dissabte, 10 de març del 2018

“MÚSICA NOCTURNA DE LAS CALLES DE MADRID” (Master and Commander: al otro lado del mundo, 2003. Peter Weir)


Master and Commander: al otro lado del mundo (Master and Commander: the far side of the world)

Estados Unidos, 2003

Director: Peter Weir

Guión: Peter Weir y John Collee. Basado en una obra de Patrick O’Brian

Fotografía: Russell Boyd

Música: Christopher Gordon, Iva Davies y Richard Tognetti

Intérpretes:

Russell Crowe (Capitán Jack Aubrey)
Paul Bettany (Doctor Stephen Maturin)
James D’Arcy (1er. Teniente Tom Pullings)
Edward Woodall (2o. Teniente William Mowett)
Chris Larkin (Capitán Howard)
Max Pirkis (Blackeney)
Jack Randall (Boyle)
Max Benitz (Calamy)

SINOPSIS: 1805, Guerras Napoleónicas. Aunque Napoleón domina Europa, Inglaterra consigue resistir gracias a ser la primera potencia naval del mundo. En el Atlántico, el HMS Surprise —navío inglés capitaneado por Jack Aubrey— es atacado por el Acheron, un buque de guerra francés. Pese a los daños, Aubrey decide perseguir a su enemigo hasta interceptarlo y capturarlo. El destino de su país depende de ello.



Lo he afirmado muchas veces: un buen final siempre eleva —ostensiblemente, incluso— la valoración media de una película. Y aunque de buenos finales hay a montones, uno de mis favoritos es —sin lugar a dudas— el de “Master and Commander”. Una peli de aventuras navales que ya en términos globales es bastante buena y que, gracias a su soberbio final, pasa directamente a la categoría de muy buena.



En este caso, sin embargo, voy a recortar algo la escena final y —prescindiendo de los diálogos— me voy a centrar en la parte única y exclusivamente musical. O lo que es lo mismo: en la interpretación del tema con el que he titulado este spoiler y que lleva por nombre “Música nocturna de las calles de Madrid”, del violonchelista y compositor italiano Luigi Boccherini.



Pero antes de empezar a desmenuzar la escena en sí, situémonos. “Master and Commander” es una peli que, más allá de la épica y espectacularidad de sus batallas navales, lo que intenta (y a mi juicio consigue sobradamente) es profundizar en la relación entre el Capitán Jack Aubrey (Russell Crowe) y el Doctor Stephen Maturin (Paul Bettany). Dos personas con puntos de vista radicalmente opuestos (Aubrey es un militar obsesionado con el honor y el sentido del deber mientras que Maturin es un científico rebelde y de mentalidad mucho más abierta) que, pese a sus diferencias, mantienen una relación de amistad a prueba de bombas. Y esa gran amistad, esa complicidad que solo se establece entre amigos de verdad, es lo que refleja clara y meridianamente la escena a la que nos estamos refiriendo. Una escena en la que Peter Weir renuncia a la típica conversación entre amigos y opta por reflejar esa complicidad, esa lealtad, a través de música interpretada a dúo. ¿Existe un método mejor? A mi, sinceramente, no se me ocurre.



Pues bien, de eso trata esta escena. De este estrecho vínculo que a veces se establece entre dos personas sin saber muy bien por qué y que, pese a la disparidad de opinión y a las discrepancias que pudieran haber entre ambas, siempre resulta conveniente mantener y alimentar porque ese contraste de pareceres es lo que, precisamente, nos hace madurar, nos enriquece como personas y pone a prueba nuestra amistad en el buen y mejor sentido de la palabra. O, como mínimo, nos indica cuando hay que pedir una tregua. O un momento de distensión. Y es por ello, porque la música amansa a las fieras, por lo que Aubrey y Maturin saben cuando hay que recurrir a la música, su pasión común. Concretamente —en esta secuencia— a una serenata compuesta por Boccherini hacia 1780 e instrumentada para un quinteto de cuerda (dos violines, dos violonchelos y una viola) que, en este caso, se reducirá a un violonchelo (Maturin) y un violín (Aubrey).



Estamos, pues, ante una pieza que, como su propio nombre indica, describe el bullicio de las calles de Madrid a finales del s. XVIII y que, por lo tanto, resulta alegre, vital y emotiva como pocas.



Y aquí quería llegar. A la idoneidad de la pieza escogida (imagino) por Peter Weir. Una pieza que encaja a la perfección con lo que vemos en imágenes (dos amigos que se toman un distendido respiro antes de seguir con sus respectivos quehaceres y que disfrutan un montón tocando juntos) y que, por si fuera poco, confirma a Peter Weir (“Gallipolli”, “Único testigo”, “El show de Truman”…) como un cineasta con gran sentido y sensibilidad.





Por lo que a la descripción de la escena respecta tan sólo apuntar que se trata de una secuencia muy sencilla desde el punto de vista formal en la que, no obstante, yo destacaría dos detalles: los planos de los marineros disponiéndose para el zafarrancho de combate alternándose con los de Aubrey y Maturin tocando sus respectivos instrumentos (la parte en la que los tocan como guitarras es francamente divertida) y ese precioso plano final del Surprise virando en el mar mientras, paulatinamente, la cámara va alejándose. Tremendo.




[Spoiler dedicado a Josep Escanilla, buen amigo y cinéfilo de pro]

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