La semilla del diablo (Rosemary’s baby)
Estados Unidos, 1968
Director: Roman Polanski
Guión: Roman Polanski. Basado en una
obra de Ira Levin
Fotografía: William A. Fraker
Música: Krzysztof Komeda
Intérpretes:
Mia Farrow (Rosemary Woodhouse)
John Cassavetes (Guy Woodhouse)
Ruth Gordon (Minnie Castevet)
Sidney Blackmer (Roman Castevet)
Maurice Evans (Hutch)
Ralph Bellamy (Dr. Sapirstein)
Victoria Vetri (Terry)
Patsy Kelly (Laura Louise)
Elisha Cook Jr. (Mr. Nicklas)
Charles Grodin (Dr. Hill)
Hope Summers (Mrs. Gilmore)
Sebastian Brook (Argyron Stavropoulos)
SINOPSIS: Nueva York, 1965. Guy y Rosemary Woodhouse son una joven pareja
neoyorquina que se mudan a un apartamento situado frente a Central Park. Una
vez instalados, intiman con Roman y Minnie Castevet, un matrimonio mayor
residente en el inmueble. Muy pronto, la carrera de actor de Guy despega y
deciden tener un hijo. Inmediatamente, los Castevet recomiendan a Guy y Rosemary
un prestigioso tocólogo, el doctor Abraham
Sapirstein. Aún así, el embarazo de Rosemary empieza a presentar ciertas
anomalías.
“La
semilla del diablo”
forma parte —junto a “Psicosis”, “El exorcista” y “El resplandor”— de mi poker
de películas de terror favoritas. Todas ellas me acojonaron de jovencito cuando
las vi por primera vez y todas ellas me siguen acojonando ahora, casi 40 años
después. Supongo que, fundamentalmente, porque todas ellas parten de una
premisa básica: la atmósfera. Una
especie de estado abstracto o metafísico que envuelve todo el film y que lo impregna de un halo
malsano, oscuro, desasosegante y angustioso.
Aún así, hoy no voy a hablaros de atmósfera. Y no lo voy a hacer porque el
spoiler de hoy (y nunca mejor dicho)
hace referencia a la última escena de la película. La que precisamente destapa el pastel y constata que todo lo
que —en un momento dado— parecían ser imaginaciones de Rosemary son, en
realidad, verdades tangibles, evidentes y notorias. Por muy espeluznantes que nos
parezcan.
Así pues, preparaos para una secuencia
terrorífica. Para una secuencia en la que vais a conocer (o no) al hijo de
Rosemary. O si lo preferís a La semilla
del diablo, desafortunadísimo título que se le adjudicó en España a la obra
maestra de Roman Polanski y que
desvelaba desde un buen principio, por desgracia, lo que cualquier espectador
podía sospechar (y esa era la gracia, sospecharlo)
durante todo el metraje de la peli. En cualquier caso, la escena de hoy acojona
y mucho. No sólo porque el miedo nunca ha necesitado de parafernalia y
artificio de ningún tipo (el gran mal del cine de terror actual) sino porque lo
que Polanski decide que veamos en cada momento resulta, sin lugar a dudas, absolutamente
aterrador. En parte, porque casi siempre vemos (y, por lo tanto, compartimos
información) a través de los ojos de Rosemary. Y, en parte también, porque
aquello de “sugerir en lugar de mostrar” siempre ha resultado tan sutil como tremendamente
efectivo.
Así pues, vayamos al grano. La escena empieza cuando, tras
dar a luz y ser informada de que el bebé ha nacido muerto, Rosemary Woodhouse (Mia
Farrow) oye el llanto de un recién nacido y decide levantarse de la cama para
investigar de donde procede. Los lloros la llevan al fondo del pasillo, donde
un gran armario ropero separa un panel que conecta su casa con la de sus
vecinos, los Castevet. Previendo algún tipo de peligro, entra en la cocina y se
arma con un cuchillo de considerables proporciones. La súbita irrupción de Guy
Woodhouse (John Cassavetes), sin embargo, la obliga a esconderse. Y en
este momento, precisamente, es cuando asistimos a uno de los míticos planos de
esta película: el de Rosemary frenando el balanceo de la cuna de su bebé con la
punta del cuchillo.
En cuanto Guy se va, Rosemary vuelve al
armario y se introduce en casa de los Castevet. Empuñando el cuchillo y
deteniéndose ante los horripilantes cuadros de iglesias ardiendo y seres
diabólicos, Rosemary avanza lentamente por el pasillo de sus vecinos hasta que
las voces que oye a lo lejos la llevan a un gran salón donde una docena de
personas parecen estar celebrando algo. Hasta este momento, todo lo que
nosotros sabemos como espectadores es lo que nos han ido mostrando los ojos de
Rosemary. Y resulta hasta cierto punto lógico pensar, asimismo, que todas las
conjeturas y sospechas de la protagonista a lo largo de la película puedan
llegar a ser, en realidad, fruto de su imaginación. Paranoias suyas, vamos. Y
esa incertidumbre es, obviamente, lo que nos intriga. Lo que nos tensiona. Lo
que nos atemoriza. Insisto en ello porque, personalmente, esa incertidumbre
acentuada y prolongada hasta la extenuación es lo que más me fascina de “La
semilla del diablo”. Constantemente se percibe y se paladea un peligro que
nunca acaba de mostrarse pero que está ahí, en el apartamento, en el edificio…
En el ambiente, vaya. Y esa es, a mi juicio, la mejor definición cinematográfica
del miedo o de su máxima expresión emocional: el terror.
Pero volvamos a la escena. Nos habíamos
quedado con Rosemary irrumpiendo en el amplio salón de los Castevet donde
parece que se esté celebrando algún acontecimiento. Mientras Rosemary cruza
lentamente la estancia con el cuchillo en la mano, algunos invitados la miran
extrañados y la increpan con condescendencia. Ella, sin embargo, apenas les
hace caso y se dirige hacia una gran cuna negra que hay al lado de una ventana
y que hace las veces de lo que podríamos denominar como un auténtico Portal de Belén satánico. El clímax de la escena (y, con éste, la
catarsis de la protagonista y del espectador) está a punto de producirse. A
partir de aquí, supongo que las imágenes y los diálogos ya son lo
suficientemente explícitos para que no sea necesario subrayar nada más. Aún así,
me gustaría hacer hincapié en tres o cuatro aspectos esenciales de esta escena:
el gran poder de sugestión del cineasta polaco (consiguiendo que cada
espectador dibuje libremente en su cerebro su propia imagen del terror), la
terrible enajenación mental que supone pertenecer a una secta (satánica para
más inri), el poderoso instinto
maternal de Rosemary (aceptando al final a su diabólico engendro) y el pavor
que transmite la siniestra nana (Lullaby)
de Krzysztof Komeda. Una melodía con la que Polanski cierra el círculo (la peli empieza y
acaba con ella) y que a mi me parece total y absolutamente escalofriante.
Minnie: “Diablos, Hayato. Siempre
haciendo bromas a mi costa. Me estás tomando el pelo”
Mrs. Gilmore: “Rosemary, vuelva a la cama. No
debería haberse levantado”
Hayato (Ernest Harada): “¿Es la madre?”
Roman: “Rosemary...”
Rosemary: “Cállese. Usted está en
Dubrovnik. No puedo oírle”
Rosemary: “¿Qué le habéis hecho? ¿Qué le
habéis hecho en los ojos?”
[Uno de los grandes aciertos de Polanski en
“La semilla del diablo” se produce, precisamente, en este mismo instante. Me
refiero, obviamente, al hecho de no mostrar directamente al espectador (aunque
luego veremos, en un rápido flash, un
intrigante primer plano de unos ojos felinos) el rostro de Adrián. Porque, sí,
ahora ya sabemos que, efectivamente, Adrián no es el hijo de Guy sino el mismísimo
hijo de Satán. Y también sabemos, consecuentemente, que esas imágenes anteriores
de Rosemary entregada y sucesivamente violada por ese misterioso y diabólico ser
no son oníricas sino total y absolutamente reales. Pero todo ello lo sabemos a
través de la expresión de terror de Rosemary. A través de su rostro desencajado
y, naturalmente, a través del delirante monólogo de Roman Castevet (Sidney
Blackmer), uno de los personajes más espeluznantes —a mi juicio— del cine
de terror de todos los tiempos]
Roman: “Tiene los ojos de su padre”
Rosemary: “¿Qué está diciendo? Los ojos de
Guy son normales ¿Qué le habéis hecho, fanáticos?”
Roman: “Su padre es Satán, no Guy. Salió del
infierno y ha engendrado un hijo de una mujer mortal. Satán es su padre y su
nombre es Adrián. Derrocará a los poderosos y arrasará sus templos ¡Redimirá a
los despreciados y reclamará venganza en nombre de los abrasados y torturados! ¡Salve,
Adrián! ¡Salve, Satán!”
Minnie: “Él te eligió de entre todas las
mujeres del mundo. Él quiso que fueras la madre de su único hijo”
Roman: “¡Su fuerza es la más grande de todos! ¡Su poder
pervivirá por siempre!”
Rosemary: “¡No! ¡No puede ser!”
Minnie: “Mira sus manos”
Laura Louise: “Y sus pies”
Rosemary: “¡Oh, Dios!”
Roman: “¡Dios ha muerto! ¡Satán vive! ¡Es el año
uno! ¡Es el año uno y Dios ha muerto! ¡Es el año uno! ¡Salve, Adrián! ¡Salve,
Satán! ¿Por qué no nos ayudas, Rosemary? Sé una madre de verdad con Adrián. No
tienes por qué unirte a nosotros si no quieres. Sólo sé una buena madre con tu
hijo. Minnie y Laura-Louise son demasiado viejas. No está bien. Piensa en ello,
Rosemary”
Rosemary: “¡Oh, Dios!”
Laura Louise: “¡Cállese ya con su ¡Oh, Dios! o
la mataremos!
Mrs. Gilmore: “¡Cállate tú! Rosemary es su
madre. Muestra un poco de respeto”
Roman (dirigiéndose a Argyron Stavropoulos,
un nuevo visitante): “Venga, amigo mío. Venga a verle. Venga a
ver al niño”
[Mientras, Guy y Rosemary mantienen un
breve aparte. Guy intenta justificar su traición y Rosemary le escupe en el
rostro]
Guy: “Me prometieron que no te harían daño y así
ha sido. Imagina que hubieras tenido al niño y lo hubieras perdido… ¿No habría
sido lo mismo? Y conseguiremos mucho a cambio, Rose”
Roman: “Guy, deja que te presente a Argyron
Stavropoulos”
Stavropoulos: “Debe de estar muy orgulloso ¿Es
ésta la madre? Pero, ¿Por qué llora...?”
Minnie: “Toma, bebe esto”
Rosemary: “¿Qué es? ¿Raíz de tannis?”
Minnie: “No es más que té. Bébelo”
Laura Louise: “Lárguese de aquí. ¡Roman!”
Rosemary: “Lo está meciendo demasiado
fuerte”
Laura Louise: “¡Siéntese! Que se vaya donde
debe estar.
Rosemary: “Lo está meciendo demasiado
rápido. Por eso está llorando”
Laura Louise: “¡Ocúpese de sus asuntos!”
Roman: “Siéntate con los demás. Siéntate con los
demás, Laura Louise. Puedes mecerle”
Rosemary: “¿Está intentando que yo sea su
madre?”
Roman: “¿Acaso no eres tú su madre?”
Y poco más. Añadir, si un caso, que Ruth Gordon (Minnie Castevet) obtuvo el Globo de Oro y el Oscar a la mejor actriz de reparto en 1969 por esta película y señalar, como dato anecdótico, que el famoso edificio donde se rodó “La semilla del diablo” (Bramford
en la película, Dakota en la vida
real) fue, además de residencia de John
Lennon y Yoko Ono desde 1973, el
lugar donde fue asesinado el célebre músico en diciembre de 1980.
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