dimecres, 11 d’abril del 2018

“¿QUÉ LE HABÉIS HECHO EN LOS OJOS?” (La semilla del diablo, 1968. Roman Polanski)



La semilla del diablo (Rosemary’s baby)

Estados Unidos, 1968

Director: Roman Polanski

Guión: Roman Polanski. Basado en una obra de Ira Levin

Fotografía: William A. Fraker

Música: Krzysztof Komeda

Intérpretes:

Mia Farrow (Rosemary Woodhouse)
John Cassavetes (Guy Woodhouse)
Ruth Gordon (Minnie Castevet)
Sidney Blackmer (Roman Castevet)
Maurice Evans (Hutch)
Ralph Bellamy (Dr. Sapirstein)
Victoria Vetri (Terry)
Patsy Kelly (Laura Louise)
Elisha Cook Jr. (Mr. Nicklas)
Charles Grodin (Dr. Hill)
Hope Summers (Mrs. Gilmore)
Sebastian Brook (Argyron Stavropoulos)

SINOPSIS: Nueva York, 1965. Guy y Rosemary Woodhouse son una joven pareja neoyorquina que se mudan a un apartamento situado frente a Central Park. Una vez instalados, intiman con Roman y Minnie Castevet, un matrimonio mayor residente en el inmueble. Muy pronto, la carrera de actor de Guy despega y deciden tener un hijo. Inmediatamente, los Castevet recomiendan a Guy y Rosemary un prestigioso tocólogo, el doctor Abraham Sapirstein. Aún así, el embarazo de Rosemary empieza a presentar ciertas anomalías.



“La semilla del diablo” forma parte —junto a “Psicosis”, “El exorcista” y “El resplandor”— de mi poker de películas de terror favoritas. Todas ellas me acojonaron de jovencito cuando las vi por primera vez y todas ellas me siguen acojonando ahora, casi 40 años después. Supongo que, fundamentalmente, porque todas ellas parten de una premisa básica: la atmósfera. Una especie de estado abstracto o metafísico que envuelve todo el film y que lo impregna de un halo malsano, oscuro, desasosegante y angustioso.

Aún así, hoy no voy a hablaros de atmósfera. Y no lo voy a hacer porque el spoiler de hoy (y nunca mejor dicho) hace referencia a la última escena de la película. La que precisamente destapa el pastel y constata que todo lo que —en un momento dado— parecían ser imaginaciones de Rosemary son, en realidad, verdades tangibles, evidentes y notorias. Por muy espeluznantes que nos parezcan.

Así pues, preparaos para una secuencia terrorífica. Para una secuencia en la que vais a conocer (o no) al hijo de Rosemary. O si lo preferís a La semilla del diablo, desafortunadísimo título que se le adjudicó en España a la obra maestra de Roman Polanski y que desvelaba desde un buen principio, por desgracia, lo que cualquier espectador podía sospechar (y esa era la gracia, sospecharlo) durante todo el metraje de la peli. En cualquier caso, la escena de hoy acojona y mucho. No sólo porque el miedo nunca ha necesitado de parafernalia y artificio de ningún tipo (el gran mal del cine de terror actual) sino porque lo que Polanski decide que veamos en cada momento resulta, sin lugar a dudas, absolutamente aterrador. En parte, porque casi siempre vemos (y, por lo tanto, compartimos información) a través de los ojos de Rosemary. Y, en parte también, porque aquello de “sugerir en lugar de mostrar” siempre ha resultado tan sutil como tremendamente efectivo.   





Así pues, vayamos al grano. La escena empieza cuando, tras dar a luz y ser informada de que el bebé ha nacido muerto, Rosemary Woodhouse (Mia Farrow) oye el llanto de un recién nacido y decide levantarse de la cama para investigar de donde procede. Los lloros la llevan al fondo del pasillo, donde un gran armario ropero separa un panel que conecta su casa con la de sus vecinos, los Castevet. Previendo algún tipo de peligro, entra en la cocina y se arma con un cuchillo de considerables proporciones. La súbita irrupción de Guy Woodhouse (John Cassavetes), sin embargo, la obliga a esconderse. Y en este momento, precisamente, es cuando asistimos a uno de los míticos planos de esta película: el de Rosemary frenando el balanceo de la cuna de su bebé con la punta del cuchillo.  






En cuanto Guy se va, Rosemary vuelve al armario y se introduce en casa de los Castevet. Empuñando el cuchillo y deteniéndose ante los horripilantes cuadros de iglesias ardiendo y seres diabólicos, Rosemary avanza lentamente por el pasillo de sus vecinos hasta que las voces que oye a lo lejos la llevan a un gran salón donde una docena de personas parecen estar celebrando algo. Hasta este momento, todo lo que nosotros sabemos como espectadores es lo que nos han ido mostrando los ojos de Rosemary. Y resulta hasta cierto punto lógico pensar, asimismo, que todas las conjeturas y sospechas de la protagonista a lo largo de la película puedan llegar a ser, en realidad, fruto de su imaginación. Paranoias suyas, vamos. Y esa incertidumbre es, obviamente, lo que nos intriga. Lo que nos tensiona. Lo que nos atemoriza. Insisto en ello porque, personalmente, esa incertidumbre acentuada y prolongada hasta la extenuación es lo que más me fascina de “La semilla del diablo”. Constantemente se percibe y se paladea un peligro que nunca acaba de mostrarse pero que está ahí, en el apartamento, en el edificio… En el ambiente, vaya. Y esa es, a mi juicio, la mejor definición cinematográfica del miedo o de su máxima expresión emocional: el terror.

Pero volvamos a la escena. Nos habíamos quedado con Rosemary irrumpiendo en el amplio salón de los Castevet donde parece que se esté celebrando algún acontecimiento. Mientras Rosemary cruza lentamente la estancia con el cuchillo en la mano, algunos invitados la miran extrañados y la increpan con condescendencia. Ella, sin embargo, apenas les hace caso y se dirige hacia una gran cuna negra que hay al lado de una ventana y que hace las veces de lo que podríamos denominar como un auténtico Portal de Belén satánico. El clímax de la escena (y, con éste, la catarsis de la protagonista y del espectador) está a punto de producirse. A partir de aquí, supongo que las imágenes y los diálogos ya son lo suficientemente explícitos para que no sea necesario subrayar nada más. Aún así, me gustaría hacer hincapié en tres o cuatro aspectos esenciales de esta escena: el gran poder de sugestión del cineasta polaco (consiguiendo que cada espectador dibuje libremente en su cerebro su propia imagen del terror), la terrible enajenación mental que supone pertenecer a una secta (satánica para más inri), el poderoso instinto maternal de Rosemary (aceptando al final a su diabólico engendro) y el pavor que transmite la siniestra nana (Lullaby) de Krzysztof Komeda. Una melodía con la que Polanski cierra el círculo (la peli empieza y acaba con ella) y que a mi me parece total y absolutamente escalofriante.  





Minnie: “Diablos, Hayato. Siempre haciendo bromas a mi costa. Me estás tomando el pelo”





Mrs. Gilmore: “Rosemary, vuelva a la cama. No debería haberse levantado”

Hayato (Ernest Harada): “¿Es la madre?”

Roman: “Rosemary...”

Rosemary: “Cállese. Usted está en Dubrovnik. No puedo oírle”





Rosemary: “¿Qué le habéis hecho? ¿Qué le habéis hecho en los ojos?”



[Uno de los grandes aciertos de Polanski en “La semilla del diablo” se produce, precisamente, en este mismo instante. Me refiero, obviamente, al hecho de no mostrar directamente al espectador (aunque luego veremos, en un rápido flash, un intrigante primer plano de unos ojos felinos) el rostro de Adrián. Porque, sí, ahora ya sabemos que, efectivamente, Adrián no es el hijo de Guy sino el mismísimo hijo de Satán. Y también sabemos, consecuentemente, que esas imágenes anteriores de Rosemary entregada y sucesivamente violada por ese misterioso y diabólico ser no son oníricas sino total y absolutamente reales. Pero todo ello lo sabemos a través de la expresión de terror de Rosemary. A través de su rostro desencajado y, naturalmente, a través del delirante monólogo de Roman Castevet (Sidney Blackmer), uno de los personajes más espeluznantes —a mi juicio— del cine de terror de todos los tiempos]

Roman: “Tiene los ojos de su padre”

Rosemary: “¿Qué está diciendo? Los ojos de Guy son normales ¿Qué le habéis hecho, fanáticos?”





Roman: “Su padre es Satán, no Guy. Salió del infierno y ha engendrado un hijo de una mujer mortal. Satán es su padre y su nombre es Adrián. Derrocará a los poderosos y arrasará sus templos ¡Redimirá a los despreciados y reclamará venganza en nombre de los abrasados y torturados! ¡Salve, Adrián! ¡Salve, Satán!”

Minnie: “Él te eligió de entre todas las mujeres del mundo. Él quiso que fueras la madre de su único hijo”

Roman: “¡Su fuerza es la más grande de todos! ¡Su poder pervivirá por siempre!”

Rosemary: “¡No! ¡No puede ser!”

Minnie: “Mira sus manos”

Laura Louise: “Y sus pies”

Rosemary: “¡Oh, Dios!”



Roman: “¡Dios ha muerto! ¡Satán vive! ¡Es el año uno! ¡Es el año uno y Dios ha muerto! ¡Es el año uno! ¡Salve, Adrián! ¡Salve, Satán! ¿Por qué no nos ayudas, Rosemary? Sé una madre de verdad con Adrián. No tienes por qué unirte a nosotros si no quieres. Sólo sé una buena madre con tu hijo. Minnie y Laura-Louise son demasiado viejas. No está bien. Piensa en ello, Rosemary”

Rosemary: “¡Oh, Dios!”

Laura Louise: “¡Cállese ya con su ¡Oh, Dios! o la mataremos!

Mrs. Gilmore: “¡Cállate tú! Rosemary es su madre. Muestra un poco de respeto”

Roman (dirigiéndose a Argyron Stavropoulos, un nuevo visitante): “Venga, amigo mío. Venga a verle. Venga a ver al niño”

[Mientras, Guy y Rosemary mantienen un breve aparte. Guy intenta justificar su traición y Rosemary le escupe en el rostro]

Guy: “Me prometieron que no te harían daño y así ha sido. Imagina que hubieras tenido al niño y lo hubieras perdido… ¿No habría sido lo mismo? Y conseguiremos mucho a cambio, Rose”

Roman: “Guy, deja que te presente a Argyron Stavropoulos”

Stavropoulos: “Debe de estar muy orgulloso ¿Es ésta la madre? Pero, ¿Por qué llora...?”

Minnie: “Toma, bebe esto”

Rosemary: “¿Qué es? ¿Raíz de tannis?”

Minnie: “No es más que té. Bébelo”



Laura Louise: “Lárguese de aquí. ¡Roman!”

Rosemary: “Lo está meciendo demasiado fuerte”

Laura Louise: “¡Siéntese! Que se vaya donde debe estar.

Rosemary: “Lo está meciendo demasiado rápido. Por eso está llorando”

Laura Louise: “¡Ocúpese de sus asuntos!”

Roman: “Siéntate con los demás. Siéntate con los demás, Laura Louise. Puedes mecerle”

Rosemary: “¿Está intentando que yo sea su madre?”



Roman: “¿Acaso no eres tú su madre?”




Y poco más. Añadir, si un caso, que Ruth Gordon (Minnie Castevet) obtuvo el Globo de Oro y el Oscar a la mejor actriz de reparto en 1969 por esta película  y señalar, como dato anecdótico, que el famoso edificio donde se rodó “La semilla del diablo” (Bramford en la película, Dakota en la vida real) fue, además de residencia de John Lennon y Yoko Ono desde 1973, el lugar donde fue asesinado el célebre músico en diciembre de 1980.



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