Con la muerte en los
talones (North by Northwest)
Estados Unidos, 1959
Director: Alfred
Hitchcock
Guión: Ernest Lehman
Fotografía: Robert
Burks
Música: Bernard
Herrmann
Intérpretes:
Eva Marie Saint (Eve Kendall)
James Mason (Phillip Vandamm)
Jessie Royce Landis (Clara Thornhill)
Leo G. Carroll (El
profesor)
Josephine Hutchinson (Mrs. Townsend)
Philip Ober (Lester Townsend)
Martin Landau (Leonard)
SINOPSIS: Roger O. Thornhill, un ejecutivo de ventas de Nueva York, es confundido por George
Kaplan, un espía americano. Debido a ello es secuestrado y posteriormente
perseguido por una organización criminal liderada por Philip Vandamm. Durante su fuga, Thornhill conoce a Eve Kendall, una atractiva mujer que
—sin motivo aparente— lo ayudará. No tardarán en enamorarse.
La de hoy es, sin lugar a dudas, una de las escenas más
admiradas y estudiadas de la historia del cine. Una secuencia que dura
aproximadamente 7 minutos y que, exceptuando la breve conversación que tiene Roger O. Thornhill con un desconocido
en esa solitaria y apartada parada de autobús de la carretera 41 entre Chicago e Indianápolis, se desarrolla sin que podamos oír otro sonido que el
puramente ambiental. Estamos, por lo tanto, ante una secuencia extraordinaria.
Ante una secuencia que debería estudiarse en todas las escuelas de cine. Ante
una secuencia que solo puede ser fruto de la imaginación de un genio. Me estoy
refiriendo, naturalmente, a Alfred
Hitchcock y a su mítica secuencia de la avioneta fumigadora en “Con la muerte en los talones”. 70
planos de cine en mayúsculas.
Así pues, dejémonos de prolegómenos y vayamos al grano. A cómo
y de qué manera, por ejemplo, llega a esa solitaria y apartada parada de
autobús Roger O. Thornhill (Cary Grant). Recordemos que, perseguido
por todos (tanto por la organización criminal de Vandamm como por la policía), Thornhill acude a una supuesta cita
con George Kaplan en esa parada de
autobús porque Eve Kendall lo ha empujado
a ello. Lo que Thornhill aún ignora, sin embargo, es que George Kaplan no
existe y que Eve Kendall le ha tendido una más que perversa trampa.
La escena, en definitiva, empieza con un plano picado aéreo que nos muestra la
panorámica del escenario donde va a desarrollarse la acción: un caluroso y
semidesértico paraje donde solo hay campos de cultivo y una larga carretera en
la que circula un autobús que se detiene en una parada.
El siguiente plano ya nos muestra a Roger Thornhill en la
parada, solo y en medio de la nada. Mientras, el autobús se aleja y se va
haciendo cada vez más pequeño. En estos primeros planos, Hitchcock se esfuerza
—sin ningún tipo de prisa; el tempo
es considerablemente lento— en hacernos ver que estamos en un escenario muy
amplio, luminoso, aislado y solitario. A continuación, se alternan planos
generales del lugar con contraplanos de Thornhill que nos muestran lo que éste
ve al norte, al sur, al este y al oeste. La información visual del espectador,
hasta este momento, es completa y exhaustiva.
De repente, a lo lejos se observa (y se escucha
tenuemente) una avioneta fumigando los campos. Como es natural, Thornhill no le
concede mayor importancia. No obstante, a Thornhill se le ve inquieto y
confuso. Con las manos en los bolsillos, no deja de observar todo lo que le
rodea. Primero pasa por delante suyo un coche blanco y luego, en sentido
contrario, uno negro. Kaplan no conduce ninguno de ellos. Posteriormente hace
lo propio un camión, que levanta una gran polvareda. Y aunque no pasa nada en
absoluto, todos tenemos la sensación que algo ocurrirá en cualquier momento.
Algo malo, peligroso, terrible. Hitchcock nos está diciendo, indirectamente,
que el mal no necesita un entorno oscuro y lúgubre, con lluvia, rayos y
truenos. A veces el mal puede aparecer, perfectamente, en un día tan soleado y espléndido
como el que vemos en las imágenes.
Acto seguido, de detrás de los maizales, aparece un coche.
Al otro lado de la carretera desciende de él un desconocido (Malcolm Atterbury). El coche vuelve por
donde ha venido. Si me permitís el inciso, han transcurrido dos minutos y medio
y la escena —exceptuando el sonido ambiental— sigue muda. Muda y desesperadamente
lenta. Casi leoniana, diría yo. En
este sentido, Hitchcock juega perversamente con el espacio físico y el
temporal. Dos dimensiones que contribuyen (junto al desasosiego de Thornhill) a
transmitirnos cierta sensación de angustia, de misterio, de suspense. Como
espectadores intuimos que algo ha de suceder pero, de momento, no sabemos que
será. La expectación, lógicamente, es máxima.
A todo ello, sin embargo, le podríamos agregar cierto
componente surrealista. Y es que el plano de los dos hombres a ambos lados de
la carretera en medio de la nada roza el absurdo. Casi parece un duelo típico de Sergio Leone. Pero sin música, claro. Como ya he comentado (y lo
reitero) hasta este momento la ausencia de música y diálogo es total y absoluta.
Una ausencia, por cierto, que se rompe puntualmente con el breve diálogo que
mantienen Thornhill y el desconocido cuando el primero cruza la carretera para
hablar con él.
Thornhill: “Un día caluroso”
Desconocido: “Los he visto peores”
Thornhill: “¿Está esperando a alguien?”
Desconocido: “Estoy esperando el autobús. Está por
llegar. Algunos pilotos fumigadores se hacen ricos si viven lo suficiente”
Thornhill: “Entonces… ¿No se llama Kaplan?”
Desconocido: “No puedo decir que sí, porque no lo es. Ahí
viene, a su hora. Es extraño”
Thornhill: “¿El qué?”
Desconocido: “Ese avión está fumigando donde no hay
cosecha”
Dicho esto, llega el autobús y el desconocido lo toma.
Cuando éste arranca, tanto Thornhill como nosotros, los espectadores, intuimos
que algún peligro se avecina. Por de pronto, Thornhill vuelve a estar completamente
solo en la parada sin que Kaplan haga acto de presencia y con la sensación que
la última frase del desconocido constituía una velada (aunque inconsciente,
quizás) advertencia. La situación cada vez es más tensa.
De repente, entra en escena un nuevo elemento. La avioneta
fumigadora. Y es que aunque mucho antes Thornhill ya la había avistado a lo
lejos, el avance de ésta hasta donde se encuentra nuestro protagonista provoca
que, inmediatamente, se convierta en el elemento clave de la escena. En el
elemento que rompe toda esa calma tensa
anterior y que, por fin, acelera dramáticamente la sucesión de acontecimientos.
Así pues, tras varios planos y contraplanos
de Thornhill y la avioneta acercándose, nuestro héroe debe lanzarse al suelo
para evitar que esta última se lo lleve por delante. Definitivamente, alguien
lo está atacando.
Cualquier otro director, probablemente, habría alternado
en esta escena planos de Thornhill y planos del perverso piloto al mando de la
avioneta. Pero Hitchcock no lo hace. Y no lo hace porque, como ya hemos dicho
antes, el elemento clave de esta escena no es el perverso piloto. Es la
avioneta. De hecho, al perverso piloto no lo vemos en ningún momento. Y no lo
vemos porque, a mi juicio, Hitchcock quiere que creamos que es la avioneta (y
no el piloto) quien ataca a Thornhill. Que esa avioneta es una especie de diabólico
engendro mecánico dispuesto a matar al protagonista. Y aunque, obviamente,
dicha premisa es completamente irracional, qué duda cabe que en la mente del
espectador el efecto es muchísimo más angustioso y terrorífico. Personalmente,
me recuerda mucho al enfrentamiento de David
Mann (Dennis Weaver) con ese
maléfico camión en “El diablo sobre
ruedas”, de Steven Spielberg.
Otro claro duelo entre hombre y
maquina cuya visión aprovecho para recomendar encarecidamente.
Pero volvamos a la escena. Nos habíamos quedado con
Thornhill en el suelo tras el primer ataque de la avioneta. Un ataque que se
repite nuevamente con ráfaga de disparos añadida. Y aunque Thornhill intenta
desesperadamente parar un coche que en esos momentos circula por la solitaria
carretera donde se halla, todo es inútil. La avioneta da nuevamente media
vuelta en el aire y se dirige hacia él para volver a atacarle. Un plano, el de
Thornhill corriendo con la avioneta tras de sí, absolutamente mítico.
Tras volver a dar de bruces en el suelo y esquivar
milagrosamente la metralla, Thornhill se da cuenta que un cercano maizal puede
ser un buen refugio. Y así, mientras la avioneta vira en el aire, nuestro
protagonista aprovecha para esconderse entre las mazorcas. Sin embargo, cuando
Thornhill cree que está a salvo, la avioneta contraataca fumigándole.
Desesperado, Thornhill vuelve a intentar parar un vehículo que circula por la
carretera. En este caso se trata de un camión cisterna que transporta
combustible. Situado en medio de la carretera, Thornhill alza los brazos para
que el camión se detenga. Mientras, una sucesión de planos de él y contraplanos
del camión acercándose crean gran tensión y suspense. Máxime, con el sonido del
claxon y de los neumáticos frenando in
extremis. Finalmente, Thornhill acaba bajo el camión pero sano y salvo.
Acto seguido, la avioneta se estrella contra el camión cisterna y ambos se
incendian. Afortunadamente, Thornhill y los conductores del camión pueden
escapar antes de que el vehículo explote. A modo de anécdota, comentar que los
contraplanos de Thornhill intentando parar el camión con los brazos en alto
tuvieron que volverse a rodar con un croma
de fondo en el estudio porque en las tomas anteriores el traje de Cary Grant aparecía impecable, sin rastro del polvo con el que le
había fumigado el avión.
La escena finaliza cuando dos coches paran para ver lo
sucedido y Thornhill aprovecha la ocasión para apropiarse de uno de ellos y
huir del lugar.
En fin, me parece que ya lo he dicho todo. En cualquier
caso reiterar que se trata de una escena extraordinariamente planificada, con
una selección de planos estupenda, una fotografía excelente, un montaje impecable y un manejo del espacio-tiempo absolutamente sublime.
Gran acierto, también, el de no incluir ningún corte musical (el silencio y los
efectos sonoros ganan así mucha fuerza) y el de no mostrar la cara del piloto
en ningún momento. Y aunque lo que sucede en escena puede parecer (si lo
analizamos fríamente) total y absolutamente inverosímil (intentar matar una
persona mediante una avioneta cuando puedes mandar a un sicario para que lo
elimine fácilmente no tiene mucho sentido) Hitchcock consigue que no nos
planteemos jamás ninguna de estas razones y que nos creamos a pies juntillas
todo lo que ocurre. Sin lugar a dudas, estamos ante una secuencia
verdaderamente magistral.
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