dimarts, 19 de desembre del 2017

“ES DEMASIADO TARDE, CATH” (El más valiente entre mil, 1967. Tom Gries)


El más valiente entre mil (Will Penny)

Estados Unidos, 1967

Director: Tom Gries

Guión: Tom Gries

Fotografía: Lucien Ballard

Música: David Raksin

Intérpretes:

Charlton Heston (Will Penny)
Joan Hackett (Catherine Allen)
Donald Pleasence (Preacher Quint)
Lee Majors (Blue)
Bruce Dern (Rafe Quint)
Ben Johnson (Alex)
Slim Pickens (Ike Walsterstein)
Clifton James (Catron)

SINOPSIS: Will Penny es un veterano vaquero encargado de vigilar las lindes de Flat Iron, un gran rancho en las montañas. Un buen día, al regresar a su cabaña, descubre refugiados en su interior a Catherine y su hijo Horace. Sin valor para echarles en pleno y crudo invierno, Will accede a compartir la cabaña con ellos. Un viejo predicador y sus hijos, sin embargo, no dejarán de importunarles.



“Will Penny” es, sin lugar a dudas, una peli a caballo entre el western clásico y el crepuscular. Y si más me apuráis, entre el concepto de western de Anthony Mann y el de Sam Peckinpah. O lo que es lo mismo: entre la trascendencia de la naturaleza y la poética del ocaso. Pero si hay algo que me atrae sobremanera de la peli de Tom Gries (“100 rifles”, “Nevada Express”) es, sobre todo, ese tono íntimo e introspectivo que destila “Will Penny” por los cuatro costados.  

Precisamente por eso he decidido escoger como spoiler la última escena de la peli. Porque el tête à tête interpretativo entre Will Penny (Charlton Heston) y Catherine Allen (Joan Hackett) me parece francamente magistral y porque muy pocas veces en un western seremos testigos directos de un desnudo emocional tan profundo y sincero.



Recordemos que Will Penny es un vaquero maduro de casi 50 años rudo, analfabeto, sin familia y sin un centavo. Un auténtico paria de la vida que siempre ha ido transportando ganado de aquí para allá sin otro propósito que el de ganar unos dólares para poder comer y echar un trago y un polvo de vez en cuando. Sin embargo, Will Penny es un hombre de buen corazón. Lo constatamos cuando al principio de la película le cede su puesto de trabajo a un compañero más necesitado, cuando les salva el pellejo a Blue (Lee Majors) y a Dutchy (Anthony Zerbe) en el primer tiroteo contra el predicador Quint (Donald Pleasence) y sus hijos o cuando permite quedarse a pasar el invierno en su cabaña de vigilante a Catherine y a su hijo Horace (Jon Gries, hijo del director).



Lo que jamás se hubiera imaginado el viejo Will es que acabaría enamorándose hasta las trancas de Catherine. La mujer que lo cura, lo cuida, lo mima y le proporciona el cariño y la calidez que jamás nadie le dio. Y no sólo Catherine. También le proporciona amor y admiración Horace, el hijo que nunca tuvo y nunca tendrá. Y digo que nunca tendrá porque, para nuestro protagonista, ese crudo y frío invierno en la cabaña junto a Catherine y Horace es, en realidad, una especie de espejismo, de quimera, de ilusión. Algo que Will se resiste a aceptar. Y no porque no lo quiera. Se resiste a aceptarlo porque Will, el más valiente entre mil (aquí sí me permito la licencia de utilizar este burdo y casi ridículo título), está total y absolutamente aterrorizado. Porque ama tanto a Catherine y a Horace que no quiere defraudarles, que no quiere fallarles. Y es precisamente esa enorme y sacrificada renuncia la que conmueve al espectador hasta el tuétano. Pero bueno, quizás mejor que leáis y recordéis vosotros mismos ese magnífico diálogo entre ambos. Entre Will y Catherine. Un diálogo maduro, sincero, profundo. El de dos almas que se desnudan frente a frente sin artificios, sin ñoñerías, sin concesiones. Un diálogo que unido a las extraordinarias y contenidas interpretaciones de Charlton Heston —un actor no demasiado proclive a este tipo de papeles— y de la malograda Joan Hackett —una buena actriz (“El grupo”, “Solo cuando me río”) que, desgraciadamente, murió demasiado joven— hacen de esta escena una de las más íntimas y emotivas de la historia del western.  



Catherine: “¿Qué ha pasado?”

Will: “Alex ha hecho lo que haría un capataz. Tiene razón. Quiere que os vayáis al pueblo”

Catherine: “¿Vendrás con nosotros? ¿Quieres que te esperemos mientras trabajas durante el invierno?”

Will: “No me voy a quedar”

Catherine: “¿Podemos ir contigo?”

Will: “Cath... ¡Diablos, aún estás casada!”

Catherine: “¿Disculpa?”

Will: “Tienes marido”

Catherine: “Nunca ha sido un matrimonio. No notaría si nunca apareciese. Excepto por el trabajo. Has sido más un padre para Horace de lo que jamás lo ha sido Reuben. Ése no es el problema ¿verdad, Will? Will ¿qué pasa?”

Will: “Todo ha pasado muy rápido. Demasiado”

Catherine: “Will... Antes de casarme con Reuben, tuve dos años para pensármelo. Todo ese tiempo no me valió para nada. Tengo unos minutos y estoy segura. Estoy totalmente segura”

Will: “Tengo casi 50 años”





Catherine: “Lo sé”

Will: “¿Qué íbamos a hacer?”

Catherine: “Por esta zona hay muchas granjas. Will... Antes... cuando hablamos ¿qué pensaste que haríamos?”

Will: “No lo sé, yo... La verdad es que no me lo había planteado”

Catherine: “Will… ¿me amas?”

Will: “¿Qué sé yo sobre el amor?”

Catherine: “¿Amor? Podrías llamarlo así y más”

Will: “Nunca me había sentido así hacia nadie. Os quiero a ti y al pequeño, pero...”

Catherine: “¿Pero?”

Will: “Se tardan muchos años en criar una manada. Soy muy viejo para eso”

Catherine: “¡Una granja! Empezaríamos con un par de vacas”

Will: “En enero tendría que cuidar de ti, del pequeño y del ganado...”

Catherine: “Podemos ser granjeros”

Will: “No sé nada de granjas”

Catherine: “Yo sí”

Will: “Cath, soy un vaquero. Lo he sido durante toda mi vida”

Catherine: “¿Tienes miedo?”



Will: “Sí, mucho miedo. Ya te he dicho que siempre he vivido de una manera ¿Qué iba a hacer? ¿Manteneros con un par de vacas? ¿Qué podríamos hacer?”

Catherine: “¿Querernos?”



Will: “Diablos... No sabes lo duro que es mantener un rancho. Imagina que se me congela un pie o me rompo una mano. Moriríamos de hambre ¿El amor soportaría eso?”

Catherine: “Se supone que sí, ¿no?”

Will: “Te quiero más de lo que jamás podré amar a nadie. He visto cómo debería ser la vida. Pero es demasiado tarde, Cath. Demasiado tarde para mí. No te convengo. Os deseo suerte. Lo digo de corazón. Quiero a ese chico”

En este momento, Will sale de la cabaña, se dirige hacia el capataz y sus hombres, monta su caballo y se va con ellos. Unos metros más adelante, sin embargo, vuelve su mirada hacia Catherine y Horace por última vez. Las similitudes con la secuencia final de “Raíces profundas” son más que evidentes.





Will: “¿Vamos a por esos 50 dólares? Dejo el trabajo, Alex. No podría seguir trabajando aquí. Si me debes algo de dinero, dáselo a la Sra. Allen y al chico”

Horace: “¿Va a volver, mamá? ¿Va a volver?”

Catherine: “Dile adiós, Horace. Despídete”

Horace: “Adiós, Will. Adiós, Will. Adiós”





Y poco más. Tan solo añadir que la escena transcurre en el interior de una cabaña, que técnicamente no es nada del otro jueves (plano/contraplano de uno y del otro combinados con planos medios de ambos) y que quizás lo más destacable sean —amén de las interpretaciones y el diálogo— los magníficos primeros planos de Heston y Hackett. Silencios y miradas que dicen tanto o más que sus propias palabras.

Otro apartado que no me gustaría obviar es el de la fotografía de todo un grande como Lucien Ballard (“Grupo salvaje”, “Atraco perfecto”). Un operador que sabe sacar tanto partido de los exteriores como de los interiores y que además, en este caso, juega con la expresiva semipenumbra de la cabaña de forma magistral. En fin, que cuando todos los elementos de una escena funcionan con la precisión de un reloj suizo, el resultado no suele fallar. Y aquí no es que no falle. Es que el resultado es soberbio. 

Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada