divendres, 28 de setembre del 2018

“CAPÍTULO PRIMERO: ÉL ADORABA NUEVA YORK” (Manhattan, 1979. Woody Allen)



Manhattan (Manhattan)

Estados Unidos, 1979

Director: Woody Allen

Guión: Woody Allen y Marshall Brickman

Fotografía: Gordon Willis

Música: George Gershwin

Intérpretes:

Woody Allen (Isaac Davis)
Diane Keaton (Mary Wilkie)
Michael Murphy (Yale)
Mariel Hemingway (Tracy)
Meryl Streep (Jill)
Anne Byrne (Emily)
Karen Ludwig (Connie)
Michael O’Donoghue (Dennis)


SINOPSIS: Nueva York, 1978. Isaac Davis es un escritor de comedias de 42 años, divorciado, que mantiene un idilio con Tracy, una joven estudiante de 17 años. Pese a que Tracy es una joven tierna y adorable, Isaac la deja para salir con Mary, una antigua amante de su amigo Yale que se siente muy sola. Paralelamente, por si fuera poco, la vida de Isaac también se verá afectada por Jill, su ex esposa lesbiana, que está escribiendo un libro sobre su relación.



“Manhattan” es una de mis pelis preferidas. Y lo es, entre otras cosas, porque adoro las películas en las que música e imágenes encajan a la perfección. Como un revólver y una canana. Como la tónica y la ginebra. Como el cine de Leone y la música de Morricone, vaya. Y aunque para el spoiler de hoy barajé la posibilidad de escribir sobre su conmovedor final (con una de las declaraciones de amor más preciosas e insólitas que recuerdo haber visto nunca), finalmente he decidido centrarme en su espléndida opening scene por dos poderosas razones. En primer lugar porque, como ya he dicho, la comunión entre música e imágenes es poco menos que insuperable. Y, en segundo, porque esta escena supone —obviamente— una auténtica declaración de intenciones por parte de Allen respecto a lo que iremos viendo a lo largo del film: un majestuoso y espectacular homenaje a la ciudad de Nueva York. Una ciudad que cobra tanto o más protagonismo que el de los propios intérpretes y que Woody Allen nos muestra con una sensibilidad absolutamente exquisita.






Así pues, olvidémonos de todas esas otras cuestiones que también plantea Allen en esta, para mí, obra maestra (crítica a los círculos intelectualoides neoyorquinos, mirada sarcástica sobre el sexo y las relaciones de pareja, reflexión sobre una sociedad neurótica, esnobista, estresada e insensibilizada…) y centrémonos en esta excepcional oda que Allen le tributa a su ciudad. Dejémonos llevar, pues, por ese extraordinario “Rhapsody in blue” de George Gershwin, por los bellísimos planos de Gordon Willis (“El Padrino”, “Annie Hall”) y limitémonos a gozar. Sin más. Creo que merece, y mucho, la pena. 






Vayamos a la escena, pues. Algo más de tres minutos y medio de puro cine con música de Gershwin y 61 planos (enorme Gordon Willis, por cierto) absolutamente maravillosos. 61 medidos y calculadísimos planos en un riguroso e impecable blanco y negro que nos transportan al más puro y genuino distrito de Manhattan y que, lejos de mostrárnoslos como una mera ciudad de postal (Allen ya lo haría más tarde, lamentablemente, en “Vicky Cristina Barcelona”), nos lo plasman con tanto afecto y ternura como honestidad y realismo. Con sus altos rascacielos, sus anuncios de neón, sus bulliciosos habitantes y sus grandes estadios y avenidas. Pero también con sus humeantes alcantarillas, su maloliente basura, sus gélidas aceras y su denso y caótico tráfico. De todos estos planos, no obstante, yo destacaría uno. El más largo de todos. El último. Un plano en el que el efecto de los fuegos artificiales tras el skyline neoyorquino con el de los últimos y vibrantes compases del “Rhapsody in blue” de Gershwin es, literalmente, tremendo. Sin embargo, tratándose de una peli de Woody Allen, un autor que nunca ha considerado el aspecto visual como el más importante de su obra cinematográfica, la cosa no podía quedar ahí. Y precisamente por ello, los bellos y pictóricos planos de Willis y la fabulosa banda sonora interpretada por la Filarmónica de Nueva York van acompañados —por si fuera poco— por una peculiar e inconfundible voz en off. Concretamente por la de Isaac Davis (Woody Allen), el protagonista, leyendo (o pensando en voz alta, tal vez) como debería empezar el primer capítulo de su última obra. Naturalmente, con ese espíritu crítico, irónico, hilarante y locuaz que le caracteriza. Os dejo, pues, con el texto de Isaac y con algunos planos de la peli para que rememoréis tranquila y placenteramente esta bellísima escena. Espero que coincidáis conmigo, eso sí, en considerar que estos dos elementos (junto a la magistral partitura de Gershwin, por supuesto) hacen de esta secuencia una de las más apabullantes opening scene de la historia del cine. Y si no, no os preocupéis demasiado. Para mí y para muchos otros cinéfilos como yo, “Manhattan” es la obra maestra por excelencia de Allen pero para él, en cambio, sólo es un trabajo más del que nunca se sintió especialmente satisfecho. Curioso ¿no?






“Capítulo primero: Él adoraba Nueva York. La idolatraba fuera de toda proporción. No, no, mejor así… Él la sentimentalizaba desmesuradamente. Mejor. Para él, sin importar la época del año, aquella seguía siendo una ciudad en blanco y negro que latía al acorde de las melodías de George Gershwin. No, volvamos a empezar. Capítulo primero: Él sentía demasiado románticamente Manhattan. Vibraba con la agitación de las multitudes y del tráfico. Para él, Nueva York eran bellas mujeres y hombres que estaban de vuelta de todo. No, no, tópico. Demasiado tópico y superficial. Hazlo más profundo. Capítulo primero: Él adoraba Nueva York. Para él, era una metáfora de la decadencia de la cultura contemporánea. La misma falta de integridad individual que provocaba que tanta gente tomara el camino fácil convertía rápidamente a la ciudad de sus sueños en... No, va a parecer un sermón. Aceptémoslo, quiero vender libros. Capítulo primero: Él adoraba Nueva York aunque para él, era una metáfora de la decadencia de la cultura contemporánea. Qué difícil era sobrevivir en una sociedad insensibilizada por la droga, la música estridente, la televisión, la delincuencia, la basura… No, demasiado amargo. No quiero serlo. Capítulo primero: Él era tan duro y romántico como la ciudad que amaba. Tras sus gafas de montura negra se agazapaba el vibrante poder sexual de un jaguar. Esto me encanta. Nueva York era su ciudad. Y siempre lo sería”







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