divendres, 2 de març del 2018

“HILDY, A TI NADIE TE HA VISTO ANTES” (La balada de Cable Hogue, 1970. Sam Peckinpah)


La balada de Cable Hogue (The ballad of Cable Hogue)

Estados Unidos, 1970

Director: Sam Peckinpah

Guión: John Crawford y Edmund Penney

Fotografía: Lucien Ballard

Música: Jerry Goldsmith

Intérpretes:

Jason Robards (Cable Hogue)
Stella Stevens (Hildy)
David Warner (Joshua)
Strother Martin (Bowen)
Slim Pickens (Ben Fairchild)
L.Q. Jones (Taggart)
Peter Whitney (Cushing)
R.G. Armstrong (Quittner)
Gene Evans (Clete)
William Mims (Jensen)

SINOPSIS: Cable Hogue es un explorador que es abordado en el desierto de Arizona por Bowen y Taggart, dos malhechores que le roban la mula, el rifle y el agua. Tras cuatro días vagando sin rumbo fijo, bajo un sol de justicia y a punto de morir, Cable descubre un manantial e inmediatamente decide montar un negocio de abastecimiento de agua para diligencias y jinetes ocasionales. En una visita a Lilock, el pueblo más cercano, conoce a Hildy, una joven prostituta de la que se enamora perdidamente.  



Como buen peckinpahiano no podía faltar en mi selección de spoilers alguno de “La balada de Cable Hogue”, un film que —muy a pesar mío— no suele citarse entre las mejores obras del Viejo Sam. Aún así, a mi juicio, “La balada de Cable Hogue” me parece, quizás, su film más crepuscular. O si no, su film más romántico. Y precisamente por dicha razón, por su profundo y nostálgico romanticismo, me he decidido por esta escena. Porque el violento, alcohólico y misógino Sam Peckinpah también sabía ponerse lírico y romántico cuando quería. Y a fe de Dios que en esta escena —la de Cable y Hildy en la cabaña— lo consiguió con creces. Es más, me atrevería a afirmar —incluso— que “La balada de Cable Hogue” (junto a “Johnny Guitar”, “Murieron con las botas puestas”, “Juntos hasta la muerte” y “Will Penny”) atesora, en líneas generales, la más bella historia de amor que he podido presenciar en un western.





Antes de entrar en vereda, sin embargo, recordemos la historia del viejo Cable Hogue (Jason Robards). Un trotamundos sin un centavo en el bolsillo que, casi por casualidad, encuentra agua en el desierto y, con ello, aliciente e ilusión para establecerse y dirigir su propio negocio. Por otro lado tenemos a Hildy (Stella Stevens), una furcia de buen corazón que es expulsada de la ciudad por atentar contra la moral pública y que Cable acoge, encantado, en su pequeña cabaña. Lo entrañable y encantador del asunto es que, llegada la noche, un pudoroso Cable Hogue le cede el interior de la cabaña a Hildy para que pueda desvestirse y acicalarse mientras el se lava y se peina en el porche. Y subrayo lo de “entrañable y encantador” porque, como bien sabemos, Hildy es una prostituta con la que Cable ya ha estado varias veces. Pues bien, en este contexto y a través de la puerta entreabierta, es cuando se produce el pequeño diálogo que paso a reproducir a continuación. Un pequeño diálogo, tan breve como sencillo, que me parece de un romanticismo abrumador. Dice así:





Hildy: “Has sido muy bueno conmigo, Cable… ¿es que no te importa lo que soy?

Cable: No, nunca me ha importado. Lo he disfrutado. Además… ¿Qué eres? Un ser humano. Haces lo que puedes. Cada uno tiene su manera de vivir”

Hildy: “¿Y de amar?”

Cable: “Te sientes muy solo sin amor ¿Sabe, señorita Hildy? A veces, cuando de noche estoy solo me pregunto qué demonios estoy haciendo aquí”

Hildy: “¿Por qué no vives en la ciudad?”

Cable: “No estoy convencido. En la ciudad sería un don nadie y eso no me gusta. Ya lo he sido antes. En cambio, aquí... todo ha empezado bien. Si quieres quedarte un tiempo...”

Hildy: “Cable, esta vida no es para mí. No puedo quedarme. Tú y yo no pensamos igual. Lo mío es San Francisco. Pero esta noche no”



Hasta este momento la conversación discurre con Hildy en el interior, desnudándose literalmente para colocarse el camisón, y Cable en el exterior, lavándose la cara y pasándose el peine por el pelo. Naturalmente, la cámara va alternando planos de él y de ella. En un momento dado, sin embargo, Hildy abre la puerta de la cabaña de par en par y la cálida luz del interior ilumina su resplandeciente cabellera y su inmaculado camisón. La estampa de la bellísima Stella Stevens bajo el marco de la puerta es realmente hermosa. Maravillado ante dicha aparición, Cable cierra el diálogo con una de las declaraciones de amor más bonitas que he escuchado nunca.




Cable: “Estás preciosa”

Hildy: “Pero si ya me has visto antes”

Cable: “Hildy, a ti nadie te ha visto antes”

Me gustaría hacer hincapié en esta última frase porque —a riesgo de parecer obvio y redundante— no quisiera que a nadie se le pudiera escapar lo que Cable quiere expresar con ella. Y es que aunque no cabe ninguna duda de que Hildy es una chica sumamente atractiva y sensual, lo que también queda clarísimo en esta escena es que Cable está total y absolutamente enamorado de ella. Que ya no la mira con ojos lúbricos y lujuriosos, sino que la mira como nadie nunca antes la había mirado. Con amor, con afecto, con ternura, con respeto. Y que a veces para expresar todo lo que uno siente no son necesarias grandes y rimbombantes palabras. A veces —o muchas veces, vaya— menos es más.



Y poco más. Reiterar, si un caso, el lirismo y la sensibilidad del al mismo tiempo violento y salvaje Bloody Sam, el grandísimo diálogo que se marcan John Crawford y Edmund Penney, la extraordinaria fotografía del siempre eficaz Lucien Ballard, las soberbias interpretaciones de Jason Robards y Stella Stevens y, como no, ese delicioso “Butterfly Mornings” de Jerry Goldsmith/Richard Gillis que podemos escuchar a la entrada de Jason Robards a la cabaña bajo la tierna mirada de Stella Stevens tras este magnífico diálogo que acabamos de comentar. Una combinación, sin lugar a dudas, tremenda.

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