divendres, 18 de maig del 2018

“-ME ENCANTA LA ESCENA DE AMOR. ES MUY BUENA. +PORQUE NO SE ESTÁN DICIENDO CONSTANTEMENTE LO MUCHO QUE SE QUIEREN” (En un lugar solitario, 1950. Nicholas Ray)



En un lugar solitario (In a lonely place)

Estados Unidos, 1950

Director: Nicholas Ray

Guión: Andrew Solt y Edmund H. North. Basado en una obra de Dorothy B. Hughes

Fotografía: Burnett Guffey

Música: George Antheil

Intérpretes:

Humphrey Bogart (Dixon Steele)
Gloria Grahame (Laurel Gray)
Frank Lovejoy (Brub Nicolai)
Carl Benton Reid (Captain Lochner)
Art Smith (Mel Lippman)
Jeff Donnell (Sylvia Nicolai)
Martha Stewart (Mildred Atkinson)
Robert Warwick (Charlie Waterman)
Morris Ankrum (Lloyd Barnes)
William Ching (Ted Barton)

SINOPSIS: Dixon Steele es un cínico y agresivo guionista en horas bajas al que se le encarga adaptar una novela de escasa calidad literaria. Sin ningunas ganas de leerla, Steele invita a la chica del guardarropa del bar que frecuenta a su casa para que le cuente el argumento. A la mañana siguiente, la chica aparece asesinada y Steele pasa a ser uno de los principales sospechosos. Afortunadamente, su vecina Laurel Gray se convierte en su mejor coartada.



Humphrey Bogart siempre ha sido uno de mis ídolos cinematográficos. Fruto de ello, obviamente, he visto muchas pelis suyas. No todas, por supuesto, pero sí muchas. Una de mis grandes asignaturas pendientes, sin embargo, era “En un lugar solitario”. Un legendario título que, pese a su prestigio y trascendencia en la historia del cine, aún no había tenido oportunidad de ver. Enmendado ese desliz, permitidme que aproveche mi spoiler de hoy para rendirle tributo a este gran clásico del cine negro. No sólo porque ya iba tocando un clásico noir en mi particular selección de grandes escenas sino, fundamentalmente, porque un enorme cineasta como Nicholas Ray (“Rebelde sin causa”, “Johnny Guitar”, “Hombres errantes”) se merece esto y más.  

Dicho esto, añadir que me ha costado bastante decidirme por la escena que encabeza este spoiler. Me ha costado porque “En un lugar solitario” tiene otras dos escenas que también me han gustado mucho: la de un casi psicótico Dixon Steele (Humphrey Bogart) narrando su hipótesis sobre el asesinato de Mildred Atkinson (Martha Stewart) mientras el sargento Nicolai (Frank Lovejoy) y su esposa Sylvia (Jeff Donnell) teatralizan la acción y, por descontado, la de su amargo y desolador desenlace, en la que la definitiva resolución del caso no consigue solucionar, paradójicamente, el conflicto amoroso entre ambos protagonistas.



Así pues, me he decantado por la célebre escena de la cocina porque creo que sintetiza a la perfección varias de las constantes temáticas de Ray. Por un lado, ese tremendo desencanto y escepticismo que transmite Dixon en toda la película y que también es frecuente encontrar en muchas otras pelis de Ray en las que seres marginados o inadaptados a la sociedad que les ha tocado vivir se resisten a integrarse en ella o a seguir sus normas. Y por otro lado, ese amor tan intenso e irracional como imposible y violento (casi shakespeariano diría yo) que condena y condiciona a los que lo experimentan y que también es muy usual en la filmografía del norteamericano.



Pero vayamos a la secuencia. Concretamente, a la cocina. Porque es ahí donde se cuece ese extraordinario momento entre los dos protagonistas y donde podemos ser testigos —en definitiva— de sus miedos, deseos y obsesiones. Recordemos que Dixon Steele (Humphrey Bogart) y Laurel Gray (Gloria Grahame) son dos vecinos que se enamoran fulgurantemente en el momento que Laurel se convierte en la única coartada de Dixon la noche del asesinato de Mildred Atkinson. Un flechazo que, sin embargo, pierde fuelle por parte de ella cuando, tras ser testimonio de varios de sus airados arrebatos, va perdiendo confianza en él hasta el punto de tenerle miedo y de sospechar que quizás Dixon podría haber sido el verdadero asesino de la chica del guardarropía. Pues bien, la secuencia que de inmediato paso a describir se sitúa en ese momento de miedo y de duda por parte de Laurel.





La escena en sí arranca con Dixon preparando el desayuno en la cocina. Concretamente, cortando un pomelo. Un intrigante acompañamiento musical, sin embargo, transmite cierta tensión a un momento doméstico y absolutamente cotidiano. Así pues, mientras Dixon endereza el cuchillo curvo de la fruta, una recién levantada Laurel se peina en la habitación contigua mostrando notables dosis de temor y preocupación en el rostro. Sin lugar a dudas, las últimas reacciones de Dixon (violentas y totalmente irracionales) han instalado en ella la duda y la sospecha ¿Será Dix el verdadero asesino? En caso contrario ¿Le espera junto a él una vida salpicada de continuos momentos de ira desatada? Acto seguido, Laurel entra en la cocina y empieza el diálogo entre ellos. Como podremos comprobar, es espléndido. No solo por el ingenio y mordacidad ya de por sí habituales en el cine negro, sino básicamente porque sintetiza con pocas palabras el tremendo escepticismo y desencanto vital de Dixon.





Lo mejor de todo, no obstante, es que estamos ante una auténtica declaración de amor. Tan ingeniosa como poco o nada edulcorada. Pero romántica al fin y al cabo. Y eso demuestra que Dixon, pese a su cinismo, agresividad y mal carácter, es todo un romántico. Lo constata esta escena, lo constata su guión y lo constatan —sobre todo— esas hermosas frases escritas por él que no aparecen en la escena pero que pienso que vienen a colación para comprender algo mejor la tremenda ambigüedad psicológica que refleja en todo momento su personaje:

“Nací cuando ella me besó. Morí cuando me abandonó. Viví unas semanas mientras ella me amó”

Laurel: “Yo lo haré, Dix”

Dixon: “No, no quiero que lo hagas. Tú te sientas y te pones cómoda. El desayuno ya está casi listo”

Laurel: “¿Qué ha pasado con el cuchillo de la fruta?”

Dixon: “Estaba un poco torcido”

Laurel: “Tonto… ¡Pero si es curvo!”

Dixon: “¿Qué? ¡Las cosas que se inventan!”

Laurel: “Terminé esas páginas”

Dixon: “Sí. Y he visto que también has terminado el guión ¿Qué es lo que pretendes? No voy a subirte el sueldo”

Laurel: “Me encanta la escena de amor. Es muy buena”
  
Dixon: “Porque no se están diciendo constantemente lo mucho que se quieren. Una buena escena de amor tiene que tener algo más además de amor. Por ejemplo, ésta: yo partiendo el pomelo, tú sentada cómodamente medio dormida… Cualquiera que nos viera comprendería que estamos enamorados. Effie quiere que nos casemos. Dice que así tendría la oportunidad de limpiar los apartamentos mientras estemos fuera”

Laurel: “¿No hay un modo más sencillo?”

Dixon: “Siempre he sabido que tendría que acabar junto a ti. Solo necesitaba un empujoncito ¡Vamos, dormilona!”



Y poco más. Añadir tan sólo que la espléndida fotografía de Burnett Guffey (“De aquí a la eternidad”, “El hombre de Alcatraz”, “Bonnie and Clyde”) hace honor a los cánones estéticos del noir, que los diálogos (permitidme reiterarlo) son estupendos y que tanto Humphrey Bogart (tal vez en su mejor y más autobiográfico papel) como Gloria Grahame (bellísima) están francamente soberbios.



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