El
pistolero (The gunfighter)
Estados
Unidos, 1950
Director:
Henry King
Guión:
William Bowers y William Sellers. Basado en una obra de William Bowers y André
de Toth
Fotografía: Arthur C. Miller
Música: Alfred Newman
Intérpretes:
Gregory Peck (Jimmy Ringo)
Helen Westcott (Peggy Walsh)
Millard Mitchell (Marshall Mark Strett)
Jean Parker (Molly)
Karl Malden (Mac)
Skip Homeier (Hunt Bromley)
Anthony Ross (Charlie Norris)
Verna Felton (Mrs. Pennyfeather)
Ellen Corby (Mrs. Devlin)
Richard Jaeckel (Eddie)
James Millican (Pete)
Harry Shannon (Chuck)
SINOPSIS:
Nuevo México, 1880-1890. Jimmy Ringo es un famoso pistolero que, cansado de luchar contra
su propia leyenda, desea dejar las armas y establecerse como granjero con su
mujer y su hijo, a los que no ve desde hace ocho años. Perseguido por tres
hombres que quieren vengar la muerte de su hermano, Ringo habrá de enfrentarse
también a la animadversión y a la intolerancia de una sociedad que querrá verlo
muerto a toda costa. Mark Strett,
sheriff de Cayenne y antiguo
compañero de fechorías, será su único apoyo.
Posiblemente la típica escena de un
forastero que entra de repente en un bar y se siente algo incómodo ante las miradas
matadoras de los parroquianos que lo concurren sea —para qué nos vamos a
engañar— una situación bastante socorrida y recurrente en el universo del western. Sobre todo si, a continuación,
algún fanfarrón se levanta de su asiento, se acerca a la barra y le busca las
cosquillas a nuestro prota con alguna bravuconada más o menos chapucera para
divertir al respetable. Pero si son así de socorridas y recurrentes este tipo
de escenas es porque, indudablemente, funcionan. Y cuando algo funciona en el
universo del western se convierte en
norma. En ley. En código. Así pues,
permitidme que en esta ocasión aborde una situación de esta índole. Una
situación que se produce inmediatamente después de los títulos de crédito de “El pistolero” y que —si bien no es ni
por asomo la primera en la historia del género— sí se convierte, a mi juicio,
en un auténtico modelo a seguir para cientos de westerns posteriores a éste.
Permitidme también, ya de paso, que
reivindique a través de este magnífico paradigma de western psicológico la obra global de Henry King. Básicamente porque, pese a su enorme calidad, King siempre
fue un cineasta infravalorado. Un cineasta que, bajo la etiqueta de artesano, nunca se le consideró como
realmente se merecía. Posiblemente debido a su gran prodigalidad: casi cien
pelis de casi todos los géneros en más de cuatro décadas de trayectoria
artística. O quizás también debido a su impoluta fidelidad a la 20th. Century Fox, la productora para
la que trabajó casi toda su vida. Pero eso no debería mancillar, en absoluto,
una carrera cinematográfica con peliculones como “Tierra de audaces” (1939), “Almas
en la hoguera” (1949), “Las nieves
del Kilimanjaro” (1952) o “El
vengador sin piedad” (1958), por poner algunos ejemplos más allá de la peli
que hoy nos ocupa.
Pero bueno, volvamos a “El pistolero”. Un
sobrio y opresivo western que juega
muy hábilmente con elementos dramáticos y de thriller y que concede, sin lugar a dudas, un gran protagonismo a
los diálogos. Algo que ya podemos constatar, indudablemente, en la secuencia
que os voy a destripar. Una escena precedida tan sólo por los títulos de
crédito iniciales en los que previamente ya hemos visto a un hombre cabalgando
a través de diferentes paisajes del oeste y que —gracias al típico cartel
explicativo— nos sitúa en el siguiente contexto espaciotemporal: En la década de 1880, al sudoeste del país,
la diferencia entre la vida y la muerte solía decidirla una milésima de
segundo. Esa velocidad convirtió en leyendas a Wyatt Earp, Billy el Niño y Wild
Bill Hickok. Pero el pistolero más rápido de la historia fue, según muchos, un
texano alto y enjuto llamado Ringo.
Y ese alto y enjuto pistolero es el que, precisamente,
llega ya de noche cerrada al saloon
de una pequeña ciudad entre Santa Fe
y Cayenne. Un Jimmy Ringo (Gregory Peck)
que desmonta de su caballo, lo ata al poste y entra en el local. No sin antes,
por cierto, saludar a un viejo conocido.
Viejo: “Hola, Jimmy”
Ringo: “Hola, viejo”
Ringo entra al saloon con decisión; sin prisa, pero sin pausa. Como no podía ser
de otro modo, el pistolero cruza el local y se detiene en la barra. El
movimiento de la cámara siguiendo a Ringo y acercándose a él es —sin lugar a
dudas— tan medido y elegante como el propio andar de Peck. De fondo, por otro
lado, se oye la melodía (diegética) que
toca el pianista que se halla al otro extremo de la barra.
Ringo: “Dame algo de beber”
Chuck, el barman (Harry Shannon): “¡Claro!”
Ringo: “Dame algo de beber ¿quieres?”
Chuck: “¡Con mucho gusto, Jimmy!”
En este momento, un vaquero barbudo que
estaba en un extremo de la barra al llegar Ringo se dirige a una mesa donde hay
cinco hombres bebiendo y les informa de la identidad del forastero.
Vaquero 1: “¿Sabéis quién es ése?”
Eddie (Richard
Jaeckel): “¿Quién?”
Vaquero 1: “Jimmy Ringo”
Eddie: “¡Vaya! ¿Y qué hay con ése?”
El siguiente plano nos muestra a Chuck y a
Ringo conversando en la barra. Ringo sostiene un vaso de whisky con la mano
derecha.
Chuck: “Celebro verle de nuevo, Jim”
Ringo: “Gracias”
Chuck: “¿Recuerda la taberna de Buckhorn en El
Paso?”
Ringo: “Sí ¿trabajaste allí?”
Chuck: “Hace cinco años”
A continuación, la cámara abandona la barra
y se centra en la mesa donde se hallan los cinco hombres. Uno de ellos, Pete (James Millican), acrecenta la leyenda de Jimmy Ringo comentándoles
a sus compañeros a cuántos hombres ha matado Ringo y lo valiente y rápido que
es. Uno de ellos (Eddie), sin embargo, duda de todas esas historias y decide vacilarle a Ringo a pesar de las serias advertencias
de Pete. El diálogo es sumamente explícito.
Eddie: “Yo no le creo tan valiente”
Pete: “Pues lo cierto es que se han producido una
serie de muertes repentinas a su alrededor”
Vaquero 2: “¿Cuántas?”
Pete: “Diez, doce, quince… Depende de quién lo
cuente”
Vaquero 3: “No puede ser tan rápido como
Wyatt Earp”
Pete: “En Dodge City y por ahí dicen que lo es”
Eddie: “Tiene dos manos como los demás”
Pete: “Sí, el mismo número que todos, pero… Espera
un momento, Eddie. No estarás pensando hacer ninguna tontería…”
Eddie: “¿Tan bravucón es que no se le puede ni
hablar?”
Pete: “No es cosa de broma, muchacho. Ese es un
hombre de una pieza”
Eddie: “Solo quiero ver si a un hombre tan valiente
como dices le responden los puños ¿Hay algo de malo en ello?”
Pete: “Lo que te digo es que yo en tu lugar no lo
haría”
Sin hacerle caso a Pete, pues, Eddie se
levanta de la mesa, se dirige a la barra y empieza a provocar verbalmente a
Ringo. Las advertencias de Chuck, el barman,
tampoco sirven de mucho. Dos vaqueros que se hallan al otro extremo de la
barra, más allá de donde se encuentra Ringo, deciden marcharse. Sin lugar a
dudas, se huelen lo peor. Unos segundos más tarde, otros dos o tres vaqueros
sentados cerca de la barra también deciden buscar un sitio más seguro y se van.
Eddie: “¡Eh, Chuck! ¿Puedes atender un momento
aquí? Digo, si el Señor Culo Sucio o como se llame no lo prohíbe…”
Chuck: “¿Sabes quién es?”
Eddie: “Quieres decir el Señor Culo Sucio”
Chuck: “Es Jimmy Ringo”
Eddie: “Bueno, pues a mi me parecía el Señor Culo
Sucio”
Chuck: “¡Siempre está de broma!”
Eddie: “¿Quiere beber algo Señor Culo Sucio?”
Ringo: “No, gracias”
Eddie: “¿Cómo es eso Señor Culo Sucio?”
Chuck: “¡Eddie, por favor!”
Eddie: “¡Por favor, qué! Yo invito a este hombre a
beber conmigo… ¿Qué mal hay en ello? ¿Qué dice usted Señor Culo Sucio?”
Ringo: “Conforme, amigo”
Eddie: “¡Sabía yo que el Señor Culo Sucio no me lo
despreciaría!”
Chuck: “¡No te das cuenta, Eddie! ¡Este es Jimmy
Ringo!”
Eddie: “Está bien, este es Jimmy Ringo… Bueno ¿Y
qué tenemos que hacer después? ¿Arrodillarnos?”
Chuck: “¡Ser un poco más correcto, digo yo!”
Eddie: “Señor Ringo. Chuck cree que debemos
guardarle consideración por haber venido aquí ¿Es cierto eso?”
Ringo: “No”
Hasta este momento de la conversación el
plano es el mismo: Chuck a la izquierda de la imagen (y al otro lado de la
barra), Eddie a la derecha y Ringo en el centro más al fondo. Se trata, pues,
de un plano que juega con la profundidad de la barra del bar como punto de fuga
y cuya composición me parece absolutamente irreprochable. De todas maneras, el
propio devenir de la conversación ya nos va preparando para un clímax, para un
punto de inflexión inminente. Un punto de inflexión que incluso nos lo señala el
cese de la música ambiental diegética (la del piano del saloon, vaya). Y es que, aunque seas
un tipo tan calmoso y cerebral como Ringo, soportar estoicamente que un
mequetrefe de tres al cuarto te llame hasta siete veces “culo sucio” no debe ser, precisamente, moco de pavo. De ahí los
cambios de plano en este contexto (cada vez más próximos al medio y al primer
plano) y de ahí, también, la tremenda frase que encabeza este spoiler (“¿Por qué no se abrocha los pantalones y se va a dormir?”). Una
frase que desencadena un duelo tan fugaz como inevitable.
Aún así, Ringo intentará evitar el duelo a
toda costa. Y lo hará (o intentará hacerlo, vaya) por dos poderosas razones. En
primer lugar porque (aunque como espectadores aún no lo sepamos) Ringo es un
pistolero que quiere dejar las armas. Que está cansado de matar. Que lo único
que quiere es iniciar una nueva vida de granjero junto a su mujer y su hijo y
redimirse definitivamente de un oscuro y turbulento pasado. Y en segundo lugar
porque Ringo sabe perfectamente que Eddie no tiene ninguna opción enfrentándose
a él. Que si lo hace va a morir. Irremediablemente. Precisamente por eso
intenta relajar a Eddie invitándolo a un trago y precisamente por eso casi
suplica al respetable que se lleven al joven majadero antes que se vea obligado
a descerrajarle un tiro.
Eddie: “¿Qué dice Señor Ringo? ¡Tendrá que hablar
alto si quiere que le oiga!”
Ringo: “¿Por qué no se abrocha los pantalones y se
va a dormir?”
Eddie: “¿Quiere usted probar a llevarme, Señor
Ringo?”
Ringo: “Escuche, amigo. Yo no he venido aquí a
molestar a nadie ¿Por qué no me deja que salga del mismo modo?”
Eddie: “¡Quiero saber primero lo que pretendía
decir con sus palabras!”
Ringo: “Escuche, usted. Acaba de invitarme. Ahora
le invito yo y estamos en paz ¿Qué le parece? Invítale de mi parte”
Eddie: “¡No se trata de eso! ¡Quiero saber primero
lo que pretendía decir con sus palabras!”
Chuck: “¡Escucha, Eddie!”
Eddie: “¡No hablo contigo! ¡Hablo con el Señor
Ringo! ¡Quiero saber qué pretendió decir con sus palabras!”
Ringo: “¿Por qué he de tropezarme con un fanfarrón
como usted por dondequiera que voy hace días? ¿Qué es lo que pretende?
¿Jactarse ante sus amigos?”
Eddie: “¿Está dispuesto a explicar lo que dijo o
no?”
Ringo: “¿A qué viene esto? ¿Ninguno de ustedes está
encargado de este asno?”
Eddie: “¡Se lo digo en serio, Señor Ringo!”
Pete: “Eddie no lo dice con mala intención, Señor
Ringo”
Ringo: “¡Entonces que Eddie no meta la nariz en mis
asuntos si no quiere perderla de un guantazo!”
Tras esta frase es cuando Eddie desenfunda.
Pero antes de que llegue a disparar siquiera le alcanza, obviamente, el disparo
de Ringo. Un hombre mucho más rápido y experimentado. De hecho —como mandaba el
Código
Hays en aquellos entonces— ni tan sólo vemos disparar a Ringo. Tan sólo
vemos a Eddie caer al suelo y, en el siguiente plano, a Ringo con el revólver
aún humeante en la mano izquierda y el vaso de whisky en la derecha. Una
estampa que deja meridianamente clara la sangre fría y la rapidez de un
pistolero profesional como Ringo.
Ringo: “¿Lo viste tú?”
Chuck: “Sí, señor. Él sacó primero”
Ringo: “¿Y usted?”
Vaquero 3: “Sí, yo lo vi”
Pete: “Sí, señor. Yo también. Sin embargo yo en
su lugar saldría enseguida de esta ciudad”
Ringo: “¿Por qué?”
Pete: “Porque tiene tres hermanos que no
preguntarán quién sacó primero”
Ringo: “Está bien. Que nadie se mueva de donde
está”
Una gran escena, en definitiva, cuyos
elementos cinematográficos —todos— funcionan con la precisión de un reloj
suizo. Me estoy refiriendo a los encuadres, a los movimientos de la cámara, a
los diálogos, a las interpretaciones, al pulso narrativo… Pero si hay algo que
me gustaría destacar de “El pistolero” a nivel técnico es la espléndida
fotografía en blanco y negro de Arthur
C. Miller, un profesional que obtuvo tres Oscars —ni más ni menos— a lo largo de su carrera y que siempre lo
podremos recordar, entre otros, por peliculones como “¡Qué verde era mi valle!” (1941), de John Ford, “Incidente en
Ox-Bow” (1943), de William A.
Wellman o “Náufragos” (1944), de
Alfred Hitchcock.
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