dimecres, 27 d’abril del 2016

“MIÉNTEME. DIME QUE TODOS ESTOS AÑOS ME HAS ESTADO ESPERANDO” (Johnny Guitar, 1954. Nicholas Ray)



Johnny Guitar (Johnny Guitar)

Estados Unidos, 1954

Director: Nicholas Ray

Guión: Philip Yordan (basado en la novela de Roy Chanslor)

Fotografía: Harry Stradling Sr.

Música: Victor Young y Peggy Lee

Intérpretes:

Joan Crawford (Vienna)
Sterling Hayden (Johnny Guitar Logan)
Mercedes McCambridge (Emma Small)
Scott Brady (Dancin’ Kid)
Ward Bond (John McIvers)
Ben Cooper (Turkey Ralston)
Ernest Borgnine (Bart Lonergan)
John Carradine (Old Tom)

SINOPSISJohnny Guitar Logan, un antiguo pistolero que desea cambiar de vida, llega al Vienna’s Saloon dispuesto a ofrecer sus servicios como guitarrista. Instalado a las afueras de un pequeño pueblo de Arizona, en medio de la nada, el Vienna’s Saloon es una casa de juegos propiedad de Vienna, un antiguo amor de Johnny. Simultáneamente, una diligencia es asaltada por unos forajidos que matan al hermano de Emma Small, la influyente y psicótica propietaria de un rancho cercano. Emma acusa injustamente a Dancin’ Kid y sus hombres, un grupo de exmineros, del asalto y el asesinato de su hermano porque no puede soportar que Dancin’ Kid prefiera a Vienna antes que a ella. Cuando el exminero y su banda roban el banco local, Emma implicará a Vienna en el asalto y organizará una batida para detenerles y ahorcarles. Johnny, sin embargo, intentará impedirlo.  



“Johnny Guitar” se le pueden achacar muchas cosas. Que Joan Crawford sobreactúa. Que ese colorido chillón para nada pega en una peli del oeste. Que los decorados son kitsch. Que su guión está plagado de incoherencias. Pero si en algo creo que estará de acuerdo todo el mundo (espectadores, críticos, cinéfilos, mitómanos y demás) es que “Miénteme”, la secuencia que hoy os voy a destripar a fondo, es una escena absolutamente magistral.

Y aunque lo fácil sería decir que con unos buenos diálogos y la música adecuada construir una escena como ésta debería ser poco menos que coser y cantar, no voy a hacerlo. No voy a hacerlo porque no es cierto. Porque para que una escena como ésta funcione y tenga tal efecto que consiga pasar a la memoria colectiva de generaciones y generaciones de cinéfilos se requiere, naturalmente, una preparación previa. Porque antes de llegar a este punto Nicholas Ray ya nos ha dejado bien claro que no estamos ante un western convencional. Que aquí las que mandan son ellas. Que entre Vienna (Joan Crawford) y Johnny (Sterling Hayden) hay una historia anterior —un romance— que fracasó. Que ambos son almas heridas, desencantadas, frustradas. Pero, como siempre, el amor acostumbra a obrar milagros. Y es —precisamente— en ese exiguo resquicio de esperanza en el que Vienna y Johnny deciden quemar un último cartucho. Un último cartucho que queda reflejado en una de las secuencias más románticas de la historia del cine. Una escena —y ahora sí— con unos diálogos memorables. Con una canción conmovedora. Y con unas interpretaciones, obviamente, impecables.



Pero dejémonos de monsergas y vayamos al grano. A la escena, vaya. Una secuencia que empieza, de noche, con Vienna descendiendo —lenta y parsimoniosamente— las escaleras que van desde su dormitorio al salón de juegos que regenta. Ataviada, tan sólo, con un sensual negligé morado y una especie de capa oscura a juego que le protege hombros y espalda. Una Vienna que dirige su mirada a la ruleta, la hace rodar y sonríe levantando levemente la cabeza. Decidida, tal vez, a jugarse el todo por el todo en su particular partida amorosa con Johnny.

Y así, mientras Vienna se dirige a la cocina —una pequeña habitación o trastienda contigua al salón de juegos— un primer plano de Johnny sentado con un vaso de whisky en la mano y la mirada ausente nos informa que Vienna, efectivamente, no está sola.



El siguiente plano es, ya, un plano mítico. El de Johnny sentado con el vaso de whisky en la mano y la mirada ausente y Vienna contemplándole —con cierto aire condescendiente— desde la ventana pasa-platos que comunica la cocina con el salón de juegos. Se trata de un plano con luz tenue, muy íntima, en el que los colores que más destacan (extraordinaria, por cierto, la fotografía de Harry Stradling Sr.) son los de las vestimentas de ambos protagonistas. Mostaza en la chaqueta de él y morado —como ya hemos dicho antes— en el sensual negligé de ella. Dos colores que simbolizan, a mi modo de ver y entender las cosas, el escepticismo de Johnny y el ímpetu y la pasión de Vienna. Y es en este preciso momento en el cual se inicia el legendario diálogo de Philip Yordan (Ben Maddow) que vertebra esta secuencia. Un diálogo que reposa sobre la mítica y estremecedora banda sonora de Victor Young y Peggy Lee y que —alternando planos de él, de ella y generales— dice así:


Vienna: “¿Se divierte Sr. Logan?”

Johnny: “No podía dormir”

Vienna: “¿Y eso le ayuda?”

Johnny: “La noche pasa más deprisa ¿Por qué estás despierta?”

Vienna: “Sueños. Pesadillas”

Johnny: “Yo a veces también los tengo. Con esto los ahuyentarás”

Vienna: “Ya lo he probado. No me ayudó demasiado”

Johnny: “¿A cuántos hombres has olvidado?”




(En este momento es cuando Vienna se aparta de la ventana pasa-platos y entra a la cocina)

Vienna: “A tantos como mujeres tú recuerdas”



(Y tras esta frase es cuando Johnny se levanta bruscamente de la silla y se sitúa frente a Vienna. La conversación se desarrolla, a partir de este momento, a través de la habitual sucesión de plano-contraplano. A destacar, sobre todo, las miradas de uno y de otro. Mientras la de Johnny es la de un hombre derrotado, arrepentido… casi casi la de un cordero degollado, la mirada de Vienna es dura, incisiva, desafiante. Una de esas miradas que solo actrices como Joan Crawford son capaces de materializar de forma absolutamente espontánea. Sin necesidad de fruncir el ceño ni torcer el gesto. Simplemente, con la expresividad natural de unos ojos que hablan por sí solos. Pero tan importante como el intercambio de miradas y la información que de ellas extraemos es el tono. Un tono entre cínico e irónico mediante el cual ese nuevo acercamiento, ese juego de seducción, se nos muestra tremendamente excitante, tremendamente sofisticado, tremendamente sutil. Y por eso, precisamente, considero esta magnífica línea de diálogo como innegable heredera de los mejores diálogos de cine negro de los años 40. A mi, particularmente, me recuerda mucho a las puyitas verbales entre Humphrey Bogart y Lauren Bacall, por ejemplo. Naturalmente, no estamos ante una conversación frívola o picarona. De hecho, estamos ante una de las declaraciones de amor más tristes, amargas y a la vez hermosas de la historia del cine. Una declaración llena de reproches, de resentimiento, de dolor, de auténticas puñaladas emocionales. Una declaración tan atípica como mágica, hipnótica y fascinante. Y repito: no todo lo que nos emociona hasta lo más hondo procede solamente de las frases que pronuncian Vienna y Johnny. Lo que nos emociona hasta lo más profundo de nuestro ser es, a mi juicio, la sabia combinación de elementos que nos propone Ray: el susodicho diálogo, la iluminación (esa luz cálida e intimista que contrasta con el aura que ilumina los primeros planos de Joan Crawford), el simbolismo cromático, la música, los planos… Una amalgama de ingredientes perfectamente equilibrados que cristalizan, en definitiva, en una escena sobre la cual nunca se habrá hablado lo suficiente)



Johnny: “¡No te vayas!”

Vienna: “No me he movido”

Johnny: “Dime algo bonito”

Vienna: “Claro ¿Qué quieres que te diga?”

Johnny: “Miénteme. Dime que todos estos años me has estado esperando. Dímelo”

Vienna: “Todos estos años te he estado esperando”

Johnny: “Dime que te habrías muerto si no hubiera regresado”

Vienna: “Me habría muerto si no hubieses regresado”

Johnny: “Dime que aún me quieres como yo te quiero a ti”

Vienna: “Aún te quiero como tú a mí”

Johnny: “Gracias. Muchas gracias”



(La reacción de Vienna, sin embargo, no se hace esperar. E inmediatamente después de la famosa humillación que se autoinflige Johnny, nuestra protagonista explota y deja ir toda su ira y rencor contenidos hasta el momento, arrebatándole el vaso de whisky a su amado y lanzándolo al suelo violentamente. La conversación que viene a continuación deja de lado ironías y dobles lecturas y se endurece ostensiblemente. Mientras Vienna hurga en la herida, Johnny parece querer correr un tupido velo y empezar de cero)




Vienna: “¡Deja de compadecerte! ¿Crees que lo has pasado mal? Yo no encontré el local. Lo construí ¿Cómo crees que pude hacerlo?”

Johnny: “No quiero saberlo”

Vienna: “Pues yo sí quiero que lo sepas. Por cada tabla, tablón y viga de este local…”

Johnny: “¡Ya tengo suficiente!”

Vienna: “¡No, vas a escucharme!”

Johnny: “Ya te he dicho que no quiero saber más”

Vienna: “No conseguirás callarme, Johnny. Nunca más. Antes me habría arrastrado a tus pies para estar a tu lado. Te buscaba en cada hombre que conocía”

Johnny: “Mira, Vienna, has dicho que has tenido una pesadilla. Los dos la hemos tenido, pero ha terminado”

Vienna: “Para mí, no”

Johnny: “Es como hace cinco años. No ha pasado nada en este tiempo”

Vienna: “¡Ojalá!”

Johnny: “¡Nada! No tienes nada que decirme porque no es real. Sólo tú y yo somos reales. Tomamos una copa en el bar del Hotel Aurora. La banda está tocando. Celebramos que nos casamos. Y después de la boda, salimos del hotel y nos vamos. Así que ríe, Vienna, sé feliz. Es el día de tu boda”

Vienna: “Te he esperado, Johnny ¿Por qué has tardado tanto?”



Y como no podía ser de otro modo, después de la tormenta viene la calma. La reconciliación definitiva. Y aunque Vienna es una mujer fuerte, dura, curtida en mil y un contratiempos, desengaños y dificultades, al final acaba sucumbiendo nuevamente al amor que aún siente y, que nunca ha dejado de sentir, por Johnny. La última frase, sin lugar a dudas, lo sintetiza todo a la perfección. Y es que el amor, como siempre, lo puede todo.



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