Dos
cabalgan juntos (Two rode together)
Estados
Unidos, 1961
Director:
John Ford
Guión:
Frank S. Nugent. Basado en una obra de Will Cook
Fotografía:
Charles Lawton Jr.
Música:
George Duning
Intérpretes:
James Stewart (Guthrie McCabe)
Richard Widmark (Jim Gary)
Shirley
Jones (Marty Purcell)
Linda
Cristal (Elena de Madariaga)
Andy Devine (Darius P. Posey)
John McIntire (Frazer)
Paul Birch (Edward Purcell)
Willis Bouchey (Harry J. Wringle)
Harry Carey Jr. (Ortho Clegg)
Henry Brandon (Quanah Parker)
Woody Strode (Stone Calf)
Annelle Hayes (Belle Aragon )
SINOPSIS: Texas, 1880. Guthrie McCabe,
sheriff de Tascosa, recibe el
encargo por parte del comandante Frazer
de adentrarse en territorio comanche para negociar la liberación de prisioneros
blancos retenidos por los indios desde diez años atrás. Le acompañará en esta
misión el teniente Jim Gary.
Incentivado por las recompensas que le ofrece el ejército federal y, sobre
todo, el rico padrastro de un niño secuestrado, McCabe logra rescatar a un
joven y a una mujer mejicana, Elena de
Madariaga. La reacción de la comunidad blanca, sin embargo, no será la
esperada.
“Dos
cabalgan juntos”
no está entre mis pelis favoritas de John
Ford. Y no lo está porque John Ford, a mi juicio, cuenta con 10 pelis —como
poco— mejores que ésta. Aún así, “Dos cabalgan juntos” es, obviamente, una gran
peli. Una gran peli y, por supuesto, un gran western. A pesar de sus irregularidades, a pesar de ser una obra
por encargo y a pesar de que el propio Ford la odiara a muerte.
Por de pronto, la premisa argumental es
interesante. Por no hablar de su reparto (fundamentalmente sus dos
protagonistas), de ese tono entre amargo y autocrítico y de sus mesuradas
pinceladas de humor. Pero si hay algo que me cautiva especialmente de este western es la extraordinaria secuencia
que hoy toca desmenuzar. Una secuencia que técnica o visualmente no es nada del
otro jueves (de hecho gran parte de la escena es un plano fijo de casi 4
minutos) pero que, al mismo tiempo, contiene implícitas algunas de las
constantes fordianas más
significativas de este enorme cineasta.
La escena de hoy empieza durante un breve
parón junto al río para que abreven los caballos. Recordemos que Guthrie McCabe (James Stewart) y Jim Gary
(Richard Widmark) comandan un
destacamento del ejército federal destinado a introducirse en territorio
comanche para negociar la liberación de un grupo de prisioneros blancos
retenidos por los indios más de 10 años. Pues bien, de camino a la reserva y
aprovechando ese pequeño receso, Guthrie y Jim mantienen una —en apariencia—
trivial y distendida conversación junto al río. Una conversación que Ford rueda, prácticamente, en un solo plano fijo de casi 4 minutos y que sorprende
enormemente en un narrador tan ágil y directo como él, acostumbrado a dotar a
todas sus secuencias de la acción o contenido esencial más que suficientes para
el desarrollo fluido y coherente de la trama argumental. De hecho, la escena
resulta tan natural y espontánea que parece que los dos protagonistas estén
disfrutando, realmente, de un pequeño descanso en pleno rodaje. Como si no
estuvieran actuando, vaya. Un efecto que muchas veces Ford conseguía, por
cierto, utilizando como “buenas” tomas que él consideraba, teóricamente, “de
ensayo”. Tomas en las que los actores se mostraban más naturales y relajados
que en las tomas más “serias” y que Ford nunca dudó en incluirlas en el montaje
definitivo si lo creía conveniente.
Independientemente de todo ello, de esa
especie de sorprendente muestra de cinema
verité, lo mejor de todo es que la escena de marras no resulta larga y
cansina en ningún momento gracias —a mi juicio— a los gestos y movimientos de
Guthrie y Jim: lavándose la cara, secándose, colocándose el pañuelo, encendiendo
los cigarros, fumando… Vamos, que pese a que el plano es fijo, la vitalidad de
la escena es total. Tanto por los movimientos mencionados como, obviamente, por
lo que hablan. Porque pese a que lo que dicen puede sonar a banal o
intrascendental en una primera lectura, si prestamos un poquito más de atención
a la escena detectaremos, sin lugar a dudas, muchísimo más: ironía, franqueza,
naturalidad, reproche, confidencialidad… Elementos, todos ellos, que
contribuyen —una vez más— a constatar dos de las constantes fordianas más importantes: el sentido
del humor y la camaradería.
Os dejo, pues, con la citada conversación.
Con esa cámara enclavada en el lecho del río enfocando a nuestros dos
protagonistas. Con (otro más) momento mágico
del cine de John Ford. Un gran momento que “rompe” la súbita irrupción de Darius P. Posey (Andy Devine) en escena para devolvernos al mundo real… y a la
película.
Jim: “¡Compañía, alto! Para abrevar hay un cuarto
de hora”
Posey: “¡Un cuarto de hora!”
Guthrie: “Esto es más duro que mi silla”
Jim: “Sí, sí… Estabas más cómodo sentado en aquel
porche ¿Sabes? Sigo sin entenderlo. No lo entiendo. Sin discutir... sin
protestar... ¿Qué te ha impulsado a venir?”
Guthrie: “¡Mira que cabalgar toda la
noche! No. Te lo diré. No has sido tú el que me ha impulsado a venir. No te lo
creas”
Jim: “Nunca lo he creído ¿Sólo va uno en cada
caja?”
Guthrie: “¿Tú nunca compras cigarros?”
Jim: “Compré dos hace tres meses”
Guthrie: “Toma”
Jim: “Gracias. Las cerillas las pongo yo”
Guthrie: “¡Me sorprende que puedas
comprarlas!”
Jim: “Hasta las cerillas llego ¿Por qué has
venido?”
Guthrie: “Pues... Si tienes interés en
saberlo te diré que para librarme de Belle”
Jim: “¿Belle? ¿Por qué? Yo creí que vosotros dos
estabais...”
Guthrie: “Lo sé, lo sé… Bueno, para decirlo
sin ninguna caballerosidad nunca he pretendido lo contrario… Lo estábamos, lo
estábamos…”
Jim: “Eso había oído decir ¿Y?”
Guthrie: “Últimamente empezó a llamarme
Guth”
Jim: “Sí, ya me di cuenta”
Guthrie: “Guth… Guth… La primera vez que
se lo oí pronunciar pensé que tenía algo entre los dientes. Guth, Guth. Pero no,
no tenía nada entre los dientes. Lo tenía en el alma. Y hace unas noches salió el
tema a relucir…”
Jim: “Sigue, sigue ¿Qué ocurrió?”
Guthrie: “Bueno, verás, de esto no se
puede hablar con cualquiera en público, sobre todo si una de las partes habla
de... matrimonio”
Jim: “¡No! ¡Qué espanto!”
Guthrie: “Matrimonio, sí. Sobre todo
cuando uno de los interesados es... Bueno, resulta que… ¿Sabes? Belle tiene una
especie de puñalito aquí en la liga y estábamos…”
Jim: “Lo sé”
Guthrie: “… sentados charlando y… ¿Cómo lo
sabes?”
Jim: “Acabas de decírmelo. Eh, oye… ¿Se te
declaró?”
Guthrie: “¿Ya lo sabías?”
Jim: “¿El qué?”
Guthrie: “Lo del puñal”
Jim: “¿Cómo podía saberlo? Te repito que acabas
de decírmelo. Continúa”
Guthrie: “¿Si se me declaró? No, no, nada
de eso. Tú quieres decir si se hincó de rodillas para declararse… No, no.
Bueno, hay que reconocer que tiene mucha maña para hacer las cosas pero no, no
hizo eso. Jim, ahora verás su proposición… No comprendía por qué yo estaba
satisfecho con el 10% de sus ganancias cuando ella estaba dispuesta a ir a
medias…”
Jim: “¿Tú cobrabas el 10% del negocio de Madame
Aragón? ¿De verás?”
Guthrie: “Pues claro. No me digas que no
lo sabías…”
Jim:“No. No lo sabía, no”
Guthrie: “¡Y el diez por ciento de todo en
Tascosa!”
Jim: “¡Vaya ganga, amigo!”
Guthrie: “¡Pero si va con el cargo de
sheriff!”
Jim: “¡Pues eres un cochino ladrón!”
Guthrie: “Un momento ¿No creerás que se
puede vivir con el sueldo de un sheriff, no? Menos de cien miserables dólares
al mes, Jim”
Jim: “¡Veinte más de los que yo gano!”
Guthrie: “Pero yo… Tú sabes… Fíjate…
Verás, Jim… Tú eres un hombre de pocas necesidades. Y yo necesito un poco más…
Eso es todo”
Jim: “Ya, comprendo… Pero sigues siendo un
cochino”
Posey: “Los caballos ya han abrevado”
Jim: “Esta bien, Posey ¿Las cantimploras ya están
llenas?”
Posey: “Sí, señor. Todas menos la suya”
Jim: “Tiene razón, sargento. Se me había
olvidado”
Posey: “Vuelve usted a las andadas, señor. Cuando
ya le suponía acostumbrado a estas cosas se le olvida lo más esencial. Le
aseguro que me desalienta mucho, teniente”
Jim: “Lo siento, sargento. No se preocupe. No se
me olvidará más”
Guthrie: “Eh, flaco, llena la mía al mismo
tiempo ¿Quieres?”
Posey:“Sepa usted…”
Jim:“Posey... Posey... Más respeto con nuestro invitado”
Posey: “Teme mojarse sus preciosas botas y a mí me
destroza los pies”
Jim: “Ahí tienes otro hombre de pocas
necesidades”
Guthrie: “Ocho cervezas”
Y poco más. Señalar, quizás, que —al margen
de Ford— gran parte de la culpa de
esta magnífica escena la tienen dos actorazos
como James Stewart y Richard Widmark así como ese
extraordinario jefe de fotografía llamado Charles
Lawton Jr. (“La dama de Shangai”, “El tren de las 3 y 10” , “Cabalgando en solitario”…) y, naturalmente, el autor de este
magnífico diálogo, Frank S. Nugent (“Fort Apache”, “El hombre tranquilo”, “Centauros
del desierto”…). Un equipo de campeonato.
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