Manhattan
(Manhattan)
Estados
Unidos, 1979
Director: Woody Allen
Guión: Woody Allen y Marshall Brickman
Fotografía: Gordon Willis
Música: George Gershwin
Intérpretes:
Woody Allen (Isaac Davis)
Diane Keaton (Mary Wilkie)
Michael Murphy (Yale)
Mariel Hemingway (Tracy )
Meryl Streep (Jill)
Anne Byrne (Emily)
Karen Ludwig (Connie)
Michael O’Donoghue (Dennis)
SINOPSIS:
Nueva York, 1978. Isaac Davis es un escritor de comedias de 42 años, divorciado, que
mantiene un idilio con Tracy, una
joven estudiante de 17 años. Pese a que Tracy es una joven tierna y adorable,
Isaac la deja para salir con Mary,
una antigua amante de su amigo Yale
que se siente muy sola. Paralelamente, por si fuera poco, la vida de Isaac
también se verá afectada por Jill,
su ex esposa lesbiana, que está escribiendo un libro sobre su relación.
“Manhattan” es una de mis
pelis preferidas. Y lo es, entre otras cosas, porque adoro las películas en las
que música e imágenes encajan a la perfección. Como un revólver y una canana.
Como la tónica y la ginebra. Como el cine de Leone y la música de Morricone,
vaya. Y aunque para el spoiler de hoy
barajé la posibilidad de escribir sobre su conmovedor final (con una de las declaraciones
de amor más preciosas e insólitas que recuerdo haber visto nunca), finalmente
he decidido centrarme en su espléndida opening
scene por dos poderosas razones. En primer lugar porque, como ya he dicho,
la comunión entre música e imágenes es poco menos que insuperable. Y, en
segundo, porque esta escena supone —obviamente— una auténtica declaración de
intenciones por parte de Allen respecto a lo que iremos viendo a lo largo del
film: un majestuoso y espectacular homenaje a la ciudad de Nueva York. Una ciudad que cobra tanto o más protagonismo que el de
los propios intérpretes y que Woody Allen
nos muestra con una sensibilidad absolutamente exquisita.
Así pues, olvidémonos de todas esas otras
cuestiones que también plantea Allen en esta, para mí, obra maestra (crítica a
los círculos intelectualoides
neoyorquinos, mirada sarcástica sobre el sexo y las relaciones de pareja,
reflexión sobre una sociedad neurótica, esnobista, estresada e
insensibilizada…) y centrémonos en esta excepcional oda que Allen le tributa a
su ciudad. Dejémonos llevar, pues, por ese extraordinario “Rhapsody in blue” de George
Gershwin, por los bellísimos planos de Gordon
Willis (“El Padrino”, “Annie Hall”) y limitémonos a gozar.
Sin más. Creo que merece, y mucho, la pena.
Vayamos a la escena, pues. Algo más de tres
minutos y medio de puro cine con música de Gershwin
y 61 planos (enorme Gordon Willis,
por cierto) absolutamente maravillosos. 61 medidos y calculadísimos planos en
un riguroso e impecable blanco y negro
que nos transportan al más puro y genuino distrito de Manhattan y que, lejos de mostrárnoslos como una mera ciudad de postal (Allen ya lo haría más
tarde, lamentablemente, en “Vicky
Cristina Barcelona”), nos lo plasman con tanto afecto y ternura como
honestidad y realismo. Con sus altos rascacielos, sus anuncios de neón, sus
bulliciosos habitantes y sus grandes estadios y avenidas. Pero también con sus
humeantes alcantarillas, su maloliente basura, sus gélidas aceras y su denso y
caótico tráfico. De todos estos planos, no obstante, yo destacaría uno. El más
largo de todos. El último. Un plano en el que el efecto de los fuegos
artificiales tras el skyline
neoyorquino con el de los últimos y vibrantes compases del “Rhapsody in blue” de Gershwin es,
literalmente, tremendo. Sin embargo, tratándose de una peli de Woody Allen, un autor que nunca ha
considerado el aspecto visual como el más importante de su obra cinematográfica,
la cosa no podía quedar ahí. Y precisamente por ello, los bellos y pictóricos
planos de Willis y la fabulosa banda sonora interpretada por la Filarmónica de Nueva York van acompañados —por si
fuera poco— por una peculiar e inconfundible voz en off. Concretamente por la de Isaac
Davis (Woody Allen), el
protagonista, leyendo (o pensando en voz alta, tal vez) como debería empezar el
primer capítulo de su última obra. Naturalmente, con ese espíritu crítico, irónico,
hilarante y locuaz que le caracteriza. Os dejo, pues, con el texto de Isaac y
con algunos planos de la peli para que rememoréis tranquila y placenteramente
esta bellísima escena. Espero que coincidáis conmigo, eso sí, en considerar que
estos dos elementos (junto a la magistral partitura de Gershwin, por supuesto)
hacen de esta secuencia una de las más apabullantes opening scene de la historia del cine. Y si no, no os preocupéis
demasiado. Para mí y para muchos otros cinéfilos como yo, “Manhattan” es la
obra maestra por excelencia de Allen pero para él, en cambio, sólo es un
trabajo más del que nunca se sintió especialmente satisfecho. Curioso ¿no?
“Capítulo primero: Él adoraba Nueva York.
La idolatraba fuera de toda proporción. No, no, mejor así… Él la
sentimentalizaba desmesuradamente. Mejor. Para él, sin importar la época del
año, aquella seguía siendo una ciudad en blanco y negro que latía al acorde de
las melodías de George Gershwin. No, volvamos a empezar. Capítulo primero: Él sentía
demasiado románticamente Manhattan. Vibraba con la agitación de las multitudes
y del tráfico. Para él, Nueva York eran bellas mujeres y hombres que estaban de
vuelta de todo. No, no, tópico. Demasiado tópico y superficial. Hazlo más
profundo. Capítulo primero: Él adoraba Nueva York. Para él, era una metáfora de
la decadencia de la cultura contemporánea. La misma falta de integridad
individual que provocaba que tanta gente tomara el camino fácil convertía
rápidamente a la ciudad de sus sueños en... No, va a parecer un sermón.
Aceptémoslo, quiero vender libros. Capítulo primero: Él adoraba Nueva York
aunque para él, era una metáfora de la decadencia de la cultura contemporánea. Qué
difícil era sobrevivir en una sociedad insensibilizada por la droga, la música
estridente, la televisión, la delincuencia, la basura… No, demasiado amargo. No
quiero serlo. Capítulo primero: Él era tan duro y romántico como la ciudad que
amaba. Tras sus gafas de montura negra se agazapaba el vibrante poder sexual de
un jaguar. Esto me encanta. Nueva York era su ciudad. Y siempre lo sería”