En un
lugar solitario (In a lonely place)
Estados
Unidos, 1950
Director:
Nicholas Ray
Guión:
Andrew Solt y Edmund H. North. Basado
en una obra de Dorothy B. Hughes
Fotografía:
Burnett Guffey
Música:
George Antheil
Intérpretes:
Humphrey
Bogart (Dixon Steele)
Gloria
Grahame (Laurel Gray)
Frank
Lovejoy (Brub Nicolai)
Carl Benton Reid (Captain Lochner)
Art Smith (Mel Lippman)
Jeff Donnell (Sylvia Nicolai)
Martha Stewart (Mildred Atkinson)
Robert Warwick (Charlie Waterman)
Morris Ankrum (Lloyd Barnes)
William Ching (Ted Barton)
SINOPSIS: Dixon Steele es un cínico y agresivo
guionista en horas bajas al que se le encarga adaptar una novela de escasa
calidad literaria. Sin ningunas ganas de leerla, Steele invita a la chica del
guardarropa del bar que frecuenta a su casa para que le cuente el argumento. A
la mañana siguiente, la chica aparece asesinada y Steele pasa a ser uno de los principales
sospechosos. Afortunadamente, su vecina Laurel
Gray se convierte en su mejor coartada.
Humphrey
Bogart
siempre ha sido uno de mis ídolos cinematográficos. Fruto de ello, obviamente,
he visto muchas pelis suyas. No todas, por supuesto, pero sí muchas. Una de mis
grandes asignaturas pendientes, sin embargo, era “En un lugar solitario”. Un legendario título que, pese a su
prestigio y trascendencia en la historia del cine, aún no había tenido
oportunidad de ver. Enmendado ese desliz, permitidme que aproveche mi spoiler de hoy para rendirle tributo a
este gran clásico del cine negro. No sólo porque ya iba tocando un clásico noir en mi particular selección de
grandes escenas sino, fundamentalmente, porque un enorme cineasta como Nicholas Ray (“Rebelde sin causa”, “Johnny
Guitar”, “Hombres errantes”) se
merece esto y más.
Dicho esto, añadir que me ha costado
bastante decidirme por la escena que encabeza este spoiler. Me ha costado porque “En un lugar solitario” tiene otras
dos escenas que también me han gustado mucho: la de un casi psicótico Dixon Steele (Humphrey Bogart) narrando su hipótesis sobre el asesinato de Mildred Atkinson (Martha Stewart) mientras el sargento Nicolai (Frank Lovejoy)
y su esposa Sylvia (Jeff Donnell) teatralizan la acción y,
por descontado, la de su amargo y desolador desenlace, en la que la definitiva resolución
del caso no consigue solucionar, paradójicamente, el conflicto amoroso entre
ambos protagonistas.
Así pues, me he decantado por la célebre
escena de la cocina porque creo que
sintetiza a la perfección varias de las constantes temáticas de Ray. Por un
lado, ese tremendo desencanto y escepticismo que transmite Dixon en toda la
película y que también es frecuente encontrar en muchas otras pelis de Ray en
las que seres marginados o inadaptados a la sociedad que les ha tocado vivir se
resisten a integrarse en ella o a seguir sus normas. Y por otro lado, ese amor
tan intenso e irracional como imposible y violento (casi shakespeariano diría yo) que condena y condiciona a los que lo
experimentan y que también es muy usual en la filmografía del norteamericano.
Pero vayamos a la secuencia. Concretamente,
a la cocina. Porque es ahí donde se cuece ese extraordinario momento entre
los dos protagonistas y donde podemos ser testigos —en definitiva— de sus
miedos, deseos y obsesiones. Recordemos que Dixon Steele (Humphrey
Bogart) y Laurel Gray (Gloria Grahame) son dos vecinos que se
enamoran fulgurantemente en el momento que Laurel se convierte en la única
coartada de Dixon la noche del asesinato de Mildred Atkinson. Un flechazo que, sin embargo, pierde fuelle
por parte de ella cuando, tras ser testimonio de varios de sus airados arrebatos,
va perdiendo confianza en él hasta el punto de tenerle miedo y de sospechar que
quizás Dixon podría haber sido el verdadero asesino de la chica del
guardarropía. Pues bien, la secuencia que de inmediato paso a describir se
sitúa en ese momento de miedo y de duda por parte de Laurel.
La escena en sí arranca con Dixon
preparando el desayuno en la cocina. Concretamente, cortando un pomelo. Un
intrigante acompañamiento musical, sin embargo, transmite cierta tensión a un
momento doméstico y absolutamente cotidiano. Así pues, mientras Dixon endereza
el cuchillo curvo de la fruta, una recién levantada Laurel se peina en la
habitación contigua mostrando notables dosis de temor y preocupación en el
rostro. Sin lugar a dudas, las últimas reacciones de Dixon (violentas y
totalmente irracionales) han instalado en ella la duda y la sospecha ¿Será Dix el verdadero asesino? En caso
contrario ¿Le espera junto a él una vida salpicada de continuos momentos de ira
desatada? Acto seguido, Laurel entra en la cocina y empieza el diálogo entre
ellos. Como podremos comprobar, es espléndido. No solo por el ingenio y
mordacidad ya de por sí habituales en el cine negro, sino básicamente porque
sintetiza con pocas palabras el tremendo escepticismo y desencanto vital de
Dixon.
Lo mejor de todo, no obstante, es que
estamos ante una auténtica declaración de amor. Tan ingeniosa como poco o nada
edulcorada. Pero romántica al fin y al cabo. Y eso demuestra que Dixon, pese a
su cinismo, agresividad y mal carácter, es todo un romántico. Lo constata esta
escena, lo constata su guión y lo constatan —sobre todo— esas hermosas frases escritas
por él que no aparecen en la escena pero que pienso que vienen a colación para
comprender algo mejor la tremenda ambigüedad psicológica que refleja en todo
momento su personaje:
“Nací cuando ella me besó. Morí cuando me
abandonó. Viví unas semanas mientras ella me amó”
Laurel: “Yo lo haré, Dix”
Dixon: “No, no quiero que lo hagas. Tú te sientas y
te pones cómoda. El desayuno ya está casi listo”
Laurel: “¿Qué ha pasado con el cuchillo
de la fruta?”
Dixon: “Estaba un poco torcido”
Laurel: “Tonto… ¡Pero si es curvo!”
Dixon: “¿Qué? ¡Las cosas que se inventan!”
Laurel: “Terminé esas páginas”
Dixon: “Sí. Y he visto que también has terminado el
guión ¿Qué es lo que pretendes? No voy a subirte el sueldo”
Laurel: “Me encanta la escena de amor. Es
muy buena”
Dixon: “Porque no se están diciendo constantemente
lo mucho que se quieren. Una buena escena de amor tiene que tener algo más
además de amor. Por ejemplo, ésta: yo partiendo el pomelo, tú sentada
cómodamente medio dormida… Cualquiera que nos viera comprendería que estamos
enamorados. Effie quiere que nos casemos. Dice que así tendría la oportunidad
de limpiar los apartamentos mientras estemos fuera”
Laurel: “¿No hay un modo más sencillo?”
Dixon: “Siempre he sabido que tendría que acabar
junto a ti. Solo necesitaba un empujoncito ¡Vamos, dormilona!”
Y poco más. Añadir tan sólo que la
espléndida fotografía de Burnett Guffey
(“De aquí a la eternidad”, “El hombre de Alcatraz”, “Bonnie and Clyde”) hace honor a los
cánones estéticos del noir, que los
diálogos (permitidme reiterarlo) son estupendos y que tanto Humphrey Bogart (tal vez en su mejor y
más autobiográfico papel) como Gloria
Grahame (bellísima) están francamente soberbios.
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