dimarts, 25 de juliol del 2017

“¡SOLO SON FELICES SI VEN ALGO MORIR!” (Vidas rebeldes, 1961. John Huston)


Vidas rebeldes (The Misfits)

Estados Unidos, 1961

Director: John Huston

Guión: Arthur Miller

Fotografía: Russell Metty

Música: Alex North

Intérpretes:

Clark Gable (Gay Langland)
Marilyn Monroe (Roslyn Taber)
Montgomery Clift (Perce Howland)
Eli Wallach (Güido)
Thelma Ritter (Isabelle Steers)
James Barton (Fletcher’s Grandfather)
Kevin McCarthy (Raymond Taber)

SINOPSIS: Reno, 1960. Roslyn Taber es una bailarina que acude a Reno para obtener un divorcio fácil y rápido. Allí conoce a Gay Langland y Güido, dos amigos que se dedican a la caza furtiva de caballos salvajes con destino a la fabricación de comida para perros. A ellos se les unirá Perce Howland, un jinete de rodeo venido a menos. La convivencia entre ellos hará emerger sentimientos, conflictos interiores y problemas de relación interpersonales.



Como buen hustoniano, no puedo ser imparcial: “The Misfits” (lo siento, pero me niego a llamarla “Vidas rebeldes”) me parece una peli absolutamente magistral. Y no, no solamente porque el staff técnico y artístico de esta obra maestra sea extraordinariamente deslumbrante sino porque si de lo que se trataba era de hacer una peli tan triste y desoladora como, al mismo tiempo, emotiva y catártica a fe de Dios que Huston lo consiguió con creces. Por si fuera poco, además, “The Misfits” fue la última peli de Clark Gable y Marilyn Monroe (Gable murió pocos días después) y aunque Montgomery Clift intervendría en otros tres films antes de hacer lo propio (1966) su proceso autodestructivo estaba ya tan avanzado que podríamos decir que la peli de John Huston fue —con permiso de su breve papel en “Vencedores o vencidos”— su último gran trabajo. Con todo ello lo que quiero señalar es que “The Misfits” constituye, a su vez, una especie de testamento cinematográfico por parte de Gable, Monroe y Clift. Un testamento en el que, posiblemente, personajes e intérpretes se fundieron en una misma persona. Algo que, sin lugar a dudas, le concede a esta peli un halo total y absolutamente mítico.   

Precisamente por esto último he decidido escoger la escena que encabeza este spoiler. Porque los gritos de Roslyn en el desierto son los de Marilyn. Porque pocas veces un personaje y un intérprete han sido —como decía anteriormente— una misma persona. Y eso me emociona profundamente. Porque por poco que uno conozca la traumática vida privada de Marilyn resulta casi imposible no darse cuenta que ese llanto en el desierto de Roslyn es, a su vez, el de Marilyn. El de Norma Jean, vaya. Un llanto que clama contra sus traumas infantiles, contra los abusos sexuales a los que fue sometida, contra sus fracasos sentimentales, contra sus amistades peligrosas, contra sus adicciones… 

Pero bueno, vayamos a la escena en sí. Concretamente desde que nuestros protagonistas descienden de la camioneta en pleno desierto y los tres hombres (Gay (Clark Gable), Güido (Eli Wallach) y Perce (Montgomery Clift)) se dirigen hacia la yegua y el potrillo para capturarlos. Roslyn (Marilyn Monroe), mientras tanto, aguarda en la cabina. Especialmente bello e impactante es el plano que nos muestra, a través de un pequeño travelling que retrocede lentamente, el avance de los tres hombres hacia la yegua y el potrillo con Gay como figura central enarbolando el lazo que va a emplear para atar a los caballos. Por si fuera poco, la música de Alex North le otorga a este momento un dramatismo singular.



Perce: “Es vieja”

Gay: “Por lo menos tendrá quince años. No resistiría otro invierno”



A partir de este momento asistimos a la lucha de Gay y Güido para atarle las patas a la yegua e inmovilizarla mientras Perce observa, algo apático y desganado, la escena. Roslyn hace lo propio desde un lateral de la camioneta. Su rostro, sin embargo, expresa rabia e indignación.




Gay: “A las otras tres las ataremos cuando volvamos ¿Cuánto crees que pesará esta yegua, Güido?”

Güido: “Unos trescientos kilos”

Gay: “Bien, ya está. La alazana unos doscientos ¿no?”

Güido: “Aproximadamente”

Gay: “Y cuatrocientos el garañón…”

Güido: “Poco más o menos. En conjunto pesarán de novecientos a mil kilos”

Gay: “¿Cuánto valdrá todo esto?”



Güido: “Pues a doce centavos el kilo, unos 110 o 120 dólares”

Gay: “¿Cómo lo repartimos?”

Güido: “50 para mí por poner el avión”

Gay: “De acuerdo. Y 40 para mí por poner el camión. Quedan 25 para ti, Perce ¿Estás conforme? ¡Perce!”

Perce: “No, no. Para vosotros. Yo sólo he venido para participar de la excursión”

Mientras los tres hombres deciden como repartir las ganancias, Roslyn arranca a correr por la desértica llanura. A unos metros, empieza a gritar.




Roslyn: “¡Aaaaaaaaaaaah! ¡Aléjense de mí! ¡Les odio! ¡Son todos unos mentirosos! ¡Sólo son felices si ven algo morir! ¡No saben ser felices por sí mismos! ¡No quiero que se acerquen a mí! ¡Les odio! ¡Son los tres unos asesinos!”

Güido: “Está loca. Todas lo están. Uno disimula porque las necesita. Está loca. Sufres, trabajas, luchas… Haces por ellas cuanto puedes… Pero nunca les basta. Se adueñan de tu voluntad. Yo lo sé bien, lo he sufrido. Aunque durante un buen tiempo había olvidado que lo sabía”



Roslyn: “¡Les odio! ¡Sí! ¡Son tres malvados! ¡Tres malvados!”


En definitiva: una escena tan estremecedora como apabullantemente bella. Tanto por las soberbias interpretaciones de Monroe, Gable, Wallach y Clift como por la composición de los planos y la extraordinaria fotografía en blanco y negro de Russell Metty (“Espartaco”, “Sed de mal”, “Imitación a la vida”…). Pero, repito, si algo destaca especialmente en esta secuencia es ese trasfondo absolutamente desolador. Un trasfondo tan árido y devastado como el polvoriento desierto en el que se encuentran Gay, Roslyn, Güido y Perce. 

dimecres, 12 de juliol del 2017

“LOS QUE LEEN LIBROS LES DICEN A LOS QUE NO LEEN LIBROS, QUE SON LOS POBRES: ¡AQUÍ HAY QUE HACER UN CAMBIO!” (¡Agáchate, maldito!, 1971. Sergio Leone)


¡Agáchate, maldito! (Giù la testa)

Italia, 1971

Director: Sergio Leone

Guión: Luciano Vincenzoni, Sergio Donati y Sergio Leone

Fotografía: Giuseppe Ruzzolini

Música: Ennio Morricone

Intérpretes:

Rod Steiger (Juan Miranda)
James Coburn (John H. Mallory)
Romolo Valli (Dr. Villegas)
Maria Monti (Adelita)
Rick Battaglia (Santerna)
Franco Graziosi (Gobernador Huerta)
Antoine Saint-John (Coronel Gutiérrez – Günther Reza)
David Warbeck (Nolan)

SINOPSIS: Mexico, hacia 1915. Juan Miranda y John H. Mallory son, respectivamente, un vulgar ladronzuelo mejicano y un veterano militante irlandés del IRA experto en explosivos que un buen día se conocen y deciden asociarse para robar bancos conjuntamente. La voladura de una prisión para revolucionarios que Miranda creía ser un banco constata a éste, sin embargo, que Mallory es un activista en pro de La Revolución. Aunque ambos se convierten de repente en héroes de La Revolución, muy pronto las tropas gubernamentales del Coronel Gutiérrez empezarán a seguirles los pasos.



Personalmente he de admitir que “¡Agáchate, maldito!” es la peli de Sergio Leone que menos me gusta y la única que solo he visto una vez. Aún así, ello no significa que la considere mala, mediocre o regular. Ni mucho menos. “¡Agáchate, maldito!” me parece, en realidad, una buena película. Y es muy posible, incluso, que cuando vuelva a verla mi opinión sobre ella mejore ostensiblemente. Lo que la perjudica, a mi juicio, es la sistemática, injusta e inicua comparación a la que proverbialmente se ha visto sometida respecto a las otras pelis de Leone. Y es que cabe señalar que, exceptuando sus primeras y ramplonas cintas de espadas y sandalias, el genial cineasta romano tan solo rodó 6 largometrajes. Cuatro de ellos, además, sublimes. Y “¡Agáchate, maldito!”, por si fuera poco, tuvo la desgracia de rodarse cronológicamente entre las que, a la postre, serían sus dos grandes obras maestras: “Hasta que llegó su hora” (1968) y “Érase una vez en América” (1984). De ahí, pues, que “¡Agáchate, maldito!” haya sido considerada, tradicionalmente, como su obra menor. Como su trabajo menos logrado. Como su patito feo, vaya. Una etiqueta, por desgracia, muy difícil de erradicar.

Precisamente por ello creo que es justo y necesario reivindicar este film. En primer lugar porque si no lo hubiera firmado Leone estaríamos hablando de un spaghetti western magistral. Y en segundo lugar porque, como toda obra de Leone, posee una serie de rasgos estilísticos que la hacen —sin lugar a dudas— digna acreedora de su autor. Y eso, hablando de Leone, nunca puede ser negativo. Todo lo contrario.



En cualquier caso, mi spoiler de hoy no pretende discernir ni teorizar sobre el estilo de Leone. Ni sobre su estilismo, ni sobre su estética, ni sobre su épica ni sobre su vigor. Eso ya lo he hecho en los spoilers de “Por un puñado de dólares”, “La muerte tenía un precio”, “El bueno, el feo y el malo”, “Hasta que llegó su hora” y “Érase una vez en América”. Lo que me apetece en el spoiler de hoy es, sencillamente, poner el acento en el guión. En los diálogos. En el mensaje. En todo lo que significa “¡Agáchate, maldito!” desde un punto de vista ideológico. Desde un punto de vista sociológico. Desde un punto de vista político. Porque no olvidemos que aunque el título original de este western es “Giù la testa”, en algunos países también se tituló “Érase una vez la Revolución. Y eso significa que —como en todo zapata western que se precie— el componente sociológico es fundamental. Un poco en la línea (aunque en ese caso, más crepuscular y romántica) del espléndido diálogo que mantienen Bill Dolworth (Burt Lancaster) y Jesús Raza (Jack Palance) en el tramo final de “Los profesionales” (1966), de Richard Brooks.



Así pues, veamos cuál es la opinión del rudo y analfabeto Juan Miranda (Rod Steiger) sobre la Revolución Mexicana (1910-1917). Una opinión que vierte el mexicano en una conversación con su docto y refinado amigo John H. Mallory (James Coburn) en pleno campamento revolucionario y que constata que una cosa es ser inculto y otra, muy diferente, ser tonto. Como ya he comentado anteriormente, lo importante de esta escena es lo que se dice puesto que, técnicamente, estamos ante una escena muy normalita que se limita a ir alternando planos de uno, del otro y de los dos. 





Miranda: “¿Qué es este papel?”

Mallory: “Un mapa”

Miranda: “¿Un mapa?”

Mallory: “¡Eeeh, te has acostado sobre tu patria!”

Miranda: “Mi patria… Mi patria somos yo y mis hijos”

Mallory: “Sí, lo sé, pero tu patria también es Huerta. El gobernador y los latifundistas. Günther Reza y su caballería. Esta Revolución que no es ninguna broma…”





Miranda: “¡La Revolución! ¡La Revolución! ¡Hazme el favor de no hablarme más de revoluciones! ¡Yo sé muy bien qué es eso y cómo empieza! ¡Los que leen libros les dicen a los que no leen libros, que son los pobres: aquí hay que hacer un cambio!”



Mallory: “¡Ssssh!”



Miranda: “¡Ssssh, ssssh, ssssh! ¡Narices! ¡Sé muy bien lo que me digo, que me he criado en medio de revoluciones! ¡Los que leen libros les dicen a los que no leen libros, que son los pobres: aquí hay que hacer un cambio! ¡Y los pobres diablos van y hacen el cambio! ¡Luego los más vivos de los que leen libros se sientan alrededor de una mesa y hablan y comen y hablan y comen! Y mientras… ¿Qué fue de los pobres diablos? ¡Todos muertos! ¡Esa es tu Revolución! ¡Ssssh! Por favor, no me hables más de revoluciones… ¡Puerca mentira! ¿Sabes qué pasa luego? ¡Nada!”



La escena en cuestión, sin embargo, no acaba con las palabras de Miranda. La escena acaba con Mallory retomando la lectura que había interrumpido a raíz de su conversación con Miranda y que, paradójicamente, era la de una obra de Mikhael A. Bakunin: “El patriotismo”. Un libro que, tras la perorata de Miranda, Mallory arrojará despectivamente al suelo.



En definitiva: una vigorosa escena que refleja la escéptica, desencantada y furibunda postura de Miranda (histriónico Steiger) respecto a La Revolución y que constata, al mismo tiempo, que cualquier ideal —por noble y magnánimo que sea— suele albergar en su fuero interno intereses mucho más, digámoslo así, terrenales.




dijous, 6 de juliol del 2017

“-ES NUEVO EN ESTE TERRITORIO. +YO, SÍ. LA LEY, NO” (Camino de la horca, 1951. Raoul Walsh)


Camino de la horca (Along the Great Divide)

Estados Unidos, 1951

Director: Raoul Walsh

Guión: Walter Doniger y Lewis Meltzer. Basado en una obra de Walter Doniger

Fotografía: Sidney Hickox

Música: David Buttolph

Intérpretes:

Kirk Douglas (Len Merrick)
Virginia Mayo (Ann Keith)
Walter Brennan (Timothy Pop Keith)
John Agar (Billy Shear)
Ray Teal (Lou Gray)
Hugh Sanders (Frank Newcombe)
Morris Ankrum (Ed Roden)
James Anderson (Dan Roden)

SINOPSIS: Sur de Texas, 1865-1870. Len Merrick, sheriff de Santa Loma, impide que los hombres de Ed Roden ahorquen a Timothy Pop Keith, un cuatrero al que acusan de haber robado ganado y de haber asesinado al hijo predilecto del mencionado ranchero. Para evitar la persecución de los Roden, Merrick decide trasladar al detenido y a su hija Anne atravesando el desierto hasta llegar a Santa Loma. Una vez allí, Merrick se debatirá entre su sentido del deber… y de la justicia.  



Posiblemente no sea una de las cintas más reconocidas de Raoul Walsh (“El último refugio”, “Murieron con las botas puestas”, “Juntos hasta la muerte”, “Al rojo vivo”, “El mundo en sus manos”, “Los implacables”…) pero lo que queda fuera de toda duda, a mi juicio, es que “Camino de la horca” constituye un más que correcto paradigma a la hora de constatar por qué su autor es considerado como uno de los mejores (si no el mejor) narradores del cine clásico norteamericano.



Fijaos, si no, en todo lo que Walsh nos cuenta en la escena que hoy vamos a analizar. Una secuencia que, técnicamente, sería la segunda de la película y que en poco más de tres minutos nos proporciona una cantidad de información brutal. Así pues, por lo ágil que discurre, por todo lo que nos cuenta y por la celeridad con la que Walsh consigue meternos de lleno en la historia es por lo que he decidido diseccionar esta gran escena.



Naturalmente, hay más. Por de pronto tenemos como protagonista a Kirk Douglas, un auténtico actorazo. Un intérprete que en 1951 ya estaba plenamente consolidado pero que, aún así, no había rodado todavía ninguna de sus grandes películas. “Camino de la horca” es, por ejemplo, su primer western. Y quizás por ello cuando asociamos a Douglas con alguna peli del oeste lo más habitual es que —antes que “Camino de la horca”— nos vengan a la cabeza títulos como “Río de sangre”, “La pradera sin ley”, “Duelo de titanes”, “El último tren de Gun Hill”, “El último atardecer”, “Los valientes andan solos” o “El día de los tramposos”. Pero eso, por descontado, no le resta ni un ápice de calidad a la interpretación de Kirk Douglas en esta peli. Básicamente porque Kirk Douglas, como casi siempre, está espléndido en su papel de Len Merrick. Un hombre seco, duro, incorruptible que guarda en lo más profundo de su ser un trauma psicológico del que desea redimirse y que más adelante conoceremos. Aún así, creo que es justo y necesario admitir que Len Merrick también exhibe ese particular y genuino sello distintivo que el bueno de Douglas supo imprimir a muchos de sus personajes: me estoy refiriendo a ese típico punto de socarronería, de insolencia, de seducción… Puntos que, aunque más atenuados, también encontraremos —naturalmente— en su personaje de Len Merrick.



Al margen de los actores (Walter Brennan y Virginia Mayo, por ejemplo, están muy bien en este western pese a que en esta escena él no habla y ella no aparece) otro elemento que me parece digno de mención en esta secuencia es el guión. El guión y los diálogos. Y no porque el argumento sea nada del otro mundo sino porque el tiempo que se invierte para introducir al espectador en la historia y los diálogos que se utilizan para relatárnosla son realmente óptimos. Por si fuera poco, además, estamos ante un western de grandes exteriores y el director de fotografía, Sidney Hickox (“El sueño eterno”, “Tener y no tener”, “La senda tenebrosa”, “Al rojo vivo”, “Juntos hasta la muerte”…), consigue sacarle —la verdad sea dicha— un extraordinario partido a ese paisaje seco, árido y rocoso en el que transcurre gran parte de la película.



Pero, bueno, vayamos al grano. La escena empieza con un grupo de hombres a caballo (Ed Roden (Morris Ankrum) y sus secuaces) que se dirigen al típico árbol-cadalso que solemos encontrar en medio del desierto en tantos y tantos westerns para colgar (según la Ley de Lynch, por supuesto) a Timothy Pop Keith (Walter Brennan), un cuatrero acusado de haber robado varias cabezas de ganado y de haber asesinado Ed Roden Jr., uno de los hijos del mencionado ranchero. Para mostrarnos todo ello, Walsh emplea un elegante travelling lateral y un primer plano de la soga de la horca que unidos al nervioso corte musical de David Buttolph (“Pasión de los fuertes”, “La soga”, “Juntos hasta la muerte”, “Misión de audaces”…) y a varios planos de presentación de los asistentes a la ejecución (Timothy Keith, Ed Roden, Dan Roden, Frank Newcombe…) consigue generar un ambiente ciertamente tenso y dramático. Y es en este preciso instante, cuando Ed Roden le lanza el látigo a su hijo Dan (James Anderson) y éste se dispone a atizarle al caballo para que Keith quede colgando de la soga, cuando oímos —de repente— la explícita y tajante orden de Len Merrick (Kirk Douglas), el sheriff de Santa Loma.





Len Merrick: “¡Suelte el látigo!”   



En este momento irrumpen en escena —además de Merrick— Billy Shear (John Agar) y Lou Gray (Ray Teal), los ayudantes del sheriff. Billy Shear se acerca a Keith, le quita la soga del cuello y vuelve junto a sus compañeros. Un magnífico plano medio de Merrick y sus dos hombres servirá, entre otros, para canalizar la conversación entre éstos y Ed Roden y sus secuaces. Cabe mencionar, asimismo, el detalle de Merrick al mostrar la placa de sheriff o marshall escondida bajo la chaqueta cuando el ranchero le pregunta quién es. De hecho, hasta ese momento, nadie sabe quién es el personaje interpretado por Douglas. Ni los espectadores, Y ello implica que la presentación de este personaje (unida a la típica expresión entre arrogante y guasona de Douglas) resulte verdaderamente carismática y molona




Ed Roden: “¿Quién es usted?”

Len Merrick: “Me llamo Merrick. Soy agente federal”

Dan Roden: “Es nuevo en este territorio”

Len Merrick: “Yo, sí. La ley, no”

Dan Roden: “¡La ley es cosa nuestra!”

Ed Roden: “¡Es un asesino! ¡Ese hombre mató a mi hijo!”

Len Merrick: “Si es cierto le ahorcaremos legalmente”

Dan Roden: “¿Qué más da hacerlo ahora que después?”

Len Merrick: “Lo llevaremos a Santa Loma y allí lo juzgarán”

Ed Roden: “¡Lo ahorcaré yo!”



En este momento, Ed Roden desenfunda su revólver y apunta a Merrick. Y aunque Merrick ni se inmuta, sus dos hombres —Billy Shear y Lou Gray— hacen lo propio con Roden.



Len Merrick: “Dispara, Billy”

Ed Roden: “¡Usted caerá primero!”

Len Merrick: “¡Dispara!”

Billy Shear: “Len, es absurdo dar la vida por un asesino”

Y sí, aunque parezca mentira, tras tres escasos minutos de película, ya nos hallamos ante el primer clímax del film. Un clímax que nos mete de lleno en la historia y que nos constata fehacientemente la gran facilidad que tenía Raoul Walsh a la hora de narrar cualquier historia. Imposible hacerlo mejor y/o más rápido. Pero no sólo eso. En tres escasos minutos de película Walsh (y Walter Doniger, por supuesto) nos han dejado también muy claro que Merrick es un hombre tan terco como íntegro y que Roden, asimismo, es un hombre tan terco… como vengativo. 

Len Merrick: “Si me mata, llévalo a Santa Loma. Haz lo que te digo… ¡Dispara! Adelante, llevaos al prisionero. Yo os cubro las espaldas”

El encargado de que no se produzca el más que previsible tiroteo es, sin embargo, Frank Newcombe (Hugh Sanders), uno de los hombres de Roden. El diálogo que viene a continuación explica porqué Newcombe decide desarmar a su jefe cuando este parecía dispuesto a disparar al sheriff para así poder ahorcar al asesino de su hijo.

Frank Newcombe: “Lo siento, Roden. Tuve que hacerlo”

Ed Roden: “¡Ese hombre mató a mi hijo y lo ahorcaré!”

Frank Newcombe: “Oponerse a un agente federal es peligroso”

Dan Roden: “¡Nosotros somos la ley!”

Frank Newcombe: “Deja que tu padre decida. Lo arriesgas todo por una venganza personal”

Ed Roden: “¡Lo he perdido todo!”

Frank Newcombe: “Y yo puedo perder mi rancho”

Ed Roden: “¿Quién viene conmigo?”

Frank Newcombe: “¿No supondréis que es posible ahorcar impunemente a un agente federal y a sus ayudantes?”

Dan Roden: “Una vez muertos y enterrados a nadie le importará quién los mató”

Frank Newcombe: “Estás muy equivocado, Dan… ¡Les importará y mucho!”

Ed Roden: “Ahorcaré al cuatrero. Bueno, estoy esperando…”

Frank Newcombe: “Olvídalo, Roden. Comprendemos lo que sientes. Te acompañaremos a enterrar a Ed”

Ed Roden: “¡Largo de aquí! ¡Todos vosotros! ¿A dónde vas?”

Dan Roden: “A enterrar a Ed”

Ed Roden: “Lo enterraremos en el rancho”

Dan Roden: “Allí pienso llevarlo”

Ed Roden: “Lo llevaré yo solo”

Dan Roden: “Deja que te ayude. Era mi hermano”

Ed Roden: “Era mi hijo”

Dan Roden: “También yo…”

Ed Roden: “Espérame en el rancho. Y reúne a los hombres”

Y ya por último prestemos atención, por favor, a este último diálogo entre Roden y su hijo. Un diálogo que constata que Ed Roden Jr. era, efectivamente, el hijo predilecto del cacique y que Dan (al que hemos visto con una expresión algo perversa y sicótica cuando se disponía a ahorcar a Keith) no parece ser, por así decirlo, trigo limpio. Más adelante veremos por qué.