dilluns, 28 de maig del 2018

“REÑIRÁN EN EL JUEGO O POR UNA BOTELLA PERO COMPARTIRÁN HASTA LA ÚLTIMA GOTA DE AGUA” (Fort Apache, 1948. John Ford)



Fort Apache (Fort Apache)

Estados Unidos, 1948

Director: John Ford

Guión: Frank S. Nugent. Basado en una obra de James Warner Bellah

Fotografía: Archie Stout

Música: Richard Hageman

Intérpretes:

John Wayne (Capt. Kirby York)
Henry Fonda (Lt. Col. Owen Thursday)
Shirley Temple (Philadelphia Thursday)
Pedro Armendariz (Sgt. Beaufort)
Ward Bond ( Sgt. Mj. Michael O’Rourke)
George O’Brien (Capt. Sam Collingwood)
Victor McLaglen (Sgt. Festus Mulcahy)
Anna Lee (Emily Collingwood)
John Agar (2nd. Lt. Michael Shannon O’Rourke)
Miguel Inclan (Cochise)

SINOPSIS: Terminada la Guerra de Secesión (1861-1865), el arrogante y egocéntrico Teniente Coronel Owen Thursday, recién degradado, es enviado a Fort Apache junto a su hija Philadelphia para hacerse cargo del mando. El fuerte, situado en medio del desierto de Arizona, es un puesto militar fronterizo cuyos soldados están curtidos en la lucha contra los apaches mescaleros. Mientras Philadelphia coquetea con el Teniente Michael Shannon O’Rourke, Thursday rechaza integrarse en la comunidad. No tardará en enfrentarse, además, con el Capitán Kirby York, partidario de dialogar con los apaches para evitar la guerra.




Durante muchos años le di largas. En parte, porque formaba parte de una trilogía. Y a mi las trilogías siempre me han dado mucha pereza. Pero también, y fundamentalmente, porque creía que siendo un western que se desarrolla en un puesto militar no me iba a gustar. Craso error. Al final lo vi y me encantó. Es más, hoy en día la considero como uno de los tres mejores westerns de John Ford. Me estoy refiriendo, obviamente, a “Fort Apache”.

Huelga decir, por lo tanto, que “Fort Apache” se merecía un spoiler. Y aunque de escenas memorables tiene unas cuantas, finalmente me he decido por la de su epílogo porque tiene dos elementos que considero esenciales en una gran secuencia: un lenguaje visual poderoso y un diálogo inolvidable. Un diálogo —en este caso— repleto de honestidad, sabiduría y mucho sentimiento. Un diálogo, en definitiva, para enmarcar.

No en vano estamos ante un western que, ya de por sí, contiene implícita lo que podríamos denominar como quintaesencia del cine de Ford. Con esa narrativa ágil y fluida que le caracteriza, con esos personajes (principales y secundarios) tan definidos, con esos exteriores tan bien rodados y con ese mensaje humanista tan claro y explícito. Un mensaje que no puede dejar indiferente a nadie y que, en esta escena concreta, encuentra su máxima expresión.



Recapitulemos, por consiguiente, todo lo que sucede antes de llegar a ese emotivo final. Recordemos, por ejemplo, que la escena inmediatamente anterior finaliza con un autoritario y paranoico Teniente Coronel Thursday (Henry Fonda) llevando a sus hombres a una muerte segura en una carga suicida frente a los indios de Cochise. Una carga que se convierte en una auténtica masacre y en la que el propio Thursday se redimirá, en cierto modo, volviendo al epicentro de la batalla para morir heroicamente al lado de sus hombres. Un acto que inequívocamente recuerda al del General Custer ante Caballo Loco en Little Big Horn y que finaliza con idéntico desenlace. Sin embargo, más allá de insistir o reincidir en la desquiciada e irresponsable decisión de Thursday y en su carácter claramente desmitificador, lo que a todas luces persigue Ford a través de esta extraordinaria secuencia final es edificar un profundo y sincero homenaje a la caballería. Un homenaje que a muchos les podrá parecer excesivamente conservador o patriotero pero que si nos atenemos a su contexto y a lo que realmente pretende su autor (honrar la muerte de todos aquellos soldados que perecieron por culpa de la obstinación de su mando) termina siendo, a mi juicio, tan justificado como tremendamente efectivo. Máxime cuando Ford de alguna manera u otra ya nos anticipa esa máxima que 14 años más tarde empleará en “El hombre que mató a Liberty Valance”. Concretamente la que dice algo así como “Esto es el oeste, señores. Cuando la leyenda supera a la realidad, publicamos la leyenda”.  

Pues nada, os dejo con la conversación final entre los periodistas y el Capitán Kirby York (John Wayne) en la que seremos testimonios de ese bello homenaje al que os he aludido. Atención al cuadro de Thursday, a los primeros planos de York mirando por la ventana y, en especial, a ese que funde su imagen con el reflejo de los soldados que van desfilando al otro lado del cristal. Un plano precioso que, unido al monólogo del capitán y al suave fondo musical que suena en ese momento (el archiconocido himno de batalla “Glory, glory, Hallelujah”), resulta absolutamente conmovedor. Que lo disfrutéis.



Capitán York: “Señores, les advierto que ésta puede ser una campaña muy larga. Tal vez pase mucho tiempo antes de que tengan noticias para sus periódicos”

Periodista: “Si cogemos a Gerónimo será una noticia sensacional, Coronel”

Periodista: “Y el regimiento se cubriría de gloria”

Periodista: “Debió ser un gran hombre. Y un gran soldado”

Capitán York: “Nadie murió con mayor coraje. Ni obtuvo mayor gloria para su regimiento”

Periodista: “Coronel, conocerá usted el famoso cuadro de “La carga de Thurday”, ¿no?”

Capitán York: “Sí, lo vi la última vez que estuve en Washington”

Periodista: “¡Una obra magnífica! ¡Enormes masas de apaches con sus pinturas de guerra y sus banderas y Thursday cargando al frente de sus hombres!”

Capitán York: “Exactamente. Así es”

Periodista: “Ya se ha convertido en leyenda. Es el héroe de los escolares norteamericanos”

Periodista: “Bueno… ¿Y los hombres que murieron con él? El Capitán Callingday…”

Capitán York: “Collingwood”

Periodista: “Sí, claro… Collingwood”

Periodista: “Siempre suele ocurrir eso. Se recuerda a los Thursday y los demás quedan olvidados”



Capitán York: “No, se equivoca. No quedan olvidados porque no han muerto. Aún viven. Están ahí. Collingwood y todos. Vivirán mientras exista el regimiento. Con una paga de 13 dólares al mes y un rancho de alubias solas… pero puede que coman carne de caballo antes de que acabe la campaña. Reñirán en el juego o por una botella pero compartirán hasta la última gota de agua. Cambiarán sus rostros, sus nombres… pero son ellos. Son el regimiento. El ejército regular. Ahora y dentro de cincuenta años. Son los mejores que existen. Él lo consiguió. Un regimiento del que uno puede sentirse orgulloso”

Sargento Mayor: “El regimiento está formado, señor”

Capitán York: “Gracias, sargento mayor. Hemos de marchar, caballeros ¿Quieren hacer alguna pregunta más?”

Periodistas: “Nada más, gracias”














divendres, 18 de maig del 2018

“-ME ENCANTA LA ESCENA DE AMOR. ES MUY BUENA. +PORQUE NO SE ESTÁN DICIENDO CONSTANTEMENTE LO MUCHO QUE SE QUIEREN” (En un lugar solitario, 1950. Nicholas Ray)



En un lugar solitario (In a lonely place)

Estados Unidos, 1950

Director: Nicholas Ray

Guión: Andrew Solt y Edmund H. North. Basado en una obra de Dorothy B. Hughes

Fotografía: Burnett Guffey

Música: George Antheil

Intérpretes:

Humphrey Bogart (Dixon Steele)
Gloria Grahame (Laurel Gray)
Frank Lovejoy (Brub Nicolai)
Carl Benton Reid (Captain Lochner)
Art Smith (Mel Lippman)
Jeff Donnell (Sylvia Nicolai)
Martha Stewart (Mildred Atkinson)
Robert Warwick (Charlie Waterman)
Morris Ankrum (Lloyd Barnes)
William Ching (Ted Barton)

SINOPSIS: Dixon Steele es un cínico y agresivo guionista en horas bajas al que se le encarga adaptar una novela de escasa calidad literaria. Sin ningunas ganas de leerla, Steele invita a la chica del guardarropa del bar que frecuenta a su casa para que le cuente el argumento. A la mañana siguiente, la chica aparece asesinada y Steele pasa a ser uno de los principales sospechosos. Afortunadamente, su vecina Laurel Gray se convierte en su mejor coartada.



Humphrey Bogart siempre ha sido uno de mis ídolos cinematográficos. Fruto de ello, obviamente, he visto muchas pelis suyas. No todas, por supuesto, pero sí muchas. Una de mis grandes asignaturas pendientes, sin embargo, era “En un lugar solitario”. Un legendario título que, pese a su prestigio y trascendencia en la historia del cine, aún no había tenido oportunidad de ver. Enmendado ese desliz, permitidme que aproveche mi spoiler de hoy para rendirle tributo a este gran clásico del cine negro. No sólo porque ya iba tocando un clásico noir en mi particular selección de grandes escenas sino, fundamentalmente, porque un enorme cineasta como Nicholas Ray (“Rebelde sin causa”, “Johnny Guitar”, “Hombres errantes”) se merece esto y más.  

Dicho esto, añadir que me ha costado bastante decidirme por la escena que encabeza este spoiler. Me ha costado porque “En un lugar solitario” tiene otras dos escenas que también me han gustado mucho: la de un casi psicótico Dixon Steele (Humphrey Bogart) narrando su hipótesis sobre el asesinato de Mildred Atkinson (Martha Stewart) mientras el sargento Nicolai (Frank Lovejoy) y su esposa Sylvia (Jeff Donnell) teatralizan la acción y, por descontado, la de su amargo y desolador desenlace, en la que la definitiva resolución del caso no consigue solucionar, paradójicamente, el conflicto amoroso entre ambos protagonistas.



Así pues, me he decantado por la célebre escena de la cocina porque creo que sintetiza a la perfección varias de las constantes temáticas de Ray. Por un lado, ese tremendo desencanto y escepticismo que transmite Dixon en toda la película y que también es frecuente encontrar en muchas otras pelis de Ray en las que seres marginados o inadaptados a la sociedad que les ha tocado vivir se resisten a integrarse en ella o a seguir sus normas. Y por otro lado, ese amor tan intenso e irracional como imposible y violento (casi shakespeariano diría yo) que condena y condiciona a los que lo experimentan y que también es muy usual en la filmografía del norteamericano.



Pero vayamos a la secuencia. Concretamente, a la cocina. Porque es ahí donde se cuece ese extraordinario momento entre los dos protagonistas y donde podemos ser testigos —en definitiva— de sus miedos, deseos y obsesiones. Recordemos que Dixon Steele (Humphrey Bogart) y Laurel Gray (Gloria Grahame) son dos vecinos que se enamoran fulgurantemente en el momento que Laurel se convierte en la única coartada de Dixon la noche del asesinato de Mildred Atkinson. Un flechazo que, sin embargo, pierde fuelle por parte de ella cuando, tras ser testimonio de varios de sus airados arrebatos, va perdiendo confianza en él hasta el punto de tenerle miedo y de sospechar que quizás Dixon podría haber sido el verdadero asesino de la chica del guardarropía. Pues bien, la secuencia que de inmediato paso a describir se sitúa en ese momento de miedo y de duda por parte de Laurel.





La escena en sí arranca con Dixon preparando el desayuno en la cocina. Concretamente, cortando un pomelo. Un intrigante acompañamiento musical, sin embargo, transmite cierta tensión a un momento doméstico y absolutamente cotidiano. Así pues, mientras Dixon endereza el cuchillo curvo de la fruta, una recién levantada Laurel se peina en la habitación contigua mostrando notables dosis de temor y preocupación en el rostro. Sin lugar a dudas, las últimas reacciones de Dixon (violentas y totalmente irracionales) han instalado en ella la duda y la sospecha ¿Será Dix el verdadero asesino? En caso contrario ¿Le espera junto a él una vida salpicada de continuos momentos de ira desatada? Acto seguido, Laurel entra en la cocina y empieza el diálogo entre ellos. Como podremos comprobar, es espléndido. No solo por el ingenio y mordacidad ya de por sí habituales en el cine negro, sino básicamente porque sintetiza con pocas palabras el tremendo escepticismo y desencanto vital de Dixon.





Lo mejor de todo, no obstante, es que estamos ante una auténtica declaración de amor. Tan ingeniosa como poco o nada edulcorada. Pero romántica al fin y al cabo. Y eso demuestra que Dixon, pese a su cinismo, agresividad y mal carácter, es todo un romántico. Lo constata esta escena, lo constata su guión y lo constatan —sobre todo— esas hermosas frases escritas por él que no aparecen en la escena pero que pienso que vienen a colación para comprender algo mejor la tremenda ambigüedad psicológica que refleja en todo momento su personaje:

“Nací cuando ella me besó. Morí cuando me abandonó. Viví unas semanas mientras ella me amó”

Laurel: “Yo lo haré, Dix”

Dixon: “No, no quiero que lo hagas. Tú te sientas y te pones cómoda. El desayuno ya está casi listo”

Laurel: “¿Qué ha pasado con el cuchillo de la fruta?”

Dixon: “Estaba un poco torcido”

Laurel: “Tonto… ¡Pero si es curvo!”

Dixon: “¿Qué? ¡Las cosas que se inventan!”

Laurel: “Terminé esas páginas”

Dixon: “Sí. Y he visto que también has terminado el guión ¿Qué es lo que pretendes? No voy a subirte el sueldo”

Laurel: “Me encanta la escena de amor. Es muy buena”
  
Dixon: “Porque no se están diciendo constantemente lo mucho que se quieren. Una buena escena de amor tiene que tener algo más además de amor. Por ejemplo, ésta: yo partiendo el pomelo, tú sentada cómodamente medio dormida… Cualquiera que nos viera comprendería que estamos enamorados. Effie quiere que nos casemos. Dice que así tendría la oportunidad de limpiar los apartamentos mientras estemos fuera”

Laurel: “¿No hay un modo más sencillo?”

Dixon: “Siempre he sabido que tendría que acabar junto a ti. Solo necesitaba un empujoncito ¡Vamos, dormilona!”



Y poco más. Añadir tan sólo que la espléndida fotografía de Burnett Guffey (“De aquí a la eternidad”, “El hombre de Alcatraz”, “Bonnie and Clyde”) hace honor a los cánones estéticos del noir, que los diálogos (permitidme reiterarlo) son estupendos y que tanto Humphrey Bogart (tal vez en su mejor y más autobiográfico papel) como Gloria Grahame (bellísima) están francamente soberbios.



dijous, 10 de maig del 2018

“SALUDO FINAL A CAMISA ENCARNADA” (Las aventuras de Jeremiah Johnson, 1972. Sydney Pollack)



Las aventuras de Jeremiah Johnson (Jeremiah Johnson)

Estados Unidos, 1972

Director: Sydney Pollack

Guión: John Milius y Edgard Anhalt. Basado en una obra de Vardis Fisher

Fotografía: Duke Callaghan

Música: John Rubinstein y Tim McIntire

Intérpretes:

Robert Redford (Jeremiah Johnson)
Will Geer (Bear Claw)
Delle Bolton (Swan)
Josh Albee (Cahleb)
Joaquín Martínez (Red Shirt)
Stefan Gierasch (Del Gue)
Allyn Ann McLerie (Crazy Woman)
Paul Benedict (Reverend Lindquist)
Charles Tyner (Robidoux)
Matt Clark (Qualen)

SINOPSIS: Jeremiah Johnson es un soldado norteamericano que deserta del ejército en pleno conflicto entre Estados Unidos y Mexico (1846-1848) y se establece en las Montañas Rocosas, un entorno tan bello como hostil en el que deberá aprender a sobrevivir. Cuando los indios Crow matan a Swan y Cahleb (su esposa india y un niño al que había adoptado), Jeremiah antepondrá su instinto de venganza al de supervivencia.



“Las aventuras de Jeremiah Johnson” es una de esas pelis que, pese a sus irregularidades, me encanta. Me fascinó de adolescente cuando la vi por primera vez y, afortunadamente, me ha seguido gustando cada vez que la he revisado a posteriori. Naturalmente, de jovencito suelen colar muchas cosas que de mayor chirrían con cierta estridencia pero, aún así, considero que la peli de Sydney Pollack tiene muchas más virtudes que defectos y que —sin lugar a dudas— se ha ganado con todo merecimiento esa admiración que le profesé de adolescente y que, a día de hoy, le sigo profesando.

Así pues, dejemos de un lado sus puntos débiles (guión episódico, narración discontinua, alguna situación inverosímil…) y quedémonos con sus grandes aciertos. Con la profundidad de su mensaje (ecológico y espiritual a partes iguales), con la extraordinaria fotografía de Duke Callaghan (“The Yakuza”, “Conan el bárbaro”), con la gran sensibilidad de Pollack como cineasta (no en vano estamos hablando del autor, entre otras, de “Tal como éramos”, “The Yakuza” o “Memorias de África”), con la maravillosa balada de Tim McIntire (hijo, sí, de John McIntire) y, obviamente, con sus grandes y memorables escenas.

De todas ellas he escogido la última. La que cierra la película muy poco antes de los títulos de crédito finales. Una escena muy cortita y prácticamente silente que, sin embargo, sintetiza a la perfección todo aquello por lo que ha luchado Jeremiah Johnson (Robert Redford) a lo largo de la película. Recordemos que Jeremiah es un desertor del ejército que se establece en las Montañas Rocosas sin ningún motivo aparente. De hecho, lo único que sabemos es que Jeremiah no es, precisamente, un hombre de las montañas y que, por lo tanto, deberá luchar por su propia supervivencia en un entorno tan bello como hostil. Sin ayuda, sin experiencia previa y (como veremos) con duros y hasta trágicos contratiempos.



Pero lo hará. Lo conseguirá. Y gracias a ello se convertirá, finalmente, en un hombre adaptado al medio en el que vive. Un hombre —como Bear Claw (Will Geer) o Del Gue (Stefan Gierasch)— que aprenderá a cazar para ganarse el sustento y, sobre todo, a protegerse de los peligros que le rodean: el clima, la fauna y los nativos. Y aquí quería llegar: al enfrentamiento de Jeremiah con los nativos, los Crow. Un enfrentamiento que se perpetuará a lo largo de toda la peli (con el asesinato de Swan (Delle Bolton) y Cahleb (Josh Albee) y la consiguiente venganza por parte de Jeremiah como momentos más álgidos) y que finalmente prescribe en esta estremecedora secuencia.



Vayamos al detalle, pues. La escena en sí empieza con un plano de Jeremiah a caballo ascendiendo trabajosamente por la montaña nevada. Naturalmente, nuestro protagonista va ataviado con un gorro y un abrigo de piel. De fondo, la triste y hermosa balada interpretada por Tim McIntire.



Tras dos o tres planos de Jeremiah y del espectacular entorno que le rodea, la cámara se detiene ante la imagen de un jinete que se acerca a lo lejos.





Sin tener muy claras sus intenciones, Jeremiah hace el ademán de desenfundar su rifle. Un plano más cercano del jinete, sin embargo, nos rebela que se trata de “Camisa Encarnada” (Joaquín Martínez), el caudillo de los Crow. En estos momentos, la balada de McIntire va diluyéndose hasta desaparecer y tan solo oímos el ulular del viento y el relincho del caballo de “Camisa Encarnada” a lo lejos. La cara de Jeremiah, además, muestra cierta estupefacción. De repente, la cámara enfoca más de cerca a “Camisa Encarnada” y éste levanta su brazo derecho a modo de saludo. Un saludo que, por fin, simboliza el respeto que Jeremiah se ha ganado a través de sus actos. Tras alternar planos de uno y otro, la cámara vuelve a detenerse ante Jeremiah quién, levantando también su brazo derecho, hace lo propio con “Camisa Encarnada”: devolverle el saludo.





Y así, con un plano congelado de Jeremiah brazo en alto, acaba la película. Con un saludo que podríamos traducir sin temor a equivocarnos como ese respeto y admiración mutua que, en el fondo, se profesan ambos contendientes. A pesar de sus diferencias y a pesar de todo lo ocurrido anteriormente. Un gesto que me parece tremendamente emotivo y que pone la guinda final (junto a la reanudada balada de McIntire, por supuesto) a uno de los western más singulares de la historia del género.