dijous, 17 de novembre del 2016

“NOODLES… ME RESBALÉ…” (Érase una vez en América, 1984. Sergio Leone)

Érase una vez en América (Once upon a time in America)

Estados Unidos - Italia, 1984

Director: Sergio Leone

Guión: Leonardo Benvenuti, Piero De Bernardi, Enrico Medioli, Franco Arcalli, Franco Ferrini, Stuart Kaminsky, Ernesto Gastaldi y Sergio Leone. Basado en una obra de Harry Grey.

Fotografía: Tonino Delli Colli

Música: Ennio Morricone

Intérpretes:

Robert De Niro – Scott Tiler (David Noodles Aaronson)
James Woods – Rusty Jacobs (Max Berkovicz)
Elizabeth McGovern – Jennifer Connelly (Deborah Gelly)
James Hayden – Brian Bloom (Patsy Goldberg)
William Forsythe – Adrian Curran (Philip Cockeye Stein)
Joe Pesci (Frankie Manoldi)
Burt Young (Joe)
Danny Aiello (Vincent Aiello)
Tuesday Weld (Carol)
Treat Williams (James Conway O’Donnell)
Larry Rapp – Mike Monetti (Fat Moe Gelly)
Amy Ryder – Julie Cohen (Peggy)
Noah Moazezi (Dominic)
James Russo (Bugsy)


SINOPSIS: Lower East Side de Manhattan (Nueva York), 1921. Noodles, Max, Patsy, Cockeye y Dominic conforman una pandilla de pequeños maleantes judíos que prosperan rápidamente. Cuando Bugsy, el gangster que controla el barrio, asesina a Dominic, Noodles lo apuñala y acaba en prisión. Doce años después, cuando Noodles sale de presidio, sus amigos se han enriquecido comerciando con alcohol durante la ley seca. El fin de la prohibición, sin embargo, impulsará a Max —el líder de la banda— a planear un golpe al Banco de la Reserva Federal. Con el firme propósito de impedir dicha locura, Noodles delatará a sus compañeros, que terminarán muertos a manos de la policía. Debido a ello, Noodles desaparecerá del mapa durante treinta y cinco años. En 1968, sin embargo, una misteriosa carta lo hará volver a Nueva York para enfrentarse a los fantasmas de su pasado y a Deborah, su amor imposible.



Como toda obra maestra que se precie “Érase una vez en América” tiene grandes secuencias. Y no una ni dos. Yo me atrevería a afirmar, incluso, que podrían ser cuatro o cinco las escenas de esta peli que podrían pasar, tranquilamente, al sanctasanctorum oficial de las mejores secuencias de la historia del cine. De todas ellas, sin embargo, he decidido quedarme con la más dramática. Con la más emotiva, también. Con la que mejor transmite, en definitiva, lo que era el cine para Sergio Leone. Me estoy refiriendo, naturalmente, a la del asesinato del pequeño Dominic.



Antes de empezar a diseccionar la escena, no obstante, situémonos. Nos encontramos en 1984. Sergio Leone lleva trece años sin estrenar ninguna peli (la última fue “¡Agáchate, maldito!” en 1971) y el tiempo y el esfuerzo que ha dedicado en hacer realidad “Érase una vez en América” ha sido absolutamente inconmensurable. Así pues, imaginaos la presión que tuvo que soportar el romano. Presión por estar a la altura de los Spaghetti Western que lo hicieron célebre. Presión por manejar un presupuesto de escándalo. Y presión por defender un metraje y un montaje que hicieran justicia a su obra. Sin lugar a dudas, la más personal de toda su carrera. Y para muchos, también, la mejor.



Lamentablemente, sin embargo, “Érase una vez en América” fue un fracaso de crítica y de público en el momento de su estreno. En parte por los sucesivos y despiadados recortes que sufrió. Recortes que acabaron dejando a una peli concebida para ser exhibida en dos partes de dos horas y media a una sola parte de dos horas y cuarto. Y en parte, también, por alterar las elipsis originales y montarla de forma cronológica en la versión americana. Afortunadamente, el tiempo ha jugado a favor de “Érase una vez en América” y, una vez recuperado el montaje del director, la que llegó a ser tachada como una de las peores pelis de los 80 está considerada, hoy en día, al mismo nivel (tanto por temática como por calidad) que una de las mejores (sino la mejor) pelis de todos los tiempos: “El padrino” de Francis Ford Coppola.




Dicho esto, regresemos a una escena que empieza —por si fuera poco— con un plano mítico. Icónico, Magistral. Un bellísimo plano de aquellos que tanto le gustaban componer a Leone y que nos muestra a cinco chicos cruzando a pie una calle del Lower East Side de Manhattan (Nueva York), con las típicas alcantarillas humeantes y el majestuoso puente de Williamsburg como telón de fondo. Los cinco chicos son una pandilla de adolescentes judíos que se dedican a pequeños trapicheos mafiosos y que, después de ganarse una suculenta comisión por un trabajito de contrabando en el puerto, pasean orgullosos y bien vestidos por el barrio. Son, concretamente, Max (Rusty Jacobs), Noodles (Scott Tiler), Patsy (Brian Bloom), Cockeye (Adrian Curran) y Dominic (Noah Moazezi). Lo primero que llama la atención al margen de la extraordinaria puesta en escena es el vestuario puesto que, aunque ninguno de los chicos es mayor de edad, todos (excepto Dominic, el más pequeño) van vestidos como adultos; con elegantes sombreros, pañuelos, corbatas y largos abrigos a juego. La alegría y soltura que desprenden viene reforzada, además, por la música del gran Ennio Morricone, quien para este tipo de fragmentos compuso el tema más alegre y desenfadado de la banda sonora de esta película: Chilhood Memories.



Los cinco andan deprisa, con determinación y desparpajo. De hecho son como adultos a la fuerza; como chicos que han crecido o han tenido que crecer demasiado rápido. Aún así, queda uno que sigue comportándose como un niño. Es Dominic, que va unos metros por delante del resto y que no deja de corretear y dar saltitos. Una vez cruzada la calle, la cámara de Leone los sigue por detrás y nos muestra como los chicos se frenan levemente al toparse con dos policías a caballo. En ese momento la música reduce el tempo por unos segundos para recuperarlo a continuación, cuando ya han pasado los guardias. Mientras, Leone deja el plano fijo para mostrarnos la calle donde se encuentra la pandilla con una nueva perspectiva (también extraordinaria, por supuesto) del puente de Williamsburg.



Cuando Dominic gira a la derecha para atravesar el túnel de piedra que lleva al otro lateral del puente, se lleva una sorpresa. Atravesando el túnel en dirección contraria viene a Bugsy (James Russo), un joven mafioso del tres al cuarto que controla las calles donde la pandilla de chavales judíos han empezado a efectuar sus primeros chanchullos. Al verlo, Dominic se da media vuelta, arranca a correr y avisa a sus amigos.



Dominic: “¡Viene Bugsy! ¡Corred!”



En este mismo instante, una sucesión de elementos audiovisuales perfectamente engarzados crean en el espectador uno de los efectos cinematográficos más poderosos que un servidor haya tenido oportunidad de ver en una gran pantalla. Por un lado tenemos un abrupto corte musical que apaga al fresco y divertido Chilhood Memories para dar paso, súbitamente, al más épico y elegíaco Cockeye’s Song; un tema cuyo instrumento protagonista es la flauta de pan (tocada en este caso por el virtuoso rumano Gheorghe Zamfir) y cuyo leit motiv oiremos varias veces más en el transcurso de la peli. Por otro lado, además, Leone decide rodar este intenso y dramático momento en cámara lenta, con lo que el efecto audiovisual sobre el espectador se hace —sin lugar a dudas— mucho más impactante y poderoso. Así pues, el plano que nos muestra a los cinco chicos girarse y arrancar a correr mientras suena el tema de Morricone es de una belleza abrumadora.



Leone usa la cámara lenta hasta que Dominic cae abatido en medio de la calle después del segundo disparo de Bugsy. Antes de que eso ocurra lo que hemos visto es como los otros chicos han conseguido resguardarse del peligro escondiéndose entre las mercancías y las camionetas estacionadas en los laterales de la calle. Pero Dominic no ha tenido tiempo de guarecerse. O no ha tenido tiempo o no ha sido consciente del peligro real que suponía toparse con Bugsy. Básicamente porque cuando Noodles lo retira del medio de la calle lo único que alcanza a musitar un agonizante Dominic antes de fallecer es la frase que encabeza este spoiler.



Dominic: “Noodles… Me resbalé…”

Que cada cuál lo interprete como quiera. Algunos pensarán que el pequeño Dominic le dice eso a Noodles para justificarse. O para disculparse, incluso. Pero yo creo, francamente, que el pequeño Dominic ni tan sólo es consciente de que le han disparado y que su herida es mortal de necesidad. A fin de cuentas es un niño ¿no?

Sea como fuere, este es —sin lugar a dudas— uno de los momentos más duros y conmovedores de la peli. No en vano Dominic no deja de ser un niño asesinado vilmente por un villano y, aunque Bugsy no es Frank (la asociación con el asesino de Timmy McBain en “Hasta que llegó su hora” supongo que resulta inevitable), el acto en sí me parece, por descontado, igual de execrable.



Los instantes previos a la muerte de Dominic en brazos de Noodles se caracterizan por dos factores. Por un lado el Cockeye’s Song (canción que toma su nombre de la pequeña flauta de pan que siempre suele llevar Cockeye entre manos y que incluso llega a tocar en algunos momentos) deja paso al tema más triste y melancólico de la película: Deborah’s theme. Y por otro, el plano del puño cerrado y ensangrentado de Noodles. Un plano de detalle (la famosa fragmentación de Leone) que nos anticipa trágicas consecuencias. Pero antes de eso vamos a asistir al juego del gato y el ratón entre Bugsy y los cuatro chicos que quedan con vida y que permanecen escondidos y expectantes entre cajas de mercancías y camionetas. Así, mientras el mafioso los busca pistola en mano, Leone nos va alternando primeros planos y planos subjetivos de todos ellos.







A partir de este momento la música cesa y un silencio tan sólo interrumpido por el sonido ambiental de la calle eleva la tensión hasta límites insospechados, Mientras Bugsy prosigue con la búsqueda, Noodles acciona su navaja automática y espera. En un momento determinado, Bugsy localiza a Patsy y se dirige hacia él. Inmediatamente, Noodles se lanza sobre el gángster y —aunque Bugsy intenta defenderse estrangulando a su adversario— el joven judío logra asestarle repetidas y letales puñaladas en pecho y abdomen.



Bugsy: “¡Hijo de puta!”

De nada servirá, pues, la rauda llegada de dos agentes de policía a caballo. En todo caso para que uno de ellos reciba, también, un par de puñaladas de un desquiciadísimo Noodles que solo se detendrá cuando los porrazos del otro policía le hagan perder el sentido.



Y poco más se me ocurriría añadir a una escena que, en tan sólo cuatro minutos, sintetiza a la perfección aspectos tales como la juventud perdida, la lealtad entre amigos y —en general— el mejor cine de Sergio Leone. Un cine que se caracteriza por la perfecta sincronización entre música e imagen, por la cuidadosa composición de los planos, por la meticulosa puesta en escena, por el gran dominio del lenguaje fílmico y por su particular concepción del tempo. Aún así, me gustaría destacar también el gran partido que Leone supo sacar a una novela mediocre (The Hoods, de Harry Grey), el excepcional resultado que le dieron sus jóvenes intérpretes (de hecho ninguno de ellos, a excepción de Jennifer Connelly, logró ningún papel importante más adelante) y, sobre todo, la fenomenal labor técnica de dos cracks: el diseñador de producción Carlo Simi y el director de fotografía Tonino Delli Colli. Y es que si una cosa supo hacer bien Leone fue rodearse de grandes profesionales. Como en “Érase una vez en América”, por supuesto.



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