dijous, 19 d’abril del 2018

“Y CONTEMPLÉ UN CABALLO PÁLIDO Y EL NOMBRE DE SU JINETE ERA LA MUERTE. Y EL INFIERNO LE SEGUÍA” (El jinete pálido, 1985. Clint Eastwood)



El jinete pálido (Pale Rider)

Estados Unidos, 1985

Director: Clint Eastwood

Guión: Michael Butler y Dennis Shryack

Fotografía: Bruce Surtees

Música: Lennie Niehaus

Intérpretes:

Clint Eastwood (El Predicador)
Michael Moriarty (Hull Barret)
Carrie Snodgress (Sarah Wheeler)
Sydney Penny (Megan Wheeler)
Chris Penn (Josh LaHood)
Richard Dysart (Coy LaHood)
Richard Kiel (Club)
Charles Hallahan (MacGill)
John Russell (Marshall Stockburn)
Billy Drago (hombre de Stockburn)

SINOPSIS: California, 1850-1860. Un grupo de colonos buscadores de oro acampados en Carbon Canyon son intimidados por los hombres de Coy LaHood, un cacique local que pretende librarse de ellos para poder así explotar sus yacimientos. Sin embargo, la irrupción de un misterioso pistolero apodado El predicador animará a los colonos a enfrentarse al todopoderoso LaHood y a Stockburn, su pistolero a sueldo.



Aunque ser uno de los mejores westerns de una década (la de los 80) en la que el género parecía inevitablemente abocado a la extinción no da para tirar cohetes precisamente, qué duda cabe que “El jinete pálido” es —a mi juicio— una gran película. Para muchos, incluso, el mejor western de Clint Eastwood. Con permiso de “Sin perdón” y “El fuera de la ley”, por supuesto.   

A partir de ahí podríamos hablar largo y tendido de “El jinete pálido”. De su impecable narrativa clásica, de su inconfundible sello leoniano, de su excepcional fotografía, de sus incuestionables concomitancias con “Raíces profundas” o “Infierno de cobardes”, de sus frases lapidarias, de su vestuario (lo confieso: me encantan las levitas y los guardapolvos), de sus paisajes, de personajes tan interesantes como Megan, Club o Stockburn o, naturalmente, de su antológico duelo final. Pero hoy de lo que me apetece hablar es, en concreto, de su protagonista principal. De El predicador, vaya. Un personaje que encarna irreprochablemente Clint Eastwood y que, alejándose un tanto del típico maniqueísmo del western clásico, se acerca muy mucho a los característicos antihéroes del Spaghetti Western. Seres de moral ambigua, lacónicos, duros, cínicos y absolutamente imperturbables. Como el pistolero sin nombre, el predicador es un hombre del que no sabemos prácticamente nada. Pero no sólo eso. El predicador es un ser casi fantasmal. Una especie de aparición. Alguien que, probablemente, debiera estar muerto. Algo que nos confirma, precisamente, la escena escogida para el spoiler de hoy: la de su espectral llegada al poblado minero de Carbon Canyon.



Así pues, pese a que El predicador ya ha hecho acto de presencia en la película mucho antes de esta escena, lo que resulta obvio es que la primera vez que lo ven tanto Sarah Wheeler (Carrie Snodgress) como su hija, Megan Wheeler (Sydney Penny) es en este preciso instante. Y lo ven desde la ventana de su cabaña mientras Megan (una chiquilla, por cierto, realmente preciosa) lee unos versículos de la Biblia. Concretamente el Apocalipsis 6, 7-8. Unos versículos que hacen referencia a los cuatro jinetes del Apocalipsis y que, en este caso, se centran en el cuarto jinete. El que monta un caballo bayo (o pálido, según la versión) y que se corresponde con la muerte.





Y aunque la escena es realmente cortita, lo que me parece genial es como está montada. Calculando los tiempos para que el texto que está leyendo Megan coincida exactamente con la irrupción de El predicador en escena. Un Clint Eastwood ataviado con un sombrero de copa alta y una levita que me encantan y montando, obviamente, un caballo bayo. Todo ello alternando varios planos de Megan y de Sarah en la casa y varios planos (fijaos, sobre todo, en los impactantes contrapicados con el cielo de fondo) de El Predicador en la calle. Unos planos cuyo suspense enfatiza la intrigante música de Lennie Niehaus (colaborador habitual de Eastwood) y que dan respuesta —en definitiva— a la invocación de Megan a través de la majestuosa aparición, a mi juicio, de uno de los personajes más misteriosos de la historia del western.





Antes de dejaros con Megan leyendo el Apocalipsis me gustaría, sin embargo, subrayar la gran labor como director de fotografía de Bruce Surtees, otro colaborador habitual de Eastwood. Un técnico que dominaba a la perfección los siempre complicados contraluces y que, en este caso, juega admirablemente con la luz natural para lograr ese efecto siniestro y fantasmal que requiere la escena. Que la disfrutéis.





Megan: "Y contemplé un caballo negro. El que lo montaba llevaba en las manos un par de balanzas. Y escuché una voz que decía: “Una medida de trigo por un centavo y tres medidas de cebada por un centavo. De este modo no estropearás ni el aceite ni el vino”. Y cuando él hubo abierto el cuarto sello oí la voz de la cuarta bestia decir: “Ven a ver”. Y yo miré. Y contemplé un caballo pálido y el nombre de su jinete era la muerte. Y el infierno le seguía”




divendres, 13 d’abril del 2018

“VAMOS A SALTAR” (Dos hombres y un destino, 1969. George Roy Hill)



Dos hombres y un destino (Butch Cassidy and the Sundance Kid)

Estados Unidos, 1969

Director: George Roy Hill

Guión: William Goldman

Fotografía: Conrad L. Hall

Música: Burt Bacharach

Intérpretes:

Paul Newman (Butch Cassidy)
Robert Redford (The Sundance Kid)
Katharine Ross (Etta Place)
Strother Martin (Percy Garris)
Henry Jones (Bike Salesman)
Jeff Corey (Sheriff Bledsoe)
George Furth (Woodcock)
Cloris Leachman (Agnes)
Ted Cassidy (Harvey Logan)
Kenneth Mars (Marshall)

SINOPSIS: Wyoming, 1890-1900. Butch Cassidy y Sundance Kid son dos amigos que forman parte de Hole in the Wall, una banda dedicada a asaltar trenes y atracar bancos. Tras disolver la banda, una joven maestra de Denver llamada Etta se les unirá y los tres románticos forajidos huirán a Nueva York. Perseguidos incansablemente por agentes de la Pinkerton y diversos cazarrecompensas, Butch, Sundance y Etta llegarán hasta Bolivia. 



“Dos hombres y un destino” no es, precisamente, uno de mis westerns preferidos. Y no lo es porque no acostumbran a gustarme demasiado los westerns con un componente cómico relevante como tampoco las pelis rodadas para el lucimiento personal de sus protagonistas; en este caso, dos guaperas de la época (a la vez que extraordinarios actores, por supuesto) como Paul Newman y Robert Redford. Dos actores que cuatro años más tarde volverían a coincidir en la superior “El golpe”, también dirigida por George Roy Hill.  

Aún así, me gustan ciertas cosas puntuales de “Dos hombres y un destino”. Y no, no me refiero únicamente al célebre y cacareado Raindrops keeps fallin' on my head de Burt Bacharach. Me refiero —por ejemplo— a la incuestionable química entre sus dos astros, a la intermitente presencia de la guapísima Katharine Ross, a sus ingeniosos diálogos, a la portentosa fotografía de Conrad L. Hall (“Los profesionales”, “La leyenda del indomable”, “Camino a la perdición”…) y, sobre todo, a un par de escenas muy bien rodadas y, por qué no admitirlo, míticas: la de su famoso plano fijo final en sepia y, naturalmente, la que hoy motiva este spoiler. La del salto al vacío de Butch Cassidy (Paul Newman) y Sundance Kid (Robert Redford).



Recordemos que gran parte de la película relata la porfiada persecución de Butch Cassidy y Sundance Kid por parte de agentes de la Pinkerton (contratados por la Union Pacific, compañía ferroviaria víctima de los continuos asaltos de Hole in the Wall, la banda de Butch & Sundance) y que esta escena no hace más que reflejar uno de esos episodios. Lo mejor del asunto es que —en un momento dado— los agentes de la Pinkerton consiguen acorralar a Butch y a Sundance en un callejón sin salida. Concretamente, al borde de un precipicio que va a dar al lecho de un río. En dicho momento límite, pues, transcurre la escena del spoiler de hoy. Y pese a que se trata de un momento teóricamente dramático, el diálogo que reproduzco a continuación os constatará que lo que impera en esta emocionante secuencia es complicidad, feeling, amistad y, sobre todo, mucho sentido del humor. Así pues, sin más, os dejo con este magnífico diálogo entre Butch y Sundance escrito por el gran William Goldman, autor de “La princesa prometida” y guionista de películas como “Todos los hombres del presidente”, “Marathon Man” o “Poder absoluto” entre muchas otras. Como veréis, una auténtica gozada.





Butch: “No podemos luchar. Y si nos entregamos, nos mandarán a la cárcel”

Sundance: “Yo ya he estado en ella”

Butch: “Si luchamos pueden continuar donde están y matarnos de hambre. O bien ocupar posiciones y matarnos a tiros. O provocar un desprendimiento de rocas… ¿Qué más pueden hacer?”

Sundance: “Pueden rendirse. Pero no cuento con ello”

Butch: “Ahora ocupan posiciones”

Sundance: “Hay que prepararse”

Butch: “Kid, si en otra ocasión te digo ¿Por qué no vamos a Bolivia? ¡Debemos ir a Bolivia!”

Sundance: “En otra ocasión… ¿Listo?”

Butch: “No, vamos a saltar”




Sundance: “¡Ni pensarlo!”

Butch: “¡No nos pasará nada! Si hay bastante profundidad no nos haremos daño. Nunca podrán seguirnos”

Sundance: “¿Cómo lo sabes?”

Butch: “¿Darías tú un salto así si no tuvieras que hacerlo?”

Sundance: “Tengo que hacerlo y no lo doy”

Butch: “Pues hay que saltar o estamos perdidos. Y ellos tendrán que volverse por dónde han venido ¡Vamos!”

Sundance: “Un buen disparo es lo único que necesito”

Butch: “¡Vamos!”

Sundance: “¡No! ¡Déjame solo!”

Butch: “¿Por qué?”

Sundance: “¡Quiero luchar contra ellos!”

Butch: “¡Nos matarán!”

Sundance: “Tal vez…”

Butch: “¿Quieres suicidarte?”

Sundance: “¿Y tú?”

Butch: “De acuerdo. Saltaré el primero…”

Sundance: “No”

Butch: “Entonces hazlo tu…”

Sundance: “Te he dicho que no…”

Butch: “¿Qué te pasa, muchacho?”

Sundance: “¡Que no sé nadar!”





Butch: “Jajajajajaja ¡Eres un iluso! ¡No creo que salgamos con vida!”

Sundance – Butch: “¡Oooooooooooooh!”





Como datos anecdóticos añadir que este no fue el primer salto de estas características (creo haber leído por ahí que “Gunga Din”, rodada en 1939 por George Stevens, ya poseía uno de similar), que pese a que Paul Newman y Robert Redford dieron realmente el salto cayeron —acto seguido— a un colchón situado dos metros más abajo y que los amantes de las localizaciones que quieran ver con sus propios ojos esos impresionantes parajes solo tienen que dirigirse al Cañón del río Ánimas (Anime River Canyon, Colorado). 

dimecres, 11 d’abril del 2018

“¿QUÉ LE HABÉIS HECHO EN LOS OJOS?” (La semilla del diablo, 1968. Roman Polanski)



La semilla del diablo (Rosemary’s baby)

Estados Unidos, 1968

Director: Roman Polanski

Guión: Roman Polanski. Basado en una obra de Ira Levin

Fotografía: William A. Fraker

Música: Krzysztof Komeda

Intérpretes:

Mia Farrow (Rosemary Woodhouse)
John Cassavetes (Guy Woodhouse)
Ruth Gordon (Minnie Castevet)
Sidney Blackmer (Roman Castevet)
Maurice Evans (Hutch)
Ralph Bellamy (Dr. Sapirstein)
Victoria Vetri (Terry)
Patsy Kelly (Laura Louise)
Elisha Cook Jr. (Mr. Nicklas)
Charles Grodin (Dr. Hill)
Hope Summers (Mrs. Gilmore)
Sebastian Brook (Argyron Stavropoulos)

SINOPSIS: Nueva York, 1965. Guy y Rosemary Woodhouse son una joven pareja neoyorquina que se mudan a un apartamento situado frente a Central Park. Una vez instalados, intiman con Roman y Minnie Castevet, un matrimonio mayor residente en el inmueble. Muy pronto, la carrera de actor de Guy despega y deciden tener un hijo. Inmediatamente, los Castevet recomiendan a Guy y Rosemary un prestigioso tocólogo, el doctor Abraham Sapirstein. Aún así, el embarazo de Rosemary empieza a presentar ciertas anomalías.



“La semilla del diablo” forma parte —junto a “Psicosis”, “El exorcista” y “El resplandor”— de mi poker de películas de terror favoritas. Todas ellas me acojonaron de jovencito cuando las vi por primera vez y todas ellas me siguen acojonando ahora, casi 40 años después. Supongo que, fundamentalmente, porque todas ellas parten de una premisa básica: la atmósfera. Una especie de estado abstracto o metafísico que envuelve todo el film y que lo impregna de un halo malsano, oscuro, desasosegante y angustioso.

Aún así, hoy no voy a hablaros de atmósfera. Y no lo voy a hacer porque el spoiler de hoy (y nunca mejor dicho) hace referencia a la última escena de la película. La que precisamente destapa el pastel y constata que todo lo que —en un momento dado— parecían ser imaginaciones de Rosemary son, en realidad, verdades tangibles, evidentes y notorias. Por muy espeluznantes que nos parezcan.

Así pues, preparaos para una secuencia terrorífica. Para una secuencia en la que vais a conocer (o no) al hijo de Rosemary. O si lo preferís a La semilla del diablo, desafortunadísimo título que se le adjudicó en España a la obra maestra de Roman Polanski y que desvelaba desde un buen principio, por desgracia, lo que cualquier espectador podía sospechar (y esa era la gracia, sospecharlo) durante todo el metraje de la peli. En cualquier caso, la escena de hoy acojona y mucho. No sólo porque el miedo nunca ha necesitado de parafernalia y artificio de ningún tipo (el gran mal del cine de terror actual) sino porque lo que Polanski decide que veamos en cada momento resulta, sin lugar a dudas, absolutamente aterrador. En parte, porque casi siempre vemos (y, por lo tanto, compartimos información) a través de los ojos de Rosemary. Y, en parte también, porque aquello de “sugerir en lugar de mostrar” siempre ha resultado tan sutil como tremendamente efectivo.   





Así pues, vayamos al grano. La escena empieza cuando, tras dar a luz y ser informada de que el bebé ha nacido muerto, Rosemary Woodhouse (Mia Farrow) oye el llanto de un recién nacido y decide levantarse de la cama para investigar de donde procede. Los lloros la llevan al fondo del pasillo, donde un gran armario ropero separa un panel que conecta su casa con la de sus vecinos, los Castevet. Previendo algún tipo de peligro, entra en la cocina y se arma con un cuchillo de considerables proporciones. La súbita irrupción de Guy Woodhouse (John Cassavetes), sin embargo, la obliga a esconderse. Y en este momento, precisamente, es cuando asistimos a uno de los míticos planos de esta película: el de Rosemary frenando el balanceo de la cuna de su bebé con la punta del cuchillo.  






En cuanto Guy se va, Rosemary vuelve al armario y se introduce en casa de los Castevet. Empuñando el cuchillo y deteniéndose ante los horripilantes cuadros de iglesias ardiendo y seres diabólicos, Rosemary avanza lentamente por el pasillo de sus vecinos hasta que las voces que oye a lo lejos la llevan a un gran salón donde una docena de personas parecen estar celebrando algo. Hasta este momento, todo lo que nosotros sabemos como espectadores es lo que nos han ido mostrando los ojos de Rosemary. Y resulta hasta cierto punto lógico pensar, asimismo, que todas las conjeturas y sospechas de la protagonista a lo largo de la película puedan llegar a ser, en realidad, fruto de su imaginación. Paranoias suyas, vamos. Y esa incertidumbre es, obviamente, lo que nos intriga. Lo que nos tensiona. Lo que nos atemoriza. Insisto en ello porque, personalmente, esa incertidumbre acentuada y prolongada hasta la extenuación es lo que más me fascina de “La semilla del diablo”. Constantemente se percibe y se paladea un peligro que nunca acaba de mostrarse pero que está ahí, en el apartamento, en el edificio… En el ambiente, vaya. Y esa es, a mi juicio, la mejor definición cinematográfica del miedo o de su máxima expresión emocional: el terror.

Pero volvamos a la escena. Nos habíamos quedado con Rosemary irrumpiendo en el amplio salón de los Castevet donde parece que se esté celebrando algún acontecimiento. Mientras Rosemary cruza lentamente la estancia con el cuchillo en la mano, algunos invitados la miran extrañados y la increpan con condescendencia. Ella, sin embargo, apenas les hace caso y se dirige hacia una gran cuna negra que hay al lado de una ventana y que hace las veces de lo que podríamos denominar como un auténtico Portal de Belén satánico. El clímax de la escena (y, con éste, la catarsis de la protagonista y del espectador) está a punto de producirse. A partir de aquí, supongo que las imágenes y los diálogos ya son lo suficientemente explícitos para que no sea necesario subrayar nada más. Aún así, me gustaría hacer hincapié en tres o cuatro aspectos esenciales de esta escena: el gran poder de sugestión del cineasta polaco (consiguiendo que cada espectador dibuje libremente en su cerebro su propia imagen del terror), la terrible enajenación mental que supone pertenecer a una secta (satánica para más inri), el poderoso instinto maternal de Rosemary (aceptando al final a su diabólico engendro) y el pavor que transmite la siniestra nana (Lullaby) de Krzysztof Komeda. Una melodía con la que Polanski cierra el círculo (la peli empieza y acaba con ella) y que a mi me parece total y absolutamente escalofriante.  





Minnie: “Diablos, Hayato. Siempre haciendo bromas a mi costa. Me estás tomando el pelo”





Mrs. Gilmore: “Rosemary, vuelva a la cama. No debería haberse levantado”

Hayato (Ernest Harada): “¿Es la madre?”

Roman: “Rosemary...”

Rosemary: “Cállese. Usted está en Dubrovnik. No puedo oírle”





Rosemary: “¿Qué le habéis hecho? ¿Qué le habéis hecho en los ojos?”



[Uno de los grandes aciertos de Polanski en “La semilla del diablo” se produce, precisamente, en este mismo instante. Me refiero, obviamente, al hecho de no mostrar directamente al espectador (aunque luego veremos, en un rápido flash, un intrigante primer plano de unos ojos felinos) el rostro de Adrián. Porque, sí, ahora ya sabemos que, efectivamente, Adrián no es el hijo de Guy sino el mismísimo hijo de Satán. Y también sabemos, consecuentemente, que esas imágenes anteriores de Rosemary entregada y sucesivamente violada por ese misterioso y diabólico ser no son oníricas sino total y absolutamente reales. Pero todo ello lo sabemos a través de la expresión de terror de Rosemary. A través de su rostro desencajado y, naturalmente, a través del delirante monólogo de Roman Castevet (Sidney Blackmer), uno de los personajes más espeluznantes —a mi juicio— del cine de terror de todos los tiempos]

Roman: “Tiene los ojos de su padre”

Rosemary: “¿Qué está diciendo? Los ojos de Guy son normales ¿Qué le habéis hecho, fanáticos?”





Roman: “Su padre es Satán, no Guy. Salió del infierno y ha engendrado un hijo de una mujer mortal. Satán es su padre y su nombre es Adrián. Derrocará a los poderosos y arrasará sus templos ¡Redimirá a los despreciados y reclamará venganza en nombre de los abrasados y torturados! ¡Salve, Adrián! ¡Salve, Satán!”

Minnie: “Él te eligió de entre todas las mujeres del mundo. Él quiso que fueras la madre de su único hijo”

Roman: “¡Su fuerza es la más grande de todos! ¡Su poder pervivirá por siempre!”

Rosemary: “¡No! ¡No puede ser!”

Minnie: “Mira sus manos”

Laura Louise: “Y sus pies”

Rosemary: “¡Oh, Dios!”



Roman: “¡Dios ha muerto! ¡Satán vive! ¡Es el año uno! ¡Es el año uno y Dios ha muerto! ¡Es el año uno! ¡Salve, Adrián! ¡Salve, Satán! ¿Por qué no nos ayudas, Rosemary? Sé una madre de verdad con Adrián. No tienes por qué unirte a nosotros si no quieres. Sólo sé una buena madre con tu hijo. Minnie y Laura-Louise son demasiado viejas. No está bien. Piensa en ello, Rosemary”

Rosemary: “¡Oh, Dios!”

Laura Louise: “¡Cállese ya con su ¡Oh, Dios! o la mataremos!

Mrs. Gilmore: “¡Cállate tú! Rosemary es su madre. Muestra un poco de respeto”

Roman (dirigiéndose a Argyron Stavropoulos, un nuevo visitante): “Venga, amigo mío. Venga a verle. Venga a ver al niño”

[Mientras, Guy y Rosemary mantienen un breve aparte. Guy intenta justificar su traición y Rosemary le escupe en el rostro]

Guy: “Me prometieron que no te harían daño y así ha sido. Imagina que hubieras tenido al niño y lo hubieras perdido… ¿No habría sido lo mismo? Y conseguiremos mucho a cambio, Rose”

Roman: “Guy, deja que te presente a Argyron Stavropoulos”

Stavropoulos: “Debe de estar muy orgulloso ¿Es ésta la madre? Pero, ¿Por qué llora...?”

Minnie: “Toma, bebe esto”

Rosemary: “¿Qué es? ¿Raíz de tannis?”

Minnie: “No es más que té. Bébelo”



Laura Louise: “Lárguese de aquí. ¡Roman!”

Rosemary: “Lo está meciendo demasiado fuerte”

Laura Louise: “¡Siéntese! Que se vaya donde debe estar.

Rosemary: “Lo está meciendo demasiado rápido. Por eso está llorando”

Laura Louise: “¡Ocúpese de sus asuntos!”

Roman: “Siéntate con los demás. Siéntate con los demás, Laura Louise. Puedes mecerle”

Rosemary: “¿Está intentando que yo sea su madre?”



Roman: “¿Acaso no eres tú su madre?”




Y poco más. Añadir, si un caso, que Ruth Gordon (Minnie Castevet) obtuvo el Globo de Oro y el Oscar a la mejor actriz de reparto en 1969 por esta película  y señalar, como dato anecdótico, que el famoso edificio donde se rodó “La semilla del diablo” (Bramford en la película, Dakota en la vida real) fue, además de residencia de John Lennon y Yoko Ono desde 1973, el lugar donde fue asesinado el célebre músico en diciembre de 1980.