divendres, 25 d’octubre del 2019

“NINGÚN BASTARDO GANÓ JAMÁS NINGUNA GUERRA MURIENDO POR SU PATRIA” (Patton, 1970. Franklin J. Schaffner)



Patton (Patton)

Estados Unidos, 1970

Director: Franklin J. Schaffner

Guión: Francis Ford Coppola y Edmund H. North

Fotografía: Fred J. Koenekamp

Música: Jerry Goldsmith

Intérpretes:

George C. Scott (General George Patton)
Karl Malden (General Omar Bradley)
Stephen Young (Capitán Chester Hansen)
Michael Strong (Brigadier General Hobart Carver)
Michael Bates (Mariscal Bernard Montgomery)
Frank Latimore (Teniente Coronel Henry Davenport)
John Doucette (General Lucian Truscott)
Edward Binns (General Walter Smith)
Siegfried Rauch (Capitán Steiger)
Karl Michael Vogler (Mariscal Erwin Rommel)

SINOPSIS: Túnez, 1943. Designado por Eisenhower para tomar el mando de las tropas norteamericanas en el Norte de África tras el desastre del Paso de Kasserine, el General George Patton (George C. Scott) irá encadenando victoria tras victoria en Europa hasta entregar parte de Alemania a los rusos al final de la II Guerra Mundial. Temido por los alemanes, admirado por sus tropas y detestado por sus competidores —en especial por el Mariscal Montgomery (Michael Bates)— Patton fue un general tan severo, excéntrico y carismático como culto, perseverante y romántico. Un hombre, en definitiva, con un solo adversario: él mismo.



Estrenada en 1970, con la Guerra del Vietnam atascada y el Movimiento Hippy en pleno apogeo, “Patton” es —sin lugar a dudas— una película controvertida. Una película que parece discurrir en una especie de contracorriente histórica o cultural respecto a su tiempo y que, sin embargo, incluso logró influir en Nixon para que Estados Unidos bombardeara Laos y Camboya. Aún así, mientras que para algunos “Patton” constituye un descarado panfleto militarista, para otros es, en cambio, un claro alegato antibelicista, al presentarnos al “heroico” general poco menos que como un psicópata egocéntrico con ínfulas de poeta.



Cinematográficamente, sin embargo, “Patton” es un film notable. Y ahí están los ocho Oscar que obtuvo de la Academia. Entre ellos el de mejor película, mejor director, mejor guión original, mejor actor, mejor fotografía y mejor BSO. Pero si existe una sola escena de esta película que merezca pasar a la historia del cine, esa es, sin lugar a dudas, la que he escogido para el spoiler de hoy. Naturalmente, me estoy refiriendo a la secuencia prólogo, la que precede a los títulos de crédito. La del speech del General Patton a sus soldados, vaya. Una secuencia escrita por Francis Ford Coppola que, como podréis corroborar, no tiene desperdicio alguno. Épica, icónica y elegante como pocas. Procedamos, pues, a desmenuzarla.





La escena arranca con una gigantesca imagen de las barras y estrellas de la bandera de los Estados Unidos de América al fondo de un escenario desde el cual, de repente, irrumpe una minúscula figura que va ascendiendo por unas escaleras. En ese preciso instante, cesan los murmullos y el silencio se adueña del lugar. Un silencio que nos permite escuchar los pasos de esa emergente figura y que centra nuestra atención en su taconeo y saludo militar a un público que, curiosamente, no vemos en ningún momento. Se trata, obviamente, del General George Patton (George C. Scott). Una figura que, con pose marcial y su mejor atuendo castrense, se ha cuadrado en el centro del escenario. Inmediatamente oímos las trompetas de una fanfarria militar. Una fanfarria que, honestamente, ignoro si fue compuesta por Jerry Goldsmith para la película o pertenece realmente a algún cuerpo del ejército norteamericano. Sea como fuere, el impacto que generan las poderosas imágenes junto a la épicas notas que las acompañan es verdaderamente impresionante.  





Mientras suena la fanfarria asistiremos a una selección de planos más cerrados que van alternando primeros planos de Patton con planos de detalle verdaderamente interesantes sobre su uniforme de gala. Su casco, su látigo de cuero, sus guantes, sus condecoraciones, su anillo de oro y su pistola con las cachas de marfil forman parte de algunos de esos magníficos planos fragmentados. Planos que me recuerdan, por cierto, a los planos de detalle que también utilizaba Sergio Leone en sus spaghetti western y que forman parte de su libreto de estilo.





Finalizada la fanfarria, empieza el famoso speech del General. Un discurso extraído de las procaces y exaltadas arengas que Patton dirigió al Tercer Ejército de los Estados Unidos en 1944 (poco antes del Desembarco de Normandía) y cuyo objetivo era motivar a la inexperta tropa instando a los soldados a cumplir con su deber a pesar del miedo personal y exhortándoles a luchar con la máxima agresividad y determinación. Cabe añadir que, pese a recibir algunas críticas por parte de algunos colegas, estas míticas arengas fueron muy bien recibidas por los reclutas. El extracto que pronuncia George C. Scott dice así:





General George Patton: “Sentaos. Quiero que recordéis que ningún bastardo ganó jamás ninguna guerra muriendo por su patria. La ganó haciendo que otros pobres estúpidos bastardos murieran por ella. Muchachos, todas esas historias de que América no quiere luchar, que pretende estar al margen de la guerra, son un montón de estiércol. A los americanos, por tradición, les entusiasma luchar. Todo verdadero americano ama el acicate de la pelea. Cuando erais niños todos admirabais a los campeones. Al corredor más veloz, a los ases del fútbol, al boxeador más duro. Los americanos aman al ganador y no pueden soportar al que pierde. Todo americano juega siempre para ganar. Yo no apostaría el pellejo por un hombre que estando perdiendo se riera. Por eso los americanos nunca hemos perdido ni perderemos una guerra. Porque la sola idea de perder nos resulta odiosa. Ahora, nuestro ejército es un equipo. Vive, come, duerme y lucha como un equipo. Todo eso de la individualidad es solo basura. Los que escribieron esa majadería sobre el individualismo para el Saturday Evening Post no conocen de una verdadera batalla más de lo que saben de fornicación. Ahora tenemos la mejor comida y equipo, el mejor espíritu y los mejores hombres del mundo. Todos sabéis, y es la verdad, que compadezco a esos pobres contra los que vamos a luchar. ¡Por Dios que así es! Ya que no sólo vamos a disparar contra ellos. Nuestra intención es arrancarles las entrañas y usarlas después para engrasar las ruedas de nuestros tanques. Vamos a matar a esos miserables teutones por millares. Bien, algunos de vosotros estáis dudando de si tendréis miedo bajo el fuego. Eso no debe preocuparos. Estoy convencido de que todos cumpliréis con vuestro deber. Los nazis son el enemigo ¡Cargad contra ellos! ¡Derramad su sangre! ¡Disparadles en el vientre! Cuando pongáis vuestra mano sobre una masa informe que momentos antes era el rostro de vuestro mejor amigo… ya no dudaréis. Deseo recordaros otra cosa. No quiero recibir ningún mensaje que diga: estamos aguantando nuestra posición. ¡No aguantamos nada! ¡Que aguante el enemigo! Nosotros avanzamos constantemente y no tenemos ningún interés en aguantar nada excepto al enemigo. ¡Vamos a agarrarle de la nariz y a darle un puntapié en el trasero! ¡A patadas enviaremos a esos teutones al infierno acabando así con ellos en un santiamén! Bueno, sin duda habrá algo que podréis contar cuando volváis a vuestras casas. Y dar gracias a Dios por ello. Si dentro de treinta años, sentados junto al hogar y con vuestros nietos sobre las rodillas, él os pregunta qué es lo que hicisteis en la 2ª Guerra Mundial no tendréis que contestarle: Pues acarreé estiércol en Louisiana. Bien, ahora, hijos de perra, ya sabéis como pienso. Estaré muy orgulloso de dirigiros en esta lucha, muchachos. Siempre y en todo lugar. Esto es todo”





Técnicamente, poco más a añadir. Como ya hemos dicho, se trata de una escena en la que lo fundamental es lo que se dice y cómo se dice. Por ello hago hincapié, sobre todo, en la sencillez y en la eficacia del discurso. Porque ese lenguaje llano, prosaico y en ocasiones hasta obsceno (aunque la versión cinematográfica se suavizó considerablemente) se basta y se sobra para cumplir su objetivo y para no admitir segundas lecturas ni complejidades. Aún así, la brillante selección de planos (generales, americanos y primeros) y la austera (aunque impactante, por supuesto) puesta en escena por la que opta Franklin J. Schaffner ayudan y mucho a conferirle mayor poderío, si cabe, al contundente mensaje de Patton. Máxime si quién lo interpreta es George C. Scott, un actor como la copa de un pino.




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