dimecres, 13 d’abril del 2016

"ESE ERA MI FILETE, VALANCE" (El hombre que mató a Liberty Valance, 1962. John Ford)


El hombre que mató a Liberty Valance (The man who shot Liberty Valance)

Estados Unidos, 1962

Director: John Ford

Guión: James Warner Bellah y Willis Goldbeck. Basado en una obra de Dorothy M. Johnson

Fotografía: William H. Clothier

Música: Cyril J. Mockridge

Intérpretes:

John Wayne (Tom Doniphon)
James Stewart (Ransom Stoddard)
Vera Miles (Hallie Stoddard)
Lee Marvin (Liberty Valance)
Edmond O’Brien (Dutton Peabody)
Woody Strode (Pompey)
Andy Devine (Link Appleyard)
Lee Van Cleef (Reese)
Strother Martin (Floyd)
John Qualen (Peter Ericson)

SINOPSIS: El senador Ransom Stoddard y su esposa Hallie regresan a Shinbone, un pequeño pueblo del oeste, para asistir al funeral de un viejo amigo: Tom Doniphon. Mientras esperan la celebración del funeral, Stoddard decide contarle su historia a un joven periodista. Le explica que, cuando llegó a Shinbone siendo un joven e idealista abogado, la ciudad vivía aterrorizada por Liberty Valance, un infame bandido a quién Stoddard intentó detener mediante medidas legales. Frustrado al no conseguirlo, Stoddard le confiesa al periodista cómo Tom Doniphon le convenció para tomar las armas y como consiguió matar a Valance, circunstancia que le convirtió en un héroe y, posteriormente, en senador de los Estados Unidos. Sin embargo, Stoddard guarda un secreto que le carcome por dentro y que acabará confesando al joven periodista.  


Estamos, nuevamente, ante una escena magistral. Y no tan sólo porque se trata de una secuencia perfectamente resuelta en lo que a todas sus facetas técnicas y artísticas respecta sino porque esta escena (la del filete, vaya) sintetiza a la perfección uno de los temas fundamentales que plantea “El hombre que mató a Liberty Valance”. Concretamente el de la ley y el orden contra la fuerza. Pero también el de la fuerza para defender la ley y el orden. Una ley y un orden que por aquellos entonces emanaban de Washington como centro neurálgico de la joven nación pero que —de forma paulatina— debían trasladarse también hacia los territorios conquistados a los indios para ir edificando, poco a poco, lo que había de ser un país con sólidos fundamentos jurídicos. Un complejo debate (la eterna dicotomía norteamericana entre la ley y las armas) que Ford propone a través de un metafórico filete que el veterano cineasta refuerza y enriquece, por si fuera poco, con otros motivos iconográficos tanto o más interesantes como el látigo de Valance (símbolo del despotismo) o el mandil de Stoddard (símbolo de la sumisión). Así pues, yo diría que el filete de esta escena viene a ser una especie de pretexto (o lo que, en términos cinematográficos, denominaríamos como McGuffin) a través del cual Liberty, Tom y Ransom (los tres vértices de este singular triángulo) expondrán su propia forma de hacer las cosas. Valance, apropiándose de él y despreciándolo (sólo hay que ver como lo ensarta con el cuchillo o cómo provoca que caiga al suelo). Tom, exigiendo que quien ha provocado su caída se agache a recogerlo. Y Ransom sirviéndolo, recogiéndolo y devolviéndolo rápidamente al plato para evitar, así, males mayores. Tres formas de hacer las cosas que oscilan entre el libertinaje de Liberty, la disciplina de Tom y el idealismo de Ransom y que también se ven reflejadas, curiosamente, en la particular vestimenta de estos tres personajes. Ostentosa y sofisticada en el caso de Valance, sobria y formal en el caso de Doniphon y humilde y femenina (recordemos que nos encontramos en 1962; otros tiempos) en el caso de Stoddard. Pero dejémonos de interpretaciones, dobles lecturas y demás y vayamos al grano. A la escena en cuestión.


Es hora de cenar y el bullicioso salón de comidas de Shinbone, un pequeño pueblo del oeste, está completamente lleno. Hasta las trancas. De repente, la algarabía reinante en el comedor queda silenciada por completo. Liberty Valance (Lee Marvin), un famoso bandido, acaba de hacer acto de presencia en el local acompañado por Floyd (Strother Martin) y Reese (Lee Van Cleef), dos de sus secuaces. John Ford se sirve de un ligero movimiento de cámara y un leve zoom al rostro de la camarera, Hallie Stoddard (Vera Miles), para generar ese inevitable efecto sorpresa que produce —en el espectador y en todos los clientes del restaurante— la súbita aparición de Valance. De sorpresa o —si así lo preferís— de congoja, miedo, tensión. El estremecedor silencio que provoca la irrupción del bandido en la sala hace, obviamente, el resto.

El siguiente plano, sin embargo, es el de un Tom Doniphon (John Wayne) recostado en una silla. Con las piernas cruzadas, las manos en el bajovientre y actitud chulesca. Un Tom Doniphon que, imperturbable, observa a Valance mientras éste dirige al respetable una de esas miradas matadoras que acojonan y de verdad. Pero Valance no se conforma con amedrentar al personal. Y no se conforma porque Valance es un matón, un provocador, un ser maligno. Y así, mientras Floyd le ríe las gracias y Reese permanece inalterablemente serio, Valance se dirige a una de las mesas y pincha con un cuchillo el filete de uno de los comensales: “Mirad estos filetes. Son exactamente lo que necesitamos”. Acto seguido, Link Appleyard (Andy Devine), el sheriff de Shinbone, se levanta de una de las mesas contiguas y huye despavorido. Sin que nadie más medie palabra, Valance continúa provocando a los clientes de la mesa: “Eh, vosotros, vaqueros… ¿Tenéis prisa para comer? ¡Contestad! ¿Tenéis prisa?”. No contento con ello, le arranca la silla al propietario del filete y lo hace caer al suelo mientras su fiel esbirro Floyd se monda de risa. “Creo que antes tomaré otro trago”, le responde el vaquero, que no tarda ni cinco segundos en desaparecer con sus dos acompañantes. Sin apenas tiempo, casi, de escuchar la cínica y desvergonzada réplica de Valance: “Me parece muy amable de su parte, amigo”.

Antes se sentarse en la mesa, sin embargo, Valance se sirve una copa de whisky. Y así, de pie, mientras cruza una amenazadora mirada con Doniphon, añade: “Sobre todo después de los embustes que he oído contar a la gente sobre Liberty Valance”.


El siguiente plano, empero, nos sitúa en el interior de la cocina, donde Ransom Stoddard (James Stewart) —ataviado con un blanco mandil y sosteniendo una bandeja con varios platos— está a punto de salir al comedor para servir a los clientes del local. “Espera un momento” le advierte Peter Ericson (John Qualen) el padre de Hallie: “Una de las piñas de mamá para Tom”. Y le coloca un platito más en la bandeja de Doniphon.


Y en éstas llegamos, precisamente, a uno de los planos que más me gustan de esta escena; cuando Stoddard sale de la cocina, ve a Valance y su mirada se queda fija en el látigo del bandido. Un látigo que queda encuadrado en un extraordinario primer plano segundos antes de que Valance golpee la mesa con él, empiece a cortar su filete y —acto seguido— Floyd le avise de la presencia de un Stoddard que se ha quedado casi petrificado a la salida de la cocina.   


Tras un rápido cruce de miradas entre Valance y Stoddard, la expresión del primero cambia y se vuelve burlesca. Y es entonces cuando se inicia la humillación pública de Liberty hacia Ransom. Una humillación que finaliza, curiosamente, con la célebre frase que encabeza esta reseña. Antes, sin embargo, Valance empieza mofándose del abogado: “¡Mirad! ¡Tiene gracia la camarera! Jajajajaja”. Y no contento con ello, lo zancadillea aparatosamente cuando pasa a su lado. Naturalmente, Stoddard, la vajilla y el filete caen ruidosamente por los suelos. Ocasión que aprovecha Doniphon para levantarse tranquilamente y, con la mano derecha apoyada sobre su revolver, dirigirse hacia Valance y soltarle una frase mítica. Sí, ésa. La que encabeza esta reseña y la que todos los amantes del western en general y del binomio Ford-Wayne en particular veneramos casi de forma religiosa: “Ese era mi filete, Valance”. Una frase mediante la cual el personaje de Wayne “marca paquete” como nunca y que ni tan sólo admite respuesta posible. Solo miedo, temor, respeto. Llamadlo como queráis. No en vano, un tipo tan duro, engreído y bravucón como Valance lo único que se atreve a hacer al oírla es dirigirse a Stoddard y traspasarle cualquier responsabilidad: “Ya le has oído, niño ¡Vamos, cógelo!”.


De nada sirve, tampoco, que Stoddard intente mediar entre ambos al darse cuenta de cómo puede acabar dicho enfrentamiento (¡No!”) porque la siguiente frase de Doniphon es aún más clara y contundente: “¡Ransom, espera! Te lo he dicho a ti, Valance ¡Vamos, recógelo!”. Y aunque Valance intenta jugar la baza numérica (“Tres contra uno, Doniphon”), Tom lo tiene todo controlado (“Mi amigo Pompey está en la puerta de la cocina”). Y es en este momento cuando la cámara nos muestra a Pompey (Woody Strode), el fiel e imponente amigo de Doniphon, amartillando su rifle con cara de pocos amigos en la puerta de la cocina. Obviamente, se trata de un momento angustioso. Un momento de alta tensión que Ford acentúa con pequeños detalles, como el de mostrarnos a Hallie al otro lado de la puerta de la cocina agarrándose el delantal con el puño derecho. Una peliaguda situación, por cierto, que Floyd intenta desencallar evitándole el mal trago a su jefe (“Ya lo recogeré yo, Liberty”) y que el propio Doniphon aborta dándole un fuerte patadón al esbirro de Valance cuando éste ya se aprestaba a recoger el bistec. “He dicho que seas tú, Liberty. Tú lo recogerás” le espeta Tom a Valance mientras ambos se miran desafiantes. 


Resulta curioso constatar —si me permitís el inciso— la casi idéntica estatura de nuestro particular triunvirato. Naturalmente, se trata de una apreciación puramente anecdótica pero, acostumbrados a contemplar a John Wayne (1,93 m.) como una auténtica torre, me ha sorprendido comprobar como en esta ocasión Lee Marvin (1,88 m.) no le va a la zaga. Y James Stewart (1,91 m.), menos. Quizás por eso aún impresiona más verles a los tres juntos. Sobre todo cuando, tras unos segundos de calma tensa, Ransom explota, gesticula y chilla absolutamente fuera de sí: “¿Qué sucede? ¿Acaso todo el mundo en esta región está loco por matar? ¡Yo lo recogeré!”. Y él es quien, efectivamente, recoge el filete de marras mientras Tom y Liberty no se apartan la mirada ni un solo instante. “¡Tomad!” —les dice enfurecido— “¡Ya está recogido!”, momento en el que Ford nos obsequia con dos rápidos planos-contraplanos de ambos gallitos y Valance suelta su enésima bravuconada (“¿Por qué no encargas otro por mi cuenta y terminamos la fiesta?”) antes de lanzar unas monedas al suelo y de despedirse insolentemente de su molesto contrincante (“Buenas noches, Tom”).


Aún así, los tipos como Valance jamás se largan discretamente. Y quizás por ello Liberty aún optará por una última tentativa: girarse bruscamente y disparar sobre Doniphon. Pero si alguien es más astuto que Liberty ése es Tom, que anticipándose al bandido le increpará insistentemente: “¡Inténtalo! ¡Inténtalo, Liberty!”.


Frustrado y absolutamente desquiciado, Valance azota con su látigo a Floyd y manda salir a sus hombres del local (“¡Largo de aquí! ¡Vamos!”). Una vez fuera, los tres montan sus caballos y Valance echa un último trago a la botella que le pasa Reese antes de lanzarla violentamente contra la ventana de Peter’s Place. Unos cuantos disparos al azar para provocar alboroto y descargar adrenalina precederán la vuelta a la normalidad en el interior del restaurante donde todos —excepto Tom y Ransom— se habían agazapado para protegerse de las balas.


Doniphon: “Yo me pregunto lo que les habrá asustado”
Peabody: “¿Sabes lo que les ha asustado? La visión de la ley y el orden aquí levantándose entre la salsa y las patatas”
Stoddard: “¡Está bien, está bien, está bien, está bien! Ha sido el rifle lo que les ha asustado. El rifle de Pompey. Y tu valor, Tom ¡Qué derecho tenías a interferirte! ¡Fue a mí a quién me hizo caer!”
Doniphon: “Era mi bistec”
Stoddard: “¡Y tú lo hubieses matado por ello! ¡O él te hubiese matado a ti! ¡Y todo ello por un miserable bistec! ¡Por esa razón lo he recogido del suelo!”
Doniphon: “¡Gracias por salvarme la vida, amigo!”
Stoddard: “¡No lo he hecho por ese motivo! ¡No quiero que nadie luche por mí!”


Y aunque esta secuencia —técnicamente hablando— no acaba aquí, yo si doy por finalizada esta escena en este preciso momento. Cuando Tom y Ransom trasladan la conversación del comedor a la cocina. Básicamente porque tras la marcha de Liberty la intensidad dramática —como es lógico— baja muchos enteros y porque lo que acontece a continuación no tiene otro propósito, a mi juicio, que el de apuntalar mediante el diálogo todo lo que previamente ya ha expresado Ford con imágenes.


Así pues, tan sólo me quedarían por añadir algunos aspectos que quizás no he incluido en la descripción de las escenas y que considero sumamente importantes. Aspectos como la espléndida fotografía en blanco y negro de William H. Clothier (con encuadres precisos, movimientos suaves y gran dominio de la iluminación en espacios cerrados), los magníficos diálogos escritos por Bellah y Goldbeck, las tremendas interpretaciones de Wayne, Marvin, Stewart y todos los secundarios en general y el ágil ritmo narrativo de Ford. Naturalmente, “El hombre que mató a Liberty Valance” es una peli que goza de muchos otros matices y particularidades. Matices y particularidades que pertenecen a otras secuencias y que en estos momentos, obviamente, no procede comentar. Así pues, dejémoslo aquí. Y quién quiera saber más, un consejo: que vea o revise la peli las veces que sea necesario. No se arrepentirá.         








Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada