dimarts, 10 d’octubre del 2017

“Y CUANDO TERMINEN, SOLO QUEDARÁ DE USTED UNA GRASIENTA MANCHA” (Pequeño Gran Hombre, 1970. Arthur Penn)

Pequeño Gran Hombre (Little Big Man)

Estados Unidos, 1970

Director: Arthur Penn

Guión: Thomas Berger. Basado en una obra de Calder Willingham

Fotografía: Harry Stradling Jr.

Música: John Paul Hammond

Intérpretes:

Dustin Hofmann (Jack Crabb/Pequeño Gran Hombre)
Faye Dunaway (Mrs. Pendrake)
Chief Dan George (Old Lodge Skins)
Martin Balsam (Mr. Merriweather)
Richard Mulligan (General George A. Custer)
Jeff Corey (Wild Bill Hickok)
Aimee Eccles (Sunshine)
Kelly Jean Peters (Olga Crabb)

SINOPSIS: Jack Crabb es un anciano de 121 años que relata su dilatada vida a un historiador que le pregunta por su pasado. Tras asegurarle que él es el único superviviente blanco de la última batalla del General Custer en Little Big Horn, Crabb nos cuenta como fue capturado y criado por los cheyennes desde niño y como desempeñó diferentes ocupaciones (buhonero, tendero, pistolero, mozo de mulas, trampero, ermitaño…) y fue testigo de mil y una vicisitudes a caballo entre los hombres blancos y su antigua tribu india.



“Pequeño Gran Hombre” no es —sin lugar a dudas— un western demasiado apreciado por los puristas del género. Y no lo es por dos sencillas razones: porque mezclar western y comedia siempre ha sido un ejercicio de riesgo no demasiado aconsejable y porque criticar y desmitificar desde una perspectiva cómica un género que siempre se ha caracterizado por generosas dosis de épica y honor constituye, si cabe, un ejercicio de riesgo aún más osado y peligroso. Aún así, la peli de Arthur Penn tiene sus virtudes. A mí, por ejemplo, me parece encantadora. Y me lo parece, probablemente, por ese personaje que a ratos es Jack Crabb y a ratos Pequeño Gran Hombre. Una encantadora mezcla de pilluelo e inocentón que sólo un actorazo como Dustin Hofmann podía interpretar.

Quizás por eso una de las escenas que más me gustan de “Pequeño Gran Hombre” es la que acto seguido os voy a despedazar. Una escena en la que esa dualidad picardía/inocencia hace acto de presencia y en la que aparece, también, uno de los personajes más caricaturizados de la película: El General George Armstrong Custer (Richard Mulligan). En las antípodas, por supuesto, del Custer que interpretó Errol Flynn en “Murieron con las botas puestas”.



Antes de entrar de lleno en la escena, sin embargo, sería necesario recapitular un poquito. Recordemos que Jack Crabb conoce a Custer cuando —tras fracasar en su negocio— su esposa Olga (Kelly Jean Peters) y él se cruzan con el General y éste les recomienda que viajen hacia el Oeste y rehagan su vida allí. Un viaje en el que Olga es raptada por guerreros cheyennes y que obliga a Jack a volver a su antigua tribu, a enrolarse nuevamente con Custer para encontrar a su mujer (siendo testigo de la masacre de Río Washita), a retornar nuevamente con los cheyennes, a ser testigo de cómo Custer arrasa con su tribu y mata a Rayo de Sol, su nueva mujer, a infiltrarse en el Séptimo de Caballería para intentar matar a Custer y así vengarse, a huir del campamento y refugiarse en el alcohol en la ciudad y ya cuando —deprimido y desesperado— decide poner fin a sus días, a enfrentarse definitivamente con Custer (tras cruzarse por quinta vez con él, si no me equivoco) y saldar cuentas, así, de una vez por todas.  



Pues bien, en esa tesitura estamos. Con Jack enrolado nuevamente en el Séptimo de Caballería como mozo de mulas, dispuesto a vengarse de Custer por la matanza de Río Washita y, sobre todo, por haber masacrado a su tribu y haber asesinado a su mujer y a su hijo. Para ello, sin embargo, Jack Crabb habrá de usar toda su inteligencia, toda su astucia y toda su psicología. La psicología inversa elevada a la enésima potencia, vaya. Esa que parte de la base que tu interlocutor piensa que harás lo contrario a lo que él te dice y que —por lo tanto— lo que debes hacer es, precisamente, lo que te está aconsejando. No sé si me explico… Quizás mejor irnos directamente a la escena en cuestión, con Jack Crabb (Dustin Hofmann) y el General Custer (Richard Mulligan) momentos antes de iniciar la batalla de Little Big Horn:



General Custer: “¿Qué crees que debo hacer, mozo de mulas? ¿Debo avanzar o retirarme?”



Jack Crabb: “General… Debe avanzar”



General Custer: “Entonces me aconsejas salir a campo abierto”

Jack Crabb: “Sí, señor”

General Custer: “No habrá indios allí, supongo”

Jack Crabb: “Yo no he dicho eso. Allí le aguardan miles de indios.  Y cuando terminen, solo quedará de usted una grasienta mancha. Esto no es río Washita, General. No son mujeres y niños indefensos los que le están esperando. Son guerreros Cheyennes y Sioux. Vaya a su encuentro si tiene agallas”



General Custer: “Sigues tratando de engañarme ¿eh, mozo de mulas? Intentas hacerme creer que si ahora avanzo estoy perdido pero la sutil verdad es que tú lo que realmente quieres es que no dé la orden de ataque. Bueno ¿se siente más tranquilo comandante? ¡Hombres del Séptimo! ¡La hora de la victoria ha llegado! ¡Adelante hacia Little Big Horn… y hacia la Gloria!”






Mi más sentido homenaje, pues, a una cinta que pese a su aspecto paródico y desmitificador también contiene un importante mensaje proindio (¡Cuánto le debe “Bailando con lobos” a “Pequeño Gran Hombre”!), una gran fotografía a cargo del gran Harry Stradling Jr., numerosas frases para enmarcar (al margen de la elegida la peli contiene otras tan memorables como “Mi corazón se remonta como un gavilán” u “Hoy es un bonito día para morir”), una historia que pese a su envergadura se sigue con sumo interés y —ya lo he dicho antes— ese pedazo de personaje que a ratos es Jack Crabb y, a ratos, Pequeño Gran Hombre 

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