dijous, 8 de març del 2018

“ES EXTRAÑO… ESE AVIÓN ESTÁ FUMIGANDO DONDE NO HAY COSECHA” (Con la muerte en los talones, 1959. Alfred Hitchcock)


Con la muerte en los talones (North by Northwest)

Estados Unidos, 1959

Director: Alfred Hitchcock

Guión: Ernest Lehman

Fotografía: Robert Burks

Música: Bernard Herrmann

Intérpretes:

Cary Grant (Roger O. Thornhill)
Eva Marie Saint (Eve Kendall)
James Mason (Phillip Vandamm)
Jessie Royce Landis (Clara Thornhill)
Leo G. Carroll (El profesor)
Josephine Hutchinson (Mrs. Townsend)
Philip Ober (Lester Townsend)
Martin Landau (Leonard)


SINOPSIS: Roger O. Thornhill, un ejecutivo de ventas de Nueva York, es confundido por George Kaplan, un espía americano. Debido a ello es secuestrado y posteriormente perseguido por una organización criminal liderada por Philip Vandamm. Durante su fuga, Thornhill conoce a Eve Kendall, una atractiva mujer que —sin motivo aparente— lo ayudará. No tardarán en enamorarse.



La de hoy es, sin lugar a dudas, una de las escenas más admiradas y estudiadas de la historia del cine. Una secuencia que dura aproximadamente 7 minutos y que, exceptuando la breve conversación que tiene Roger O. Thornhill con un desconocido en esa solitaria y apartada parada de autobús de la carretera 41 entre Chicago e Indianápolis, se desarrolla sin que podamos oír otro sonido que el puramente ambiental. Estamos, por lo tanto, ante una secuencia extraordinaria. Ante una secuencia que debería estudiarse en todas las escuelas de cine. Ante una secuencia que solo puede ser fruto de la imaginación de un genio. Me estoy refiriendo, naturalmente, a Alfred Hitchcock y a su mítica secuencia de la avioneta fumigadora en “Con la muerte en los talones”. 70 planos de cine en mayúsculas.  

Así pues, dejémonos de prolegómenos y vayamos al grano. A cómo y de qué manera, por ejemplo, llega a esa solitaria y apartada parada de autobús Roger O. Thornhill (Cary Grant). Recordemos que, perseguido por todos (tanto por la organización criminal de Vandamm como por la policía), Thornhill acude a una supuesta cita con George Kaplan en esa parada de autobús porque Eve Kendall lo ha empujado a ello. Lo que Thornhill aún ignora, sin embargo, es que George Kaplan no existe y que Eve Kendall le ha tendido una más que perversa trampa.

La escena, en definitiva, empieza con un plano picado aéreo que nos muestra la panorámica del escenario donde va a desarrollarse la acción: un caluroso y semidesértico paraje donde solo hay campos de cultivo y una larga carretera en la que circula un autobús que se detiene en una parada.



El siguiente plano ya nos muestra a Roger Thornhill en la parada, solo y en medio de la nada. Mientras, el autobús se aleja y se va haciendo cada vez más pequeño. En estos primeros planos, Hitchcock se esfuerza —sin ningún tipo de prisa; el tempo es considerablemente lento— en hacernos ver que estamos en un escenario muy amplio, luminoso, aislado y solitario. A continuación, se alternan planos generales del lugar con contraplanos de Thornhill que nos muestran lo que éste ve al norte, al sur, al este y al oeste. La información visual del espectador, hasta este momento, es completa y exhaustiva.



De repente, a lo lejos se observa (y se escucha tenuemente) una avioneta fumigando los campos. Como es natural, Thornhill no le concede mayor importancia. No obstante, a Thornhill se le ve inquieto y confuso. Con las manos en los bolsillos, no deja de observar todo lo que le rodea. Primero pasa por delante suyo un coche blanco y luego, en sentido contrario, uno negro. Kaplan no conduce ninguno de ellos. Posteriormente hace lo propio un camión, que levanta una gran polvareda. Y aunque no pasa nada en absoluto, todos tenemos la sensación que algo ocurrirá en cualquier momento. Algo malo, peligroso, terrible. Hitchcock nos está diciendo, indirectamente, que el mal no necesita un entorno oscuro y lúgubre, con lluvia, rayos y truenos. A veces el mal puede aparecer, perfectamente, en un día tan soleado y espléndido como el que vemos en las imágenes.



Acto seguido, de detrás de los maizales, aparece un coche. Al otro lado de la carretera desciende de él un desconocido (Malcolm Atterbury). El coche vuelve por donde ha venido. Si me permitís el inciso, han transcurrido dos minutos y medio y la escena —exceptuando el sonido ambiental— sigue muda. Muda y desesperadamente lenta. Casi leoniana, diría yo. En este sentido, Hitchcock juega perversamente con el espacio físico y el temporal. Dos dimensiones que contribuyen (junto al desasosiego de Thornhill) a transmitirnos cierta sensación de angustia, de misterio, de suspense. Como espectadores intuimos que algo ha de suceder pero, de momento, no sabemos que será. La expectación, lógicamente, es máxima.



A todo ello, sin embargo, le podríamos agregar cierto componente surrealista. Y es que el plano de los dos hombres a ambos lados de la carretera en medio de la nada roza el absurdo. Casi parece un duelo típico de Sergio Leone. Pero sin música, claro. Como ya he comentado (y lo reitero) hasta este momento la ausencia de música y diálogo es total y absoluta. Una ausencia, por cierto, que se rompe puntualmente con el breve diálogo que mantienen Thornhill y el desconocido cuando el primero cruza la carretera para hablar con él.



Thornhill: “Un día caluroso”

Desconocido: “Los he visto peores”

Thornhill: “¿Está esperando a alguien?”

Desconocido: “Estoy esperando el autobús. Está por llegar. Algunos pilotos fumigadores se hacen ricos si viven lo suficiente”

Thornhill: “Entonces… ¿No se llama Kaplan?”

Desconocido: “No puedo decir que sí, porque no lo es. Ahí viene, a su hora. Es extraño”

Thornhill: “¿El qué?”

Desconocido: “Ese avión está fumigando donde no hay cosecha”

Dicho esto, llega el autobús y el desconocido lo toma. Cuando éste arranca, tanto Thornhill como nosotros, los espectadores, intuimos que algún peligro se avecina. Por de pronto, Thornhill vuelve a estar completamente solo en la parada sin que Kaplan haga acto de presencia y con la sensación que la última frase del desconocido constituía una velada (aunque inconsciente, quizás) advertencia. La situación cada vez es más tensa.





De repente, entra en escena un nuevo elemento. La avioneta fumigadora. Y es que aunque mucho antes Thornhill ya la había avistado a lo lejos, el avance de ésta hasta donde se encuentra nuestro protagonista provoca que, inmediatamente, se convierta en el elemento clave de la escena. En el elemento que rompe toda esa calma tensa anterior y que, por fin, acelera dramáticamente la sucesión de acontecimientos. Así pues, tras varios planos y contraplanos de Thornhill y la avioneta acercándose, nuestro héroe debe lanzarse al suelo para evitar que esta última se lo lleve por delante. Definitivamente, alguien lo está atacando.





Cualquier otro director, probablemente, habría alternado en esta escena planos de Thornhill y planos del perverso piloto al mando de la avioneta. Pero Hitchcock no lo hace. Y no lo hace porque, como ya hemos dicho antes, el elemento clave de esta escena no es el perverso piloto. Es la avioneta. De hecho, al perverso piloto no lo vemos en ningún momento. Y no lo vemos porque, a mi juicio, Hitchcock quiere que creamos que es la avioneta (y no el piloto) quien ataca a Thornhill. Que esa avioneta es una especie de diabólico engendro mecánico dispuesto a matar al protagonista. Y aunque, obviamente, dicha premisa es completamente irracional, qué duda cabe que en la mente del espectador el efecto es muchísimo más angustioso y terrorífico. Personalmente, me recuerda mucho al enfrentamiento de David Mann (Dennis Weaver) con ese maléfico camión en “El diablo sobre ruedas”, de Steven Spielberg. Otro claro duelo entre hombre y maquina cuya visión aprovecho para recomendar encarecidamente.





Pero volvamos a la escena. Nos habíamos quedado con Thornhill en el suelo tras el primer ataque de la avioneta. Un ataque que se repite nuevamente con ráfaga de disparos añadida. Y aunque Thornhill intenta desesperadamente parar un coche que en esos momentos circula por la solitaria carretera donde se halla, todo es inútil. La avioneta da nuevamente media vuelta en el aire y se dirige hacia él para volver a atacarle. Un plano, el de Thornhill corriendo con la avioneta tras de sí, absolutamente mítico.





Tras volver a dar de bruces en el suelo y esquivar milagrosamente la metralla, Thornhill se da cuenta que un cercano maizal puede ser un buen refugio. Y así, mientras la avioneta vira en el aire, nuestro protagonista aprovecha para esconderse entre las mazorcas. Sin embargo, cuando Thornhill cree que está a salvo, la avioneta contraataca fumigándole. Desesperado, Thornhill vuelve a intentar parar un vehículo que circula por la carretera. En este caso se trata de un camión cisterna que transporta combustible. Situado en medio de la carretera, Thornhill alza los brazos para que el camión se detenga. Mientras, una sucesión de planos de él y contraplanos del camión acercándose crean gran tensión y suspense. Máxime, con el sonido del claxon y de los neumáticos frenando in extremis. Finalmente, Thornhill acaba bajo el camión pero sano y salvo. Acto seguido, la avioneta se estrella contra el camión cisterna y ambos se incendian. Afortunadamente, Thornhill y los conductores del camión pueden escapar antes de que el vehículo explote. A modo de anécdota, comentar que los contraplanos de Thornhill intentando parar el camión con los brazos en alto tuvieron que volverse a rodar con un croma de fondo en el estudio porque en las tomas anteriores el traje de Cary Grant aparecía impecable, sin rastro del polvo con el que le había fumigado el avión. 




La escena finaliza cuando dos coches paran para ver lo sucedido y Thornhill aprovecha la ocasión para apropiarse de uno de ellos y huir del lugar.





En fin, me parece que ya lo he dicho todo. En cualquier caso reiterar que se trata de una escena extraordinariamente planificada, con una selección de planos estupenda, una fotografía excelente, un montaje impecable y un manejo del espacio-tiempo absolutamente sublime. Gran acierto, también, el de no incluir ningún corte musical (el silencio y los efectos sonoros ganan así mucha fuerza) y el de no mostrar la cara del piloto en ningún momento. Y aunque lo que sucede en escena puede parecer (si lo analizamos fríamente) total y absolutamente inverosímil (intentar matar una persona mediante una avioneta cuando puedes mandar a un sicario para que lo elimine fácilmente no tiene mucho sentido) Hitchcock consigue que no nos planteemos jamás ninguna de estas razones y que nos creamos a pies juntillas todo lo que ocurre. Sin lugar a dudas, estamos ante una secuencia verdaderamente magistral.



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