Vidas rebeldes (The
Misfits)
Estados Unidos, 1961
Director: John Huston
Guión: Arthur Miller
Fotografía: Russell
Metty
Música: Alex North
Intérpretes:
Clark Gable (Gay Langland)
Marilyn Monroe (Roslyn Taber)
Eli Wallach (Güido)
Thelma Ritter (Isabelle Steers)
James Barton (Fletcher’s Grandfather)
Kevin McCarthy (Raymond Taber)
SINOPSIS: Reno, 1960. Roslyn Taber es una bailarina que acude
a Reno para obtener un divorcio
fácil y rápido. Allí conoce a Gay
Langland y Güido, dos amigos que
se dedican a la caza furtiva de caballos salvajes con destino a la fabricación
de comida para perros. A ellos se les unirá Perce Howland, un jinete de rodeo venido a menos. La convivencia
entre ellos hará emerger sentimientos, conflictos interiores y problemas de
relación interpersonales.
Como buen hustoniano,
no puedo ser imparcial: “The Misfits”
(lo siento, pero me niego a llamarla “Vidas
rebeldes”) me parece una peli absolutamente magistral. Y no, no solamente
porque el staff técnico y artístico de
esta obra maestra sea extraordinariamente deslumbrante sino porque si de lo que
se trataba era de hacer una peli tan triste y desoladora como, al mismo tiempo,
emotiva y catártica a fe de Dios que Huston lo consiguió con creces. Por si
fuera poco, además, “The Misfits” fue la última peli de Clark Gable y Marilyn Monroe
(Gable murió pocos días después) y aunque Montgomery
Clift intervendría en otros tres films antes de hacer lo propio (1966) su
proceso autodestructivo estaba ya tan avanzado que podríamos decir que la peli
de John Huston fue —con permiso de
su breve papel en “Vencedores o
vencidos”— su último gran trabajo. Con todo ello lo que quiero señalar es
que “The Misfits” constituye, a su vez, una especie de testamento cinematográfico por parte de Gable, Monroe y Clift. Un
testamento en el que, posiblemente, personajes e intérpretes se fundieron en
una misma persona. Algo que, sin lugar a dudas, le concede a esta peli un halo total
y absolutamente mítico.
Precisamente por esto último he decidido escoger la escena
que encabeza este spoiler. Porque los
gritos de Roslyn en el desierto son
los de Marilyn. Porque pocas veces
un personaje y un intérprete han sido —como decía anteriormente— una misma
persona. Y eso me emociona profundamente. Porque por poco que uno conozca la
traumática vida privada de Marilyn resulta casi imposible no darse cuenta que
ese llanto en el desierto de Roslyn es, a su vez, el de Marilyn. El de Norma Jean, vaya. Un llanto que clama
contra sus traumas infantiles, contra los abusos sexuales a los que fue
sometida, contra sus fracasos sentimentales, contra sus amistades peligrosas,
contra sus adicciones…
Pero bueno, vayamos a la escena en sí. Concretamente desde
que nuestros protagonistas descienden de la camioneta en pleno desierto y los
tres hombres (Gay (Clark Gable), Güido (Eli Wallach) y Perce (Montgomery Clift)) se dirigen hacia la yegua y el potrillo para
capturarlos. Roslyn (Marilyn Monroe), mientras tanto,
aguarda en la cabina. Especialmente bello e impactante es el plano que nos
muestra, a través de un pequeño travelling
que retrocede lentamente, el avance de los tres hombres hacia la yegua y el
potrillo con Gay como figura central enarbolando el lazo que va a emplear para
atar a los caballos. Por si fuera poco, la música de Alex North le otorga a este momento un dramatismo singular.
Perce: “Es vieja”
Gay: “Por lo menos tendrá quince años. No
resistiría otro invierno”
A partir de este momento asistimos a la lucha de Gay y
Güido para atarle las patas a la yegua e inmovilizarla mientras Perce observa,
algo apático y desganado, la escena. Roslyn hace lo propio desde un lateral de
la camioneta. Su rostro, sin embargo, expresa rabia e indignación.
Gay: “A las otras tres las ataremos cuando
volvamos ¿Cuánto crees que pesará esta yegua, Güido?”
Güido: “Unos trescientos kilos”
Gay: “Bien, ya está. La alazana unos doscientos
¿no?”
Güido: “Aproximadamente”
Gay: “Y cuatrocientos el garañón…”
Güido: “Poco más o menos. En conjunto pesarán de
novecientos a mil kilos”
Gay: “¿Cuánto valdrá todo esto?”
Güido: “Pues a doce centavos el kilo, unos 110 o 120
dólares”
Gay: “¿Cómo lo repartimos?”
Güido: “50 para mí por poner el avión”
Gay: “De acuerdo. Y 40 para mí por poner el
camión. Quedan 25 para ti, Perce ¿Estás conforme? ¡Perce!”
Perce: “No, no. Para vosotros. Yo sólo he venido
para participar de la excursión”
Mientras los tres hombres deciden como repartir las
ganancias, Roslyn arranca a correr por la desértica llanura. A unos metros,
empieza a gritar.
Roslyn: “¡Aaaaaaaaaaaah! ¡Aléjense de mí! ¡Les odio!
¡Son todos unos mentirosos! ¡Sólo son felices si ven algo morir! ¡No saben ser
felices por sí mismos! ¡No quiero que se acerquen a mí! ¡Les odio! ¡Son los
tres unos asesinos!”
Güido: “Está loca. Todas lo están. Uno disimula
porque las necesita. Está loca. Sufres, trabajas, luchas… Haces por ellas
cuanto puedes… Pero nunca les basta. Se adueñan de tu voluntad. Yo lo sé bien,
lo he sufrido. Aunque durante un buen tiempo había olvidado que lo sabía”
Roslyn: “¡Les odio! ¡Sí! ¡Son tres malvados! ¡Tres
malvados!”
En definitiva: una escena tan estremecedora como
apabullantemente bella. Tanto por las soberbias interpretaciones de Monroe,
Gable, Wallach y Clift como por la composición de los planos y la
extraordinaria fotografía en blanco y negro de Russell Metty (“Espartaco”,
“Sed de mal”, “Imitación a la vida”…). Pero, repito, si algo destaca
especialmente en esta secuencia es ese trasfondo absolutamente desolador. Un
trasfondo tan árido y devastado como el polvoriento desierto en el que se
encuentran Gay, Roslyn, Güido y Perce.
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