dimarts, 24 de maig del 2016

“¿A DÓNDE CREES QUE VAS?” (Raíces profundas, 1953. George Stevens)



Raíces profundas (Shane)

Estados Unidos, 1953

Director: George Stevens

Guión: A. B. Guthrie Jr. Basado en una obra de Jack Schaefer

Fotografía: Loyal Griggs

Música: Victor Young

Intérpretes:

Alan Ladd (Shane)
Jean Arthur (Marian Starrett)
Van Heflin (Joe Starrett)
Brandon de Wilde (Joey Starrett)
Jack Palance (Jack Wilson)
Ben Johnson (Chris Calloway)
Edgar Buchanan (Fred Lewis)
Elisha Cook Jr. (Stonewall Torrey)
Emile Meyer (Rufus Ryker)
Douglas Spencer (Axel ‘Swede’ Shipstead)
Paul McVey (Sam Grafton)


SINOPSIS: Shane, un pistolero de oscuro y tormentoso pasado, decide cambiar de vida y establecerse en un lugar tranquilo y retirado. A su paso por un desolado valle de Wyoming se detiene a beber agua en la granja de Joe Starrett y presencia como el poderoso ganadero Rufus Ryker pretende apropiarse de las tierras de los campesinos locales para convertir todo el valle en tierra de pastos para su ganado. Secretamente enamorado de Marian Starrett, Shane rechaza trabajar como pistolero para Ryker y decide defender a los amenazados campesinos. Ante la negativa de Shane, Ryker contratará a Jack Wilson, un peligroso asesino a sueldo.  



Partiendo de la base que “Shane” es, sin lugar a dudas, uno de los mejores western jamás filmados, he de admitir —sin embargo— que la peli de George Stevens siempre me ha resultado algo previsible, academicista, ñoña e incluso impostada. Pero, no sé, considero —por otro lado— que hay algo muy grande en ella. Algo fabuloso, legendario, mítico. Algo que la eleva muy por encima de la media y que la sitúa, a mi juicio, tan sólo un peldañito por debajo de auténticas e incontestables obras maestras como “El hombre que mató a Liberty Valance”, “Hasta que llegó su hora”, “Río Bravo” o “Solo ante el peligro”, por citar sólo algunas. De hecho, muchos expertos la consideran incluso un superwestern, término que acuñó el crítico y teórico francés André Bazin para referirse a los primeros western psicológicos de los 50. Aquellos que coinciden, además, con la edad de oro del género.

Sea como fuere, lo que está clarísimo es que “Shane” es un verdadero peliculón. Y como peliculón que es, goza de suficiente caché como para estar hablando o escribiendo sobre él largo y tendido. Permitidme, sin embargo, que en esta ocasión me aleje de la figura de su protagonista, de sus circunstancias y de su legado y me centre en la de su antagonista. Me estoy refiriendo, obviamente, a Jack Wilson. Posiblemente (con permiso del Frank de “Hasta que llegó su hora”) el mejor villano de la historia del cine. Y no, no lo digo porque sí. Lo digo porque la escena que voy a reseñaros a continuación corrobora total y absolutamente dicha afirmación.



Situémonos, pues. La escena empieza con dos jinetes que pasan por delante del Grafton’s Saloon y se dirigen hacia unos postes de madera con objeto de dejar atados a sus caballos. Son Stonewall Torrey (Elisha Cook Jr.) y Axel ‘Swede’ Shipstead (Douglas Spencer), dos campesinos del valle. Mientras atan sus monturas, un hombre alto y flaco —elegantemente ataviado— se dirige hacia ellos. El característico sonido de botas y espuelas al andar por las irregulares tablas de madera del porche nos revela un andar lento, parsimonioso… siniestro diría yo. Se trata, naturalmente, de Jack Wilson (Jack Palance), el pistolero contratado por Rufus Ryker (Emile Meyer) para amedrentar a los campesinos del lugar. Con los pulgares de ambas manos apoyados en el cinto, Wilson anda calmosamente hacia el extremo del porche, recuesta su largo y esbelto cuerpo sobre un barril y se dirige a los labriegos. Debo añadir —para que la composición de lugar que nos estamos haciendo sea lo más correcta posible— que la calle se encuentra absolutamente embarrada y que, aunque no llueve aún, diversos truenos en la lejanía amenazan tormenta. Un escalofriante sonido que, unido a la lúgubre banda sonora de Victor Young, no contribuye precisamente a presagiar nada bueno. 

Wilson: “¡Eh! ¡Venid aquí!”

Swede: “Torrey. No vayas, Torrey”

Torrey: “A mí nadie me asusta”



En este momento es cuando Torrey se agacha, pasa por debajo del poste donde él y Swede tienen atados a sus caballos y se dirige hacia Wilson. Camina, sin embargo, lentamente. Con precaución. Como antes ya he señalado, el suelo está completamente embarrado y Torrey no quiere resbalar. La cámara se sitúa detrás de él y nos muestra a Wilson al fondo, apostado chulescamente en el barril de la esquina del porche con los pulgares hundidos en el cinto y actitud burlona. De hecho, la irónica y provocadora frase que da nombre a esta reseña (“¿A dónde crees que vas?”) sintetiza a la perfección el peculiar método de trabajo de Wilson. Un pistolero tan rápido con el revólver como extremadamente frío, calculador y maquiavélico.  



Torrey: “¿Qué quieres?”

Wilson: “¿A dónde crees que vas?”

Torrey: “A tomar un whisky”

Swede: “Torrey…”

Swede: “Torrey…”

Swede: “Torrey…”



Y aunque Torrey se gira hacia Swede cada vez que su amigo le advierte de su tremendo error, definitivamente ya es demasiado tarde. Situados uno frente al otro (Wilson en el entarimado del porche y Torrey a pie de calle, en el barro), los dos hombres se tantean en silencio. Wilson, con pasos lentos pero seguros. Haciendo tintinear sus espuelas con ese sonido tan característico en cualquier western que se precie. Y Torrey, en cambio, chapoteando en el barro con pasos vacilantes y torpones. Intentando no resbalar más de lo estrictamente necesario. Siguiendo a Wilson, en paralelo, hasta la misma entrada del saloon. Al principio, incluso andando de espaldas. Sin quitarle el ojo de encima ni un solo instante. Si me permitís un inciso, me gustaría añadir como anécdota que Stevens mandó regar la calle durante horas para conseguir que estuviera, en el momento de rodar la secuencia, total y absolutamente embarrada.



A partir de aquí se inicia lo que sería propiamente el duelo entre Wilson y Torrey. Un duelo que de primeras es meramente dialéctico y que Wilson gestiona con una sangre fría absolutamente increíble. Tomándose su tiempo. De hecho, la imagen de Wilson poniéndose los guantes, lenta y parsimoniosamente, mientras le va lanzando afilados y contundentes dardos verbales al pobre Torrey es, como poco, antológica. Máxime teniendo en cuenta que ese gesto no figuraba en el guión y que lo introdujo el propio Jack Palance para proteger su mano derecha de una llaga producida por las innumerables veces que estuvo practicando con el revólver esa misma escena.

    

Wilson: “Te llaman Stonewall”.

Torrey: “¿Y qué?”

Wilson: “Pues que es gracioso”

Wilson: “Supongo que le llamaron así a mucha gente… en honor a ese sureño, Stonewall”

Torrey: “Yo también soy del sur. Y a mucha honra”

Wilson: “Yo digo que "Stonewall" Jackson no valía nada. Ni él, ni Lee, ni los demás rebeldes”

Wilson: “Incluido tú”

Torrey: “No sabes lo que dices, yanqui”

Wilson: “Haz la prueba”

Swede: “¡No, Torrey!”



Lo que viene acto seguido, como habréis constatado si habéis visto la peli, es una auténtica ejecución. No solamente porque se trata, obviamente, de un enfrentamiento desigual (entre un pistolero profesional y un campesino) sino porque la forma empleada por Wilson para matar a Torrey es la de un verdadero asesino sin escrúpulos. Tanto por el tiempo que se toma y la liturgia que sigue antes de dispararle como por el claro y manifiesto placer que experimenta inmediatamente después de hacerlo. Con sonrisita incluida. Pero retornemos a los instantes previos a ese momento clave. Al clímax de la escena, vaya. Comentábamos como detalle esencial la imagen de Wilson calzándose litúrgicamente los guantes, pero tan importante como ese pormenor es la posición de la cámara. Así pues, Stevens acentúa el concepto de superioridad/inferioridad de ambos personajes picando o contrapicando los planos según si aparece en ellos Wilson o Torrey respectivamente. Pero si hay un plano realmente espectacular en esta escena ése es el del momento del disparo de Wilson. En primer lugar por el lapso de tiempo que se toma desde que desenfunda (antes que Torrey, por supuesto) hasta que aprieta el gatillo de su Colt 45. Y, en segundo, por la espectacularidad del balazo en sí. Un atronador disparo que, por cierto, no respeta el Código Hays (en el apartado que prohíbe mostrar el disparo y su receptor en un mismo plano) y cuyo terrible impacto lanza a Torrey dos metros hacia atrás. Me gustaría recordar, respecto a este vistoso efecto, que hasta ese momento la reacción habitual de cualquier hombre al recibir un balazo en cualquier western clásico acostumbraba a ser —curiosamente— una caída hacia delante. Una convención que no satisfacía en absoluto a Stevens y que el cineasta decidió transgredir recreando lo que para él sería recibir el balazo de un Colt 45 a tres metros de distancia. Para ello confeccionó un alambre que, colocado estratégicamente bajo el chaleco de Torrey y tirado con fuerza por dos hombres, desplazaría al actor hacia atrás con el ímpetu, la violencia y la brusquedad que la escena requería. Naturalmente, el efecto fue un éxito y contribuyó a otorgarle a esta secuencia un impacto visual extraordinario.



Llegados a este punto, sin embargo, la escena prosigue. Concretamente, un minuto más. Y aunque lo que sucede a continuación no es demasiado trascendental me gustaría destacar el silencio sepulcral que sigue al atronador disparo que acaba con la vida de Torrey, la confusión reinante entre los lugareños ajenos al duelo y, obviamente, las graves palabras que Sam Grafton (Paul McVey) le dirige a Swede, el compañero de Torrey. Sin lugar a dudas, una amenaza en toda regla. Irónicamente, además, uno de los hombres de Ryker se encarga de proclamar a los cuatro vientos que ha sido un campesino, Torrey, el que ha querido acabar con la vida de Wilson. La escena acaba, eso sí, con la logradísima imagen de Swede arrastrando penosamente a su amigo por el barro. Pocas veces, probablemente, la sensación de arrastrar un “peso muerto” habrá traspasado la pantalla con tanta credibilidad y acierto como en la de este sensacional plano de Stevens.



Sam Grafton: “Un campesino menos”

Hombre A: “¿Qué ha pasado?”

Hombre de Ryker: “Quiso matar a Wilson… ¿No es cierto, sueco?”

Swede: “Sólo quiso desenfundar...”

Sam Grafton: “Está bien. Recógelo. Y dile a tus amigos que estaremos esperando si quieren buscar más pelea ¿Me has entendido? ¡Llévatelo!”

Will Atkey (barman): “¿Qué ha ocurrido?”

Hombre de Ryker: “Un campesino quería matar a Wilson”

Hombre B (desde el otro lado de la calle): “¿Qué han sido esos disparos?”

Hombre de Ryker: “¡Han amenazado a Wilson!”



En fin, que aunque muchos puedan tachar este superwestern de esquemático y tópico hasta las trancas, lo que queda clarísimamente fuera de toda duda es que escenas como ésta lo resarcen de cualquier mácula y le otorgan un plus de planificación y genialidad indiscutibles. Tanto por los magníficos planos y la cuidadísima puesta en escena de George Stevens como por la extraordinaria fotografía de Loyal Griggs, los acertadísimos efectos sonoros de Gene Garvin y Harry Lindgren, los contundentes diálogos de A.B. Guthries Jr. o la apropiadísima banda sonora de Victor Young. Pero si me permitís destacar algo por encima de todo lo demás permitidme que lo haga con ambos duelistas. Con ese tremendo actor de reparto llamado Elisha Cook Jr. y, naturalmente, con esa mantis religiosa llamada Jack Palance. Sin lugar a dudas, un villano inolvidable.


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