divendres, 21 d’abril del 2017

“AL FIN NOS ACERCAMOS A LA CIVILIZACIÓN” (Los implacables, 1955. Raoul Walsh)


Los implacables (The tall men)

Estados Unidos, 1955

Director: Raoul Walsh

Guión: Frank S. Nugent y Sydney Boehm

Fotografía: Leo Tover

Música: Victor Young

Intérpretes:

Clark Gable (Ben Allison)
Jane Russell (Nella Turner)
Robert Ryan (Nathan Stark)
Cameron Mitchell (Clint Allison)
Juan García (Luis)
Harry Shannon (Sam)
Emile Meyer (Chickasaw Charlie)
Stevan Darrell (Col. Norris)

SINOPSIS: Montana, 1866. Ben y Clint Allison son dos excombatientes confederados que llegan a Mineral City con objeto de hacerse ricos robando ganado. Una vez en la ciudad, un poderoso ganadero llamado Nathan Stark les propondrá conducir ganado de Montana a Texas. Durante ese viaje de 1.800 millas, sin embargo, surgirá una gran rivalidad entre Ben y Nathan por el amor de Nella Turner, una mujer a la que Ben salva la vida pero que acabará deslumbrada por la desmesurada ambición de Nathan. 



Otra escena cortita. Tan cortita como dura, impactante y absolutamente mordaz. Y encima, al principio de la peli. Recién superados los títulos de crédito iniciales e inmediatamente después del típico cartel explicativo que solemos encontrarnos en muchos westerns de los años 40 y 50. Para entrar de lleno en la peli, vamos. Crudamente y sin anestesia. Como a mi me gusta.

Me estoy refiriendo —como habréis podido deducir— a la escena del ahorcado de “Los implacables”, de Raoul Walsh. Un western que no acostumbra a figurar entre los más reconocidos de este grandísimo cineasta (“Murieron con las botas puestas”, “Perseguido”, “Juntos hasta la muerte”, “Camino de la horca”…) y que a mi me parece, sin embargo, sencillamente excepcional. Y me lo parece, fundamentalmente, porque uno de los sellos distintivos de Walsh siempre fue su gran capacidad para sumergirnos en sus historias de forma clara y directa. Sin preámbulos, ambages o circunloquios. Al grano, vaya. Como mandan los cánones del cine clásico. Y eso es algo que, sin lugar a dudas, podemos constatar desde la primera secuencia de “Los implacables”. Un western que entremezcla hábilmente los habituales códigos del género con algo de romance y cine de aventuras (el otro género en el que destacó Walsh) y que atrapa al espectador desde el minuto 1. Me explico.

Por de pronto estamos ante un western que arranca con un telón de fondo visual absolutamente extraordinario. No tan sólo por la belleza y espectacularidad de los paisajes que podemos contemplar en pantalla y que plasma magistralmente Leo Tover sino porque tampoco es demasiado habitual, la verdad sea dicha, que un western cincuentero se desarrolle en un entorno nevado. Y quizás por eso, por toparnos con una naturaleza tan asombrosa y desbordante, resulta prácticamente imposible que cualquiera de nosotros —como simples y meros espectadores— no nos quedemos literalmente prendados de esas impresionantes imágenes.



Por si fuera poco, además, lo primero que podemos leer cuando finalizan los títulos de crédito es un cartel explicativo que nos pone en situación y que dice lo siguiente:

MONTANA TERRITORY
1866

They came from the South, headed for the goldfields… Ben and Clint Allison, lonely, desperate man. Riding away from a heartbreak memory of Gettysburg. Looking for a new life. A story of tall men – and long shadows

Algo así como:

TERRITORIO DE MONTANA
1866

Desde el Sur se dirigían a los yacimientos de oro... Ben y Clint Allison, solos y desesperados, cabalgaban para alejarse del doloroso recuerdo de Gettysburg. Buscando una nueva vida. Una historia de hombres de talla y largas sombras



Con dicha información ya sabemos, pues, que esos dos jinetes que vemos avanzar trabajosamente con sus caballos por el espeso manto de nieve que los rodea son dos excombatientes confederados. Dos perdedores, vaya. Lo sabemos por la fecha que aparece en el cartel (en 1866 la Guerra de Secesión había finalizado un año antes) y también porque la Batalla de Gettysburg (del 1 al 3 de julio de 1863) significó un importantísimo punto de inflexión en la guerra. Básicamente porque fue la ofensiva con mayor número de bajas en un campo de batalla norteamericano (22.000 nordistas y 30.000 sudistas) y porque, a la postre, constituyó una gran victoria para el ejército de la Unión y una auténtica hecatombe para el ejército confederado. Un desastre que los hermanos Allison pretenden dejar atrás buscándose la vida en Montana (noroeste de los Estados Unidos) e iniciando, a su vez, una nueva vida solo al alcance de verdaderos hombres de talla (atención al título original del film: The tall men) como ellos mismos.



En poco más de 10 segundos, por consiguiente, ya estamos metidos de lleno en una historia que promete y mucho. Una historia con tintes épicos y aventureros (el propio título y el punto de partida argumental así parecen anticiparlo) que se ve enriquecida, además, por un plano y una frase total y absolutamente escalofriantes.

Me estoy refiriendo, como no, a ese plano de un hombre colgado de un árbol a lo lejos y a la frase que, acto seguido, le dirige Ben (Clark Gable) a su hermano Clint (Cameron Mitchell):



Ben Allison: “Al fin nos acercamos a la civilización”

Una frase que asocia la brutalidad y la ley del más fuerte con la civilización y que no deja de ser, obviamente, una de las sentencias más cínicas y mordaces que he podido escuchar en un western. En primer lugar porque yo interpreto que con ella Ben Allison no solo carga contra la barbarie del ser humano sino —más concretamente— contra el salvajismo y la ignorancia de los nordistas; gentes mucho más rudas e incultas que los educados y elegantes señoritos del sur. Pero, vamos, no me hagáis mucho caso. Quizás esa impresión proceda de que cada vez que veo a Clark Gable en pantalla no puedo evitar asociarlo al Rhett Butler de “Lo que el viento se llevó”.



En cualquier caso, mi teoría también se vería reforzada con la subsiguiente réplica de Clint Allison. Una réplica que constata que los hermanos Allison no acaban de sintonizar demasiado con la gente del norte y que dice así:

Clint Allison: “No cambiaría medio acre de Texas por todo el territorio de Montana”



Y poco más. Dicho esto Ben y Clint dirigen su mirada a Mineral City, el pueblo que se ve a lo lejos, y prosiguen su camino. Aún así, os recomiendo que —si no la habéis visionado nunca— no os conforméis con esta primera y brevísima secuencia y veáis la película entera. Una cinta que destaca por su proporcionada fusión de drama, aventura, humor y romance, y que gracias a la dimensión humana de sus personajes, a sus estupendos diálogos, a su espectacular fotografía y a las brillantes interpretaciones de su trío protagonista (Gable, Russell y Ryan nada menos) se disfruta enormemente. Palabra.





dimarts, 11 d’abril del 2017

“BUSCO UNA ESTRELLA DE HOJALATA A LA QUE VA PRENDIDO… UN BORRACHO” (El Dorado, 1967. Howard Hawks)


El Dorado (El Dorado)

Estados Unidos, 1967

Director: Howard Hawks

Guión: Leigh Brackett. Basado en una obra de Harry Brown

Fotografía: Harold Rosson

Música: Nelson Riddle

Intérpretes:

John Wayne (Cole Thornton)
Robert Mitchum (Sheriff J.P. Harrah)
James Caan (Mississippi)
Charlene Holt (Maudie)
Paul Fix (Doctor Miller)
Arthur Hunnicutt (Bull)
Michele Carey (Joey McDonald)
R.G. Armstrong (Kevin McDonald)
Edward Asner (Burt Jason)
Christopher George (Nelse McLeod)

SINOPSIS: El Dorado, 1870-1880. Cole Thornton es un veterano pistolero contratado por el ganadero Burt Jason para que le ayude en su lucha contra la familia McDonald. Alertado de las verdaderas intenciones de Jason (arrebatarles las tierras a los McDonald) por el alcohólico y depresivo Sheriff local (Jean Paul Harrah), Thornton decidirá romper su compromiso con Jason y unirse a Harrah. Ambos contarán, asimismo, con la colaboración de Bull y Mississippi —un viejo vengativo y un joven idealista muy diestro con el cuchillo— para enfrentarse a los hombres de Jason y a su nuevo pistolero profesional en nómina: Nelse McLeod.



La de hoy es una escena cortita. De un minuto y medio, más o menos. Cortita, pero muy buena. Y significativa también. Aún así, os he de confesar algo. Y es que pese a la contundencia de la frase que da nombre a este spoiler (“Busco una estrella de hojalata a la que va prendido… un borracho”… casi nada), la verdad es que no sabría deciros si estamos ante una escena dramática… o más bien cómica. Bueno, posiblemente lo que ocurre es que estamos ante una escena que es cómica y dramática a la vez. Como lo es, en términos generales, “El Dorado”. La hermana bastarda de “Río Bravo” (1959). Y que conste que lo de hermana bastarda lo digo sin ánimo peyorativo sino más bien irónico. Fundamentalmente porque aunque “El Dorado” y “Río Bravo” comparten director, protagonista y algunos aspectos básicos del entramado argumental, yo soy de los que jamás considerarían “El Dorado” como una repetición, segunda parte o refrito de su predecesora. Vamos, que me gustan las dos por igual. Y aunque “Río Bravo” siempre será la hermana mayor de “El Dorado”, de lo que no me cabe ninguna duda es que la condición de la más bella de las dos siempre será, en mi caso, un puro y azaroso formulismo.



Dicho esto, vayamos a la escena en cuestión. Una secuencia que empieza con Cole Thornton (John Wayne) entrando al calabozo de la oficina del sheriff donde Jean Paul Harrah (Robert Mitchum) se encuentra durmiendo la borrachera. Una vez dentro, Thornton rasga una cerilla, enciende un quinqué y se aproxima al camastro donde Harrah está durmiendo como un lirón. Tres gestos que no tendrían nada de especial si los ejecutara cualquier persona. Pero no si lo hace un auténtico hombre del oeste como Cole Thornton. O como John Wayne, vaya. Y si no, revisad la escena y fijaos en cómo rasga la cerilla. En cómo la tira al suelo. Y en cómo da dos o tres pasos hacia el camastro con ese estilo, con esos inconfundibles movimientos que tan bien le caracterizan. Colocando el brazo derecho en jarra sobre la canana, retrasando ligeramente la pierna izquierda y mirando a su viejo amigo como sólo Wayne sabe hacerlo. Con chulería, autoridad y autosuficiencia. Acto seguido, intenta desvelar a su amigo.



Thornton: “¡Eeh!”

No obteniendo respuesta y sin pensárselo mucho, Thornton se dirige al otro lado del camastro, coge un cubo de agua y se lo lanza a Harrah, quién obviamente despierta de inmediato.



Harrah: “¡Maldito!”



Como un autómata, sin embargo, Harrah rastrea el suelo con su mano derecha buscando ávidamente la botella de whisky que dejó allí antes de caer inconsciente. O al menos, lo que quedó de ella. Thornton, sin embargo, se lo impide de un puntapié. Un puntapié que me recordó mucho, por cierto, al célebre patadón propinado por el Sheriff John T. Chance (también interpretado por John Wayne) a la escupidera donde Dude (Dean Martin interpretando, también, a un alcohólico) buscaba una moneda que le permitiera echar un trago en la secuencia inicial de “Río Bravo”. Medio adormilado y algo confuso aún, Harrah se encara a su molesto intruso.   

Harrah: “¿Quién es y qué hace aquí?”



Thornton: “Busco una estrella de hojalata a la que va prendido… un borracho”

Harrah: “¡Cole Thonston! Jajajajaja ¿Quién lo iba a decir? ¡El viejo Cole! ¡Ayúdame a levantarme, anda! ¡Tira y ponme de pie!”

Dicho esto y aprovechando que Thornton lo sujeta con ambas manos para ayudarle a levantarse, Harrah le suelta a Cole un buen puñetazo. Un puñetazo que lo estampa contra la pared y cuyo efecto sorpresa le proporciona a Harrah unos valiosísimos segundos de ventaja para armar su brazo y propinarle otro guantazo más que lo derribe y lo deje definitivamente KO. Sin embargo, Thornton es duro de pelar. Y sin que a Harrah le de tiempo a propinarle ese segundo golpe, el veterano pistolero le mete a su borrachuzo amigo un sonoro cacerolazo en la cabeza que lo deja absolutamente groggy. Atención a la expresión de Harrah al recibir el golpe: impagable.



No contento con eso, Thornton se dispone a devolverle a Harrah el puñetazo. Aún así, cuando ya lo tiene sujeto de la pechera y se prepara para asestárselo, una voz se lo impide:



Bull: “¡Cole! ¡No lo sentirá!”

Son Bull (Arthur Hunnicutt) y Mississippi (James Caan), que irrumpen en escena para impedir que la cosa vaya a mayores.



Thornton: “Bueno, le debo un puñetazo…”

Y poco más. La escena acaba aquí. Con Thornton soltando a Harrah de la pechera mientras éste, nuevamente, cae a peso muerto sobre la cama. Punto final, pues, para una secuencia que sintetiza el espíritu fundamental de este western (una historia que pivota entre el drama y la comedia y que trata temas tan diversos como la amistad, la paulatina desmitificación del viejo oeste y la lucha por la dignidad perdida) y que constata, a su vez, ese inconfundible estilo silencioso de su autor, Howard Hawks. Un estilo que solo le sirvió al bueno de Hawks para que sus propios paisanos lo consideraran como un buen artesano hasta que, por fortuna, llegaron los franceses del Cahiers du Cinèma, lo descubrieron y lo encumbraron —definitivamente— como uno de los mejores directores de todos los tiempos. 

Antes de finalizar este spoiler —sin embargo— me gustaría añadir, como anexo, la interpretación de la escena que me acaba de enviar un buen amigo: Josep Escanilla. La verdad es que fue él quién me empujó a describir esta secuencia y precisamente por eso he preferido que fuera él quién concretara lo que, a su parecer, pretendía transmitirnos Howard Hawks. Un parecer que coincide total y absolutamente con el mío y que os adjunto a continuación:

[Una de mis secuencias preferidas es cuando Thornton le lanza un cubo de agua a Jean Paul Harrah para que se despierte. Esta breve secuencia en la que se produce un intercambio de golpes entre los dos trasciende la simple comicidad; el director, de forma sutil, nos revela lo que más tarde será evidente: el sheriff necesita desesperadamente la ayuda de su amigo pero, aún así, su orgullo le impide pedírsela. Por otro lado, Thornton lo sabe pero nunca se la ofrecerá abiertamente para no herir su dignidad. Una situación delicada y difícil que Hawks resuelve de forma impecable]


dissabte, 8 d’abril del 2017

“HE VENIDO AL ENTIERRO DE MI MADRE Y, TAL VEZ, A SALUDAR A MIS HERMANOS ¿ALGUNA OBJECIÓN?” (Los cuatro hijos de Katie Elder, 1965. Henry Hathaway)


Los cuatro hijos de Katie Elder (The sons of Katie Elder)

Estados Unidos, 1965

Director: Henry Hathaway

Guión: William H. Wright, Allan Weiss y Harry Essex. Basado en una obra de Talbot Jennings

Fotografía: Lucien Ballard

Música: Elmer Bernstein

Intérpretes:

John Wayne (John Elder)
Dean Martin (Tom Elder)
Martha Hyer (Mary Gordon)
Michael Anderson Jr. (Bud Elder)
Earl Holliman (Matt Elder)
George Kennedy (Curley)
Paul Fix (Sheriff Billy Wilson)
Dennis Hopper (Dave Hastings)
James Gregory (Morgan Hastings)
Jeremy Slate (Ben Latta)

SINOPSIS: Clearwater, Texas. Tras varios años de ausencia, John, Tom, Matt y Bud Elder regresan a su pueblo natal para enterrar a su madre, Katie. Poco después del funeral reciben la visita de Mary Gordon, quien les recrimina haber abandonado a Katie. Previamente, además, el Sheriff Billy Wilson informa a John Elder que el rancho familiar ya no les pertenece puesto que Bass, el padre, lo perdió jugando al poker poco antes de ser asesinado por los secuaces de Morgan Hastings, el armero del pueblo. A consecuencia de todo ello, los cuatro hermanos se conjurarán para recuperar el rancho y cobrar venganza.



Aunque no suele aparecer entre los mejores westerns de la historia del cine yo creo, francamente, que “Los cuatro hijos de Katie Elder” podría y merecería figurar —sin lugar a dudas— en cualquier top del género. Posiblemente esa ignominiosa ausencia se deba a que su autor es Henry Hathaway, un cineasta al que siempre se le negó el talento que nunca se le cuestionó a Ford, Hawks o Mann y que sí cargó —sin embargo— con un sambenito, a mi juicio, absolutamente injusto. Sí, me estoy refiriendo al sambenito de artesano, un calificativo que todo el mundo acostumbra a asociar con este grandísimo cineasta y que no me cuadra en absoluto, por ejemplo, con el inconmensurable lirismo que ostentan algunas de las mejores escenas de esta película.

Así pues, admitiendo por de pronto que “Los cuatro hijos de Katie Elder” es algo irregular y que quizás el desarrollo de algunos personajes y el tono de la peli (épico a veces, cómico otras) no acaba de cuajar como debería, también es justo y necesario reconocer que tiene tres o cuatro secuencias muy pero que muy buenas. Particularmente dudé entre la última (la del sutil toque de John Elder a la mecedora de Katie) y la que encabeza este spoiler. Y dudé, sencillamente, porque las dos me gustan por igual. Sin embargo, acabé decidiéndome finalmente por ésta, por la de la épica irrupción de John Wayne en el tramo inicial de la peli, porque estamos ante una escena que trasciende el propio argumento de este film y apunta directamente a la figura de este actor como mito del cine en general y del western en particular.



Me explico. John Wayne contrajo cáncer de pulmón en 1964 y fue sometido a una intervención quirúrgica para extraerle el pulmón izquierdo y un par de costillas. Afortunadamente, el tratamiento fue un éxito y John Wayne sobrevivió. Pero no sólo eso. Pocos meses después de la operación, el protagonista de westerns tan emblemáticos como “La diligencia”, “Centauros del desierto” o “El hombre que mató a Liberty Valance” estaba en Mexico rodando la peli que hoy nos ocupa. Una peli que debía simbolizar la victoria de Wayne en su batalla contra el cáncer y constatar, asimismo, que un simple actor como él también podía ser tan duro de roer como sus propios personajes. Tan y tan duro de roer, incluso, como para no acobardarse y seguir haciendo pelis como si nada hubiera sucedido.



Su irrupción en escena tras la enfermedad, por lo tanto, debía estar a la altura de las circunstancias. Y precisamente por eso, sin que ningún motivo argumental lo justifique, John Elder (o lo que es lo mismo, John Wayne) aparece de repente entre las rocas de un cerro cercano al cementerio de Clearwater cuando horas antes sus hermanos lo esperaban en la estación. Una aparición que contiene un halo total y absolutamente místico y que me recordó un poquito a la imagen recortada en el horizonte del Sargento Rutledge (Woody Strode) en “El sargento negro” (1960), de John Ford.  

Estamos, en definitiva, ante una especie de resurrección. Ante uno de los mejores homenajes del cine a uno de sus mitos vivientes. Y es precisamente por ello por lo que, una vez más, me niego a catalogar a Henry Hathaway como un mero artesano del séptimo arte. Porque aunque sus pelis quizás no sean tan redondas como algunas de Ford, Hawks o Mann, Hathaway era —sin lugar a dudas— un cineasta como la copa de un pino. Y escenas como la de hoy, con Wayne contemplando desde las rocas como entierran a su madre, así lo corroboran.



Sin nada más que añadir, os dejo con el diálogo mantenido entre John Elder (John Wayne) y el Sheriff Billy Wilson (Paul Fix) en ese cerro cercano al cementerio de Clearwater. Un diálogo que viene precedido por un conato de enfrentamiento entre ambos (John Elder percibe que alguien lo acecha y desenfunda su revólver) y que, tras la confusión, hace las veces de perfecta sinopsis de la película poniéndonos en antecedentes de todo lo que ha ocurrido en el pueblo en los últimos meses. Dice así:




John Elder: “Billy”

Sheriff Billy Wilson: “Hola, John”

John Elder: “Si vas a aparecer por detrás, deberías tener más cuidado”

Sheriff Billy Wilson: “Tan rápido como siempre… Puede que más ¿Has estado practicando?”

John Elder: “¿Aún no hay periódicos por aquí?”

Sheriff Billy Wilson: “No, pero las noticias vuelan de casa en casa ¿Por qué vienes por este otro lado? ¿Temes que haya líos?”

John Elder: “Siempre hay alguien buscando líos. Clearwater no es diferente. Billy, lo que no quiero son... líos”

Sheriff Billy Wilson: “¿Cuánto piensas quedarte?”

John Elder: “No lo sé. Acabo de llegar. La gente te deja quitarte el sombrero antes de echarte”



Sheriff Billy Wilson: “No te estoy echando. Sólo pregunto cuánto piensas quedarte”

John Elder: “¿Alguna razón por la que no debería quedarme?”

Sheriff Billy Wilson: “Sí. De hecho, hay un par de razones. Una es que ésta ya no es tu casa. La dejaste hace años”

John Elder: “Continúa”

Sheriff Billy Wilson: “La segunda, que hoy ha llegado otro hombre. Tengo entendido que es un experto con la pistola”

John Elder: “¿De quién se trata?”

Sheriff Billy Wilson: “No lo sé. No es de aquí. Tengo entendido que presta sus servicios. Y la tercera es que tengo un sustituto que se toma su trabajo muy en serio”

John Elder: “¿Se me busca por algo, Billy?”

Sheriff Billy Wilson: “No”

John Elder: “Entonces, tengo una idea”

Sheriff Billy Wilson: “¿Sí?”

John Elder: “Manda a ese joven sustituto a echar del pueblo al otro tipo”

Sheriff Billy Wilson: “Supongo que sería una forma de hacerlo. Lo que pasa es que tampoco se le busca”

John Elder: “He venido al entierro de mi madre y, tal vez, a saludar a mis hermanos ¿Alguna objeción?”

Sheriff Billy Wilson: “No”

John Elder: “Bien”

Sheriff Billy Wilson: “Si quieres ver a los chicos, ve por ahí. No tendrás que pasar por el pueblo”

John Elder: “El rancho está por ahí”

Sheriff Billy Wilson: “Ya no. Morgan Hastings es su propietario. Katie vivía donde Lupin cuando falleció”

John Elder: “¿Cuándo fue eso, Billy?”

Sheriff Billy Wilson: “Mataron a tu padre hace seis meses”

John Elder: “¿Quién lo hizo?”

Sheriff Billy Wilson: “Aún no lo he averiguado. John... No hagas tonterías”