Las
aventuras de Jeremiah Johnson (Jeremiah Johnson)
Estados
Unidos, 1972
Director: Sydney Pollack
Guión: John Milius y Edgard Anhalt. Basado en una obra de Vardis Fisher
Fotografía:
Duke Callaghan
Música:
John Rubinstein y Tim McIntire
Intérpretes:
Robert
Redford (Jeremiah Johnson)
Will Geer (Bear Claw)
Delle Bolton (Swan)
Josh Albee (Cahleb)
Joaquín Martínez (Red Shirt)
Stefan Gierasch (Del Gue)
Allyn Ann McLerie (Crazy Woman)
Paul Benedict (Reverend Lindquist)
Charles Tyner (Robidoux)
Matt Clark (Qualen)
SINOPSIS: Jeremiah Johnson es un soldado
norteamericano que deserta del ejército en pleno conflicto entre Estados Unidos y Mexico (1846-1848) y se establece en las Montañas Rocosas, un entorno tan bello
como hostil en el que deberá aprender a sobrevivir. Cuando los indios Crow matan a Swan y Cahleb (su esposa
india y un niño al que había adoptado), Jeremiah antepondrá su instinto de
venganza al de supervivencia.
“Las
aventuras de Jeremiah Johnson” es una de esas pelis que, pese a sus irregularidades,
me encanta. Me fascinó de adolescente cuando la vi por primera vez y,
afortunadamente, me ha seguido gustando cada vez que la he revisado a posteriori.
Naturalmente, de jovencito suelen colar
muchas cosas que de mayor chirrían con cierta estridencia pero, aún así,
considero que la peli de Sydney Pollack
tiene muchas más virtudes que defectos y que —sin lugar a dudas— se ha ganado
con todo merecimiento esa admiración que le profesé de adolescente y que, a día
de hoy, le sigo profesando.
Así pues, dejemos de un lado sus puntos
débiles (guión episódico, narración discontinua, alguna situación inverosímil…)
y quedémonos con sus grandes aciertos. Con la profundidad de su mensaje
(ecológico y espiritual a partes iguales), con la extraordinaria fotografía de Duke Callaghan (“The Yakuza”, “Conan el
bárbaro”), con la gran sensibilidad de Pollack como cineasta (no en vano
estamos hablando del autor, entre otras, de “Tal como éramos”, “The
Yakuza” o “Memorias de África”),
con la maravillosa balada de Tim
McIntire (hijo, sí, de John McIntire)
y, obviamente, con sus grandes y memorables escenas.
De todas ellas he escogido la última. La
que cierra la película muy poco antes de los títulos de crédito finales. Una
escena muy cortita y prácticamente silente que, sin embargo, sintetiza a la
perfección todo aquello por lo que ha luchado Jeremiah Johnson (Robert
Redford) a lo largo de la película. Recordemos que Jeremiah es un desertor
del ejército que se establece en las Montañas Rocosas sin ningún motivo
aparente. De hecho, lo único que sabemos es que Jeremiah no es, precisamente,
un hombre de las montañas y que, por
lo tanto, deberá luchar por su propia supervivencia en un entorno tan bello
como hostil. Sin ayuda, sin experiencia previa y (como veremos) con duros y
hasta trágicos contratiempos.
Pero lo hará. Lo conseguirá. Y gracias a
ello se convertirá, finalmente, en un hombre adaptado al medio en el que vive.
Un hombre —como Bear Claw (Will Geer) o Del Gue (Stefan Gierasch)—
que aprenderá a cazar para ganarse el sustento y, sobre todo, a protegerse de
los peligros que le rodean: el clima, la fauna y los nativos. Y aquí quería
llegar: al enfrentamiento de Jeremiah con los nativos, los Crow. Un enfrentamiento que se perpetuará a lo largo de toda la
peli (con el asesinato de Swan (Delle Bolton) y Cahleb (Josh Albee) y la
consiguiente venganza por parte de Jeremiah como momentos más álgidos) y que
finalmente prescribe en esta estremecedora secuencia.
Vayamos al detalle, pues. La escena en sí
empieza con un plano de Jeremiah a caballo ascendiendo trabajosamente por la
montaña nevada. Naturalmente, nuestro protagonista va ataviado con un gorro y
un abrigo de piel. De fondo, la triste y hermosa balada interpretada por Tim McIntire.
Tras dos o tres planos de Jeremiah y del
espectacular entorno que le rodea, la cámara se detiene ante la imagen de un
jinete que se acerca a lo lejos.
Sin tener muy claras sus intenciones, Jeremiah
hace el ademán de desenfundar su rifle. Un plano más cercano del jinete, sin
embargo, nos rebela que se trata de “Camisa
Encarnada” (Joaquín Martínez),
el caudillo de los Crow. En estos
momentos, la balada de McIntire va diluyéndose hasta desaparecer y tan solo
oímos el ulular del viento y el relincho del caballo de “Camisa Encarnada” a lo
lejos. La cara de Jeremiah, además, muestra cierta estupefacción. De repente,
la cámara enfoca más de cerca a “Camisa Encarnada” y éste levanta su brazo
derecho a modo de saludo. Un saludo que, por fin, simboliza el respeto que
Jeremiah se ha ganado a través de sus actos. Tras alternar planos de uno y
otro, la cámara vuelve a detenerse ante Jeremiah quién, levantando también su
brazo derecho, hace lo propio con “Camisa Encarnada”: devolverle el saludo.
Y así, con un plano congelado de Jeremiah brazo en alto, acaba la película. Con un
saludo que podríamos traducir sin temor a equivocarnos como ese respeto y
admiración mutua que, en el fondo, se profesan ambos contendientes. A pesar de sus
diferencias y a pesar de todo lo ocurrido anteriormente. Un gesto que me parece
tremendamente emotivo y que pone la guinda final (junto a la reanudada balada
de McIntire, por supuesto) a uno de los western
más singulares de la historia del género.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada