El tren
de las 3:10 (3:10 to Yuma)
Estados
Unidos, 1957
Director:
Delmer Daves
Guión:
Halsted Welles. Basado en una obra de Elmore Leonard
Fotografía:
Charles Lawton Jr.
Música:
George Duning
Intérpretes:
Glenn Ford (Ben Wade)
Van Heflin (Dan Evans)
Felicia
Farr (Emmy)
Leora
Dana (Alice Evans)
Henry
Jones (Alex Potter)
Richard Jaeckel (Charlie Prince)
Robert Emhardt (Butterfield)
SINOPSIS: 1880-1890. Bisbee – Contention City,
Arizona. Dan Evans, un modesto granjero castigado por la sequía, acepta
custodiar por 200 dólares a Ben Wade,
líder de una banda de forajidos, hasta la prisión de Yuma, donde debe ser juzgado por asesinato. Las horas previas al paso
del tren que va en dirección a Yuma, serán tensas y complicadas. Mientras tanto,
la banda de Wade preparará su rescate.
De vez en cuando toca nadar a
contracorriente y hoy me temo que va a ser uno de esos días. Naturalmente no lo
digo por “El tren de las 3:10”, el western que ha inspirado mi spoiler. Me refiero, concretamente, a la
escena elegida para tal fin. La de su desenlace. Una escena que muchos
cinéfilos critican y que consideran como el único handicap de este grandísimo western.
Así pues, pudiendo haber elegido cualquier
otra de las múltiples extraordinarias escenas que atesora “El tren de las 3:10”
(la comida de Wade en casa de los Evans; la conversación de Wade y Evans en el
hotel de Contention; el reencuentro
de Wade y Emma en el bar de Bisbee…),
he optado finalmente por la de su desconcertante final porque hoy me apetece
ejercer de abogado del diablo y
porque ¡Qué narices!, me parece
sencillamente tremenda.
Antes de empezar a diseccionar la escena,
sin embargo, permitidme que reivindique la labor de quién la firma: Delmer Daves. Un cineasta que siempre se
mantuvo en una discreta segunda fila tras los grandes directores del western clásico (John Ford, Howard Hawks,
William Wellman, Raoul Walsh, Anthony Mann…) y que a mi, en cambio, me parece (junto a John Sturges y Bud Boetticher, si mucho me apuráis) otro gran maestro del género
fuera de toda discusión. Sobre todo si valoramos honestamente su trabajo en
éste y en otros westerns tan
memorables como “Flecha rota”, “Jubal”, “La ley del talión” o “El
árbol del ahorcado”.
Pero bueno, vayamos de una vez a la escena
en sí. Al momento crucial en el que, a punto de dar las tres y diez, Dan y Ben deberán subir al tren que les llevará a Yuma no sin antes franquear, naturalmente, los múltiples obstáculos
que tratarán de impedírselo. Me estoy refiriendo, obviamente, a los hombres de Wade.
Así pues, la escena empieza con Dan Evans (Van Heflin) y Ben Wade (Glenn Ford) saliendo por la puerta
trasera del hotel (Dan con un rifle de cañón recortado y Ben convenientemente
esposado) y emprendiendo el recorrido que les habrá de llevar al andén de la
estación de Contention City. Un
recorrido que habrán de transitar protegiéndose de los rifles de la banda de
Wade y que el binomio Daves-Lawton nos reproduce mediante un manejo
de la tensión y una selección de planos (atención, sobre todo, a los
movimientos de grúa) realmente
notorios. No podemos olvidar que Charles
Lawton Jr. fue uno de los directores de fotografía habituales de Delmer Daves (amén de otros cineastas como
Bud Boetticher o incluso John Ford en “Dos cavalgan juntos” o “El
último hurra”, por ejemplo) y que de ello se deduce —al margen de su
incuestionable profesionalidad, por supuesto— que uno y otro conformaban juntos
una más que correcta sociedad artística.
Y aunque el diálogo más significativo de
esta escena es el que sostienen Dan y Ben una vez logran alcanzar el tren, os
dejo con las frases que unos y otros van pronunciando mientras Dan y Ben por un
lado y los hombres de Wade, por el otro, van disponiendo estratégicamente sus
piezas en ese tablero de ajedrez virtual en el que se convierte el peligroso
itinerario que les lleva a unos y a otros del hotel a la estación de Contention.
Dan: “Un disparo más y te dejo seco”
Ben: “¡Dije que sólo teníais un disparo! ¡El
próximo, apuntad bien!”
Hombre de Wade: “¡Allá van!”
Ben: “No le será fácil doblar esa esquina”
Dan: “Gracias por la advertencia”
Ben: “Vaya delante y le darán de frente. Vaya
detrás y le darán por la espalda”
Dan: “Ha salido bien ¿no?”
Ben: “Francamente bien”
Ben: “Espere. Hay uno de los míos en ese tejado ¿Por
que no le manda un saludo?”
Dan: “Vaya, llega puntual. No tendré que esperar”
Ben: “Aún está a tiempo de dejarlo. Piénselo”
Dan: “Cruce la calle. Vamos allá. ¡Ahora!”
Hombre de Wade: “¡Van hacia el tren!”
Dan: “¿Por qué se para?”
Ben: “Para hacerle un favor. Huya antes de que lo
maten”
Dan: “Adelante”
Ben: “Allá usted”
Ben: “Ya estamos cerca. Debería ser fácil
llegar”
Dan: “Dígales que salgan al descubierto”
Ben: “Dígaselo usted”
Ben: “Lástima, Dan. Hizo lo que pudo”
Dan: “Aún alcanzaremos el furgón del tren”
Charlie Prince (Richard Jaeckel): “¡Quietos ahí! ¡Al suelo, Ben! ¡Échate al
suelo! ¡Al suelo! ¡Voy a matarlo!”
Ben: “¡Vámonos ya!”
Dan: “¿Como se que usted saltará?”
Ben: “Debe
confiar en mi ¡Salte!”
Hasta este punto
sorprende, y mucho la verdad, que Ben se haya dejado llevar tan dócilmente por
Dan. Advirtiéndole incluso de las acciones de sus hombres y ayudándole en su
cometido en todo momento. Pero lo que ningún espectador sensato espera, ni por
lo más remoto, es que en el momento más crucial Ben acceda a subir al tren y
sea precisamente él quién lo proponga. A simple vista parece absurdo,
irracional y descabellado. Pero esto es cine, señores, y si no nos convence la
razón que Ben le esgrime a Dan una vez el tren parte de Convention (ver final
del diálogo), analicemos cómo y de qué manera se ha llegado a dicha situación.
Recordemos, en
primer lugar, que Ben es un hombre cínico, violento, orgulloso, despiadado y
mujeriego. Y recordemos también que Dan es más bien todo lo contrario: justo,
honrado, pacífico, incorruptible y formal. Dos hombres (espléndidas
interpretaciones de Ford y Heflin, por cierto) que, a priori, no
tienen nada que ver. Sin embargo, cuando ambos aguardan la llegada del tren en
esa habitación de hotel, la tensa espera y el duro enfrentamiento psicológico
entre ambos produce —a mi juicio— un claro y meridiano cambio de actitud. Por
lo menos, por parte de Ben. Al fin y al cabo, quizás no sean tan diferentes. Básicamente
porque tanto el uno como el otro son (o han sido) víctimas de la miseria y
ambos necesitan, en general, nuevas y mejores expectativas de futuro. Y
precisamente fruto de esa empatía, de ese sentimiento mutuo de comprensión y respeto,
surge ese repentino cambio de chip
por parte de Ben. Pero si esta reflexión no fuera convincente del todo, no os
preocupéis: me queda otro as en la manga. Y es que, si prestáis atención, una
vez Dan ha conseguido su objetivo y el tren parte hacia Yuma, empieza súbitamente
a llover. Un aguacero (atención nuevamente al maravilloso plano picado desde la grúa mostrándonos a Alice
Evans (Leora Dana) saludando
desde la carreta a su marido) que coincide con el tema principal de la película
(compuesto por George Duning e
interpretado por el inefable Frankie
Laine) y que, personalmente, me emociona hasta el tuétano cada vez que lo
escucho. Sin lugar a dudas, se trata de un pequeño milagro en una zona tan árida y abrasada por el sol. Pero no sólo
eso. Para mi también simboliza (o al menos así lo interpreto yo, en definitiva)
ese pequeño milagro que supone que
Dan —después de tanta tensión y peligro— siga con vida.
Dan: “¿Por que lo ha hecho?”
Ben: “No me gusta deber favores. Y usted me salvó
la vida en el hotel. Además, ya me he fugado antes de Yuma”
Dan: “Mi misión acabará cuando lo entregue allí”
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