Kill Bill: Volumen 2 (Kill Bill: Volume 2)
Estados Unidos y
Japón, 2004
Director: Quentin
Tarantino
Guión: Quentin
Tarantino
Fotografía: Robert
Richardson
Música: The RZA
Intérpretes:
Uma Thurman (Beatrix
Kiddo-Mamba Negra-La novia)
David Carradine (Bill)
Daryl Hannah (Elle
Driver)
Michael Madsen
(Budd)
Gordon Liu (Pai Mei)
Samuel L. Jackson
(Rufus)
Lucy Liu (O-Ren
Ishii)
Michael Parks (Esteban
Vihaio)
Vivica A. Fox
(Vernita Green)
Julie Dreyfus (Sofie
Fatale)
SINOPSIS: Tras matar a O-Ren Ishii y Vernita Green,
dos compañeras del Escuadrón Asesino Víbora Letal que intentaron asesinarla el día
de su boda en “Kill Bill: Volume 1” , Beatrix Kiddo (también conocida como la Mamba Negra o La
novia) intenta calmar su sed de venganza persiguiendo al resto de miembros
del Escuadrón que atentaron contra
ella ese día. Concretamente, a Elle
Driver y a Budd. Solo así Beatrix conseguirá llegar hasta Bill —antiguo jefe de Escuadrón y exnovio— para consumar definitivamente
su venganza.
Como casi siempre, un verdadero reto decidirme por una
sola escena cuando se trata de una de mis pelis preferidas de este siglo. Sobre
todo si quien la firma —por si fuera poco— es Quentin Tarantino, un cineasta con una enorme mochila cinéfila que
acostumbra a homenajear a sus múltiples referencias cinematográficas en cada
peli que hace.
En este caso, sin embargo, lo que me ha ayudado a
decantarme por la escena finalmente escogida es el tremendo amor que tanto
Quentin como yo mismo le profesamos al Spaghetti
Western, uno de nuestros subgéneros favoritos. No en vano, tanto el eurowestern como la escena que os voy a
comentar a continuación tienen un elemento muy importante en común. Un elemento
que contribuye a elevar y engrandecer el poder de la imagen, que se coordina a
la perfección con ésta y que más allá de actuar como una simple comparsa suele
convertirse (tanto en el SW como en
el cine de Tarantino) en un factor expresivo
absolutamente protagónico. Me estoy refiriendo, obviamente, a la música.
Antes de entrar de lleno en la escena, no obstante, me
gustaría que nos situáramos. Tal y como reza la sinopsis, “Kill Bill: Volumen 2”
empieza con la persecución, por parte de
Beatrix Kiddo-Mamba Negra-La novia (Uma Thurman) de Elle Driver (Daryl Hannah) y Budd (Michael Madsen),
antiguos miembros del Escuadrón Asesino Víbora Letal que
intentaron matar a su por aquellos entonces compañera de trabajo siguiendo
órdenes de Bill (David Carradine), jefe del Escuadrón, antiguo amante de Beatrix Kiddo y hermano de Budd. Y es
precisamente cuando La novia llega a
la caravana de Budd para vengarse de él cuando éste (advertido previamente por su
hermano) puede defenderse del ataque de su excompañera disparándole dos balazos
de sal en el pecho que le permiten, acto seguido, sedarla y enterrarla viva en
un sencillo ataúd de madera.
Pues bien, la escena de hoy empieza precisamente cuando La novia despierta de su sopor y se
encuentra sepultada viva en ese tosco ataúd de madera. Así, lo primero que
constatamos cuando Beatrix enciende la linterna que Budd ha tenido el detalle de dejarle en el pecho es que
nuestra prota está atada de pies y
manos. Simultáneamente, empieza a sonar la música y, con ella, los primeros
silbidos de un tema que Ennio Morricone compuso
para la escena más importante de
“Salario para matar”, un Spaghetti
Western dirigido por Sergio Corbucci
en 1968. Se trata, como muchos
habréis deducido, de “L’Arena”. A mi juicio, el mejor
tema spaghettero del legendario
maestro italiano al margen de sus famosísimas composiciones para Sergio Leone. Pero dejemos por un
momento a Morricone y volvamos al ataúd. El haz de luz de la linterna de La novia recorre el perímetro interno
del féretro en el que se encuentra y mediante varios planos distintos Tarantino
y Robert Richardson, el director de
fotografía, nos muestran desde varias perspectivas la claustrofóbica y angustiosa
situación de Beatrix.
Tras esa breve inspección visual, La novia entra en acción luchando por despojarse de sus botas
camperas. Cuando lo consigue vemos que las arrastra con los pies hasta las
manos y hurga dentro de ellas buscando algo. Mientras tanto, el ruido del
forcejeo y la música (con una trompeta que empieza a tocar —tímidamente aún— a degüello) se amalgaman a la perfección. De
repente, vemos lo que La novia
buscaba con tanto ahínco en el interior de una de sus botas. Se trata de una
navaja de barbero con la que trabajosamente empieza a cortar la cuerda que le
ata las manos. La trompeta deja paso, en estos momentos, a una guitarra que puntea
la melodía principal.
Cuando La novia consigue cortar la cuerda que la
mantiene maniatada, empieza la segunda fase. Desde una toma lateral
y supina vemos como Beatrix palpa y golpea levemente las tablas de
madera que sellan su nicho de madera buscando un punto concreto más frágil, más
débil, más quebradizo. Y es en este preciso momento (cuando Beatrix
encuentra ese punto concreto) cuando nuestra protagonista pronuncia las dos
únicas frases que atesora esta magnífica secuencia y que, obviamente, encabezan
este spoiler: "Bien, Pai Mei. Allá voy". Inmediatamente después, fija la
mirada, extiende los dedos, cierra el puño y suelta el primer golpe. Un golpe
rápido, seco, duro. Y después otro. Y otro. Y otro. Siempre siguiendo el mismo
orden: dedos extendidos, puño cerrado y golpe. Rápido, seco, duro. Todo ello
combinando primeros planos cenitales del
rostro de Beatrix y planos supinos de
detalle de su mano derecha golpeando rítmica, sistemática e implacablemente la
tabla de madera en ese punto concreto más frágil, más débil, más quebradizo.
Llegados a este punto permitidme un inciso. Un inciso
importante. Sobre todo para entender cómo y de qué manera luchará La novia para escapar de ese ataúd. La
respuesta está en un flashback
anterior a esta escena en el que se nos muestra a Beatrix y a Bill visitando a Pai Mei (Gordon Liu), un legendario maestro de artes marciales que le
enseñará a nuestra protagonista una técnica secreta (“cinco puntos y palmas que
revienta el corazón”) mediante la cual será capaz de perforar la tabla
del ataúd y salir a la superficie.
Y así, mientras La
novia golpea implacablemente esa maldita tabla de madera que poco a poco se
va manchando de la sangre que mana de sus nudillos, la música de Morricone va
alcanzando un tono cada vez más épico, más heroico, más elegíaco. Lo que viene
a ser el clímax de la escena, vaya. Y
es en este momento cuando gracias a esa trompeta que toca a degüello y a ese incesante crujir de
dientes y nudillos que un servidor no puede hacer otra cosa que emocionarse. Inevitablemente.
Sí, se me ponen los pelos como escarpias, me emociono y hasta suelo derramar
alguna furtiva lagrimilla. Y todo por ese tremendo instinto de supervivencia de
Uma Thurman. Porque nuestra heroína intenta huir a toda costa de una muerte
segura. Pero también —y sobre todo— por la partitura de Morricone y por esa
trompeta que parece tocada (aunque que no es él, lo sé) por el mismísimo Michele Lacerenza. Sublimes. Y ahora,
llamadme nenaza. Me da igual.
Como no podía ser de otra manera, en cualquier caso, la
escena acaba con Beatrix perforando la tabla, medio ahogándose por toda la tierra
que se le viene encima y saliendo a la superficie como un alma en pena. Un
momento que coincide con los últimos compases de “L’Arena” y que Tarantino remata con ese impactante plano del brazo
y mano extendida de Beatrix emergiendo del camposanto. Un plano con el que Tarantino
homenajea “Miedo en la ciudad de los
muertos vivientes” (1980), de Lucio
Fulci y con el que el tejano culmina una escena que aglutina algunas de sus
referencias cinéfilas más recurrentes: el spaghetti
western, el fantaterror y el cine
de artes marciales.
Fantástico!
ResponEliminaMuchas gracias, Clara!! :-)
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