¡Agáchate, maldito! (Giù la testa)
Italia, 1971
Director: Sergio Leone
Guión: Luciano Vincenzoni, Sergio Donati y Sergio Leone
Fotografía: Giuseppe Ruzzolini
Música: Ennio
Morricone
Intérpretes:
Rod Steiger (Juan
Miranda)
James Coburn (John
H. Mallory)
Romolo Valli (Dr. Villegas)
Maria Monti (Adelita)
Rick Battaglia (Santerna)
Franco Graziosi (Gobernador Huerta)
Antoine Saint-John (Coronel Gutiérrez – Günther Reza)
David Warbeck
(Nolan)
SINOPSIS: Mexico, hacia 1915. Juan Miranda y John H. Mallory son, respectivamente, un vulgar ladronzuelo
mejicano y un veterano militante irlandés del IRA experto en explosivos que un buen día se conocen y deciden
asociarse para robar bancos conjuntamente. La voladura de una prisión para
revolucionarios que Miranda creía ser un banco constata a éste, sin embargo,
que Mallory es un activista en pro de La
Revolución. Aunque
ambos se convierten de repente en héroes de La
Revolución , muy
pronto las tropas gubernamentales del Coronel
Gutiérrez empezarán a seguirles los pasos.
Personalmente
he de admitir que “¡Agáchate, maldito!”
es la peli de Sergio Leone que menos
me gusta y la única que solo he visto una vez. Aún así, ello no significa que
la considere mala, mediocre o regular. Ni mucho menos. “¡Agáchate, maldito!” me
parece, en realidad, una buena película. Y es muy posible, incluso, que cuando
vuelva a verla mi opinión sobre ella mejore ostensiblemente. Lo que la
perjudica, a mi juicio, es la sistemática, injusta e inicua comparación a la
que proverbialmente se ha visto sometida respecto a las otras pelis de Leone. Y
es que cabe señalar que, exceptuando sus primeras y ramplonas cintas de espadas y sandalias, el genial cineasta
romano tan solo rodó 6 largometrajes. Cuatro de ellos, además, sublimes. Y
“¡Agáchate, maldito!”, por si fuera poco, tuvo la desgracia de rodarse
cronológicamente entre las que, a la postre, serían sus dos grandes obras
maestras: “Hasta que llegó su hora”
(1968) y “Érase una vez en América”
(1984). De ahí, pues, que “¡Agáchate, maldito!” haya sido considerada,
tradicionalmente, como su obra menor. Como su trabajo menos logrado. Como su patito feo, vaya. Una etiqueta, por
desgracia, muy difícil de erradicar.
Precisamente
por ello creo que es justo y necesario reivindicar este film. En primer lugar
porque si no lo hubiera firmado Leone estaríamos hablando de un spaghetti western magistral. Y en
segundo lugar porque, como toda obra de Leone, posee una serie de rasgos
estilísticos que la hacen —sin lugar a dudas— digna acreedora de su autor. Y
eso, hablando de Leone, nunca puede ser negativo. Todo lo contrario.
En
cualquier caso, mi spoiler de hoy no
pretende discernir ni teorizar sobre el estilo de Leone. Ni sobre su estilismo,
ni sobre su estética, ni sobre su épica ni sobre su vigor. Eso ya lo he hecho
en los spoilers de “Por un puñado de dólares”, “La muerte tenía un precio”, “El bueno, el feo y el malo”, “Hasta que llegó su hora” y “Érase una vez en América”. Lo que me
apetece en el spoiler de hoy es, sencillamente,
poner el acento en el guión. En los diálogos. En el mensaje. En todo lo que
significa “¡Agáchate, maldito!” desde un punto de vista ideológico. Desde un
punto de vista sociológico. Desde un punto de vista político. Porque no
olvidemos que aunque el título original de este western es “Giù la testa”,
en algunos países también se tituló “Érase
una vez la Revolución ”.
Y eso significa que —como en todo zapata
western que se precie— el componente sociológico es fundamental. Un poco en
la línea (aunque en ese caso, más crepuscular
y romántica) del espléndido diálogo que mantienen Bill Dolworth (Burt
Lancaster) y Jesús Raza (Jack Palance) en el tramo final de “Los profesionales” (1966), de Richard Brooks.
Así
pues, veamos cuál es la opinión del rudo y analfabeto Juan Miranda (Rod Steiger)
sobre la Revolución Mexicana (1910-1917). Una opinión que vierte el
mexicano en una conversación con su docto y refinado amigo John H. Mallory (James
Coburn) en pleno campamento revolucionario y que constata que una cosa es
ser inculto y otra, muy diferente, ser tonto. Como ya he comentado
anteriormente, lo importante de esta escena es lo que se dice puesto que,
técnicamente, estamos ante una escena muy normalita que se limita a ir
alternando planos de uno, del otro y de los dos.
Miranda:
“¿Qué
es este papel?”
Mallory:
“Un
mapa”
Miranda:
“¿Un
mapa?”
Mallory:
“¡Eeeh,
te has acostado sobre tu patria!”
Miranda:
“Mi
patria… Mi patria somos yo y mis hijos”
Mallory:
“Sí,
lo sé, pero tu patria también es Huerta. El gobernador y los latifundistas.
Günther Reza y su caballería. Esta Revolución que no es ninguna broma…”
Miranda:
“¡La Revolución ! ¡La Revolución ! ¡Hazme el
favor de no hablarme más de revoluciones! ¡Yo sé muy bien qué es eso y cómo
empieza! ¡Los que leen libros les dicen a los que no leen libros, que son los
pobres: aquí hay que hacer un cambio!”
Mallory:
“¡Ssssh!”
Miranda:
“¡Ssssh,
ssssh, ssssh! ¡Narices! ¡Sé muy bien lo que me digo, que me he criado en medio
de revoluciones! ¡Los que leen libros les dicen a los que no leen libros, que
son los pobres: aquí hay que hacer un cambio! ¡Y los pobres diablos van y hacen
el cambio! ¡Luego los más vivos de los que leen libros se sientan alrededor de
una mesa y hablan y comen y hablan y comen! Y mientras… ¿Qué fue de los pobres
diablos? ¡Todos muertos! ¡Esa es tu Revolución! ¡Ssssh! Por favor, no me hables
más de revoluciones… ¡Puerca mentira! ¿Sabes qué pasa luego? ¡Nada!”
La
escena en cuestión, sin embargo, no acaba con las palabras de Miranda. La
escena acaba con Mallory retomando la lectura que había interrumpido a raíz de
su conversación con Miranda y que, paradójicamente, era la de una obra de Mikhael A. Bakunin: “El patriotismo”. Un libro que, tras la
perorata de Miranda, Mallory arrojará despectivamente al suelo.
En
definitiva: una vigorosa escena que refleja la escéptica, desencantada y
furibunda postura de Miranda (histriónico Steiger) respecto a La
Revolución y que constata, al mismo tiempo, que cualquier
ideal —por noble y magnánimo que sea— suele albergar en su fuero interno intereses
mucho más, digámoslo así, terrenales.
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