscamente y disparar sobre Doniphon. Pero si alguien es más astuto
que Liberty ése es Tom, que anticipándose al bandido le increpará insistentemente:
“¡Inténtalo!
¡Inténtalo, Liberty!”.
Frustrado y absolutamente desquiciado, Valance azota con
su látigo a Floyd y manda salir a sus hombres del local (“¡Largo de aquí! ¡Vamos!”).
Una vez fuera, los tres montan sus caballos y Valance echa un último trago a la
botella que le pasa Reese antes de lanzarla violentamente contra la ventana de Peter’s Place. Unos cuantos disparos al
azar para provocar alboroto y descargar adrenalina precederán la vuelta a la
normalidad en el interior del restaurante donde todos —excepto Tom y Ransom— se
habían agazapado para protegerse de las balas.
Doniphon: “Yo me pregunto lo que les habrá asustado”
Peabody: “¿Sabes lo que les ha asustado? La visión de
la ley y el orden aquí levantándose entre la salsa y las patatas”
Stoddard: “¡Está bien, está bien, está bien, está
bien! Ha sido el rifle lo que les ha asustado. El rifle de Pompey. Y tu valor,
Tom ¡Qué derecho tenías a interferirte! ¡Fue a mí a quién me hizo caer!”
Doniphon: “Era mi bistec”
Stoddard: “¡Y tú lo hubieses matado por ello! ¡O él te
hubiese matado a ti! ¡Y todo ello por un miserable bistec! ¡Por esa razón lo he
recogido del suelo!”
Doniphon: “¡Gracias por salvarme la vida, amigo!”
Stoddard: “¡No lo he hecho por ese motivo! ¡No quiero
que nadie luche por mí!”
Y aunque esta secuencia —técnicamente hablando— no acaba
aquí, yo si doy por finalizada esta escena en este preciso momento. Cuando Tom
y Ransom trasladan la conversación del comedor a la cocina. Básicamente porque
tras la marcha de Liberty la intensidad dramática —como es lógico— baja muchos
enteros y porque lo que acontece a continuación no tiene otro propósito, a mi
juicio, que el de apuntalar mediante el diálogo todo lo que previamente ya ha
expresado Ford con imágenes.
Así pues, tan sólo me quedarían por añadir algunos aspectos
que quizás no he incluido en la descripción de las escenas y que considero
sumamente importantes. Aspectos como la espléndida fotografía en blanco y negro
de William H. Clothier (con
encuadres precisos, movimientos suaves y gran dominio de la iluminación en
espacios cerrados), los magníficos diálogos escritos por Bellah y Goldbeck, las tremendas
interpretaciones de Wayne, Marvin, Stewart y todos los secundarios en general y
el ágil ritmo narrativo de Ford. Naturalmente, “El hombre que mató a Liberty
Valance” es una peli que goza de muchos otros matices y particularidades.
Matices y particularidades que pertenecen a otras secuencias y que en estos
momentos, obviamente, no procede comentar. Así pues, dejémoslo aquí. Y quién
quiera saber más, un consejo: que vea o revise la peli las veces que sea
necesario. No se arrepentirá.
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