dilluns, 24 d’octubre del 2016

"¡AQUÍ ESTÁ MI ESPALDA!" (Horizontes de grandeza, 1958. William Wyler)


Horizontes de grandeza (The big country)

Estados Unidos, 1958

Director: William Wyler

Guión: James R. Webb, Sy Bartlett, Robert Wilder, Jessamyn West y Robert Wyler. Basado en una obra de Donald Hamilton

Fotografía: Franz Planer

Música: Jerome Moross

Intérpretes:

Gregory Peck (James McKay)
Jean Simmons (Julie Maragon)
Charlton Heston (Steve Leech)
Carroll Baker (Patricia Terrill)
Charles Bickford (Mayor Henry Terrill)
Burl Ives (Rufus Hannassey)
Chuck Connors (Buck Hannassey)
Chuck Hayward (Rafe Hannassey)
Buff Brady (Dude Hannassey)
Alfonso Bedayo (Ramón Rodríguez)

SINOPSIS: Texas, 1886. James McKay, capitán de navío retirado, viaja del este al oeste del país para casarse con Patricia, la caprichosa hija de Henry Terrill, un rico y altivo terrateniente. Desde un primer momento, sin embargo, el culto y educado McKay choca de lleno con el rudo y bravucón Steve Leech, capataz del rancho y hombre de confianza de Terrill. Asimismo, también es testigo del ancestral enfrentamiento entre los Terrill y los Hannassey por el control del agua y los pastos de la zona. Menospreciado por su prometida a consecuencia de su talante sereno y juicioso, James solo encuentra consuelo con Julie Maragon, amiga de Patricia y vecina de los Terrill.



Pese a no ser obra de un gran especialista en el género —creo recordar que William Wyler tan solo rodó en su larga y dilatada carrera otro western digno de ser recordado: “El forastero” (1940)— “Horizontes de grandeza” es, sin lugar a dudas, una gran película. Y lo es porque, al margen de estar dirigida por un cineasta extremadamente cuidadoso y perfeccionista, tiene mimbres lo suficientemente válidos para ser considerada como tal. Entre ellos, las soberbias interpretaciones de Gregory Peck, Jean Simmons y Charlton Heston, la mítica partitura de Jerome Moross, la espectacularidad del technirama (una variante del scope), el oficio con el que Wyler y su equipo de guionistas nos narran la confrontación entre dos mundos absolutamente antagónicos e incompatibles y unas cuantas secuencias, por supuesto, tan magistrales y memorables como —por ejemplo— la del desfiladero, la pelea a puñetazos entre Jim y Steve de madrugada o el abrazo de Julie a Jim antes del duelo.  

Pero si algo hay en “Horizontes de grandeza” que me atrae sobremanera es uno de sus personajes secundarios. Me estoy refiriendo, obviamente, a Rufus Hannassey. O lo que es lo mismo: Al carismático Burl Ives. Un actor que ganó el Oscar al mejor actor de reparto por esta misma película y que, en 1958, después de sus trabajos en “Al este del Edén” (1954), “La gata sobre el tejado de zinc” (1958) o la peli que hoy nos ocupa, estaba en la cima de su carrera interpretativa.

Como muestra, por lo tanto, un botón. Y qué mejor muestra (o botón) que una escena en la que el bueno de Ives lleva la voz cantante (recordemos que, al margen de actor, Burl Ives fue —y nunca mejor dicho— un gran cantante de country) y que he titulado con su frase más significativa: ¡Aquí está mi espalda! Una escena que, curiosamente, empieza con nuestro protagonista… de espaldas. Con un plano fijo que nos muestra a Rufus, desde el exterior, observando lo bien que se lo pasan los asistentes a la fiesta de sociedad organizada por Henry Terrill (Charles Bickford). Un plano que crea ciertas expectativas y que sugiere al espectador que algo gordo va a suceder a continuación.  



De repente, Rufus abre la puerta acristalada, sortea una gran mesa repleta de viandas y botellas de champagne francés, y —rifle en mano— se sitúa frente a los invitados que siguen bailando como si nada. Para ello, Wyler combina planos de Hannassey de frente y de lado. Los frontales para recoger la tremenda expresividad facial de Rufus y los laterales para integrar en ellos a todos los personajes de la escena. Poco a poco, cuando la multitud se da cuenta de la imponente presencia de nuestro protagonista, las parejas van dejando de bailar. La música (diegética, por supuesto) no cesa hasta que Henry Terrill se da por enterado. No sé vosotros pero yo diría —por otro lado— que esta irrupción algo debió influir en Clint Eastwood cuando éste ideó la puesta en escena de la mítica secuencia final de “Sin perdón”. Obviamente, no coincide el lugar ni el motivo pero el efecto sorpresa de la irrupción y la tensión que se masca en el ambiente me parece, cuando menos, similar.  



Henry Terrill: “¿Qué deseas, Hannassey?”

Rufus Hannassey: “Devolver la visita que tú y tus hombres me habéis hecho esta mañana. Siento no haber estado allí para recibirte como mereces”

(En este momento Steve Leech (Charlton Heston) hace el ademán de enfrentarse a Hannassey al oir sus irónicas palabras. Terrill lo sujeta del brazo)



Henry Terrill: “Déjale que diga lo que sea”

(A partir de aquí hasta casi al final de la escena asistiremos a lo que vendría a ser una especie de monólogo por parte de Rufus Hannassey. Un soliloquio que Wyler solventa a base de tres o cuatro encuadres diferentes que van alternándose sistemáticamente y que, de vez en cuando, dejan paso con gran acierto a primeros planos o planos medios de algunos personajes que —aunque no intervienen activamente en la escena— sí figuran en ella. Me estoy refiriendo, concretamente, a James McKay (Gregory Peck), a Julie Maragon (Jean Simmons), a Steve Leech (Charlton Heston) o a Patricia Terrill (Carroll Baker). Hemos de tener en cuenta que se trata de una secuencia en la que lo esencial es lo que nos cuenta Hannassey y que, por consiguiente, la vertiente más visual o estética de la película pasa a un segundo plano. Aún así, creo francamente que la alternancia y selección de planos empleados constatan a la perfección la solvencia y el oficio con el que solía rodar Wyler y contribuyen a enfatizar, por si fuera poco, el ya de por sí soberbio discurso del personaje interpretado por Burl Ives. Un discurso que sintetiza el ancestral enfrentamiento entre los Terrill y los Hannassey por el control del agua y de los pastos y que incide, sobre todo, en el comportamiento traicionero y canallesco del Mayor. Pero vamos, qué os voy a contar. Lo mejor es que leáis atentamente las palabras de Hannassey o que volváis a ver la escena que estamos analizando. Básicamente porque todo cuanto pueda deciros o interpretaros un servidor parecerá, sin lugar a dudas, sumamente insignificante si lo comparamos con la autoridad y la contundencia que refleja el discurso de Rufus Hannassey. Permitidme, no obstante, que haga hincapié en algunos aspectos o detalles que sí me parecen dignos de ser destacados. Y es que al margen de la magistral actuación de Burl Ives, con esa tremenda e incuestionable presencia física, con ese coraje y aplomo con el que habla y con esa impresionante expresividad facial que impone respeto al más osado, existen otros pormenores a tener en cuenta. Uno de ellos sería, por ejemplo, los planos ligeramente contrapicados mediante los cuales se nos muestra a Rufus. Planos que, a mi juicio, reflejan su autoridad moral y contribuyen a representarlo un poquito más grande, un poquito más digno y un poquito más imponente de lo que ya de por sí es este actor. Obviamente, también juega a su favor la posición en la que se encuentra, un peldaño por encima de todos los demás. Pero si hay un gesto que me encanta de esta escena es cuando Rufus lanza su rifle a los pies de Terrill y le da la espalda para que le dispare: “Bien… ¿Qué te pasa? ¿No te atreves a disparar cara a cara? Voy a darte facilidades ¡Aquí esta mi espalda!”. Naturalmente, Hannassey no es tonto y sabe que Terrill no se atreverá a dispararle por la espalda. Entre otras cosas porque hacerlo delante de toda su familia y amigos implicaría quedar como un asesino y como un cobarde. Pero, aún así, el gesto del viejo Rufus destila, sin lugar a dudas, valor y chulería a espuertas. Máxime cuando, además, Steve Leech comprueba a posteriori que —efectivamente— el rifle está cargado. Y nada más, os dejo con el soliloquio de Hannassey ¡Que os aproveche!)

Rufus Hannassey: “Tómalo con calma. He de hablar de muchas cosas que llevo treinta años sufriendo”

“Que hermosa casa tienes Mayor Terrill. Casa de caballeros. Y lo mismo digo del traje que llevas…”



“Es posible que engañes a alguno de estos señores pero a mi no me engañas en lo más mínimo. Los Hannassey conocen y admiran a un caballero en cuanto le ven… ¡y reconocen a un truhán de siete suelas apenas le huelen!”



“Yo no he venido aquí a protestar porque veinte de tus hombres vapulearan a tres de mis hijos hasta dejarlos tundidos. Quizás se lo merecían. Y además ya están lo bastante crecidos para soportar la paliza. Y no protesto tampoco por el hecho de que estés tratando de comprar Rancho Valverde para matar de sed a mi ganado. Aunque confieso que me entristece ver a la nieta de un caballero como Clem Maragon bajo este techo”



“¡Te diré por qué he venido Mayor Terrill! ¡Tú te has metido a tiro limpio por mis tierras asustando a los niños y a las mujeres! ¡Tú has invadido mi hogar como si fueras la ira del Todopoderoso! ¡Y yo te digo que he conocido a toda especie de canallas en este mundo pero nunca vi a uno más bajo, más rufián, más cobarde e hipócrita que tú!”

“Puede que te hayas engullido a mucha gente, pero a mi no me tragarás. Yo me agarro a tu gaznate, Henry Terrill, y de allí no me marcho. Y óyeme ahora: ha sido la última vez que entras en mis tierras y pegas a mis hombres ¡Quedas advertido!”

“Pon los pies en el Cañón Blanco de nuevo y la sangre correrá por todo el país hasta que no quedemos ninguno. Yo no tengo la mía en mucho con que… Puedes hacerlo ya”





“Bien… ¿Qué te pasa? ¿No te atreves a disparar cara a cara?”

“Voy a darte facilidades ¡Aquí esta mi espalda!”



Y hasta aquí podríamos decir que llega la escena. Pero puesto que todo clímax debe tener su pertinente anticlímax, he decidido añadir el diálogo que prosigue a la marcha de Rufus Hannassey, después de que éste le lance el rifle a Henry Terrill y le dé la espalda durante unos segundos. Un diálogo en el que un imperturbable Terrill intenta suavizar la tensa situación, manda a los músicos que sigan tocando e intenta convencer a McKay (absolutamente en vano a tenor de la inquisitiva mirada de éste último) de que la fuerza es el único medio posible para tratar con los asalvajados Hannassey. La secuencia acaba cuando el Mayor Terrill percibe que no cuenta con la complicidad ni el beneplácito de McKay y se retira a otra sala con su fiel capataz.   

Henry Terrill: “¡Vaya! ¡Ha estado retador en verdad!”



“Si hay algo que yo admire más que un amigo leal es un enconado enemigo. Pero… perdonen ustedes esta interrupción. Y los malos modales de Mr. Hannassey. Por favor, que eso no nos agüe la fiesta. Yo les prometo que estas cosas ya nunca más volverán a ocurrir ¡Música!”

“Jim, habrá visto que yo tenía razón…”

Julie Maragon: “Vamos a tomar un vaso de ponche”



Henry Terrill: “Con salvajes como ése hay que ser duro. Con permiso…”




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