dissabte, 14 de maig del 2016

“CREO QUE, DE AHORA EN ADELANTE, PODRÁS ENTRAR POR LA PUERTA PRINCIPAL” (Rio Bravo, 1959. Howard Hawks)


Rio Bravo (Rio Bravo)

Estados Unidos, 1959

Director: Howard Hawks

Guión: Leight Brackett y Jules Furthman. Basado en una obra de B.H. McCampbell

Fotografía: Russell Harlan

Música: Dimitri Tiomkin

Intérpretes:

John Wayne (Sheriff John T. Chance)
Dean Martin (Dude)
Ricky Nelson (Colorado Ryan)
Angie Dickinson (Feathers)
Walter Brennan (Stumpy)
Ward Bond (Pat Wheeler)
John Russell (Nathan Burdette)
Claude Akins (Joe Burdette)

SINOPSIS: En Rio Bravo, una población de Texas cercana a la frontera mejicana y perteneciente al Condado de Presidio, el sheriff John T. Chance detiene a Joe Burdette por asesinato. Con el propósito de asaltar la oficina del sheriff y liberarlo, su hermano (un rico terrateniente llamado Nathan Burdette), contratará a un numeroso grupo de pistoleros. Para impedirlo, Chance tan sólo contará con la ayuda de Dude, un amigo alcohólico, y de Stumpy, un viejo tullido. A ellos se les unirá Colorado, un joven y hábil pistolero. Encerrados en la oficina, esperarán a que llegue la autoridad estatal para llevarse al detenido. Mientras, no obstante, aparecerá Feathers, una atractiva ex bailarina y jugadora de póker profesional por la que Chance se sentirá inmediatamente atraído. 



Según dicen, tanta fue la aversión que les produjo a Howard Hawks y a John Wayne el estreno de “Solo ante el peligro” (Fred Zinneman, 1952) que ninguno de los dos quedó tranquilo hasta que tuvieron ocasión de poder materializar su tremendo rechazo a esta peli de algún modo u otro. Como podréis deducir, la pertinente y contumaz respuesta al film de Zinneman fue “Río Bravo”, un western que —a diferencia de “Solo ante el peligro”— conseguiría reflejar de forma clara y meridiana tres reglas básicas en el viejo y lejano oeste: un sheriff debe asumir riesgos, cumplir con su deber y abstenerse de pedir ayuda a sus conciudadanos.



Pero si por algo me gusta “Rio Bravo” no es, precisamente, por esa prepotente o hasta incluso reaccionaria concepción del western. “Rio Bravo” me gusta, y mucho, porque —entre otras cosas— defiende valores como la amistad, la lealtad, la solidaridad, el respeto, la voluntad, la dignidad o el coraje, por ejemplo. Valores, todos ellos, que aparecen de alguna manera u otra en la secuencia que he escogido y que sintetizan perfectamente, a mi juicio, el espíritu más esencial e intrínseco de este enorme western.



La escena en cuestión, pues, empieza cuando el sheriff John T. Chance (John Wayne) y su ayudante, Dude (Dean Martin) —tras perseguir por la ciudad al asesino de un viejo amigo llamado Pat Wheeler (Ward Bond)— se personan repentinamente en el saloon, lugar donde sospechan que se ha refugiado el mencionado malhechor. El primero en entrar al local es Dude quien, tímida y discretamente, lo hace por la puerta principal. Me gustaría remarcar lo de “tímida y discretamente” porque —si me permitís el inciso— considero de vital importancia recordar que Dude es un alcohólico. Un hombre de aspecto sucio y zarrapastroso con graves problemas de aceptación social y autoestima. Un hombre acostumbrado a entrar al saloon por la puerta de atrás (la magnífica secuencia inicial de la peli así lo constata) y a recibir —por si fuera poco— todo tipo de burlas, insultos y humillaciones. Quizás por eso, precisamente, el bullicioso saloon de Rio Bravo se queda en el más absoluto de los silencios cuando la concurrencia se da cuenta de que es Dude, nada menos, el que ha entrado por la puerta principal. Un hombre que, pese a su mala reputación, lleva ahora una placa que lo acredita como ayudante del sheriff. Inmediatamente, sin embargo, alguien más entra al saloon. Se trata del sheriff Chance. Y, al contrario que Dude, lo hace por la puerta trasera, rifle en mano y dando un sonoro portazo. Imponiendo y marcando el terreno como solo John Wayne sabe hacerlo.



Aún así, el protagonista de esta escena —y que quede claro— no es Chance. Es Dude. Y precisamente por eso, un ligero ademán con la cabeza del sheriff le basta y le sobra a Dude para empezar a dirigir el operativo. Con voz calmada, da las primeras órdenes:



Dude:

“Usted primero, Charlie. El rifle que tiene bajo la barra. Tómelo del cañón. Con cuidado”

Charlie (barman):

“Creía que ibas a pedir una copa. Hace tiempo que no nos visitas”

Dude:

“El rifle primero. Póngalo ahí encima. Apártese”

“Jim, Pedro… Pónganse ahí”



Poco a poco, parece como si Dude fuera cogiendo mayor confianza en sí mismo. Sus órdenes, por de pronto, suenan algo más contundentes y categóricas. Además, los parroquianos del local (mayoritariamente hombres fieles a Burdette) empiezan a tomárselo más en serio y le obedecen. Sin rechistar. Y aunque Dude empuña el rifle que le acaba de arrebatar a Charlie, el barman, la presencia de Chance al final del saloon —también rifle en mano— ayuda y mucho a que nadie se atreva a moverse ni un solo milímetro.


Dude:

“Bien, a los demás, sólo lo diré una vez. Pónganse de pie y no hagan un solo movimiento ¡Adelante!”

“Y ahora, de uno un uno. Usted primero (al hombre de Burdette A. Myron Healey). Desabróchense las cartucheras. Tírenlas al suelo y apártense ¡Vamos!”

“No hay razón para que se mueva, Charlie”



Hombre de Burdette B (hombre del pañuelo claro):

“¿Qué sucede?”

Dude:

“Buscamos a alguien que ha entrado aquí corriendo”

Hombre de Burdette C (hombre del pañuelo rojo):

“Nadie ha entrado corriendo”

Chance (al Hombre de Burdette C, el del pañuelo rojo):

“No olvidaremos que lo ha dicho usted”



Dude:

“Las botas del que buscamos están llenas de barro. Ahora, de uno en uno, levanten los pies”

Charlie (barman):

“¿Quien ha visto entrar a ese hombre?”

Dude:

“Yo lo vi”

Y es en este preciso instante, mientras Dude revisa las botas de los hombres de Burdette, cuando nosotros —los espectadores— constatamos fehacientemente que el asesino de Wheeler está, en efecto, escondido en el saloon. Y lo hacemos, además, merced a un magnífico plano picado que nos permite ver —desde las alturas del desván del bar— a un hombre armado con un rifle. Sin lugar a dudas, el hombre al que persiguen Chance y Dude.


Dude:

“Casi me olvido de usted, Charlie. Venga aquí”

Charlie (barman):

“Relucientes… Dude, otra vez imaginando cosas. Será mejor que tomes un trago”

En este momento parece que la situación se relaja ostensiblemente y que los hombres de Burdette empiezan a crecerse poco a poco. A recuperar su insolencia habitual. Algunos, incluso, se ríen descaradamente de Dude. No olvidemos que el ayudante del sheriff tan sólo lleva algunos días sin beber y que, por consiguiente, aún se halla bajo el síndrome de abstinencia. De hecho, su expresión —abatida y sudorosa— lo dice todo. Dude está sufriendo. Aún así, Chance no interviene y sigue dejando a su compañero al mando de las pesquisas.



Hombre de Burdette A (Myron Healey):

“¡Dude! Quizás esto te ayude”

Y como si de una maldición se tratara, Dude observa con expresión doliente —una vez más— como el hombre de Burdette (Myron Healey) le lanza una moneda a la escupidera. Como tantas otras veces se lo habían hecho, en ese mismo bar, con objeto de humillarlo públicamente. Exactamente igual que al principio de la peli, cuando Dude se dirige a recoger la moneda que Joe Burdette le ha lanzado a la escupidera y Chance se lo impide propinándole un fuerte patadón a tan ignominioso recipiente. Sin perder los nervios, no obstante, el ayudante del sheriff descarga el rifle, lo deja sobre la barra del bar y se dispone a seguir los consejos de Charlie y el hombre de Burdette. Eso sí, sin recurrir a la escupidera.



Sin embargo, un rápido vistazo a una solitaria jarra de cerveza que aún espera ser consumida en esa misma barra le advierte de algo. Al parecer, algo gotea desde arriba. Algo que cae, precisamente, sobre esa jarra de cerveza. Indudablemente, sangre. Un dato que obtenemos gracias a un movimiento de cámara y a un plano de detalle muy poco habituales en el cine de Hawks, circunstancia que le otorga a ese recurso técnico —por consiguiente— una gran expresividad. Aún así, Dude ni tan sólo hará el ademán de levantar la vista y, muy lentamente, se limitará a dar unos pasos en paralelo a la barra del bar.



Dude:

“Creo que voy a aceptar ese trago, Charlie”

Charlie (barman):

“Sabía que lo harías”

Acto seguido Dude se da la vuelta, flexiona las rodillas, mira hacia arriba, desenfunda y dispara. Todo ello en centésimas de segundo. Y todo ello queda registrado en otro mítico plano picado desde el cual el hombre de Burdette al que perseguían Chance y Dude recibe un mortífero disparo y cae, desde su escondrijo, al suelo del saloon.



Y ya puestos, permitidme por favor que me recree algo más en este plano, en este momento concreto, porque creo francamente que constituye uno de los mejores instantes —sino el que más— de “Rio Bravo”. Técnicamente, por ejemplo, es impecable. Tanto por su rapidez y concisión narrativa como por su realismo y efecto sorpresa. Y estéticamente, además, me parece precioso. No tan sólo porque la angulación de un picado ya nos ofrece, de por sí, una perspectiva enfática, expresiva y muy poderosa visualmente sino porque ver a Dude disparar como un auténtico pistolero profesional constituye, sin lugar a dudas, una auténtica gozada para el espectador. No en vano estamos disfrutando de su momento de gloria. De su rehabilitación. De la recuperación de sus habilidades como pistolero (puntería, frialdad, valor…) y, sobre todo, de su dignidad perdida. De su autoestima. De su amor propio. Algo que Dude tenía, hasta ese momento, prácticamente olvidado.

Aún así debemos tener en cuenta que nos hallamos en el saloon que acostumbran a frecuentar los hombres de Burdette. En su territorio, vaya. Y obviamente, éstos no van a rendirse con facilidad. Precisamente por ello —y aprovechando el repentino desconcierto de la propia situación— uno de los hombres de Burdette intenta hacerse con un revólver. Chance, sin embargo, se da cuenta y lo advierte de forma expeditiva.



Chance (al hombre de Budette B, el del pañuelo claro):

“Si quiere el revólver, tómelo ¡Adelante, hágalo!”

Abortado ese tímido intento de sublevación, Dude procede a identificar al malhechor.



Dude:

“Es evidente que se metió en un charco. Es el que buscábamos… Supongo que serán suyos. 50 dólares de oro reluciente. Eso es lo que vale para Burdette la vida de un hombre… ¡Penosa manera de ganarse el sueldo!

Y a continuación es cuando Chance —hasta este momento bastante reprimido— se suelta, se deja ir. Haciendo gala de todo cuanto esperamos encontrar en cualquier personaje interpretado por John Wayne: dureza, rudeza, fuerza, virilidad, valor, firmeza, orgullo… Obviamente, este es su momento. Y John Wayne no acostumbra a defraudar haciendo de John Wayne, con lo cual… poco más queda por decir. Mejor limitarse a contemplar su expresión, escuchar su tono de voz, observar como utiliza su corpulencia para imponer respeto y, en definitiva, disfrutar de este gran mito del western. Sin lugar a dudas, el mejor de todos.

Chance:

¡Asesino a sueldo! 50 dólares de oro reluciente… ¿Lleva usted alguna moneda de ésas en el bolsillo?” (al hombre del pañuelo rojo)

Hombre de Burdette C (hombre del pañuelo rojo):

“A mi nadie me ha pagado. Nadie”

Chance:

“Y nadie entró aquí corriendo ¿verdad?”

Y puesto que Chance no parece ser un tipo muy dado a la retórica, lo que se lleva el hombre de Burdette (el del pañuelo rojo) tras la pregunta anterior es un tremendo golpe con el cañón del rifle en plena mandíbula. 

Dude:

“¡Chance!”

Chance:

“No voy a hacerle daño ¡Levántese!”


Chance:

“Están todos en graves problemas. Absolutamente todos. Lárguense todos del pueblo. Llévense a éste con ustedes. Díganle a Burdette que ya han matado a Wheeler. Y díganle al próximo que mande que exija más dinero… porque se lo va a ganar bien ganado. Charlie, quiero que… ¿Has terminado ya, Dude?”

Dude:

“¿Tienes prisa?”

Chance:

“No especialmente”



Dude (al hombre de Burdette A):

“Es usted quién tiró la moneda de plata ¿no?”

Hombre de Burdette A (Myron Healey):

 “Sí, Dude, yo…”

Dude:

“¿Quiere recuperarla?”

Hombre de Burdette A (Myron Healey):

“Claro…”

Dude:

“¿Sabe cómo hacerlo?”

Hombre de Burdette A (Myron Healey):

“Sí”

Y hete aquí otro de los mejores momentos de esta fructífera escena. El momento en el que el cínico esbirro de Burdette (Myron Healey) se ve obligado a recoger la moneda que minutos antes había lanzado a la escupidera. Pero lo mejor de esta situación no es el acto en sí mismo sino la elegancia con la que lo plasma Hawks. Así pues, en lugar de mostrarnos a Myron Healey tanteando el fondo de la escupidera para recoger la moneda, el cineasta prefiere centrarse en el rostro de Dude. Un rostro que expresa, más que resentimiento, satisfacción. Satisfacción por recuperar el orgullo, la dignidad, la autoestima. 



Dude:

“He terminado, Chance”

Chance:

“Charlie, venga aquí”

Charlie (barman):

“Sí, Sheriff… ¿Por qué yo? ¿Por qué no otro?”

Chance:

“Nos ayudará a llevar las armas a la cárcel. Está bien, apártense, dejen lugar…”

“Creo que, de ahora en adelante, podrás entrar por la puerta principal”



Conclusión: Una de esas escenas, en definitiva, que podrías ver una y cien veces. Una escena que no tan sólo maravilla por su tempo, planificación e intensidad dramática sino, sobre todo, por su mensaje. Y es que cuando el que rueda es un maestro como Howard Hawks casi se da por hecho que los planos serán correctos. Que la fotografía (de Russell Harlan, concretamente) será irreprochable. Que la música (de Dimitri Tiomkin nada menos) acentuará convenientemente aquellos momentos que lo requieran. Y que los diálogos (de Leight Brackett y Jules Furthman en esta ocasión) expresarán lo que el guión pretende. Pero lo que me parece realmente sublime es que todo ello concuerde a la perfección con el mensaje que se persigue. En este caso, el que sintetiza la frase que encabeza esta reseña y cuyo significado ya hemos comentado anteriormente. El de un hombre, Dude, que está luchando por superar su adicción. Por vencer sus miedos. Por recuperar su dignidad. Por volver a ser él mismo. Algo que, sin lugar a dudas, corrobora esta escena de forma inmejorable.



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