Raíces
profundas (Shane)
Estados
Unidos, 1953
Director: George Stevens
Guión: A. B. Guthrie Jr. Basado en una obra de Jack Schaefer
Fotografía:
Loyal Griggs
Música:
Victor Young
Intérpretes:
Alan Ladd (Shane)
Jean Arthur (Marian Starrett)
Van Heflin (Joe Starrett)
Brandon de Wilde (Joey Starrett)
Jack Palance (Jack Wilson)
Ben Johnson (Chris Calloway)
Edgar Buchanan (Fred Lewis)
Elisha Cook Jr. (Stonewall
Torrey)
Emile Meyer (Rufus Ryker)
Douglas Spencer (Axel ‘Swede’ Shipstead)
Paul
McVey (Sam Grafton)
SINOPSIS:
Shane,
un pistolero de oscuro y tormentoso pasado, decide cambiar de vida y
establecerse en un lugar tranquilo y retirado. A su paso por un desolado valle
de Wyoming se detiene a beber agua
en la granja de Joe Starrett y
presencia como el poderoso ganadero Rufus
Ryker pretende apropiarse de las tierras de los campesinos locales para
convertir todo el valle en tierra de pastos para su ganado. Secretamente
enamorado de Marian Starrett, Shane
rechaza trabajar como pistolero para Ryker y decide defender a los amenazados
campesinos. Ante la negativa de Shane, Ryker contratará a Jack Wilson, un peligroso asesino a sueldo.
Partiendo de la base que “Shane” es, sin lugar a dudas, uno de
los mejores western jamás filmados, he de admitir —sin embargo— que la peli de George Stevens siempre me ha resultado
algo previsible, academicista, ñoña e incluso impostada. Pero, no sé, considero
—por otro lado— que hay algo muy grande en ella. Algo fabuloso, legendario, mítico.
Algo que la eleva muy por encima de la media y que la sitúa, a mi juicio, tan
sólo un peldañito por debajo de auténticas e incontestables obras maestras como
“El hombre que mató a Liberty Valance”,
“Hasta que llegó su hora”, “Río Bravo” o “Solo ante el peligro”, por citar sólo algunas. De hecho, muchos expertos
la consideran incluso un superwestern, término que acuñó el
crítico y teórico francés André Bazin
para referirse a los primeros western psicológicos de los 50. Aquellos que
coinciden, además, con la edad de oro del género.
Sea como fuere, lo que está clarísimo es
que “Shane” es un verdadero peliculón. Y como peliculón que es, goza de suficiente
caché como para estar hablando o escribiendo sobre él largo y tendido. Permitidme,
sin embargo, que en esta ocasión me aleje de la figura de su protagonista, de
sus circunstancias y de su legado y me centre en la de su antagonista. Me estoy
refiriendo, obviamente, a Jack Wilson. Posiblemente (con permiso del Frank de “Hasta que llegó su hora”) el mejor villano de la historia del
cine. Y no, no lo digo porque sí. Lo digo porque la escena que voy a reseñaros
a continuación corrobora total y absolutamente dicha afirmación.
Situémonos, pues. La escena empieza con dos
jinetes que pasan por delante del Grafton’s
Saloon y se dirigen hacia unos postes de madera con objeto de dejar atados
a sus caballos. Son Stonewall Torrey
(Elisha Cook Jr.) y Axel ‘Swede’ Shipstead (Douglas Spencer), dos campesinos del
valle. Mientras atan sus monturas, un hombre alto y flaco —elegantemente
ataviado— se dirige hacia ellos. El característico sonido de botas y espuelas
al andar por las irregulares tablas de madera del porche nos revela un andar
lento, parsimonioso… siniestro diría yo. Se trata, naturalmente, de Jack Wilson (Jack Palance), el pistolero contratado por Rufus Ryker (Emile Meyer)
para amedrentar a los campesinos del lugar. Con los pulgares de ambas manos
apoyados en el cinto, Wilson anda calmosamente hacia el extremo del porche,
recuesta su largo y esbelto cuerpo sobre un barril y se dirige a los labriegos.
Debo añadir —para que la composición de lugar que nos estamos haciendo sea lo
más correcta posible— que la calle se encuentra absolutamente embarrada y que,
aunque no llueve aún, diversos truenos en la lejanía amenazan tormenta. Un
escalofriante sonido que, unido a la lúgubre banda sonora de Victor Young, no contribuye precisamente
a presagiar nada bueno.
Wilson: “¡Eh! ¡Venid aquí!”
Swede: “Torrey. No vayas, Torrey”
Torrey: “A mí nadie me asusta”
En este momento es cuando Torrey se agacha,
pasa por debajo del poste donde él y Swede tienen atados a sus caballos y se
dirige hacia Wilson. Camina, sin embargo, lentamente. Con precaución. Como
antes ya he señalado, el suelo está completamente embarrado y Torrey no quiere
resbalar. La cámara se sitúa detrás de él y nos muestra a Wilson al fondo,
apostado chulescamente en el barril de la esquina del porche con los pulgares hundidos
en el cinto y actitud burlona. De hecho, la irónica y provocadora frase que da
nombre a esta reseña (“¿A dónde crees que vas?”) sintetiza
a la perfección el peculiar método de trabajo de Wilson. Un pistolero tan
rápido con el revólver como extremadamente frío, calculador y maquiavélico.
Torrey: “¿Qué quieres?”
Wilson: “¿A dónde crees que vas?”
Torrey: “A tomar un whisky”
Swede: “Torrey…”
Swede: “Torrey…”
Swede: “Torrey…”
Y aunque Torrey se gira hacia Swede cada
vez que su amigo le advierte de su tremendo error, definitivamente ya es
demasiado tarde. Situados uno frente al otro (Wilson en el entarimado del
porche y Torrey a pie de calle, en el barro), los dos hombres se tantean en
silencio. Wilson, con pasos lentos pero seguros. Haciendo tintinear sus
espuelas con ese sonido tan característico en cualquier western que se precie. Y
Torrey, en cambio, chapoteando en el barro con pasos vacilantes y torpones. Intentando
no resbalar más de lo estrictamente necesario. Siguiendo a Wilson, en paralelo,
hasta la misma entrada del saloon. Al principio, incluso andando de espaldas.
Sin quitarle el ojo de encima ni un solo instante. Si me permitís un inciso, me
gustaría añadir como anécdota que Stevens mandó regar la calle durante horas
para conseguir que estuviera, en el momento de rodar la secuencia, total y
absolutamente embarrada.
A partir de aquí se inicia lo que sería
propiamente el duelo entre Wilson y
Torrey. Un duelo que de primeras es
meramente dialéctico y que Wilson gestiona con una sangre fría absolutamente
increíble. Tomándose su tiempo. De hecho, la imagen de Wilson poniéndose los
guantes, lenta y parsimoniosamente, mientras le va lanzando afilados y
contundentes dardos verbales al pobre Torrey es, como poco, antológica. Máxime
teniendo en cuenta que ese gesto no figuraba en el guión y que lo introdujo el
propio Jack Palance para proteger su mano derecha de una llaga producida por
las innumerables veces que estuvo practicando con el revólver esa misma escena.
Wilson: “Te llaman Stonewall”.
Torrey: “¿Y qué?”
Wilson: “Pues que es gracioso”
Wilson: “Supongo que le llamaron así a
mucha gente… en honor a ese sureño, Stonewall”
Torrey: “Yo también soy del sur. Y a
mucha honra”
Wilson: “Yo digo que "Stonewall"
Jackson no valía nada. Ni él, ni Lee, ni los demás rebeldes”
Wilson: “Incluido tú”
Torrey: “No sabes lo que dices, yanqui”
Wilson: “Haz la prueba”
Swede: “¡No, Torrey!”
Lo que viene acto seguido, como habréis
constatado si habéis visto la peli, es una auténtica ejecución. No solamente porque se trata, obviamente, de un enfrentamiento
desigual (entre un pistolero profesional y un campesino) sino porque la forma
empleada por Wilson para matar a Torrey es la de un verdadero asesino sin
escrúpulos. Tanto por el tiempo que se toma y la liturgia que sigue antes de
dispararle como por el claro y manifiesto placer que experimenta inmediatamente
después de hacerlo. Con sonrisita incluida. Pero retornemos a los instantes
previos a ese momento clave. Al clímax de la escena, vaya. Comentábamos como
detalle esencial la imagen de Wilson calzándose litúrgicamente los guantes,
pero tan importante como ese pormenor es la posición de la cámara. Así pues,
Stevens acentúa el concepto de superioridad/inferioridad de ambos personajes picando o contrapicando los planos según si aparece en ellos Wilson o Torrey
respectivamente. Pero si hay un plano realmente espectacular en esta escena ése
es el del momento del disparo de Wilson. En primer lugar por el lapso de tiempo
que se toma desde que desenfunda (antes que Torrey, por supuesto) hasta que
aprieta el gatillo de su Colt 45. Y,
en segundo, por la espectacularidad del balazo en sí. Un atronador disparo que,
por cierto, no respeta el Código Hays (en el apartado que
prohíbe mostrar el disparo y su receptor en un mismo plano) y cuyo terrible
impacto lanza a Torrey dos metros hacia atrás. Me gustaría recordar, respecto a
este vistoso efecto, que hasta ese momento la reacción habitual de cualquier
hombre al recibir un balazo en cualquier western clásico acostumbraba a ser
—curiosamente— una caída hacia delante. Una convención que no satisfacía en
absoluto a Stevens y que el cineasta decidió transgredir recreando lo que para
él sería recibir el balazo de un Colt 45 a tres metros de distancia. Para ello
confeccionó un alambre que, colocado estratégicamente bajo el chaleco de Torrey
y tirado con fuerza por dos hombres, desplazaría al actor hacia atrás con el
ímpetu, la violencia y la brusquedad que la escena requería. Naturalmente, el
efecto fue un éxito y contribuyó a otorgarle a esta secuencia un impacto visual
extraordinario.
Llegados a este punto, sin embargo, la
escena prosigue. Concretamente, un minuto más. Y aunque lo que sucede a
continuación no es demasiado trascendental me gustaría destacar el silencio
sepulcral que sigue al atronador disparo que acaba con la vida de Torrey, la
confusión reinante entre los lugareños ajenos al duelo y, obviamente, las graves palabras que Sam Grafton (Paul McVey)
le dirige a Swede, el compañero de Torrey. Sin lugar a dudas, una amenaza en
toda regla. Irónicamente, además, uno de los hombres de Ryker se encarga de
proclamar a los cuatro vientos que ha sido un campesino, Torrey, el que ha querido
acabar con la vida de Wilson. La escena acaba, eso sí, con la logradísima imagen
de Swede arrastrando penosamente a su amigo por el barro. Pocas veces, probablemente,
la sensación de arrastrar un “peso muerto” habrá traspasado la pantalla con
tanta credibilidad y acierto como en la de este sensacional plano de Stevens.
Sam Grafton: “Un campesino menos”
Hombre A: “¿Qué ha pasado?”
Hombre de Ryker: “Quiso matar a Wilson… ¿No es
cierto, sueco?”
Swede: “Sólo quiso desenfundar...”
Sam Grafton: “Está bien. Recógelo. Y dile a
tus amigos que estaremos esperando si quieren buscar más pelea ¿Me has
entendido? ¡Llévatelo!”
Will Atkey (barman): “¿Qué ha ocurrido?”
Hombre de Ryker: “Un campesino quería matar a
Wilson”
Hombre B (desde el otro lado de la calle): “¿Qué
han sido esos disparos?”
Hombre de Ryker: “¡Han amenazado a Wilson!”
En fin, que aunque muchos puedan tachar
este superwestern de esquemático y
tópico hasta las trancas, lo que queda clarísimamente fuera de toda duda es que
escenas como ésta lo resarcen de cualquier mácula y le otorgan un plus de
planificación y genialidad indiscutibles. Tanto por los magníficos planos y la
cuidadísima puesta en escena de George
Stevens como por la extraordinaria fotografía
de Loyal Griggs, los acertadísimos efectos
sonoros de Gene Garvin y Harry Lindgren, los contundentes diálogos
de A.B. Guthries Jr. o la apropiadísima
banda sonora de Victor Young. Pero
si me permitís destacar algo por encima de todo lo demás permitidme que lo haga
con ambos duelistas. Con ese tremendo
actor de reparto llamado Elisha Cook Jr.
y, naturalmente, con esa mantis religiosa
llamada Jack Palance. Sin lugar a
dudas, un villano inolvidable.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada