El más valiente
entre mil (Will Penny)
Estados Unidos, 1967
Director: Tom Gries
Guión: Tom Gries
Fotografía: Lucien Ballard
Música: David Raksin
Intérpretes:
Charlton Heston (Will Penny)
Joan Hackett (Catherine Allen)
Donald Pleasence (Preacher Quint)
Lee Majors (Blue)
Bruce Dern (Rafe Quint)
Ben Johnson (Alex)
Slim Pickens (Ike Walsterstein)
SINOPSIS: Will Penny es un veterano vaquero encargado de vigilar las lindes
de Flat Iron, un gran rancho en las
montañas. Un buen día, al regresar a su cabaña, descubre refugiados en su
interior a Catherine y su hijo Horace. Sin valor para echarles en
pleno y crudo invierno, Will accede a compartir la cabaña con ellos. Un viejo
predicador y sus hijos, sin embargo, no dejarán de importunarles.
“Will Penny” es, sin lugar a dudas, una peli a
caballo entre el western clásico y el
crepuscular. Y si más me apuráis, entre el concepto de western de Anthony Mann
y el de Sam Peckinpah. O lo que es
lo mismo: entre la trascendencia de la naturaleza y la poética del ocaso. Pero
si hay algo que me atrae sobremanera de la peli de Tom Gries (“100 rifles”,
“Nevada Express”) es, sobre todo,
ese tono íntimo e introspectivo que destila “Will Penny” por los cuatro costados.
Precisamente por eso he decidido escoger como spoiler la última escena de la peli.
Porque el tête à tête interpretativo
entre Will Penny (Charlton Heston) y Catherine Allen (Joan
Hackett) me parece francamente magistral y porque muy pocas veces en un western seremos testigos directos de un
desnudo emocional tan profundo y sincero.
Recordemos que Will Penny es un vaquero maduro de casi 50
años rudo, analfabeto, sin familia y sin un centavo. Un auténtico paria de la vida que siempre ha ido
transportando ganado de aquí para allá sin otro propósito que el de ganar unos
dólares para poder comer y echar un trago y un polvo de vez en cuando. Sin embargo, Will Penny es un hombre de
buen corazón. Lo constatamos cuando al principio de la película le cede su
puesto de trabajo a un compañero más necesitado, cuando les salva el pellejo a Blue (Lee Majors) y a Dutchy (Anthony Zerbe) en el primer tiroteo contra el predicador Quint (Donald Pleasence) y sus hijos o cuando permite quedarse a pasar el
invierno en su cabaña de vigilante a Catherine y a su hijo Horace (Jon Gries, hijo
del director).
Lo que jamás se hubiera imaginado el viejo Will es que
acabaría enamorándose hasta las trancas de Catherine. La mujer que lo cura, lo
cuida, lo mima y le proporciona el cariño y la calidez que jamás nadie le dio.
Y no sólo Catherine. También le proporciona amor y admiración Horace, el hijo
que nunca tuvo y nunca tendrá. Y digo que nunca tendrá porque, para nuestro
protagonista, ese crudo y frío invierno en la cabaña junto a Catherine y Horace
es, en realidad, una especie de espejismo, de quimera, de ilusión. Algo que Will
se resiste a aceptar. Y no porque no lo quiera. Se resiste a aceptarlo porque
Will, el más valiente entre mil (aquí
sí me permito la licencia de utilizar este burdo y casi ridículo título), está total
y absolutamente aterrorizado. Porque ama tanto a Catherine y a Horace que no
quiere defraudarles, que no quiere fallarles. Y es precisamente esa enorme y
sacrificada renuncia la que conmueve al espectador hasta el tuétano. Pero
bueno, quizás mejor que leáis y recordéis vosotros mismos ese magnífico diálogo
entre ambos. Entre Will y Catherine. Un diálogo maduro, sincero, profundo. El
de dos almas que se desnudan frente a frente sin artificios, sin ñoñerías, sin concesiones. Un diálogo
que unido a las extraordinarias y contenidas interpretaciones de Charlton
Heston —un actor no demasiado proclive a este tipo de papeles— y de la
malograda Joan Hackett —una buena actriz (“El
grupo”, “Solo cuando me río”)
que, desgraciadamente, murió demasiado joven— hacen de esta escena una de las
más íntimas y emotivas de la historia del western.
Catherine:
“¿Qué
ha pasado?”
Will: “Alex
ha hecho lo que haría un capataz. Tiene razón. Quiere que os vayáis al pueblo”
Catherine:
“¿Vendrás
con nosotros? ¿Quieres que te esperemos mientras trabajas durante el invierno?”
Will: “No
me voy a quedar”
Catherine:
“¿Podemos
ir contigo?”
Will: “Cath...
¡Diablos, aún estás casada!”
Catherine:
“¿Disculpa?”
Will: “Tienes
marido”
Catherine:
“Nunca
ha sido un matrimonio. No notaría si nunca apareciese. Excepto por el trabajo. Has
sido más un padre para Horace de lo que jamás lo ha sido Reuben. Ése no es el
problema ¿verdad, Will? Will ¿qué pasa?”
Will: “Todo
ha pasado muy rápido. Demasiado”
Catherine:
“Will...
Antes de casarme con Reuben, tuve dos años para pensármelo. Todo ese tiempo no
me valió para nada. Tengo unos minutos y estoy segura. Estoy totalmente segura”
Will: “Tengo
casi 50 años”
Catherine:
“Lo
sé”
Will: “¿Qué
íbamos a hacer?”
Catherine:
“Por
esta zona hay muchas granjas. Will... Antes... cuando hablamos ¿qué pensaste
que haríamos?”
Will: “No
lo sé, yo... La verdad es que no me lo había planteado”
Catherine:
“Will…
¿me amas?”
Will: “¿Qué
sé yo sobre el amor?”
Catherine:
“¿Amor?
Podrías llamarlo así y más”
Will: “Nunca
me había sentido así hacia nadie. Os quiero a ti y al pequeño, pero...”
Catherine:
“¿Pero?”
Will: “Se
tardan muchos años en criar una manada. Soy muy viejo para eso”
Catherine:
“¡Una
granja! Empezaríamos con un par de vacas”
Will: “En
enero tendría que cuidar de ti, del pequeño y del ganado...”
Catherine:
“Podemos
ser granjeros”
Will: “No
sé nada de granjas”
Catherine:
“Yo
sí”
Will: “Cath,
soy un vaquero. Lo he sido durante toda mi vida”
Catherine:
“¿Tienes
miedo?”
Will: “Sí,
mucho miedo. Ya te he dicho que siempre he vivido de una manera ¿Qué iba a
hacer? ¿Manteneros con un par de vacas? ¿Qué podríamos hacer?”
Catherine:
“¿Querernos?”
Will: “Diablos...
No sabes lo duro que es mantener un rancho. Imagina que se me congela un pie o
me rompo una mano. Moriríamos de hambre ¿El amor soportaría eso?”
Catherine:
“Se
supone que sí, ¿no?”
Will: “Te
quiero más de lo que jamás podré amar a nadie. He visto cómo debería ser la
vida. Pero es demasiado tarde, Cath. Demasiado tarde para mí. No te convengo. Os
deseo suerte. Lo digo de corazón. Quiero a ese chico”
En este
momento, Will sale de la cabaña, se dirige hacia el capataz y sus hombres,
monta su caballo y se va con ellos. Unos metros más adelante, sin embargo,
vuelve su mirada hacia Catherine y Horace por última vez. Las similitudes con
la secuencia final de “Raíces profundas”
son más que evidentes.
Will: “¿Vamos
a por esos 50 dólares? Dejo el trabajo, Alex. No podría seguir trabajando aquí.
Si me debes algo de dinero, dáselo a la Sra. Allen y al chico”
Horace: “¿Va
a volver, mamá? ¿Va a volver?”
Catherine:
“Dile
adiós, Horace. Despídete”
Horace: “Adiós,
Will. Adiós, Will. Adiós”
Y poco
más. Tan solo añadir que la escena transcurre en el interior de una cabaña, que
técnicamente no es nada del otro jueves (plano/contraplano de uno y del otro
combinados con planos medios de ambos) y que quizás lo más destacable sean —amén de las interpretaciones y el
diálogo— los magníficos primeros planos de Heston y Hackett. Silencios y
miradas que dicen tanto o más que sus propias palabras.
Otro apartado que no me gustaría obviar es el de la
fotografía de todo un grande como Lucien
Ballard (“Grupo salvaje”, “Atraco perfecto”). Un operador que
sabe sacar tanto partido de los exteriores como de los interiores y que además,
en este caso, juega con la expresiva semipenumbra de la cabaña de forma
magistral. En fin, que cuando todos los elementos de una escena funcionan con
la precisión de un reloj suizo, el resultado no suele fallar. Y aquí no es que
no falle. Es que el resultado es soberbio.
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