dimecres, 8 d’abril del 2020

“TIENES QUE DEMOSTRARLO… SALVAR AL MUNDO” (Cuando el destino nos alcance, 1973. Richard Fleischer)


Cuando el destino nos alcance (Soylent Green)

Estados Unidos, 1973

Director: Richard Fleischer

Guión: Stanley R. Greenberg. Basado en una obra de Harry Harrison.

Fotografía: Richard H. Kline

Música: Fred Myrow

Intérpretes:

Charlton Heston (Detective Thorn)
Edward G. Robinson (Sol Roth)
Leigh Taylor-Young (Shirl)
Chuck Connors (Tab Fielding)
Joseph Cotten (William R. Simonson)
Brock Peters (Chief Hatcher)
Paula Kelly (Martha)
Stephen Young (Gilbert)

SINOPSIS: Nueva York, 2022. La superpoblación y el cambio climático hacen estragos en todo el mundo. Los comestibles frescos y naturales son un bien escasísimo y en Nueva York la población sobrevive a base de los alimentos procesados por la empresa Soylent Green. El asesinato de un alto ejecutivo de Soylent, sin embargo, empezará a desvelar pistas sobre la procedencia de ese nuevo alimento sintético. El detective Thorn y el veterano profesor Sol Roth se encargarán de indagar en ello.


Como ya he dicho más de una vez, mis escenas favoritas suelen ser aquellas que logran conmoverme o, al menos, sorprenderme. Normalmente son escenas muy bien rodadas en las que los diálogos o el propio clímax dramático juegan un papel predominante. En ocasiones, además, la música logra integrarse tan bien en las imágenes que el producto resultante te llega literalmente hasta las entrañas. Es el caso, obviamente, de esta maravillosa escena de “Cuando el destino nos alcance”, poético título en castellano del film distópico de ciencia ficción que Richard Fleischer (“Viaje alucinante”, “El estrangulador de Boston”) dirigió como “Soylent Green”


Naturalmente, “Soylent Green” no es una obra maestra. El presupuesto no logra convencernos que la película se desarrolla en 2022 y la fábula futurista/postapocalíptica con mensaje ecologista incluido (sin lugar a dudas, lo más interesante del film) no acaba de cuajar demasiado bien en un thriller más bien mediocre y simplón. Aún así, he de admitirlo: “Soylent Green” me encanta. Por su tono setentero y decadente, por su propuesta distópica y, sobre todo, por magníficas escenas como la que hoy vamos a destripar. Concretamente, la de la muerte de Sol Roth (Edward G. Robinson). Vamos a ello.

La escena arranca con Sol Roth tumbado en una camilla. Se encuentra en una espaciosa sala redonda ante una proyección panorámica IMAX que nos muestra espectaculares imágenes de la naturaleza terrestre mientras suena música clásica. Recordemos que Sol ha decidido poner fin a sus días acudiendo al Hogar, un lujoso centro donde se practica la eutanasia en el que el paciente dispone de 20 minutos para gozar de bellas imágenes y buena música antes de que un mecanismo letal (¿algún gas, tal vez?) haga su efecto y entorne sus ojos para siempre. 




Una nota de aviso en el apartamento que comparte con Thorn (Charlton Heston) permite a éste, sin embargo, llegar a tiempo al Hogar antes de que su amigo muera. Desde una ventana exterior, Thorn contempla atónito y emocionado imágenes de la Tierra que jamás había visto antes. Es en ese preciso instante cuando Thorn se da cuenta del maravilloso planeta que el hombre ha destruido y de la imperiosa necesidad de intentar frenar los amorales e inhumanos procedimientos que Soylent ha estado llevando a cabo. Algo que Sol sospecha o ha descubierto y que ni tan solo llega a contarle explícitamente a Thorn. De lo que no cabe ninguna duda es que se trata de algo tan abominable que Sol no puede soportarlo ni un solo instante más. Por ello decide poner fin a su vida. Afortunadamente, la llegada de Thorn al centro médico le permitirá a Sol pedirle un último favor a su amigo: que vaya al edificio Exchange de Soylent y que reúna pruebas suficientes para demostrar a las autoridades competentes (el Consejo de Naciones) cómo y de qué manera se elaboran los famosos procesados de Soylent




Antes de adjuntaros el breve diálogo que sostienen Thorn y Roth, me gustaría hacer hincapié, no obstante, en la soberbia combinación de música e imágenes que constata esta escena. Una combinación que aúna la belleza y la emotividad de ambas y que trasladada al contexto dramático en el que todo esto sucede (el suicidio asistido del viejo Roth) consigue un efecto absolutamente abrumador. Vamos, que quien no se conmueva hasta el tuétano con esta escena que se dedique a otra cosa porque como espectador cinematográfico pocas ocasiones tendrá de disfrutar de tantas emociones juntas. Flores, aves, peces, mamíferos, mares, ríos, playas, bosques, montañas, amaneceres, atardeceres… Y todas esas espectaculares imágenes perfectamente sincronizadas, por si fuera poco, con tres fragmentos de tres grandiosas partituras: la sinfonía número 6 de Piotr Ilich Chaikovsky (también conocida como La Patética), la sinfonía número 6 de Ludwig Van Beethoven (también conocida como La Pastoral) y el Morning Mood que Edvar Grieg compuso para la obra de Ibsen “Peer Gynt”. Tres fragmentos musicales absolutamente sublimes.

Pero vayamos a los instantes previos al breve diálogo entre Thorn y Sol. Dice así:



Thorn (Charlton Heston): “¡Dios mío!”

Ujier (Dick Van Patten): “Es una lástima que se haya perdido usted la obertura”



Thorn: “¡Quiero verle! ¡Abra eso!”

Ujier: “Está prohibido entrar durante la ceremonia. ¿Pero qué hace usted?”

Thorn: “¡Abra esa mirilla o le juro que morirá usted antes que él!”

Ujier: “¡Está bien! ¡Está bien!”




Thorn: “Sol ¿Me oyes?”

Sol (Edward G. Robinson): “¿Thorn?”

Thorn: “Sí”

Sol: “Gracias por haber venido”

Thorn: “Dios mío”

Sol: “He vivido demasiado”

Thorn: “No”

Sol: “Te quiero, Thorn”

Thorn: “Y yo a ti, Sol”




Sol: “¿Puedes verlo?”

Thorn: “Sí”

Sol: “¿Verdad que es hermoso?”

Thorn: “Sí”

Sol: “Ya te lo dije”



Thorn: “Como podía… Como podía imaginarme”

Sol: “Es horrible… Simonson… Soylent… Escúchame, Thorn… Thorn, escúchame…”

(Interferencias)

Thorn: “¡No puedo oírle! ¡Haga algo! ¡Haga algo! Te escucho, Sol”



Sol: “Tienes que demostrarlo… Salvar al mundo. Ve al edificio Exchange. Por favor, Thorn. Aporta pruebas, Thorn. Ve al edificio Exchange”



Y poco más. La escena finaliza con un plano de Sol definitivamente muerto sobre la camilla y con otro que nos muestra a dos funcionarios del Hogar llevándoselo de allí. Aún así, la demanda de Sol a su amigo será cumplida. No sólo por la incuestionable lealtad de Thorn sino porque Thorn ha sido testigo del antes y después del planeta y ha entendido definitivamente la enorme tristeza de Sol respecto a los nuevos tiempos y la consecuente e irreparable degeneración del planeta. Algo que quizás pueda detenerse si cumple con el último deseo de Sol: acudir al edificio Exchange y averiguar a qué se dedica Soylent. Pero eso ya pertenece a otras escenas. Y solo en la última, un malherido Thorn proferirá a los cuatro vientos el terrorífico misterio que esconde Soylent.



No quisiera terminar este spoiler sin añadir un último dato. “Soylent Green” fue la última película protagonizada por Edward G. Robinson. Con 80 años y más de 100 films a sus espaldas, Robinson moría de cáncer nueve días después de finalizar este rodaje. Y naturalmente, Heston y todo el equipo sabían que le quedaba muy poco tiempo de vida. No resulta extraño, pues, que los ojos llorosos de Thorn viendo morir a su amigo fueran los mismos que los de Heston viendo el majestuoso canto del cisne cinematográfico de Robinson. Un actor único e irremplazable.  



   



divendres, 6 de desembre del 2019

“NO LA CIERRE DEL TODO, NO ME GUSTA. DÉJELA ENTREABIERTA” (El irlandés, 2019. Martin Scorsese)



El irlandés (The Irishman)

Estados Unidos, 2019

Director: Martin Scorsese

Guión: Steven Zaillian. Basado en una obra de Charles Brandt

Fotografía: Rodrigo Prieto

Música: Robbie Robertson

Intérpretes:

Robert De Niro (Frank Sheeran)
Al Pacino (Jimmy Hoffa)
Joe Pesci (Russell Bufalino)
Stephen Graham (Tony Pro)
Harvey Keitel (Angelo Bruno)
Bobby Cannavale (Skinny Razor)
Anna Paquin (Peggy Sheeran)
Ray Romano (Bill Bufalino)
Jack Huston (Robert Kennedy)
Domenick Lombardozzi (Tony Salerno)
Jesse Plemons (Chukie O’Brien)
Paul Herman (Whispers DiTullio)
Dascha Polanco (Enfermera)
Jonathan Morris (Padre)

SINOPSIS: Frank Sheeran, el irlandés, es un antiguo asesino a sueldo que rememora su sombrío pasado en el geriátrico donde apura sus últimos años de vida. Solo y abandonado por su familia, Sheeran recuerda sus tiempos como combatiente en la II GM y como camionero en una empresa de transportes hasta que conoce a Russell Bufalino e ingresa en la mafia de Pennsylvania, donde su discreción y particulares habilidades le permitirán labrarse un cómodo y próspero futuro como sicario profesional. Un buen día, sin embargo, Bufalino le encarga trabajar como guardaespaldas de Jimmy Hoffa, líder del sindicato de camioneros y uno de los personajes más influyentes de la América de los años 50 y 60.  



Dicen algunos que “El irlandés” es larga, aburrida y previsible. Y lo dicen como si eso fuera un problema. Como si tres horas y media de cine en mayúsculas fueran algo nocivo. Como si tres horas y media de ritmo pausado y buen montaje fueran algo improcedente. Como si tres horas y media de ese tradicional y excelente cine de gangsters de toda la vida —en este caso enfocado, además, desde un prisma mucho más austero, reflexivo y crepuscular— fueran algo cansino, monótono y arcaico. Como si a todos, por narices, nos tuviera que gustar solamente ese cine trepidante y lleno de efectismos al que nos tiene acostumbrado el blockbuster hollywoodiense actual. 

Lo que a mi me parece, en realidad, es que “El irlandés” no es un film para todos los paladares. Y es que si no eres capaz de ver más allá del puro entretenimiento, más allá de un ritmo endemoniado y más allá de giros de guión sin pies ni cabeza, esta no es, ni de lejos, tu película.



Si, por el contrario, eres de los que han apreciado en “El irlandés” diversos matices y detalles que, sin lugar a dudas, enriquecen la buena factura y el nervio habitual de las viejas películas de gangsters de Martin Scorsese (“Uno de los nuestros”, “Casino”…) lo más probable, entonces, es que seas uno de los míos. Y si eres uno de los míos coincidirás conmigo, consecuentemente, en que la escena que cierra el último film de Scorsese (y a la que, obviamente, le dedico mi spoiler de hoy) constituye una de las mejores secuencias cinematográficas de este siglo. Así pues, dejémonos de monsergas y comprobemos por qué.





La escena arranca —tras una dilatadísima elipsis que nos narra 40 años de la vida del protagonista— tal como empieza la película. Con un viejo y defenestrado Frank Sheeran (Robert De Niro) en un geriátrico rememorando su trayectoria vital desde su época de combatiente en la II GM hasta su ascenso en la mafia de la mano de Russell Bufalino (Joe Pesci). Concretamente, enseñándole a su joven enfermera unas viejas fotos de amigos y familiares. Entre ellas, una de su hija Peggy con Jimmy Hoffa (Al Pacino), el que había sido su jefe y amigo. Orgulloso de tan reputada amistad, Sheeran le pregunta a la sanitaria si reconoce al gran Jimmy Hoffa. Recordemos que ya antes Sheeran nos había contado a nosotros, como espectadores, que Hoffa había sido en su época un personaje enormemente poderoso y popular. Tan popular como Elvis Presley o The Beatles y casi tan poderoso como el mismísimo presidente de los Estados Unidos de América. Sorprendentemente (o no), la joven enfermera no reconoce a Hoffa. Y ello nos confirma (al margen de la escasa cultura de la joven sanitaria) que el paso del tiempo es ciertamente inexorable. Que los viejos tiempos jamás volverán. Que tanto Hoffa como Sheeran son poco menos que reliquias del pasado. No olvidemos que Sheeran es el último superviviente de una vasta estirpe del crimen organizado norteamericano. Un hombre cuyos coetáneos han muerto asesinados o, sencillamente, de muerte natural. Un hombre cuyo mundo, cuyo microcosmos criminal, ha desaparecido por completo. Y es precisamente por eso por lo que “El irlandés” es una película crepuscular. Porque se centra en la decadencia, en la descomposición, en el ocaso de aquellos gangsters que fueron tan poderosos como peligrosos en los años 40, 50, 60 y 70 del s. XX y que a principios del nuevo siglo, en cambio, o están muertos o —como Sheeran— han caído en el más absoluto de los olvidos. Esta es la conversación:

Frank Sheeran: “Es mi hija Peggy”

Enfermera (Dascha Polanco): “¿Ah, sí? No la he visto por aquí”

Frank Sheeran: “Bueno, la verdad es que no viene mucho”

Enfermera: “¿Es hija única?”

Frank Sheeran: “No, tengo cuatro hijas”

Enfermera: “¡Qué maravilla! ¡Como para aburrirse! ¿Quién está con ella?”

Frank Sheeran: “¿No sabes quién es?”

Enfermera: “No”

Frank Sheeran: “Jimmy Hoffa”

Enfermera: “¡Oh, sí!”

Frank Sheeran: “Sí, claro… ¡Oh, sí! ¡No sabes quién es!”

Enfermera: “Vale, no lo sé”

Frank Sheeran: “Ya lo veo, madre mía… No te imaginas lo rápido que pasa el tiempo hasta que te ves aquí. Pero tú no tienes que preocuparte porque tienes toda la vida por delante…”

Enfermera: “Por favor, intento tomarle la tensión, Sr. Sheeran… Por favor, no hable”

Frank Sheeran: “Fenomenal ¿Sigo vivo?”

Enfermera: “¡Claro que sí!”

Frank Sheeran: “Me alegra saberlo”

Enfermera: “Vivito y coleando. Le dejo tranquilo, pero dentro de un rato tendré que volver a agobiarlo”

Frank Sheeran: “Aquí estaré”





En este momento asistimos a uno de esos movimientos de cámara marca de la casa Scorsese. Uno de esos movimientos que son puro cine y que ratifican a Martin Scorsese como el gran cineasta que ha sido y sigue siendo. La cámara acompaña a la enfermera por el pasillo del geriátrico hasta un mostrador y, de repente, suelta a ese personaje, da la vuelta y retrocede por ese mismo pasillo hasta la habitación de Sheeran, donde desde la puerta vemos como el joven cura que asiste a nuestro protagonista le está confesando. Como dato anecdótico, apuntar que ese joven cura es Jonathan Morris, comentarista de asuntos religiosos en la Fox News y prelado de la Archidiócesis de Nueva York. La conversación entre ambos dice así:




Padre (Jonathan Morris): “…Y yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, Amén”

Frank Sheeran: “Amén”

Padre: “Da gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia”

Frank Sheeran: “Porque es eterna su misericordia”

Padre: “Muy bien, Frank. Volveré a visitarte pronto. Probablemente, después de Navidad”

Frank Sheeran: “Está bien”

Padre: “Frank, que Dios te bendiga”

Frank Sheeran: “Y a usted, gracias ¿Ya es Navidad?”

Padre: “Casi”

Frank Sheeran: “No me voy a ningún sitio… Padre…”

Padre: “¿Sí?”

Frank Sheeran: “¿Me hace un favor? No la cierre del todo, no me gusta. Déjela entreabierta”

Padre: “Está bien”





Y así finaliza la escena. Con un precioso plano de esa puerta entreabierta que nos permite ver, al fondo, a Sheeran sentado en una silla de ruedas en su habitación. Un plano que precede a otro primer plano de Sheeran absorto en sus propios pensamientos y que antecede, a su vez, a los títulos de crédito (Directed by Martin Scorsese) al tiempo que las maravillosas notas de “In the Still of the Night”, de Fred Parris and The Five Satins, suenan una vez más. Un extraordinario colofón musical que me puso la piel de gallina, un nudo en la garganta y otro en el estómago. ¿Se puede rematar mejor un film? Personalmente, creo que se puede igualar. De hecho, los grandes cineastas suelen cerrar sus films con grandes escenas. Pero superar un cierre así es difícil. Muy difícil. En primer lugar porque es un cierre que delega en el espectador la conclusión final. La interpretación de esa puerta entreabierta y, en general, del tramo final de la película. Sin lugar a dudas, el mejor de toda la película de Scorsese. Y en segundo lugar porque la elección de “In the Still of the Night” para ese conmovedor final me parece sublime. Y es que utilizar un arreglo doo wop tan suave y romántico como epitafio vocal a una vida llena de crímenes y violencia es, a mi juicio, algo sencillamente magistral. Pero vayamos al grano. ¿Qué significa esa puerta entreabierta?





A mi parecer, puede significar varias cosas. Una posible interpretación sería la que sostiene que esa puerta entreabierta simboliza la cercanía de la muerte de Sheeran. La muerte y todo lo que conlleva, claro: temor, sentimiento de culpa, arrepentimiento… Recordemos que el propio Sheeran se ha encargado de todo lo relativo a su propio deceso (ataúd, nicho, inhumación… Sheeran prefiere ser inhumado en lugar de incinerado porque es algo que no parece tan definitivo) y esa puerta entreabierta (y no cerrada del todo) equivaldría a una especie de prórroga a una muerte prácticamente inminente. Sheeran, por lo tanto, actuaría como un niño pequeño atemorizado que no quiere dormir con la luz apagada. O como un anciano que no está en paz consigo mismo y no está preparado para morir. Sin embargo, existe otra posible explicación. Recordemos, también, que cuando Sheeran ejercía de guardaespaldas de Jimmy Hoffa este último solía dormir en la habitación contigua a la de su escolta con la puerta entreabierta puesto que confiaba plenamente en él. Y esa puerta entreabierta, pues, puede significar un guiño de complicidad con su viejo amigo. Un guiño de complicidad que, al mismo tiempo, simboliza también su gran trauma: haberle dado muerte por orden de Russell Bufalino. La única persona a la que Sheeran le prestó lealtad absoluta.

Y poco más. Quizás hacer hincapié en la ya conocida religiosidad de Scorsese (pese a la polémica que suscitó el perdón de los pecados que Morris le dispensa a Sheeran en nombre de Dios) y destacar, como no, la gran labor de Rodrigo Prieto en la fotografía, consiguiendo la luz, la temperatura de color y la atmósfera adecuada a cada época en la que se desarrolla el film. Sobre todo, obviamente, en lo que respecta a este último tramo, el de la senectud de Sheeran. Una labor, por cierto, poco reconocida y que, desde aquí, me gustaría reivindicar.     









divendres, 25 d’octubre del 2019

“NINGÚN BASTARDO GANÓ JAMÁS NINGUNA GUERRA MURIENDO POR SU PATRIA” (Patton, 1970. Franklin J. Schaffner)



Patton (Patton)

Estados Unidos, 1970

Director: Franklin J. Schaffner

Guión: Francis Ford Coppola y Edmund H. North

Fotografía: Fred J. Koenekamp

Música: Jerry Goldsmith

Intérpretes:

George C. Scott (General George Patton)
Karl Malden (General Omar Bradley)
Stephen Young (Capitán Chester Hansen)
Michael Strong (Brigadier General Hobart Carver)
Michael Bates (Mariscal Bernard Montgomery)
Frank Latimore (Teniente Coronel Henry Davenport)
John Doucette (General Lucian Truscott)
Edward Binns (General Walter Smith)
Siegfried Rauch (Capitán Steiger)
Karl Michael Vogler (Mariscal Erwin Rommel)

SINOPSIS: Túnez, 1943. Designado por Eisenhower para tomar el mando de las tropas norteamericanas en el Norte de África tras el desastre del Paso de Kasserine, el General George Patton (George C. Scott) irá encadenando victoria tras victoria en Europa hasta entregar parte de Alemania a los rusos al final de la II Guerra Mundial. Temido por los alemanes, admirado por sus tropas y detestado por sus competidores —en especial por el Mariscal Montgomery (Michael Bates)— Patton fue un general tan severo, excéntrico y carismático como culto, perseverante y romántico. Un hombre, en definitiva, con un solo adversario: él mismo.



Estrenada en 1970, con la Guerra del Vietnam atascada y el Movimiento Hippy en pleno apogeo, “Patton” es —sin lugar a dudas— una película controvertida. Una película que parece discurrir en una especie de contracorriente histórica o cultural respecto a su tiempo y que, sin embargo, incluso logró influir en Nixon para que Estados Unidos bombardeara Laos y Camboya. Aún así, mientras que para algunos “Patton” constituye un descarado panfleto militarista, para otros es, en cambio, un claro alegato antibelicista, al presentarnos al “heroico” general poco menos que como un psicópata egocéntrico con ínfulas de poeta.



Cinematográficamente, sin embargo, “Patton” es un film notable. Y ahí están los ocho Oscar que obtuvo de la Academia. Entre ellos el de mejor película, mejor director, mejor guión original, mejor actor, mejor fotografía y mejor BSO. Pero si existe una sola escena de esta película que merezca pasar a la historia del cine, esa es, sin lugar a dudas, la que he escogido para el spoiler de hoy. Naturalmente, me estoy refiriendo a la secuencia prólogo, la que precede a los títulos de crédito. La del speech del General Patton a sus soldados, vaya. Una secuencia escrita por Francis Ford Coppola que, como podréis corroborar, no tiene desperdicio alguno. Épica, icónica y elegante como pocas. Procedamos, pues, a desmenuzarla.





La escena arranca con una gigantesca imagen de las barras y estrellas de la bandera de los Estados Unidos de América al fondo de un escenario desde el cual, de repente, irrumpe una minúscula figura que va ascendiendo por unas escaleras. En ese preciso instante, cesan los murmullos y el silencio se adueña del lugar. Un silencio que nos permite escuchar los pasos de esa emergente figura y que centra nuestra atención en su taconeo y saludo militar a un público que, curiosamente, no vemos en ningún momento. Se trata, obviamente, del General George Patton (George C. Scott). Una figura que, con pose marcial y su mejor atuendo castrense, se ha cuadrado en el centro del escenario. Inmediatamente oímos las trompetas de una fanfarria militar. Una fanfarria que, honestamente, ignoro si fue compuesta por Jerry Goldsmith para la película o pertenece realmente a algún cuerpo del ejército norteamericano. Sea como fuere, el impacto que generan las poderosas imágenes junto a la épicas notas que las acompañan es verdaderamente impresionante.  





Mientras suena la fanfarria asistiremos a una selección de planos más cerrados que van alternando primeros planos de Patton con planos de detalle verdaderamente interesantes sobre su uniforme de gala. Su casco, su látigo de cuero, sus guantes, sus condecoraciones, su anillo de oro y su pistola con las cachas de marfil forman parte de algunos de esos magníficos planos fragmentados. Planos que me recuerdan, por cierto, a los planos de detalle que también utilizaba Sergio Leone en sus spaghetti western y que forman parte de su libreto de estilo.





Finalizada la fanfarria, empieza el famoso speech del General. Un discurso extraído de las procaces y exaltadas arengas que Patton dirigió al Tercer Ejército de los Estados Unidos en 1944 (poco antes del Desembarco de Normandía) y cuyo objetivo era motivar a la inexperta tropa instando a los soldados a cumplir con su deber a pesar del miedo personal y exhortándoles a luchar con la máxima agresividad y determinación. Cabe añadir que, pese a recibir algunas críticas por parte de algunos colegas, estas míticas arengas fueron muy bien recibidas por los reclutas. El extracto que pronuncia George C. Scott dice así:





General George Patton: “Sentaos. Quiero que recordéis que ningún bastardo ganó jamás ninguna guerra muriendo por su patria. La ganó haciendo que otros pobres estúpidos bastardos murieran por ella. Muchachos, todas esas historias de que América no quiere luchar, que pretende estar al margen de la guerra, son un montón de estiércol. A los americanos, por tradición, les entusiasma luchar. Todo verdadero americano ama el acicate de la pelea. Cuando erais niños todos admirabais a los campeones. Al corredor más veloz, a los ases del fútbol, al boxeador más duro. Los americanos aman al ganador y no pueden soportar al que pierde. Todo americano juega siempre para ganar. Yo no apostaría el pellejo por un hombre que estando perdiendo se riera. Por eso los americanos nunca hemos perdido ni perderemos una guerra. Porque la sola idea de perder nos resulta odiosa. Ahora, nuestro ejército es un equipo. Vive, come, duerme y lucha como un equipo. Todo eso de la individualidad es solo basura. Los que escribieron esa majadería sobre el individualismo para el Saturday Evening Post no conocen de una verdadera batalla más de lo que saben de fornicación. Ahora tenemos la mejor comida y equipo, el mejor espíritu y los mejores hombres del mundo. Todos sabéis, y es la verdad, que compadezco a esos pobres contra los que vamos a luchar. ¡Por Dios que así es! Ya que no sólo vamos a disparar contra ellos. Nuestra intención es arrancarles las entrañas y usarlas después para engrasar las ruedas de nuestros tanques. Vamos a matar a esos miserables teutones por millares. Bien, algunos de vosotros estáis dudando de si tendréis miedo bajo el fuego. Eso no debe preocuparos. Estoy convencido de que todos cumpliréis con vuestro deber. Los nazis son el enemigo ¡Cargad contra ellos! ¡Derramad su sangre! ¡Disparadles en el vientre! Cuando pongáis vuestra mano sobre una masa informe que momentos antes era el rostro de vuestro mejor amigo… ya no dudaréis. Deseo recordaros otra cosa. No quiero recibir ningún mensaje que diga: estamos aguantando nuestra posición. ¡No aguantamos nada! ¡Que aguante el enemigo! Nosotros avanzamos constantemente y no tenemos ningún interés en aguantar nada excepto al enemigo. ¡Vamos a agarrarle de la nariz y a darle un puntapié en el trasero! ¡A patadas enviaremos a esos teutones al infierno acabando así con ellos en un santiamén! Bueno, sin duda habrá algo que podréis contar cuando volváis a vuestras casas. Y dar gracias a Dios por ello. Si dentro de treinta años, sentados junto al hogar y con vuestros nietos sobre las rodillas, él os pregunta qué es lo que hicisteis en la 2ª Guerra Mundial no tendréis que contestarle: Pues acarreé estiércol en Louisiana. Bien, ahora, hijos de perra, ya sabéis como pienso. Estaré muy orgulloso de dirigiros en esta lucha, muchachos. Siempre y en todo lugar. Esto es todo”





Técnicamente, poco más a añadir. Como ya hemos dicho, se trata de una escena en la que lo fundamental es lo que se dice y cómo se dice. Por ello hago hincapié, sobre todo, en la sencillez y en la eficacia del discurso. Porque ese lenguaje llano, prosaico y en ocasiones hasta obsceno (aunque la versión cinematográfica se suavizó considerablemente) se basta y se sobra para cumplir su objetivo y para no admitir segundas lecturas ni complejidades. Aún así, la brillante selección de planos (generales, americanos y primeros) y la austera (aunque impactante, por supuesto) puesta en escena por la que opta Franklin J. Schaffner ayudan y mucho a conferirle mayor poderío, si cabe, al contundente mensaje de Patton. Máxime si quién lo interpreta es George C. Scott, un actor como la copa de un pino.