El jinete pálido (Pale Rider)
Estados Unidos, 1985
Director: Clint Eastwood
Guión: Michael Butler y Dennis Shryack
Fotografía: Bruce Surtees
Música: Lennie Niehaus
Intérpretes:
Clint Eastwood (El
Predicador)
Michael Moriarty (Hull Barret)
Carrie Snodgress (Sarah Wheeler)
Sydney Penny (Megan Wheeler)
Chris Penn (Josh LaHood)
Richard Dysart (Coy LaHood)
Richard Kiel (Club)
Charles Hallahan (MacGill)
John Russell (Marshall Stockburn)
Billy Drago (hombre de Stockburn)
SINOPSIS:
California, 1850-1860. Un grupo de colonos
buscadores de oro acampados en Carbon
Canyon son intimidados por los hombres de Coy LaHood, un cacique local que pretende librarse de ellos para
poder así explotar sus yacimientos. Sin embargo, la irrupción de un misterioso
pistolero apodado El predicador animará a los colonos a enfrentarse al
todopoderoso LaHood y a Stockburn,
su pistolero a sueldo.
Aunque ser uno de
los mejores westerns de una década (la
de los 80) en la que el género parecía inevitablemente abocado a la extinción
no da para tirar cohetes precisamente, qué duda cabe que “El jinete pálido” es —a mi juicio— una gran película. Para muchos,
incluso, el mejor western de Clint Eastwood. Con permiso de “Sin perdón” y “El fuera de la ley”, por supuesto.
A partir de ahí
podríamos hablar largo y tendido de “El jinete pálido”. De su impecable
narrativa clásica, de su inconfundible sello leoniano, de su excepcional fotografía, de sus incuestionables concomitancias
con “Raíces profundas” o “Infierno de cobardes”, de sus frases
lapidarias, de su vestuario (lo confieso: me encantan las levitas y los
guardapolvos), de sus paisajes, de personajes tan interesantes como Megan, Club o Stockburn o,
naturalmente, de su antológico duelo final. Pero hoy de lo que me apetece hablar es, en concreto, de su protagonista principal. De El predicador, vaya. Un personaje
que encarna irreprochablemente Clint
Eastwood y que, alejándose un tanto del típico maniqueísmo del western clásico, se acerca muy mucho a
los característicos antihéroes del Spaghetti
Western. Seres de moral ambigua, lacónicos, duros, cínicos y absolutamente
imperturbables. Como el pistolero sin
nombre, el predicador es un
hombre del que no sabemos prácticamente nada. Pero no sólo eso. El predicador es un ser casi fantasmal.
Una especie de aparición. Alguien que, probablemente, debiera estar muerto.
Algo que nos confirma, precisamente, la escena escogida para el spoiler de hoy: la de su espectral
llegada al poblado minero de Carbon
Canyon.
Así pues, pese a
que El predicador ya ha hecho acto de
presencia en la película mucho antes de esta escena, lo que resulta obvio es
que la primera vez que lo ven tanto Sarah
Wheeler (Carrie Snodgress) como
su hija, Megan Wheeler (Sydney Penny) es en este preciso
instante. Y lo ven desde la ventana de su cabaña mientras Megan (una chiquilla,
por cierto, realmente preciosa) lee unos versículos de la Biblia. Concretamente
el Apocalipsis
6, 7-8. Unos versículos que hacen referencia a los cuatro jinetes del Apocalipsis y que, en este caso, se centran
en el cuarto jinete. El que monta un caballo bayo (o pálido, según la versión)
y que se corresponde con la muerte.
Y aunque la escena es realmente cortita, lo
que me parece genial es como está montada. Calculando los tiempos para que el
texto que está leyendo Megan coincida exactamente con la irrupción de El predicador en escena. Un Clint
Eastwood ataviado con un sombrero de copa alta y una levita que me encantan y montando,
obviamente, un caballo bayo. Todo ello alternando varios planos de Megan y de
Sarah en la casa y varios planos (fijaos, sobre todo, en los impactantes contrapicados con el cielo de fondo) de El Predicador en la calle. Unos planos
cuyo suspense enfatiza la intrigante música de Lennie Niehaus (colaborador habitual de Eastwood) y que dan
respuesta —en definitiva— a la invocación
de Megan a través de la majestuosa aparición, a mi juicio, de uno de los
personajes más misteriosos de la historia del western.
Antes de dejaros con Megan leyendo el Apocalipsis me gustaría, sin embargo,
subrayar la gran labor como director de fotografía de Bruce Surtees, otro colaborador habitual de Eastwood. Un técnico
que dominaba a la perfección los siempre complicados contraluces y que, en este caso, juega admirablemente con la luz
natural para lograr ese efecto siniestro y fantasmal que requiere la escena.
Que la disfrutéis.
Megan:
"Y contemplé un caballo negro. El
que lo montaba llevaba en las manos un par de balanzas. Y escuché una voz que
decía: “Una medida de trigo por un centavo y tres medidas de cebada por un
centavo. De este modo no estropearás ni el aceite ni el vino”. Y cuando él hubo
abierto el cuarto sello oí la voz de la cuarta bestia decir: “Ven a ver”. Y yo
miré. Y contemplé un caballo pálido y el nombre de su jinete era la muerte. Y
el infierno le seguía”
Es importante la expresión de la cara Stockburn tras el duelo final... Justo antes de morir Le reconoce... De hecho se da cuenta de que debería estar muerto... E importante tb los agujeros de la espalda de la levita del predicador en ese mismo fotograma
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