Atrapado
por su pasado (Carlito’s way)
Estados
Unidos, 1993
Director:
Brian De Palma
Guión:
David Koepp. Basado en una obra de Edwin Torres
Fotografía:
Stephen H. Burum
Música:
Patrick Doyle
Intérpretes:
Al
Pacino (Carlito)
Sean
Penn (Kleinfeld)
Penelope
Ann Miller (Gail)
John
Leguizamo (Benny Blanco)
Ingrid
Rogers (Steffie)
Luís
Guzmán (Pachanga)
James
Rebhorn (Norwalk)
Viggo Mortensen (Lalin)
Joseph
Siravo (Vinnie Taglialucci)
Frank
Minucci (Tony Taglialucci)
SINOPSIS: Carlito Brigante es un antiguo
traficante de drogas puertorriqueño que sale de prisión tras cinco años de
condena totalmente dispuesto a dejar sus antiguos negocios y a llevar a cabo
una vida tranquila y honrada. Gracias a un viejo amigo, un abogado cocainómano
llamado Kleinfeld, Carlito consigue
hacerse con las riendas de un club nocturno e intenta, a su vez, retomar su
relación con Gail, su exnovia.
Seguir el buen camino, no obstante, no parece tarea fácil cuando procedes del
mundo del crimen.
Naturalmente, Brian De Palma no es un cineasta que podamos situar al mismo nivel
que colegas suyos de generación como Scorsese,
Coppola o Spielberg. Aún así, De Palma es —sin lugar a dudas— un gran
director de cine. Y como gran director cuenta en su haber —a mi juicio— con dos
o tres pelis que hasta me atrevería a catalogar como obras maestras. De todas
ellas “Carlito’s way” es, de largo,
mi favorita. No tan sólo por su innegable poderío visual (marca de la casa De Palma) sino porque si hay una peli de gangsters que pueda codearse tranquilamente
con obras maestras de la talla de “El
Padrino” I y II (Francis Ford
Coppola, 1972-1974), “Uno de los
nuestros” (Martin Scorsese, 1990)
o “Érase una vez en América” (Sergio Leone, 1984) ésa es,
indudablemente, “Carlito’s way”. Un extraordinario y fatídico thriller que alberga en su seno una
deliciosa historia de amor y que cuenta, por si fuera poco, con algunas de las
mejores escenas de toda la filmografía del controvertido De Palma.
Y aquí quería llegar. Al gran talento visual
de De Palma. A su virtuosismo técnico. A ese particular e inconfundible estilo
suyo, tan excesivo y barroco como profundamente lírico y conmovedor. Y aunque
de grandes secuencias “Carlito’s way” va bien provista (la de los billares, la
de Carlito bajo la lluvia observando a Gail o la de la estación serían magníficos
ejemplos), he decidido decantarme por la escena previa a los títulos de crédito
finales porque cuando virtuosismo y emoción consiguen darse la mano, cuando una
secuencia te alcanza el cerebro y el corazón de forma tan simultánea y
poderosa, es cuando un servidor no puede hacer otra cosa que quitarse el
sombrero, hincarse de rodillas e intentar explicar como buenamente sabe o puede
por qué un pequeño fragmento de cine así ha conseguido instalarse
definitivamente en su catálogo de imágenes para el recuerdo.
Así pues, situémonos. Hacia el final de la película Carlito
Brigante (Al Pacino) yace en el suelo gravemente herido por un disparo
cuando intentaba subirse al tren. De hecho, la película acaba exactamente de la
misma manera como empieza, cerrándose así un círculo que arranca con uno de los flashbacks más
bellos y melancólicos de la historia del cine. Y es que aunque sepamos de
inicio que Carlito va a morir, que Carlito jamás logrará cumplir su sueño de
escapar junto a su novia a una isla y vivir en ese particular paraíso terrenal
vendiendo coches, ello no impide que cuando lleguemos a ese momento concreto
(el de su agonía) no nos embargue una sensación de tristeza y desolación
absolutamente irreprimible. Una sensación que penetra en lo más profundo de
nuestro ser a través de la espléndida fotografía de Stephen H. Burum (“La
ley de la calle”, “Los intocables de Elliott Ness”) y
del acompañamiento musical de Patrick Doyle (“Sentido y
sensibilidad”, “Donnie Brasco”) pero que logra conmovernos aún más, si
cabe, gracias a las reflexiones en off del propio Carlito mientras
los servicios de emergencias lo trasladan al hospital.
Carlito: “Lo siento, muchachos. Ni todos los puntos del mundo podrían volverme a
coser. Acuéstate. Acuéstate. Me velarán en la Funeraria Fernández
de la Calle
109. Siempre supe que acabaría allí... pero mucho más tarde de lo que pensaba
mucha gente. El último morriqueño. Bueno, tal vez no el último. Gail será una
buena madre. Un nuevo y mejorado Carlito Brigante. Espero que use el dinero
para largarse. No hay sitio en esta ciudad para corazones tan grandes como el
suyo. Lo siento, nena. Hice todo lo que pude. De veras. Pero no puedes hacer
este viaje conmigo. Siento el estremecimiento. Pidan la última copa. El bar va
a cerrar. Ya ha salido el sol ¿Dónde vamos a desayunar? No quiero ir lejos. Ha
sido una noche dura. Estoy cansado, nena. Cansado”
Pero retornemos a las imágenes. La escena empieza con un magistral
movimiento de cámara que nos muestra, de inicio, el plano contrapicado de unos fluorescentes. Lentamente, la cámara va
descendiendo hasta que llega a la altura de los ojos de unos policías. Acto
seguido, la cámara va rotando 180 grados hacia la izquierda hasta que los
policías y la propia Gail (Penelope Ann Miller) quedan totalmente vueltos
del revés. La acrobacia visual culmina con una leve ascensión que sitúa la
cámara (ya fija) frente al rostro de Carlito, a quien los servicios de
emergencia trasladan en una camilla.
En este momento, precisamente, es cuando empieza a oírse la voz en off de Carlito “recitando” el monólogo
que acabamos de leer.
Lo que vendría a ser el típico plano
secuencia marca de la casa De
Palma se ve abortado, sin embargo, con el plano de un anuncio de neón en la
misma estación en la que se halla Brigante que reza “Escape To Paradise” y que simboliza ese retiro dorado tan ansiado
por Carlito. Se trata de un cartel que muestra una paradisíaca playa con una
gran palmera, una deslumbrante puesta de sol de fondo y una chica que baila
junto a unos músicos de apariencia caribeña. La chica, obviamente, es Gail. Y
mientras la escena va alternando planos del rostro de Carlito con los del
cartel, el monólogo prosigue. La cámara, por su parte, va acercándose
progresivamente al rostro de Carlito y al anuncio de neón a través de un
pausado zoom hasta que, de pronto,
las letras del cartel desaparecen y la chica empieza a bailar al son de una
música que no oímos pero que intuimos perfectamente. El monólogo, por otro
lado, acaba con un primerísimo primer plano a
lo Leone de los ya vitriólicos y entornados ojos de Carlito breves
instantes antes de cerrarlos definitivamente. A continuación, un último plano
del cartel animado deja paso a los
títulos de crédito finales.
Poco más se me ocurre añadir a una escena que culmina de forma
impecable una película que tiene tanto nervio como sensibilidad y que constata
a Brian De Palma, sin lugar a dudas, como un hombre de cine. Como un hombre al
que le gusta expresarse a través de imágenes de gran belleza e impacto visual.
En este caso, las de un hombre a punto de morir. Un hombre que quiso redimirse
y no pudo. O no supo. Un hombre que se hubiera conformado con retirarse a un
pequeño y apartado paraíso para ganarse la vida (o aparentar ganársela) sencillamente
vendiendo coches. Con su novia, por supuesto. Pero no, no pudo ser. Porque
aunque hayas pasado unos años en la trena,
el mundo del hampa siempre te pide un último trabajito. Un último trabajito
antes de dejar la mala vida y reinsertarte en la sociedad como un tipo honrado
y formal. Un último trabajito que, en este mundo fatídico y cruel, suele
acarrear —por
desgracia— imprevisibles consecuencias. En fin, ved la
película. Entera. Y empapaos de su tristeza, de su fatalidad, de su
romanticismo. Solo así paladearéis al máximo esta soberbia escena y solo así
entenderéis —quizás—
por qué me tiene absolutamente embrujado.
Excelente. Coincido al 100%. La escena final con títulos de crédito incluidos me parece grandiosa, la he visto y utilizado infinidad de veces.
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