divendres, 26 de gener del 2018

“BONASERA, BONASERA… ¿QUÉ HE HECHO PARA QUE ME TRATES CON TAN POCO RESPETO?” (El Padrino, 1972. Francis Ford Coppola)


El Padrino (The Godfather)

Estados Unidos, 1972

Director: Francis Ford Coppola

Guión: Francis Ford Coppola y Mario Puzo. Basado en una obra de Mario Puzo

Fotografía: Gordon Willis

Música: Nino Rota

Intérpretes:

Marlon Brando (Vito Corleone)
Al Pacino (Michael Corleone)
James Caan (Sonny Corleone)
Richard Castellano (Clemenza)
Robert Duvall (Tom Hagen)
Sterling Hayden (Capitán McCluskey)
John Marley (Jack Woltz)
Richard Conte (Barzini)
Diane Keaton (Kay Adams)
Talia Shire (Connie)
John Cazale (Fredo)
Al Lettieri (Sollozzo)
Abe Vigoda (Tessio)
Salvatore Corsitto (Bonasera)


SINOPSIS: Nueva York, 1945. Los Corleone son una de las cinco familias de la mafia ítaloamericana más poderosas de la ciudad. Cuando Sollozzo, padrino de los Tattaglia, le propone a Vito Corleone asociarse con él en el tráfico de drogas y éste se niega se iniciará una auténtica espiral de violencia entre ambas familias. Aunque Michael Corleone no quiere saber nada de los turbios negocios de su padre, al final deberá prepararse para sucederle. 



Las grandes películas suelen arrancar con grandes escenas iniciales. Y “El Padrino” —considerada por muchos como la mejor película de la historia del cine— no podía ser menos. Precisamente por ello mi spoiler de hoy procurará diseccionar a consciencia la opening scene de esta película. Porque aunque estamos ante un film con un buen puñado de escenas memorables, la primera de todas ellas es —por de pronto— una verdadera declaración de intenciones. Y lo es porque no acostumbra a suceder que una película arranque con una escena tan intensa, tan significativa, tan repleta de contenido. Lo normal, quizás, sea arrancar con una escena más descriptiva, introductoria o más “explosiva” incluso pero es que “El Padrino” empieza con una auténtica lección de cine a todos los niveles. Y eso, amigos míos, ya nos está advirtiendo de antemano que estamos ante lo que yo calificaría como pequeña obra maestra dentro de una obra maestra global absolutamente incontestable.

Hemos de tener en cuenta, además, que en 1972 Francis Ford Coppola no era —ni mucho menos— un director contrastado. De hecho, su único gran éxito era el Oscar al mejor guión original por “Patton”. Y precisamente por eso la escena que hoy vamos a comentar me parece tan y tan extraordinaria. Básicamente porque no parece rodada por un director casi novel de 33 años. Por un cineasta que aún no había rodado “El Padrino II”, “La conversación”, “Apocalypse Now”, “Rumble Fish” o “Drácula de Bram Stoker” por citar, tan sólo, algunas de sus mejores obras.

Pero, bueno, dejémonos de prolegómenos y vayamos a la escena en cuestión. Una escena que se inicia tras los títulos de crédito (y el célebre leit motiv de Nino Rota, por supuesto) y que, a través de un fundido en negro, nos permite oír la primera frase de la película (“Creo en América”) un par de segundos antes de que veamos, en primer plano, el rostro del señor Bonasera (Salvatore Corsitto), de profesión, enterrador. Poco después sabremos que ese día Connie (Talia Shire), la hija de Vito Corleone (Marlon Brando), se casa con Carlo Rizzi (Gianni Russo), y que mientras los festejos están a punto de iniciarse en el exterior, el padrino atiende en su despacho diversas peticiones. Entre ellas, la de Bonasera.

Bonasera: “Creo en América. América hizo mi fortuna. Y he dado a mi hija una educación americana. Le di libertad pero la enseñé a no deshonrar a su familia. Conoció a un muchacho. No era italiano. Iba al cine con él, volvía tarde. Nunca protesté. El mes pasado la llevó de paseo con un amigo suyo. La hicieron beber whisky. Después trataron de abusar de ella. Ella se resistió. Defendió su honor. Y la pegaron como a un animal. Cuando llegué al hospital tenía la nariz rota y la mandíbula destrozada y sujeta con un alambre. No podía ni llorar a causa del dolor. Pero yo sí lloré. Ella lo era todo en mi vida. Una chica preciosa. Ella nunca volverá a serlo… Perdón*… Yo fui a la policía como buen americano. Los dos tipos fueron procesados. El juez los sentenció a tres años de prisión y dejó en suspenso la condena ¡Suspendió la condena! ¡Los puso en libertad el mismo día! Yo me quedé en la sala como un imbécil. Y los dos canallas se reían de mí. Le dije a mi mujer: la justicia nos la hará Don Corleone”





Llegados a este punto me gustaría hacer hincapié en varios aspectos. Tanto técnicos como metafóricos. En primer lugar, el zoom que va alejándose lentamente del primer plano de Bonasera hasta un plano medio del despacho de Don Corleone mientras el enterrador le va relatando su particular tragedia al padrino (lo sabremos al final de ese zoom, cuando el pertinente contraplano nos revele con quién está hablando Bonasera) me parece francamente magistral. No sólo por el tempo y la elegancia de ese movimiento óptico en sí sino por lo que podemos deducir de las palabras del enterrador. Personalmente, lo primero que interpreto de su soliloquio es el tremendo desencanto de Bonasera respecto a la justicia americana a pesar de considerarse él mismo un buen americano. Un desencanto que lo empuja a pedirle ayuda a Don Corleone y a retornar, en cierta medida, a las raíces, a los orígenes, de su propia etnia. Pero es que al margen de lo que nos cuenta Bonasera lo que podemos observar a medida que se va abriendo el plano también me parece muy pero que muy sustancioso. Los picaportes de la puerta a las espaldas de Bonasera, por ejemplo. Ese detalle y el sepulcral silencio mientras el enterrador relata su desdicha nos informa que nos hallamos en una especie de sancta sanctorum. Un lugar privado donde se habla de cosas que nadie más debe oír. La sobria y austera decoración clásica y la semipenumbra contribuyen a enfatizar, además, la sombría y misteriosa atmósfera que reina en el despacho del padrino. Un padrino del que apenas hemos visto algo de su perfil y un expresivo gesto de su mano derecha al indicarle a uno de sus hombres que traigan un vaso de agua a Bonasera cuando éste, a medio discurso, se descompone (*) al recordar el maltrato al que fue sometida su hija.  

Don Corleone: “¿Por qué acudiste a la policía y no viniste a mi primero?”

Bonasera: “¿Qué tengo que pagar? No importa lo que sea pero ayúdeme en lo que le pido”

Don Corleone: “¿Qué quieres?”

En este momento Bonasera, que se halla sentado frente a la mesa de Don Corleone, se levanta, se acerca al padrino y le responde al oído. Aunque no oímos sus palabras, deducimos —obviamente— que Bonasera le pide a Don Corleone que mate a los dos chicos que abusaron de su hija. Acto seguido, la cámara nos muestra por primera vez a Vito Corleone. Tras atusarse el bigote, lenta y parsimoniosamente, le contesta a su interlocutor.



Don Corleone: “Eso no puedo”

Bonasera: “Le daré lo que me pida”

En este preciso instante, la imagen nos muestra un plano general del despacho en el que podemos observar al consiliere Tom Hagen (Robert Duvall) sentado en una butaca a la izquierda y a Sonny Corleone (James Caan) detrás de su padre. Ambos permanecen quietos y en silencio.



Tras este plano general asistimos de inmediato al primer monólogo de Vito Corleone. Sin lugar a dudas, estamos ante un discurso y un plano absolutamente míticos, con el padrino sentado cómodamente en su butaca mientras acaricia a su gato y Bonasera, de pie frente a él, escuchándolo con atención. Conviene recordar que la intervención del gato en la escena forma parte de una de las muchas improvisaciones de Marlon Brando. Una improvisación que quizás le ayudó a componer su personaje pero que también podríamos extrapolar al sometimiento final de Bonasera. No olvidemos que Bonasera acaba siendo —al final de la escena— una especie de mascota domesticada por los Corleone. Y aunque todo podría tratarse de una afortunada coincidencia, lo cierto es que el jugueteo de Don Vito con el gato es algo que no pasa desapercibido en absoluto.  



Don Corleone: “Nos conocemos hace muchos años y por primera vez vienes a pedirme ayuda. Ya casi no me acuerdo de cuando dejaste de invitarme a tu casa a tomar café. Y creo que mi mujer es madrina de tu hija… Pero hablemos claro: nunca has querido mi amistad ¿Te asustaba tener relación con nosotros?” 

Bonasera: “No quería correr ningún peligro”

Don Corleone: “Entiendo… Tu paraíso era América. Tenías tu negocio, la vida te iba bien, la policía te protegía… No me necesitabas. Pero ahora vienes a mí a decir: ¡Don Corleone pido justicia! Y pides sin ningún respeto… No como un amigo… Ni siquiera me llamas padrino. En cambio vienes a mi casa el día de la boda de mi hija a pedirme que mate por… dinero”

Bonasera: “Lo que pido es justicia”

Don Corleone: “Eso no es justicia. Tu hija está viva”

Bonasera: “¡Quiero que sufran! ¡Como ella! ¿Qué tengo que pagar?”



La última exigencia de Bonasera parece, por fin, hacer reaccionar a Don Corleone. Aún así, sin alterarse demasiado, el padrino se levanta de su butaca, suelta al gato en el escritorio y se dirige hacia la persiana entreabierta de su despacho que deja traspasar un resquicio de luz al aposento. Como hemos dicho antes, los preparativos del festejo nupcial siguen desarrollándose en el exterior.



Don Corleone: “Bonasera, Bonasera… ¿Qué he hecho para que me trates con tan poco respeto? Si hubieras mantenido mi amistad los que maltrataron a tu hija lo habrían pagado con creces. Porque cuando uno de mis amigos se crea enemigos yo los convierto en mis enemigos. Y a ese le temen”

Tras la reprimenda de Don Corleone parece que, por fin, Bonasera entra en razón. Y eso se traduce en agachar la cabeza, besarle el anillo y llamarle —por primera vez— padrino. La liturgia mafiosa no deja lugar a dudas: la muestra de respeto es irreprochable.




Bonasera: “¿Amigos? ¡Padrino!”

Don Corleone: “Bien. Algún día, y ese día puede que no llegue, acudiré a ti y tendrás que servirme. Pero hasta entonces, amigo, acepta mi ayuda en recuerdo de la boda de mi hija”



Bonasera: “Grazie, padrino”

Don Corleone: “Prego”

Cuando Bonasera sale de la estancia es cuando nosotros, como espectadores, somos conscientes físicamente por primera vez (gracias a la música que irrumpe en el despacho al abrirse la puerta) que fuera, en el exterior, se está celebrando un acontecimiento alegre y festivo. Nada que ver con los turbios negocios que se orquestan en el despacho. El contraste, por tanto, es más que evidente. Acto seguido, Tom Hagen se acerca a Don Corleone para escuchar sus instrucciones. La escena acaba cuando el padrino se las transmite y huele el clavel rojo que lleva en la solapa de su americana.




Don Corleone: “Que se encargue de esto Clemenza. Con gente de mucha confianza que no se me entusiasme porque no somos asesinos a pesar de lo que diga ese funerario”


Y poco más. Subrayar, si un caso, la gran labor interpretativa de Marlon Brando, la extraordinaria planificación escénica de Coppola, la magnífica iluminación de Gordon Willis (“Manhattan”, “El Padrino II”) y, sobre todo, esa tremenda lección de poderrespeto que Don Vito Corleone le inflige al pobre Amerigo Bonasera

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