dijous, 10 de maig del 2018

“SALUDO FINAL A CAMISA ENCARNADA” (Las aventuras de Jeremiah Johnson, 1972. Sydney Pollack)



Las aventuras de Jeremiah Johnson (Jeremiah Johnson)

Estados Unidos, 1972

Director: Sydney Pollack

Guión: John Milius y Edgard Anhalt. Basado en una obra de Vardis Fisher

Fotografía: Duke Callaghan

Música: John Rubinstein y Tim McIntire

Intérpretes:

Robert Redford (Jeremiah Johnson)
Will Geer (Bear Claw)
Delle Bolton (Swan)
Josh Albee (Cahleb)
Joaquín Martínez (Red Shirt)
Stefan Gierasch (Del Gue)
Allyn Ann McLerie (Crazy Woman)
Paul Benedict (Reverend Lindquist)
Charles Tyner (Robidoux)
Matt Clark (Qualen)

SINOPSIS: Jeremiah Johnson es un soldado norteamericano que deserta del ejército en pleno conflicto entre Estados Unidos y Mexico (1846-1848) y se establece en las Montañas Rocosas, un entorno tan bello como hostil en el que deberá aprender a sobrevivir. Cuando los indios Crow matan a Swan y Cahleb (su esposa india y un niño al que había adoptado), Jeremiah antepondrá su instinto de venganza al de supervivencia.



“Las aventuras de Jeremiah Johnson” es una de esas pelis que, pese a sus irregularidades, me encanta. Me fascinó de adolescente cuando la vi por primera vez y, afortunadamente, me ha seguido gustando cada vez que la he revisado a posteriori. Naturalmente, de jovencito suelen colar muchas cosas que de mayor chirrían con cierta estridencia pero, aún así, considero que la peli de Sydney Pollack tiene muchas más virtudes que defectos y que —sin lugar a dudas— se ha ganado con todo merecimiento esa admiración que le profesé de adolescente y que, a día de hoy, le sigo profesando.

Así pues, dejemos de un lado sus puntos débiles (guión episódico, narración discontinua, alguna situación inverosímil…) y quedémonos con sus grandes aciertos. Con la profundidad de su mensaje (ecológico y espiritual a partes iguales), con la extraordinaria fotografía de Duke Callaghan (“The Yakuza”, “Conan el bárbaro”), con la gran sensibilidad de Pollack como cineasta (no en vano estamos hablando del autor, entre otras, de “Tal como éramos”, “The Yakuza” o “Memorias de África”), con la maravillosa balada de Tim McIntire (hijo, sí, de John McIntire) y, obviamente, con sus grandes y memorables escenas.

De todas ellas he escogido la última. La que cierra la película muy poco antes de los títulos de crédito finales. Una escena muy cortita y prácticamente silente que, sin embargo, sintetiza a la perfección todo aquello por lo que ha luchado Jeremiah Johnson (Robert Redford) a lo largo de la película. Recordemos que Jeremiah es un desertor del ejército que se establece en las Montañas Rocosas sin ningún motivo aparente. De hecho, lo único que sabemos es que Jeremiah no es, precisamente, un hombre de las montañas y que, por lo tanto, deberá luchar por su propia supervivencia en un entorno tan bello como hostil. Sin ayuda, sin experiencia previa y (como veremos) con duros y hasta trágicos contratiempos.



Pero lo hará. Lo conseguirá. Y gracias a ello se convertirá, finalmente, en un hombre adaptado al medio en el que vive. Un hombre —como Bear Claw (Will Geer) o Del Gue (Stefan Gierasch)— que aprenderá a cazar para ganarse el sustento y, sobre todo, a protegerse de los peligros que le rodean: el clima, la fauna y los nativos. Y aquí quería llegar: al enfrentamiento de Jeremiah con los nativos, los Crow. Un enfrentamiento que se perpetuará a lo largo de toda la peli (con el asesinato de Swan (Delle Bolton) y Cahleb (Josh Albee) y la consiguiente venganza por parte de Jeremiah como momentos más álgidos) y que finalmente prescribe en esta estremecedora secuencia.



Vayamos al detalle, pues. La escena en sí empieza con un plano de Jeremiah a caballo ascendiendo trabajosamente por la montaña nevada. Naturalmente, nuestro protagonista va ataviado con un gorro y un abrigo de piel. De fondo, la triste y hermosa balada interpretada por Tim McIntire.



Tras dos o tres planos de Jeremiah y del espectacular entorno que le rodea, la cámara se detiene ante la imagen de un jinete que se acerca a lo lejos.





Sin tener muy claras sus intenciones, Jeremiah hace el ademán de desenfundar su rifle. Un plano más cercano del jinete, sin embargo, nos rebela que se trata de “Camisa Encarnada” (Joaquín Martínez), el caudillo de los Crow. En estos momentos, la balada de McIntire va diluyéndose hasta desaparecer y tan solo oímos el ulular del viento y el relincho del caballo de “Camisa Encarnada” a lo lejos. La cara de Jeremiah, además, muestra cierta estupefacción. De repente, la cámara enfoca más de cerca a “Camisa Encarnada” y éste levanta su brazo derecho a modo de saludo. Un saludo que, por fin, simboliza el respeto que Jeremiah se ha ganado a través de sus actos. Tras alternar planos de uno y otro, la cámara vuelve a detenerse ante Jeremiah quién, levantando también su brazo derecho, hace lo propio con “Camisa Encarnada”: devolverle el saludo.





Y así, con un plano congelado de Jeremiah brazo en alto, acaba la película. Con un saludo que podríamos traducir sin temor a equivocarnos como ese respeto y admiración mutua que, en el fondo, se profesan ambos contendientes. A pesar de sus diferencias y a pesar de todo lo ocurrido anteriormente. Un gesto que me parece tremendamente emotivo y que pone la guinda final (junto a la reanudada balada de McIntire, por supuesto) a uno de los western más singulares de la historia del género.   









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