dijous, 6 de juliol del 2017

“-ES NUEVO EN ESTE TERRITORIO. +YO, SÍ. LA LEY, NO” (Camino de la horca, 1951. Raoul Walsh)


Camino de la horca (Along the Great Divide)

Estados Unidos, 1951

Director: Raoul Walsh

Guión: Walter Doniger y Lewis Meltzer. Basado en una obra de Walter Doniger

Fotografía: Sidney Hickox

Música: David Buttolph

Intérpretes:

Kirk Douglas (Len Merrick)
Virginia Mayo (Ann Keith)
Walter Brennan (Timothy Pop Keith)
John Agar (Billy Shear)
Ray Teal (Lou Gray)
Hugh Sanders (Frank Newcombe)
Morris Ankrum (Ed Roden)
James Anderson (Dan Roden)

SINOPSIS: Sur de Texas, 1865-1870. Len Merrick, sheriff de Santa Loma, impide que los hombres de Ed Roden ahorquen a Timothy Pop Keith, un cuatrero al que acusan de haber robado ganado y de haber asesinado al hijo predilecto del mencionado ranchero. Para evitar la persecución de los Roden, Merrick decide trasladar al detenido y a su hija Anne atravesando el desierto hasta llegar a Santa Loma. Una vez allí, Merrick se debatirá entre su sentido del deber… y de la justicia.  



Posiblemente no sea una de las cintas más reconocidas de Raoul Walsh (“El último refugio”, “Murieron con las botas puestas”, “Juntos hasta la muerte”, “Al rojo vivo”, “El mundo en sus manos”, “Los implacables”…) pero lo que queda fuera de toda duda, a mi juicio, es que “Camino de la horca” constituye un más que correcto paradigma a la hora de constatar por qué su autor es considerado como uno de los mejores (si no el mejor) narradores del cine clásico norteamericano.



Fijaos, si no, en todo lo que Walsh nos cuenta en la escena que hoy vamos a analizar. Una secuencia que, técnicamente, sería la segunda de la película y que en poco más de tres minutos nos proporciona una cantidad de información brutal. Así pues, por lo ágil que discurre, por todo lo que nos cuenta y por la celeridad con la que Walsh consigue meternos de lleno en la historia es por lo que he decidido diseccionar esta gran escena.



Naturalmente, hay más. Por de pronto tenemos como protagonista a Kirk Douglas, un auténtico actorazo. Un intérprete que en 1951 ya estaba plenamente consolidado pero que, aún así, no había rodado todavía ninguna de sus grandes películas. “Camino de la horca” es, por ejemplo, su primer western. Y quizás por ello cuando asociamos a Douglas con alguna peli del oeste lo más habitual es que —antes que “Camino de la horca”— nos vengan a la cabeza títulos como “Río de sangre”, “La pradera sin ley”, “Duelo de titanes”, “El último tren de Gun Hill”, “El último atardecer”, “Los valientes andan solos” o “El día de los tramposos”. Pero eso, por descontado, no le resta ni un ápice de calidad a la interpretación de Kirk Douglas en esta peli. Básicamente porque Kirk Douglas, como casi siempre, está espléndido en su papel de Len Merrick. Un hombre seco, duro, incorruptible que guarda en lo más profundo de su ser un trauma psicológico del que desea redimirse y que más adelante conoceremos. Aún así, creo que es justo y necesario admitir que Len Merrick también exhibe ese particular y genuino sello distintivo que el bueno de Douglas supo imprimir a muchos de sus personajes: me estoy refiriendo a ese típico punto de socarronería, de insolencia, de seducción… Puntos que, aunque más atenuados, también encontraremos —naturalmente— en su personaje de Len Merrick.



Al margen de los actores (Walter Brennan y Virginia Mayo, por ejemplo, están muy bien en este western pese a que en esta escena él no habla y ella no aparece) otro elemento que me parece digno de mención en esta secuencia es el guión. El guión y los diálogos. Y no porque el argumento sea nada del otro mundo sino porque el tiempo que se invierte para introducir al espectador en la historia y los diálogos que se utilizan para relatárnosla son realmente óptimos. Por si fuera poco, además, estamos ante un western de grandes exteriores y el director de fotografía, Sidney Hickox (“El sueño eterno”, “Tener y no tener”, “La senda tenebrosa”, “Al rojo vivo”, “Juntos hasta la muerte”…), consigue sacarle —la verdad sea dicha— un extraordinario partido a ese paisaje seco, árido y rocoso en el que transcurre gran parte de la película.



Pero, bueno, vayamos al grano. La escena empieza con un grupo de hombres a caballo (Ed Roden (Morris Ankrum) y sus secuaces) que se dirigen al típico árbol-cadalso que solemos encontrar en medio del desierto en tantos y tantos westerns para colgar (según la Ley de Lynch, por supuesto) a Timothy Pop Keith (Walter Brennan), un cuatrero acusado de haber robado varias cabezas de ganado y de haber asesinado Ed Roden Jr., uno de los hijos del mencionado ranchero. Para mostrarnos todo ello, Walsh emplea un elegante travelling lateral y un primer plano de la soga de la horca que unidos al nervioso corte musical de David Buttolph (“Pasión de los fuertes”, “La soga”, “Juntos hasta la muerte”, “Misión de audaces”…) y a varios planos de presentación de los asistentes a la ejecución (Timothy Keith, Ed Roden, Dan Roden, Frank Newcombe…) consigue generar un ambiente ciertamente tenso y dramático. Y es en este preciso instante, cuando Ed Roden le lanza el látigo a su hijo Dan (James Anderson) y éste se dispone a atizarle al caballo para que Keith quede colgando de la soga, cuando oímos —de repente— la explícita y tajante orden de Len Merrick (Kirk Douglas), el sheriff de Santa Loma.





Len Merrick: “¡Suelte el látigo!”   



En este momento irrumpen en escena —además de Merrick— Billy Shear (John Agar) y Lou Gray (Ray Teal), los ayudantes del sheriff. Billy Shear se acerca a Keith, le quita la soga del cuello y vuelve junto a sus compañeros. Un magnífico plano medio de Merrick y sus dos hombres servirá, entre otros, para canalizar la conversación entre éstos y Ed Roden y sus secuaces. Cabe mencionar, asimismo, el detalle de Merrick al mostrar la placa de sheriff o marshall escondida bajo la chaqueta cuando el ranchero le pregunta quién es. De hecho, hasta ese momento, nadie sabe quién es el personaje interpretado por Douglas. Ni los espectadores, Y ello implica que la presentación de este personaje (unida a la típica expresión entre arrogante y guasona de Douglas) resulte verdaderamente carismática y molona




Ed Roden: “¿Quién es usted?”

Len Merrick: “Me llamo Merrick. Soy agente federal”

Dan Roden: “Es nuevo en este territorio”

Len Merrick: “Yo, sí. La ley, no”

Dan Roden: “¡La ley es cosa nuestra!”

Ed Roden: “¡Es un asesino! ¡Ese hombre mató a mi hijo!”

Len Merrick: “Si es cierto le ahorcaremos legalmente”

Dan Roden: “¿Qué más da hacerlo ahora que después?”

Len Merrick: “Lo llevaremos a Santa Loma y allí lo juzgarán”

Ed Roden: “¡Lo ahorcaré yo!”



En este momento, Ed Roden desenfunda su revólver y apunta a Merrick. Y aunque Merrick ni se inmuta, sus dos hombres —Billy Shear y Lou Gray— hacen lo propio con Roden.



Len Merrick: “Dispara, Billy”

Ed Roden: “¡Usted caerá primero!”

Len Merrick: “¡Dispara!”

Billy Shear: “Len, es absurdo dar la vida por un asesino”

Y sí, aunque parezca mentira, tras tres escasos minutos de película, ya nos hallamos ante el primer clímax del film. Un clímax que nos mete de lleno en la historia y que nos constata fehacientemente la gran facilidad que tenía Raoul Walsh a la hora de narrar cualquier historia. Imposible hacerlo mejor y/o más rápido. Pero no sólo eso. En tres escasos minutos de película Walsh (y Walter Doniger, por supuesto) nos han dejado también muy claro que Merrick es un hombre tan terco como íntegro y que Roden, asimismo, es un hombre tan terco… como vengativo. 

Len Merrick: “Si me mata, llévalo a Santa Loma. Haz lo que te digo… ¡Dispara! Adelante, llevaos al prisionero. Yo os cubro las espaldas”

El encargado de que no se produzca el más que previsible tiroteo es, sin embargo, Frank Newcombe (Hugh Sanders), uno de los hombres de Roden. El diálogo que viene a continuación explica porqué Newcombe decide desarmar a su jefe cuando este parecía dispuesto a disparar al sheriff para así poder ahorcar al asesino de su hijo.

Frank Newcombe: “Lo siento, Roden. Tuve que hacerlo”

Ed Roden: “¡Ese hombre mató a mi hijo y lo ahorcaré!”

Frank Newcombe: “Oponerse a un agente federal es peligroso”

Dan Roden: “¡Nosotros somos la ley!”

Frank Newcombe: “Deja que tu padre decida. Lo arriesgas todo por una venganza personal”

Ed Roden: “¡Lo he perdido todo!”

Frank Newcombe: “Y yo puedo perder mi rancho”

Ed Roden: “¿Quién viene conmigo?”

Frank Newcombe: “¿No supondréis que es posible ahorcar impunemente a un agente federal y a sus ayudantes?”

Dan Roden: “Una vez muertos y enterrados a nadie le importará quién los mató”

Frank Newcombe: “Estás muy equivocado, Dan… ¡Les importará y mucho!”

Ed Roden: “Ahorcaré al cuatrero. Bueno, estoy esperando…”

Frank Newcombe: “Olvídalo, Roden. Comprendemos lo que sientes. Te acompañaremos a enterrar a Ed”

Ed Roden: “¡Largo de aquí! ¡Todos vosotros! ¿A dónde vas?”

Dan Roden: “A enterrar a Ed”

Ed Roden: “Lo enterraremos en el rancho”

Dan Roden: “Allí pienso llevarlo”

Ed Roden: “Lo llevaré yo solo”

Dan Roden: “Deja que te ayude. Era mi hermano”

Ed Roden: “Era mi hijo”

Dan Roden: “También yo…”

Ed Roden: “Espérame en el rancho. Y reúne a los hombres”

Y ya por último prestemos atención, por favor, a este último diálogo entre Roden y su hijo. Un diálogo que constata que Ed Roden Jr. era, efectivamente, el hijo predilecto del cacique y que Dan (al que hemos visto con una expresión algo perversa y sicótica cuando se disponía a ahorcar a Keith) no parece ser, por así decirlo, trigo limpio. Más adelante veremos por qué.   






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