Duelo
en la Alta Sierra
(Ride the High Country)
Estados
Unidos, 1962
Director:
Sam Peckinpah
Guión:
N.B. Stone Jr.
Fotografía:
Lucien Ballard
Música:
George Bassman
Intérpretes:
Joel McCrea (Steve Judd)
Mariette Hartley (Elsa Knudsen)
Ron Starr (Heck Longtree)
Edward Buchanan (Judge Tolliver)
R.G. Armstrong (Joshua Knudsen)
Jenie Jackson (Kate)
James Drury (Billy Hammond)
L. Q. Jones (Sylvus Hammond)
John Anderson (Elder Hammond )
John Davis Chandler
(Jimmy Hammond)
Warren Oates (Henry Hammond)
SINOPSIS:
Gil Westrum
y Steve Judd son dos viejos amigos
que se asocian para transportar un cargamento de oro desde las minas de la
Alta Sierra hasta el
banco que les ha contratado para hacer el trabajo. Les acompañará el joven Heck Longtree. Por el camino
encontrarán a Elsa Knudsen, una
muchacha a la que defenderán de un intento de violación por parte de los
hermanos Hammond. Aunque Judd es un
antiguo sheriff honrado y formal,
Westrum proyecta, en realidad, robar la valiosa mercancía.
El de hoy no es un spoiler cualquiera. El de hoy es el spoiler de una de mis escenas favoritas procedente de uno de mis westerns favoritos dirigido —para más señas—
por uno de mis cineastas favoritos. Por lógica, pues, debería haberlo escrito
mucho antes. Lo que ocurre, sin embargo, es que a veces a un servidor le gusta
guardarse un as en la manga. O una última bala en la recámara, vaya. Y aunque os
prometo que vendrán más spoilers de
todo tipo y condición, eso es lo que para mí representa esta magnífica escena
de “Duelo en la
Alta Sierra ”: una preciada botella de
un Gran Reserva que uno guarda como
oro en paño para las grandes ocasiones.
Antes de empezar a diseccionarla permitidme,
no obstante, una breve introducción. Recordemos, por ejemplo, que “Duelo en la
Alta Sierra ” se rueda en 1962,
prácticamente al alimón con “El hombre
que mató a Liberty Valance”, la obra con la que —para muchos— John Ford dio sepultura al western clásico. Estamos, por
consiguiente, ante un western que se
sitúa —cronológicamente— en un momento clave dentro de la historia del género.
Y aunque podría haber pasado total y absolutamente desapercibido (“Duelo en la
Alta Sierra ” fue prácticamente el debut de Sam Peckinpah como cineasta en la gran
pantalla y, encima, fracasó en taquilla) lo que no deja lugar a dudas a día de
hoy es que este western —al margen de
su indiscutible calidad— marca un auténtico punto de inflexión, un verdadero
antes y un después, en la historia del género.
Me estoy refiriendo, obviamente, al
nacimiento del western crepuscular. Un subgénero
que a partir de este momento hará hincapié en la vertiente más desmitificadora
del cine del oeste y en la descripción nostálgica y melancólica de unos viejos
tiempos que jamás volverán. Un subgénero
en el que nadie superó a Sam Peckinpah como su más puro y genuino exponente y
en el que —en su fase más embrionaria— dos viejas glorias como Randolph Scott y Joel McCrea pudieron despedirse del cine, por si fuera poco, con la
mejor película de sus respectivas filmografías.
Dicho esto, vayamos a la escena en sí. Una
escena que ha pasado a los anales de la historia del western por derecho propio y que remata de forma emotiva y
espectacular (es, concretamente, la secuencia final) una de mis pelis del oeste
favoritas.
La secuencia arranca con Billy (James Drury), Elder (John Anderson) y Henry Hammond (Warren Oates)
saliendo al encuentro de Gil Westrum
(Randolph Scott) y Steve Judd (Joel McCrea) —atrincherados hasta el momento junto a Elsa Knudsen (Mariette Hartley) y Heck
Longtree (Ron Starr) tras un
pequeño montículo— desde el interior del rancho de Joshua Knudsen (a quien previamente han matado).
Tras mostrarnos a unos y a otros, Peckinpah
opta por ofrecernos un extraordinario plano general picado que se abre maravillosamente hasta meter a Gil y Steve a la
izquierda de la imagen y a los tres hermanos Hammond a la derecha. A partir de
este momento asistiremos a una selección de planos y a una serie de movimientos
y angulaciones de cámara absolutamente magistrales. Pero no sólo eso. No sólo
los planos y los ángulos son sublimes. También lo es el montaje. Y la música de
George Bassman, por supuesto. Con un
corte musical que acentúa el dramatismo del duelo que se avecina y que confiere
al ceremonioso avance de Gil y Steve (los hermanos Hammond prácticamente ni se
mueven) un aire absolutamente épico.
Particularmente, uno de los planos que más
me gustan de esta escena (al margen de ese picado
gran angular comentado anteriormente) es —precisamente— el del travelling en retroceso y ligeramente contrapicado que nos muestra a Gil y a
Steve avanzando con paso firme hacia los hermanos Hammond. Un solemne y
sincronizado recorrido que homenajea a dos hombres de otra época, de otra casta,
de otra raza. Dos hombres cuyo arrojo y honor van más allá de cualquier otra
cosa.
Billy: “¡Anda, viejo, dispara!”
Tras la preceptiva lluvia de balas
(magníficamente rodada y montada, por cierto) el enfrentamiento acaba con los
tres hermanos Hammond muertos y Steve Judd herido de gravedad. Un anticlímax que, lejos de preceder a un
rápido e inmediato final, nos regala una de las conversaciones más bellas y
emotivas de la historia del western.
Dice así:
Steve: “¿Cuánto crees que vale esto? ¿Mil dólares
por tiro recibido?”
Gil: “Sí”
Steve: “Pues esos tipos me han hecho rico, porque
me han acribillado a balazos”
(En este momento Heck y Elsa se acercan
donde están Gil y Steve. Heck también está herido y cojea ostensiblemente)
Steve: “No quiero que los muchachos vean esto.
Continuaré solo”
(Gil les hace un ademán a Heck y Elsa para
que se detengan)
Gil: “No te preocupes, Steve. Yo haré el trabajo
igual que tú lo hubieras hecho”
Steve: “De eso estoy seguro. Lo que siento es que,
en algún lugar del camino, olvidaste que eras mi amigo”
Gil: “Volveremos a vernos”
(Gil se retira y se acerca a Heck y a Elsa.
Entre Gil y Elsa sostienen a Heck y se alejan de Steve. Éste mira hacia las
montañas y, muy lentamente, se desploma y muere)
Como habréis podido comprobar, la amistad
(y su polo opuesto: la deslealtad o amistad traicionada de Gil respecto a Steve
al intentar robar el oro que debían custodiar) es uno de los temas centrales de
la película. Pero no solo de ésta, sino de prácticamente toda la filmografía de
Sam Peckinpah. Y es precisamente ese tratamiento tan profundo de la amistad,
conjuntamente con ese tono crepuscular del que hablábamos anteriormente y ese
hondo respeto a la muerte (la de Steve me recuerda también a la del Sheriff Baker en “Pat Garrett y Billy el niño”), algunos de los ejes que convierten “Duelo
en la Alta Sierra” en un western de referencia tanto en la obra de Peckinpah
como en el conjunto de la historia del género. Si a eso le añadimos la
extraordinaria y ya comentada planificación de la secuencia, la espléndida
fotografía de Lucien Ballard y la
mítica frase que encabeza mi spoiler
convendréis conmigo en que esta escena vale mucho más —sin lugar a dudas— que
todo el oro habido y por haber de la Alta Sierra ¿Me equivoco?
[Spoiler dedicado a mi peckinpahiano amigo Seve Ferrón]
[Spoiler dedicado a mi peckinpahiano amigo Seve Ferrón]
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