Rio
Bravo (Rio Bravo)
Estados
Unidos, 1959
Director: Howard Hawks
Guión: Leight Brackett y Jules Furthman. Basado en una obra de B.H. McCampbell
Fotografía:
Russell Harlan
Música:
Dimitri Tiomkin
Intérpretes:
John
Wayne (Sheriff John T. Chance)
Dean
Martin (Dude)
Ricky
Nelson (Colorado Ryan)
Angie Dickinson (Feathers)
Walter Brennan (Stumpy)
Ward Bond (Pat Wheeler)
John Russell (Nathan Burdette)
Claude
Akins (Joe Burdette)
SINOPSIS:
En
Rio Bravo, una población de Texas
cercana a la frontera mejicana y perteneciente al Condado de Presidio, el sheriff
John T. Chance detiene a Joe Burdette por asesinato. Con el
propósito de asaltar la oficina del sheriff y liberarlo, su hermano (un rico
terrateniente llamado Nathan Burdette),
contratará a un numeroso grupo de pistoleros. Para impedirlo, Chance tan sólo
contará con la ayuda de Dude, un
amigo alcohólico, y de Stumpy, un
viejo tullido. A ellos se les unirá Colorado,
un joven y hábil pistolero. Encerrados en la oficina, esperarán a que llegue la
autoridad estatal para llevarse al detenido. Mientras, no obstante, aparecerá Feathers, una atractiva ex bailarina y
jugadora de póker profesional por la que Chance se sentirá inmediatamente atraído.
Según dicen, tanta fue la aversión que les
produjo a Howard Hawks y a John Wayne el estreno de “Solo ante el peligro” (Fred Zinneman, 1952) que ninguno de los
dos quedó tranquilo hasta que tuvieron ocasión de poder materializar su tremendo
rechazo a esta peli de algún modo u otro. Como podréis deducir, la pertinente y
contumaz respuesta al film de Zinneman fue “Río
Bravo”, un western que —a diferencia de “Solo ante el peligro”— conseguiría
reflejar de forma clara y meridiana tres reglas básicas en el viejo y lejano
oeste: un sheriff debe asumir
riesgos, cumplir con su deber y abstenerse de pedir ayuda a sus conciudadanos.
Pero si por algo me gusta “Rio Bravo” no
es, precisamente, por esa prepotente o hasta incluso reaccionaria concepción del
western. “Rio Bravo” me gusta, y mucho, porque —entre otras cosas— defiende
valores como la amistad, la lealtad, la solidaridad, el respeto, la voluntad,
la dignidad o el coraje, por ejemplo. Valores, todos ellos, que aparecen de alguna
manera u otra en la secuencia que he escogido y que sintetizan perfectamente, a
mi juicio, el espíritu más esencial e intrínseco de este enorme western.
La escena en cuestión, pues, empieza cuando
el sheriff John T. Chance (John Wayne) y su ayudante, Dude (Dean Martin) —tras perseguir por la ciudad al asesino de un viejo
amigo llamado Pat Wheeler (Ward Bond)— se personan repentinamente en
el saloon, lugar donde sospechan que se ha refugiado el mencionado malhechor.
El primero en entrar al local es Dude quien, tímida y discretamente, lo hace
por la puerta principal. Me gustaría remarcar lo de “tímida y discretamente”
porque —si me permitís el inciso— considero de vital importancia recordar que
Dude es un alcohólico. Un hombre de aspecto sucio y zarrapastroso con graves
problemas de aceptación social y autoestima. Un hombre acostumbrado a entrar al
saloon por la puerta de atrás (la magnífica secuencia inicial de la peli así lo
constata) y a recibir —por si fuera poco— todo tipo de burlas, insultos y
humillaciones. Quizás por eso, precisamente, el bullicioso saloon de Rio Bravo se queda en el más absoluto de
los silencios cuando la concurrencia se da cuenta de que es Dude, nada menos, el
que ha entrado por la puerta principal. Un hombre que, pese a su mala reputación,
lleva ahora una placa que lo acredita como ayudante del sheriff.
Inmediatamente, sin embargo, alguien más entra al saloon. Se trata del sheriff
Chance. Y, al contrario que Dude, lo hace por la puerta trasera, rifle en mano
y dando un sonoro portazo. Imponiendo y marcando el terreno como solo John
Wayne sabe hacerlo.
Aún así, el protagonista de esta escena —y
que quede claro— no es Chance. Es Dude. Y precisamente por eso, un ligero
ademán con la cabeza del sheriff le basta y le sobra a Dude para empezar a
dirigir el operativo. Con voz calmada, da las primeras órdenes:
Dude:
“Usted primero, Charlie. El rifle que tiene
bajo la barra. Tómelo del cañón. Con cuidado”
Charlie (barman):
“Creía que ibas a pedir una copa. Hace
tiempo que no nos visitas”
Dude:
“El rifle primero. Póngalo ahí encima. Apártese”
“Jim, Pedro… Pónganse ahí”
Poco a poco, parece como si Dude fuera
cogiendo mayor confianza en sí mismo. Sus órdenes, por de pronto, suenan algo
más contundentes y categóricas. Además, los parroquianos del local (mayoritariamente
hombres fieles a Burdette) empiezan a tomárselo más en serio y le obedecen. Sin
rechistar. Y aunque Dude empuña el rifle que le acaba de arrebatar a Charlie,
el barman, la presencia de Chance al final del saloon —también rifle en mano— ayuda
y mucho a que nadie se atreva a moverse ni un solo milímetro.
Dude:
“Bien, a los demás, sólo lo diré una vez.
Pónganse de pie y no hagan un solo movimiento ¡Adelante!”
“Y ahora, de uno un uno. Usted primero (al hombre de
Burdette A. Myron Healey).
Desabróchense las cartucheras. Tírenlas al suelo y apártense ¡Vamos!”
“No hay razón para que se mueva, Charlie”
Hombre de Burdette B (hombre del pañuelo
claro):
“¿Qué sucede?”
Dude:
“Buscamos a alguien que ha entrado aquí
corriendo”
Hombre de Burdette C (hombre del pañuelo
rojo):
“Nadie ha entrado corriendo”
Chance (al Hombre de Burdette C, el del
pañuelo rojo):
“No olvidaremos que lo ha dicho usted”
Dude:
“Las botas del que buscamos están llenas de
barro. Ahora, de uno en uno, levanten los pies”
Charlie (barman):
“¿Quien ha visto entrar a ese hombre?”
Dude:
“Yo lo vi”
Y es en este preciso instante, mientras
Dude revisa las botas de los hombres de Burdette, cuando nosotros —los espectadores—
constatamos fehacientemente que el asesino de Wheeler está, en efecto,
escondido en el saloon. Y lo hacemos, además, merced a un magnífico plano
picado que nos permite ver —desde las alturas del desván del bar— a un hombre
armado con un rifle. Sin lugar a dudas, el hombre al que persiguen Chance y
Dude.
Dude:
“Casi me olvido de usted, Charlie. Venga
aquí”
Charlie (barman):
“Relucientes… Dude, otra vez imaginando
cosas. Será mejor que tomes un trago”
En este momento parece que la situación se
relaja ostensiblemente y que los hombres de Burdette empiezan a crecerse poco a
poco. A recuperar su insolencia habitual. Algunos, incluso, se ríen
descaradamente de Dude. No olvidemos que el ayudante del sheriff tan sólo lleva
algunos días sin beber y que, por consiguiente, aún se halla bajo el síndrome
de abstinencia. De hecho, su expresión —abatida y sudorosa— lo dice todo. Dude
está sufriendo. Aún así, Chance no interviene y sigue dejando a su compañero al
mando de las pesquisas.
Hombre de Burdette A (Myron Healey):
“¡Dude! Quizás esto te ayude”
Y como si de una maldición se tratara, Dude
observa con expresión doliente —una vez más— como el hombre de Burdette (Myron
Healey) le lanza una moneda a la escupidera. Como tantas otras veces se lo
habían hecho, en ese mismo bar, con objeto de humillarlo públicamente. Exactamente
igual que al principio de la peli, cuando Dude se dirige a recoger
la moneda que Joe Burdette le ha lanzado a la escupidera y Chance se lo impide
propinándole un fuerte patadón a tan ignominioso recipiente. Sin perder los
nervios, no obstante, el ayudante del sheriff descarga el rifle, lo deja sobre
la barra del bar y se dispone a seguir los consejos de Charlie y el hombre de
Burdette. Eso sí, sin recurrir a la escupidera.
Sin embargo, un rápido vistazo a una
solitaria jarra de cerveza que aún espera ser consumida en esa misma barra le
advierte de algo. Al parecer, algo gotea desde arriba. Algo que cae,
precisamente, sobre esa jarra de cerveza. Indudablemente, sangre. Un dato que
obtenemos gracias a un movimiento de cámara y a un plano de detalle muy poco
habituales en el cine de Hawks, circunstancia que le otorga a ese recurso
técnico —por consiguiente— una gran expresividad. Aún así, Dude ni tan sólo
hará el ademán de levantar la vista y, muy lentamente, se limitará a dar unos
pasos en paralelo a la barra del bar.
Dude:
“Creo que voy a aceptar ese trago, Charlie”
Charlie (barman):
“Sabía que lo harías”
Acto seguido Dude se da la vuelta, flexiona
las rodillas, mira hacia arriba, desenfunda y dispara. Todo ello en centésimas
de segundo. Y todo ello queda registrado en otro mítico plano picado desde el
cual el hombre de Burdette al que perseguían Chance y Dude recibe un mortífero disparo
y cae, desde su escondrijo, al suelo del saloon.
Y ya puestos, permitidme por favor que me
recree algo más en este plano, en este momento concreto, porque creo
francamente que constituye uno de los mejores instantes —sino el que más— de
“Rio Bravo”. Técnicamente, por ejemplo, es impecable. Tanto por su rapidez y
concisión narrativa como por su realismo y efecto sorpresa. Y estéticamente,
además, me parece precioso. No tan sólo porque la angulación de un picado ya
nos ofrece, de por sí, una perspectiva enfática, expresiva y muy poderosa visualmente
sino porque ver a Dude disparar como un auténtico pistolero profesional
constituye, sin lugar a dudas, una auténtica gozada para el espectador. No en
vano estamos disfrutando de su momento de gloria. De su rehabilitación. De la
recuperación de sus habilidades como pistolero (puntería, frialdad, valor…) y,
sobre todo, de su dignidad perdida. De su autoestima. De su amor propio. Algo
que Dude tenía, hasta ese momento, prácticamente olvidado.
Aún así debemos tener en cuenta que nos
hallamos en el saloon que acostumbran a frecuentar los hombres de Burdette. En
su territorio, vaya. Y obviamente, éstos no van a rendirse con facilidad.
Precisamente por ello —y aprovechando el repentino desconcierto de la propia situación—
uno de los hombres de Burdette intenta hacerse con un revólver. Chance, sin
embargo, se da cuenta y lo advierte de forma expeditiva.
Chance (al hombre de Budette B, el del
pañuelo claro):
“Si quiere el revólver, tómelo ¡Adelante,
hágalo!”
Abortado ese tímido intento de sublevación,
Dude procede a identificar al malhechor.
Dude:
“Es evidente que se metió en un charco. Es
el que buscábamos… Supongo que serán suyos. 50 dólares de oro reluciente. Eso
es lo que vale para Burdette la vida de un hombre… ¡Penosa manera de ganarse el
sueldo!
Y a continuación es cuando Chance —hasta este
momento bastante reprimido— se suelta, se deja ir. Haciendo gala de todo cuanto
esperamos encontrar en cualquier personaje interpretado por John Wayne: dureza,
rudeza, fuerza, virilidad, valor, firmeza, orgullo… Obviamente, este es su
momento. Y John Wayne no acostumbra a defraudar haciendo de John Wayne, con lo
cual… poco más queda por decir. Mejor limitarse a contemplar su expresión,
escuchar su tono de voz, observar como utiliza su corpulencia para imponer
respeto y, en definitiva, disfrutar de este gran mito del western. Sin lugar a
dudas, el mejor de todos.
Chance:
“¡Asesino a sueldo! 50 dólares de oro
reluciente… ¿Lleva usted alguna moneda de ésas en el
bolsillo?” (al hombre del
pañuelo rojo)
Hombre de Burdette C (hombre del pañuelo
rojo):
“A mi nadie me ha pagado. Nadie”
Chance:
“Y nadie entró aquí corriendo ¿verdad?”
Y puesto que Chance no parece ser un tipo
muy dado a la retórica, lo que se lleva el hombre de Burdette (el del pañuelo
rojo) tras la pregunta anterior es un tremendo golpe con el cañón del rifle en plena
mandíbula.
Dude:
“¡Chance!”
Chance:
“No voy a hacerle daño ¡Levántese!”
Chance:
“Están todos en graves problemas. Absolutamente
todos. Lárguense todos del pueblo. Llévense a éste con ustedes. Díganle a
Burdette que ya han matado a Wheeler. Y díganle al próximo que mande que exija
más dinero… porque se lo va a ganar bien ganado. Charlie, quiero que… ¿Has
terminado ya, Dude?”
Dude:
“¿Tienes prisa?”
Chance:
“No especialmente”
Dude (al hombre de Burdette A):
“Es usted quién tiró la moneda de plata
¿no?”
Hombre de Burdette A (Myron Healey):
“Sí,
Dude, yo…”
Dude:
“¿Quiere recuperarla?”
Hombre de Burdette A (Myron Healey):
“Claro…”
Dude:
“¿Sabe cómo hacerlo?”
Hombre de Burdette A (Myron Healey):
“Sí”
Y hete aquí otro de los mejores momentos de
esta fructífera escena. El momento en el que el cínico esbirro de Burdette
(Myron Healey) se ve obligado a recoger la moneda que minutos antes había
lanzado a la escupidera. Pero lo mejor de esta situación no es el acto en sí
mismo sino la elegancia con la que lo plasma Hawks. Así pues, en lugar de
mostrarnos a Myron Healey tanteando el fondo de la escupidera para recoger la
moneda, el cineasta prefiere centrarse en el rostro de Dude. Un rostro que
expresa, más que resentimiento, satisfacción. Satisfacción por recuperar el
orgullo, la dignidad, la autoestima.
Dude:
“He terminado, Chance”
Chance:
“Charlie, venga aquí”
Charlie (barman):
“Sí, Sheriff… ¿Por qué yo? ¿Por qué no
otro?”
Chance:
“Nos ayudará a llevar las armas a la cárcel.
Está bien, apártense, dejen lugar…”
“Creo que, de ahora en adelante, podrás
entrar por la puerta principal”
Conclusión: Una de esas escenas, en
definitiva, que podrías ver una y cien veces. Una escena que no tan sólo
maravilla por su tempo, planificación e intensidad dramática sino, sobre todo,
por su mensaje. Y es que cuando el que rueda es un maestro como Howard Hawks
casi se da por hecho que los planos serán correctos. Que la fotografía (de Russell Harlan, concretamente) será
irreprochable. Que la música (de Dimitri
Tiomkin nada menos) acentuará convenientemente aquellos momentos que lo
requieran. Y que los diálogos (de Leight
Brackett y Jules Furthman en
esta ocasión) expresarán lo que el guión pretende. Pero lo que me parece
realmente sublime es que todo ello concuerde a la perfección con el mensaje que
se persigue. En este caso, el que sintetiza la frase que encabeza esta reseña y
cuyo significado ya hemos comentado anteriormente. El de un hombre, Dude, que
está luchando por superar su adicción. Por vencer sus miedos. Por recuperar su
dignidad. Por volver a ser él mismo. Algo que, sin lugar a dudas, corrobora
esta escena de forma inmejorable.
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