La
balada de Cable Hogue (The ballad of Cable Hogue)
Estados
Unidos, 1970
Director:
Sam Peckinpah
Guión: John Crawford y Edmund Penney
Fotografía:
Lucien Ballard
Música:
Jerry Goldsmith
Intérpretes:
Jason Robards (Cable Hogue)
Stella Stevens (Hildy)
David Warner (Joshua)
Strother Martin (Bowen)
Slim Pickens (Ben Fairchild)
L.Q. Jones (Taggart)
Peter Whitney (Cushing)
R.G. Armstrong (Quittner)
Gene Evans (Clete)
William Mims (Jensen)
SINOPSIS:
Cable Hogue
es un explorador que es abordado en el desierto de Arizona por Bowen y Taggart, dos malhechores que le roban
la mula, el rifle y el agua. Tras cuatro días vagando sin rumbo fijo, bajo un
sol de justicia y a punto de morir, Cable descubre un manantial e
inmediatamente decide montar un negocio de abastecimiento de agua para
diligencias y jinetes ocasionales. En una visita a Lilock, el pueblo más cercano, conoce a Hildy, una joven prostituta de la que se enamora perdidamente.
Como buen peckinpahiano no podía faltar en mi selección de spoilers alguno de “La balada de Cable Hogue”, un film que —muy a pesar mío— no suele
citarse entre las mejores obras del Viejo Sam. Aún así, a mi juicio, “La balada
de Cable Hogue” me parece, quizás, su film más crepuscular. O si no, su film más
romántico. Y precisamente por dicha razón, por su profundo y nostálgico
romanticismo, me he decidido por esta escena. Porque el violento, alcohólico y
misógino Sam Peckinpah también sabía
ponerse lírico y romántico cuando quería. Y a fe de Dios que en esta escena —la
de Cable y Hildy en la cabaña— lo consiguió con creces. Es más, me atrevería a
afirmar —incluso— que “La balada de Cable Hogue” (junto a “Johnny Guitar”, “Murieron
con las botas puestas”, “Juntos
hasta la muerte” y “Will Penny”)
atesora, en líneas generales, la más bella historia de amor que he podido
presenciar en un western.
Antes de entrar en vereda, sin embargo,
recordemos la historia del viejo Cable
Hogue (Jason Robards). Un
trotamundos sin un centavo en el bolsillo que, casi por casualidad, encuentra
agua en el desierto y, con ello, aliciente e ilusión para establecerse y
dirigir su propio negocio. Por otro lado tenemos a Hildy (Stella Stevens),
una furcia de buen corazón que es expulsada de la ciudad por atentar contra la
moral pública y que Cable acoge, encantado, en su pequeña cabaña. Lo entrañable
y encantador del asunto es que, llegada la noche, un pudoroso Cable Hogue le
cede el interior de la cabaña a Hildy para que pueda desvestirse y acicalarse
mientras el se lava y se peina en el porche. Y subrayo lo de “entrañable y
encantador” porque, como bien sabemos, Hildy es una prostituta con la que Cable
ya ha estado varias veces. Pues bien, en este contexto y a través de la puerta
entreabierta, es cuando se produce el pequeño diálogo que paso a reproducir a
continuación. Un pequeño diálogo, tan breve como sencillo, que me parece de un
romanticismo abrumador. Dice así:
Hildy: “Has sido muy
bueno conmigo, Cable… ¿es que no te importa lo que soy?”
Cable: “No, nunca me ha
importado. Lo he disfrutado. Además… ¿Qué eres? Un ser humano. Haces lo que
puedes. Cada uno tiene su manera de vivir”
Hildy: “¿Y de amar?”
Cable: “Te sientes muy solo sin amor ¿Sabe,
señorita Hildy? A veces, cuando de noche estoy solo me pregunto qué demonios
estoy haciendo aquí”
Hildy: “¿Por qué no vives en la ciudad?”
Cable: “No estoy convencido. En la ciudad sería un
don nadie y eso no me gusta. Ya lo he sido antes. En cambio, aquí... todo ha
empezado bien. Si quieres quedarte un tiempo...”
Hildy: “Cable, esta vida no es para mí. No puedo
quedarme. Tú y yo no pensamos igual. Lo mío es San Francisco. Pero esta noche
no”
Hasta este momento la conversación discurre
con Hildy en el interior, desnudándose literalmente para colocarse el camisón,
y Cable en el exterior, lavándose la cara y pasándose el peine por el pelo. Naturalmente,
la cámara va alternando planos de él y de ella. En un momento dado, sin
embargo, Hildy abre la puerta de la cabaña de par en par y la cálida luz del
interior ilumina su resplandeciente cabellera y su inmaculado camisón. La
estampa de la bellísima Stella Stevens bajo el marco de la puerta es realmente
hermosa. Maravillado ante dicha aparición, Cable cierra el diálogo con una de
las declaraciones de amor más bonitas que he escuchado nunca.
Cable: “Estás preciosa”
Hildy: “Pero si ya me has visto antes”
Cable: “Hildy, a ti nadie te ha visto antes”
Me gustaría hacer hincapié en esta última
frase porque —a riesgo de parecer obvio y redundante— no quisiera que a
nadie se le pudiera escapar lo que Cable quiere expresar con ella. Y es que
aunque no cabe ninguna duda de que Hildy es una chica sumamente atractiva y
sensual, lo que también queda clarísimo en esta escena es que Cable está total
y absolutamente enamorado de ella. Que ya no la mira con ojos lúbricos y
lujuriosos, sino que la mira como nadie nunca antes la había mirado. Con amor,
con afecto, con ternura, con respeto. Y que a veces para expresar todo lo que
uno siente no son necesarias grandes y rimbombantes palabras. A veces —o muchas
veces, vaya— menos es más.
Y poco más. Reiterar, si un
caso, el lirismo y la sensibilidad del al mismo tiempo violento y salvaje Bloody
Sam, el grandísimo diálogo que se marcan John Crawford y Edmund Penney,
la extraordinaria fotografía del siempre eficaz Lucien Ballard, las soberbias interpretaciones de Jason Robards y Stella Stevens y, como no, ese delicioso “Butterfly Mornings” de Jerry
Goldsmith/Richard Gillis que
podemos escuchar a la entrada de Jason Robards a la cabaña bajo la tierna
mirada de Stella Stevens tras este magnífico diálogo que acabamos de comentar.
Una combinación, sin lugar a dudas, tremenda.
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