Master and Commander: al otro lado del mundo (Master and Commander: the far
side of the world)
Estados Unidos, 2003
Director: Peter Weir
Guión: Peter Weir y John Collee. Basado en una obra de Patrick O’Brian
Fotografía: Russell Boyd
Música: Christopher Gordon, Iva Davies y Richard
Tognetti
Intérpretes:
Russell Crowe (Capitán Jack Aubrey)
Paul Bettany (Doctor Stephen Maturin)
James D’Arcy (1er. Teniente Tom Pullings)
Edward Woodall (2o. Teniente William Mowett)
Chris Larkin (Capitán Howard)
Max Pirkis (Blackeney)
Jack
Randall (Boyle)
Max
Benitz (Calamy)
SINOPSIS: 1805, Guerras Napoleónicas. Aunque Napoleón domina Europa, Inglaterra
consigue resistir gracias a ser la primera potencia naval del mundo. En el
Atlántico, el HMS Surprise —navío
inglés capitaneado por Jack Aubrey—
es atacado por el Acheron, un buque
de guerra francés. Pese a los daños, Aubrey decide perseguir a su enemigo hasta
interceptarlo y capturarlo. El destino de su país depende de ello.
Lo he afirmado muchas veces: un buen final
siempre eleva —ostensiblemente, incluso— la valoración media de una película. Y
aunque de buenos finales hay a montones, uno de mis favoritos es —sin lugar a
dudas— el de “Master and Commander”.
Una peli de aventuras navales que ya en términos globales es bastante buena y
que, gracias a su soberbio final, pasa directamente a la categoría de muy
buena.
En este caso, sin embargo, voy a recortar
algo la escena final y —prescindiendo de los diálogos— me voy a centrar en la
parte única y exclusivamente musical. O lo que es lo mismo: en la
interpretación del tema con el que he titulado este spoiler y que lleva por nombre “Música
nocturna de las calles de Madrid”, del violonchelista y compositor italiano
Luigi Boccherini.
Pero antes de empezar a desmenuzar la
escena en sí, situémonos. “Master and Commander” es una peli que, más allá de
la épica y espectacularidad de sus batallas navales, lo que intenta (y a mi
juicio consigue sobradamente) es profundizar en la relación entre el Capitán Jack Aubrey (Russell Crowe) y el Doctor Stephen
Maturin (Paul Bettany). Dos personas
con puntos de vista radicalmente opuestos (Aubrey es un militar obsesionado con
el honor y el sentido del deber mientras que Maturin es un científico rebelde y
de mentalidad mucho más abierta) que, pese a sus diferencias, mantienen una
relación de amistad a prueba de bombas. Y esa gran amistad, esa complicidad que
solo se establece entre amigos de verdad, es lo que refleja clara y
meridianamente la escena a la que nos estamos refiriendo. Una escena en la que Peter
Weir renuncia a la típica conversación entre amigos y opta por reflejar esa
complicidad, esa lealtad, a través de música interpretada a dúo. ¿Existe un
método mejor? A mi, sinceramente, no se me ocurre.
Pues bien, de eso trata esta escena. De
este estrecho vínculo que a veces se establece entre dos personas sin saber muy
bien por qué y que, pese a la disparidad de opinión y a las discrepancias que
pudieran haber entre ambas, siempre resulta conveniente mantener y alimentar
porque ese contraste de pareceres es lo que, precisamente, nos hace madurar,
nos enriquece como personas y pone a prueba nuestra amistad en el buen y mejor
sentido de la palabra. O, como mínimo, nos indica cuando hay que pedir una
tregua. O un momento de distensión. Y es por ello, porque la música amansa a las fieras, por lo que Aubrey y Maturin saben
cuando hay que recurrir a la música, su pasión común. Concretamente —en esta
secuencia— a una serenata compuesta por Boccherini hacia 1780 e instrumentada
para un quinteto de cuerda (dos violines, dos violonchelos y una viola) que, en
este caso, se reducirá a un violonchelo (Maturin) y un violín (Aubrey).
Estamos, pues, ante una pieza que, como su
propio nombre indica, describe el bullicio de las calles de Madrid a finales
del s. XVIII y que, por lo tanto, resulta alegre, vital y emotiva como pocas.
Y aquí quería llegar. A la idoneidad de la
pieza escogida (imagino) por Peter Weir. Una pieza que encaja a la perfección
con lo que vemos en imágenes (dos amigos que se toman un distendido respiro
antes de seguir con sus respectivos quehaceres y que disfrutan un montón
tocando juntos) y que, por si fuera poco, confirma a Peter Weir (“Gallipolli”,
“Único testigo”, “El show de Truman”…) como un cineasta
con gran sentido y sensibilidad.
Por lo que a la descripción de la escena
respecta tan sólo apuntar que se trata de una secuencia muy sencilla desde el
punto de vista formal en la que, no obstante, yo destacaría dos detalles: los
planos de los marineros disponiéndose para el zafarrancho de combate alternándose con los de Aubrey y Maturin tocando
sus respectivos instrumentos (la parte en la que los tocan como guitarras es
francamente divertida) y ese precioso plano final del Surprise virando en el mar mientras, paulatinamente, la cámara va
alejándose. Tremendo.
[Spoiler
dedicado a Josep Escanilla, buen amigo y cinéfilo de pro]
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