El
silencio de los corderos (The silence of the lambs)
Estados
Unidos, 1991
Director:
Jonathan Demme
Guión:
Ted Tally. Basado en una obra de Thomas Harris
Fotografía:
Tak Fujimoto
Música:
Howard Shore
Intérpretes:
Jodie
Foster (Clarice Starling)
Anthony Hopkins (Hannibal
Lecter)
Scott Glenn (Jack Crawford)
Anthony Heald (Frederick Chilton)
Ted Levine (Jame Gumb)
Brooke Smith (Catherine Martin)
Diane Baker (Ruth Martin)
Tracey Walter (Lamar)
Charles Napier (Boyle)
Stuart Rudin (Miggs)
SINOPSIS:
Clarice Starling,
una brillante licenciada especializada en conductas psicópatas, es requerida
por el FBI para seguirle la pista a Buffalo
Bill, un asesino en serie que se dedica a matar y a despellejar chicas
adolescentes. Su primera misión consistirá en entrevistar al Dr. Hannibal Lecter, un antiguo
psicoanalista que está encerrado en una cárcel de alta seguridad por asesinato
y canibalismo, con objeto de reunir la información necesaria para poder
localizar y detener a Buffalo Bill lo
antes posible.
Dicen de “El silencio de los corderos” que ha envejecido mal y que,
posiblemente por ello, jamás se convertirá en un verdadero clásico. Para mí, en
cambio, ya es un clásico. Y desde hace tiempo, además. Mis razones son muchas:
os podría hablar del extraordinario guión o de los memorables diálogos de Ted Tally, de las tremendas
interpretaciones —sobre todo— de Jodie
Foster, Anthony Hopkins, Scott Glenn y Ted Levine, de esa atmósfera malsana que impregna todo el film o de
esa tensión que no decae en ningún momento. Pero si hay algo en “El silencio de
los corderos” que la convierte, a mi juicio, en un auténtico clásico desde el
minuto uno ese es —sin lugar a dudas— su personaje estrella: el Dr. Hannibal Lecter.
Precisamente por ello he escogido la escena
del primer encuentro entre Clarice
Starling (Jodie Foster) y el Dr. Hannibal Lecter (Anthony Hopkins). Porque es la primera
vez que vemos a Lecter en pantalla y porque su presentación y mise-en-scène me parece absolutamente
impactante, aterradora, brutal. Y es que muy pocas veces —como espectador— la
primera toma de contacto con un villano me había impresionado tanto como la de
Lecter en esa sórdida cárcel de alta seguridad. No sé, intento recordar la
primera aparición de villan@s de su mismo calibre como Norman Bates, Darth Vader,
Alex DeLarge, Amon Göth, Jack Torrance,
Max Cady, Mrs. Danvers, Annie Wilkes,
Travis Bickle, Baby Jane Hudson, Frank Booth,
Anton Chigurh, Tommy DeVito, Hans Landa,
Bill, Frank y tantos otr@s y no encuentro a ninguno que me impresionara
más (como mucho, lo mismo) que Hannibal Lecter en “El silencio de los
corderos”.
Pero bueno, ahora toca demostrarlo. Y qué
mejor escena que la que encabeza este spoiler.
Una escena bastante larga (casi siete minutos) que pese a no ser nada del otro
jueves desde un punto de vista estrictamente formal goza de unos diálogos y de
un tour de force interpretativo
(sobre todo de Anthony Hopkins) sublimes. Recordémosla.
La secuencia empieza con Clarice Starling recorriendo el largo y
sombrío pasillo de la cárcel de alta seguridad donde se halla recluido —en la
última celda, concretamente— el Dr.
Hannibal Lecter. Algo antes de llegar, Miggs
(Stuart Rudin), uno de los
reclusos, le dedica un pequeño piropo:
Miggs:
“¡Desde aquí huelo tu coño!”
Acto seguido, Starling llega al final del
pasillo, donde se halla la celda de Lecter. Una celda que —en lugar de
barrotes, como las demás— posee a modo de cierre un grueso cristal blindado.
Lecter la aguarda en su interior de pie. Perfectamente peinado, afeitado y
vistiendo una especie de mono de color azul. No sé a vosotros pero a mi esta
primera visión de Lecter (con su impoluta vestimenta, su postura casi marcial,
los brazos paralelos al cuerpo, su media sonrisa y esa mirada azul y acerada
hacia la cámara que representa a Starling pero que también nos representa a
nosotros mismos) me parece absolutamente escalofriante.
Lecter:
“Buenos días”
Starling: “Dr. Lecter, mi nombre es
Clarice Starling ¿Puedo hablar con usted?”
Lecter:
“Usted trabaja para Jack Crawford
¿verdad?”
Starling: “Pues sí”
Lecter:
“¿Me deja ver su identificación?”
Starling: “Claro”
Lecter:
“Más cerca, por favor. Más cerca. Caduca
dentro de una semana. Usted no es agente del FBI ¿verdad que no?”
Starling: “Aún estoy preparándome en la
academia”
Lecter:
“Así que Jack Crawford me ha mandado a
una aprendiz”
Starling: “Sí, soy estudiante. Estoy aquí
para aprender de usted. Quizás pueda decidir usted si estoy preparada para
hacerlo”
Hasta aquí asistimos —como espectadores— al
típico diálogo materializado o plasmado a través del habitual plano-contraplano. Curiosamente, Lecter es quien hace las preguntas y
quien conduce la conversación por dónde quiere. No en vano el Doctor es muy
consciente de su hipotética superioridad intelectual y, en estos primeros
compases, se dedica a jugar verbal y gestualmente con su interlocutor. La
agente Starling, por su parte, se muestra en este primer tramo cauta y
prudente. Su escasa estatura (1.60
m .) y su traje chaqueta excesivamente grande nos la
hacen ver aún más pequeña frente a un Lecter que impresiona con sus acerados
ojos azules y su sonrisa burlona. Recordemos que, de momento, Lecter y Starling
están hablando de pie —frente a frente— a ambos lados del cristal blindado. Y
aunque ambos comparten primeros planos, los primerísimos
son para Lecter. Aún así, cuando Starling replica con celeridad a la primera
ironía de Lecter, se gana su respeto.
Lecter: “Veo que es usted muy astuta,
agente Starling. Siéntese, por favor. Y ahora, dígame: ¿Qué le ha dicho Miggs
al pasar? Miggs, el múltiple; el de la celda de al lado. Le ha susurrado algo
¿Qué es lo que le ha dicho?”
Starling: “Ha dicho: desde aquí huelo tu
coño”
Lecter: “Comprendo. Sin embargo, yo no
puedo. Usted usa crema hidratante Evian. Y algunas veces lleva L'Air du Temps…
Pero hoy no”
Starling: “¿Son suyos todos esos dibujos?”
Lecter: “Ah… Eso es el Duomo visto desde
El Belvedere ¿Conoce usted Florencia?
Starling: “¿Tantos detalles solo de
memoria?”
Lecter: “La memoria, agente Starling, es
lo que tengo en lugar de una bonita vista”
Starling: “Bien, pues quizás quiera darnos
su punto de vista sobre este cuestionario…”
Lecter: “Ah, no, no, no, no, no… Lo hacía
muy bien. Ha sido usted muy amable y correcta conmigo. Se ha ganado mi
confianza contándome el desagradable incidente de Miggs... ¡Y ahora este
chapucero salto al cuestionario! ¡No ha colado!”
Starling: “Yo sólo le pido que vea esto,
Doctor. Usted haga lo que quiera”
Por segunda vez la agente Starling da
muestras de su carácter. Obviamente, es joven e inexperta. Pero también
inteligente, sagaz y ambiciosa. Y no está dispuesta a desperdiciar su
entrevista con Lecter. Aún así, ha despertado a la bestia. Y Lecter, que hasta
el momento solo se había pavoneado ante ella, decide cambiar su estrategia,
elevando progresivamente sus dosis de cinismo y crueldad mental hasta límites
insospechados. La tensión, por lo tanto, se vuelve prácticamente insoportable.
Y todo ello lo consigue Demme a
través de cuatro ejes fundamentales: los primeros y primerísimos planos de Hopkins y Foster, sus espléndidas
interpretaciones (sobre todo de un espeluznante Hopkins), la desasosegante música
de Howard Shore y —naturalmente— los
espléndidos diálogos de Ted Tally. Así
pues, os dejo con ellos. Disfrutadlos. Paladeadlos. Solo os anticipo que la
conocidísima frase que encabeza este spoiler
(acompañada, claro está, por ese curioso gesto de “sorber sesos” que por lo visto improvisó Hopkins para la escena) no
es más que la simple guinda de un pastel dialéctico absolutamente colosal. Con
eso, os lo digo todo.
Lecter: “Sí. Jack Crawford debe de estar
muy ocupado si tiene que recurrir a la ayuda de los estudiantes… Ocupado
cazando a ese nuevo Buffalo Bill ¡Qué chico más travieso! ¿Sabe por qué le
llaman Buffalo Bill? Por favor, dígamelo. Los periódicos no lo dicen”
Starling: “Todo empezó como una broma de
los agentes de Homicidios de Kansas City. Porque arranca la piel a sus
víctimas…”
Lecter: “¿Por qué, según usted, les arranca
la piel, agente Starling? Sorpréndame con su perspicacia…”
Starling: “Eso le excita. Los homicidas
sistemáticos guardan trofeos de sus víctimas”
Lecter: “Yo no lo hice”
Starling: “No. Usted se los comía”
Lecter: “¿Quiere pasarme eso? Agente
Starling ¿Cree usted que puede diseccionarme con este burdo instrumento?”
Starling: “No, yo he pensado que quizás…”
Lecter:
“Usted es muy ambiciosa ¿verdad? ¿Sabe
que aspecto tiene con ese bolso bueno y esos zapatos baratos? Tiene aspecto de
hortera. Aspecto de hortera apañada y con cierto gusto. La buena alimentación
le ha proporcionado una constitución fuerte pero solo una generación la separa
del hambre ¿no es cierto agente Starling? Y ese cutis que quisiera disimular es
el típico cutis de una campesina… ¿A qué se dedica su padre? ¿Es minero de
carbón? ¿Acaso apesta a lámpara de carburo? Sé que usted era una presa fácil
para los chicos. Se dejaba sobar en los asientos traseros de los coches, soñando
solo en escapar de allí, con ir a dónde fuera. Y así fue como llegó hasta el
FBI”
Starling: “Adivina muchas cosas, pero…
¿Será capaz de dirigir esa intuición hacia sí mismo? ¿Qué me contesta? ¿Por qué
no se mira a sí mismo y escribe lo que ve? Quizás no se atreva”
Lecter: “Una vez uno del censo quiso
hacerme una encuesta. Me comí su hígado acompañado de habas y un buen Chianti.
Vuela a la escuela, pajarillo. Vuela, vuela, vuela, vuela… Vuela, vuela, vuela,
vuela”
En este punto, sin embargo, la batalla
parece perdida. Lecter se ha negado a contestar el cuestionario de la agente
Starling y ésta se levanta de la silla plegable y vuelve por donde ha venido,
cabizbaja y derrotada. Al pasar por delante de la celda de Miggs, no obstante, se
detiene. Los gritos del loco son tan horrendos que no puede evitar dedicarle
una fugaz mirada. Ipso facto, recibe
en su pelo el impacto de una sustancia viscosa. El semen de Miggs.
Miggs: “¡Aaaah! ¡Me he mordido la muñeca! ¡Puedo
morirme! ¡Aaaah! ¡Mira! ¡Te he
engañado!”
Lecter: “¡Agente Starling! ¡Vuelva!
¡Agente Starling! Siento mucho lo que ha ocurrido. La grosería me parece imperdonable”
Starling: “¡Pues entonces relléneme el
test!”
Lecter: “No, pero le daré una alegría.
Pondré a su alcance lo que usted más desee”
Starling: “¿El qué, Doctor?”
Lecter: “El ascenso, por supuesto. Escúcheme
atentamente. Quizás lo encuentre almacenado en su interior, Clarice Starling.
Busque a la Señorita
Otser , una expaciente mía. O-T-S-E-R. Búsquela. No creo que
Miggs pueda hacerlo otra vez tan pronto aunque está bastante loco ¡Váyase!”
¿Y qué más podría decirse de uno de los
mejores thrillers de la historia del
cine, del film que catapultó a la fama a Anthony Hopkins con una aparición de
tan solo 25 minutos en pantalla, de una de las tres únicas pelis que ha ganado
un repoker (película, director,
guión, actor y actriz) de Oscars? Pues
poco más, supongo. Tan sólo hacer hincapié en la importantísima labor conjunta de
Tak Fujimoto (fotografía) y Howard Shore (música) para conseguir
esa atmósfera tan tensa y angustiosa que destila el film en su conjunto y también
que, desde un punto de vista más prosaico, la peli de Jonathan Demme fue —por si fuera poco— un gran éxito de taquilla.
Permitidme —a riesgo de parecer pesado, sin embargo— reiterar una vez más la
incuestionable trascendencia de los diálogos de Ted Tally. Diálogos y frases que ya forman parte de la memoria
colectiva de toda una generación y que constatan —sin lugar a dudas— que “El
silencio de los corderos” es, por supuesto, un clásico. Un clásico de los de verdad.
que maravilla de frases
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