El
rey del rodeo (Junior Bonner)
Estados
Unidos, 1972
Director:
Sam Peckinpah
Guión:
Jeb Rosenbrook
Fotografía:
Lucien Ballard
Música:
Jerry Fiedling
Intérpretes:
Steve McQueen (Junior Bonner)
Robert Preston (Ace Bonner)
Ida Lupino (Ellie Bonner)
Ben Johnson (Back Roan)
Joe Don Baker (Curly Bonner)
Barbara Leight (Charmagne)
Mary Murphy (Ruth Bonner)
Bill McKinney (Red Terwiliger)
Dub Taylor (Del )
Donald
Barry (Homer Rutledge)
SINOPSIS:
Junior Bonner
es un jinete de rodeo profesional que vuelve a Prescott, su pueblo natal de Arizona,
para actuar en el tradicional Prescott
Frontier Days Rodeo de cada año. Asimismo, Junior aprovecha la ocasión para
tratar de reconciliarse con su familia, a quienes abandonó años atrás. La
relación con un padre fracasado y alcohólico, con una madre desencantada y con
un hermano al que solo le interesa el dinero no será, sin embargo, nada fácil.
“Junior
Bonner”
es, sin lugar a dudas, una de mis grandes debilidades como cinéfilo. Una de
esas pelis que no es exageradamente conocida (en la filmografía de Sam Peckinpah destacan mucho más títulos
como “Duelo en la Alta Sierra ”, “Mayor Dundee”, “Grupo Salvaje”, “Perros de
paja”, “Quiero la cabeza de Alfredo
García”, “La huída”, “La cruz de hierro” e incluso “La balada de Cable Hogue”) pero que,
sin saber muy bien por qué, te ves obligado a revisar de vez en cuando para darte cuenta —quizás—
que sigues y seguirás emocionándote con ellas cada vez que las veas.
Y eso mismo me pasó hace unos días. Cuando
la revisé por última vez. Que volví a emocionarme. Profundamente. Y no una,
sino varias veces. Aún así, si hay una escena concreta que condensa al máximo
ese espíritu entre lírico e intimista que tan bien sabe manejar el bueno de Sam
cuando le da la gana, ésa es —a mi juicio— la que he escogido para el spoiler de hoy. La de la primera
conversación entre Junior y su padre en la estación de tren.
Antes de entrar de lleno en la escena, sin
embargo, me gustaría señalar algunos datos que considero sumamente importantes.
El primero de ellos es que “Junior Bonner” es una de esas pelis hecha con mucho
cariño. Con mucho amor. Curiosamente, tanto Sam Peckinpah como Steve
McQueen venían de rodar pelis secas, duras, violentas. Y lo que les
apetecía a ambos, en aquellos momentos, era rodar una peli más cálida, más
costumbrista, más melancólica. Una peli en la que la acción fuera lo de menos y
en la que tanto Sam como Steve pudieran volcar en ella otros registros creativos
menos habituales en su forma de trabajar. Uno como intérprete y el otro, como
cineasta.
Fruto de todo ello es el “Junior Bonner”
que todos conocemos. Una peli que aparentemente tan sólo pretende describir un mero
fin de semana laboral en la vida de un jinete de rodeo pero que, en realidad, nos
está relatando el irremediable desmembramiento de una familia normal y
corriente y —por ende— de toda una filosofía de vida. La del antiguo vaquero. La
de Ace y Junior Bonner.
Así pues, situémonos. Junior (Steve McQueen) y
Ace (Robert Preston), su padre, se han reencontrado en la ciudad; en
pleno desfile del Prescott Frontier Days
Rodeo. Recordemos que Ace ha tomado “prestado” el caballo de Junior para
desfilar con el resto de comitiva oficial por la avenida principal de Prescott y que cuando su hijo lo
localiza, éste se sube con él a la grupa del caballo y ambos se separan de la
comparsa y la muchedumbre para llegar cabalgando a la estación de tren, donde
desmontan, se sientan en un banco e inician la conversación que os adjunto a
continuación.
Formalmente, la escena no tiene —la verdad
sea dicha— demasiado misterio. Plano y contraplano como es habitual y
preceptivo en cualquier diálogo que se precie y alguna toma delantera y trasera
para variar. Naturalmente, pues, lo que importa es el diálogo entre los dos. O
mejor dicho: cómo y de qué manera Ace y Junior se cuentan lo que se cuentan.
Con una naturalidad insultante, vamos. No en vano, en este tramo inicial Ace y
Junior hablan de temas domésticos, intrascendentales. De los viejos tiempos. De
cómo les van las cosas a los diferentes miembros de la familia. De planes de
futuro. De hecho, la conversación va discurriendo con total y absoluta
normalidad (entre trago y trago de whisky, eso sí) hasta que Junior pronuncia
la frase que encabeza este spoiler.
Es entonces cuando la enorme visión cinematográfica de Peckinpah hace acto de
presencia para decirnos tantísimas cosas con un simple gesto. Con una simple mirada.
Con un simple silencio. Pero bueno, no nos anticipemos. Rememoremos ese
diálogo:
Ace: “No soporto tanta gente”
Junior: “Me voy a sentar”
Ace: “Y yo también”
Junior: “Bueno, tú te caes mejor que yo”
Ace: “¡Sí! ¿Sabes? Es mi mejor paseo a caballo
desde Nochebuena en Tonopah. Me quedé aislado por la nieve”
Junior: “¿Con Bobbie?”
Ace: “¡Como me conoces! Te manda recuerdos…”
Junior: “Ah…”
Ace: “¿Alguna vez hablas con Connie Mars?”
Junior: “Sí. Doma caballos en Carlsbad. Todavía va
al rodeo de El Paso”
Ace: “¿Y Buddy Cox? Siempre decía: ¡Mientras
vivan las mujeres, mi nombre no morirá!”
Junior: “Pues ha muerto, papá. Su auto
chocó entre Abilene y Dallas”
Ace: “Escuché que te va muy bien”
Junior: “¿Dónde escuchaste eso? ¿Te
ocupas de mamá?”
Ace: “No demasiado. Ella vende antigüedades. Y es
feliz. Vive justo donde ha querido vivir toda su vida... donde hay más
movimiento”
Junior: “Curly va a vender la casa.
Quiere ponerle a mamá una tienda de regalos”
Ace: “A Curly le van muy bien las cosas… Junior...
Yo me voy a Australia”
Junior: “¿Y qué vas a hacer? ¿Cazar
canguros?”
Ace: “¡No! ¡Hay oro nada menos! 200.000 km cuadrados sin
explorar. Y ovejas. Merinas. La mejor lana del mundo. Ya he hecho el primer
pago… ¿Te gustaría venir conmigo? Bueno, ya sé que no puedes… ¡Eres la gran
figura del rodeo! Pero por lo menos podrías subvencionar a tu papá. Te haría mi
socio número uno, Junior. Mi socio número uno ¿Qué me dices?”
Junior: “Debo decirte algo”
Ace: “No, yo debo decirte algo a ti… acerca de la
minería. Hay mucho que aprender. Los metales caros... tienen un gran futuro”
Junior: “Estoy sin blanca”
Ace: “Ya sé que tú no tienes experiencia… ¿Sin
blanca?”
Junior: “No tengo ni un centavo”
Ace: “Bueno… ¡sólo necesito 5.000!”
Junior: “¿Por qué no 5 millones?”
Llegados a este punto concreto —tras darse
cuenta Ace que tampoco puede contar con el apoyo financiero de Junior para
iniciar su enésima aventura
empresarial— es cuando el viejo vaquero interpretado por Robert Preston descarga toda su frustración contra su hijo mayor dándole
un rápido manotazo en el pescuezo que le hace volar el sombrero unos metros más
allá. Curiosamente, cuando Peckinpah y Steve
McQueen estaban planificando la puesta en escena de esta secuencia el actor
se negó —de primeras— a rodarla así. Estaba convencido que la virilidad y la hombría
de su personaje quedarían en entredicho. Peckinpah, sin embargo, insistió. “Confía en mí, le dijo a Steve, Saldrá bien”. Y, efectivamente, salió
bien. Una vez más, la inspiración cinematográfica de Peckinpah funcionó como un
reloj y esos manotazos que recibió el bueno de Sam cada vez que su padre se
enfadaba con él cuando era chico sirvieron —al menos— para redondear una secuencia,
a mi juicio, magistral. Fijaos, si no, en los detalles. Cuando Ace le propina
el manotazo a su hijo, Junior lo encaja estoicamente. Sin revolverse ni
reprocharle la acción a su padre. Respetando su reacción con total y absoluta
sumisión. Es más, cuando Ace se levanta para recoger el sombrero y anda unos
pasos hacia delante para dejar pasar el tren que los separará por unos
instantes, Junior aprovecha también ese lapsus
para levantarse, darle la espalda a su padre y —apoyándose en el banco donde ambos
estaban sentados hace un momento— apretar los dientes con fuerza y cerrar los
ojos en un claro signo de frustración. No en vano, Junior sabe que acaba de
decepcionar a su padre. Y también es consciente que nada le hubiera
proporcionado mayor satisfacción que haber podido financiarle. Pero no. Ace y
Junior son dos hombres acostumbrados a mascar la derrota. Dos perdedores. Dos
fracasados. Dos losers al más puro
estilo hustoniano. De hecho, “Junior
Bonner” siempre me ha recordado otra gran historia de cowboys y perdedores: “Vidas
rebeldes” (1961). Como no, de John
Huston.
Aún así, “Junior Bonner” no es una película
negativa ni pesimista. Y eso significa que pese a los infortunios, todos los
Bonner (menos Curly, tal vez, un hombre tan rico como gris y mediocre) están
orgullosos de lo que son hasta el punto de ser capaces de vivir de espaldas al
progreso sin importarles lo más mínimo. Y es ese punto de rebeldía, de
anarquía, de despreocupación lo que les convierte en seres libres, auténticos, genuinos.
Algo que siempre suelo apreciar en las pelis de Peckinpah y que me suele llegar
hasta el alma. Como esa estremecedora relación paternofilial entre Ace y
Junior. Tremenda.
La escena, por lo tanto, no acaba mal y
deja un pequeño resquicio de esperanza. En primer lugar porque Ace
—visiblemente arrepentido por su desmesurada reacción— le devuelve el sombrero
en mano a su hijo. Y en segundo lugar porque, tras esa inmediata y sincera reconciliación,
Junior le hace una nueva propuesta a su padre:
Junior: “Vas a participar conmigo. Tú te
encargas de la cuerda… y yo de ordeñar ¿Qué te parece?”
Ace: “¿Ordeñar vacas salvajes?”
Junior: “Eso mismo ¡Vamos!”
Permitidme, ya para finalizar, añadir un
pequeño poema al spoiler de hoy. Como
podréis comprobar la poesía no es lo mío (la prosa quizás tampoco, lo sé) pero
lo cierto es que tal fue el impacto que me provocó el primer visionado de “Junior
Bonner” que incluso me atreví —inmediatamente después de verla— a escribir un
pequeño texto de carácter pseudolírico
para volcar sobre el papel mis impresiones más profundas. Lo escribí en FilmAffinity bajo el título “Sabor genuinamente americano” (12 de
septiembre de 2007) y dice así:
Quinientos
quilos de mala hostia. Un sol abrasador. Morder el polvo. Un par de costillas
rotas. Caballo, montura, remolque. Prescott, Arizona ¿Quince mil por el rancho?
Maldito Curly ¿Me prestas quince pavos? Me debes todavía veinticinco. Te deberé
cuarenta, entonces. Ace y Junior Bonner para ordeñar vacas salvajes. ¿Cerveza?
Una cerveza y whisky para papá Bonner. Estoy sin blanca. Una balada country
¿Bailas nena? Un cigarrillo liado. Otra cerveza. Una pelea en el Palace.
Puñetazos a mansalva. Sunshine de nuevo. Quinientos quilos de mala hostia. Ocho
míseros segundos. Sujétate el sombrero, muchacho. Hay mil dólares en juego ¿Un
rodeo? Visto uno, vistos todos. Más polvo. Cámara lenta. La bestia anda suelta.
Ocho segundos. Ganaste. Levántate y anda. Tendrás tus mil pavos. Tal vez un
polvo, Junior, tal vez. Un billete para Australia ¿Canguros? No, oro y ovejas.
Me voy. Es definitivo. Salinas. El Paso. Fort Worth. En marcha. Debo seguir mi
camino.
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