Estados
Unidos, 1967
Director:
Gordon Douglas
Guión:
Richard Jessup. Basado en una obra de Richard Jessup
Fotografía:
Harold Stine
Música:
Leith Stevens
Intérpretes:
Rod
Taylor (Chuka)
John
Mills (Coronel Stuart Valois)
Ernest
Borgnine (Sargento Otto Hahnsbach)
Luciana
Paluzzi (Veronica Kleitz)
James
Whitmore (Lou Trent)
Victoria
Vetri (Helena Chávez)
Louis
Hayward (Mayor Benson)
Michael
Cole (Spivey)
Hugh
Reilly (Capitán Carroll)
Barry
O’Hara (Slim – Cook)
Joseph
Sirola (Jake Baldwin)
Marco
López (Hanu)
SINOPSIS: Chuka, un solitario pistolero sin rumbo fijo, se incorpora a una diligencia en la que viajan Verónica, una joven y hermosa viuda, y su
sobrina Helena. Tras detenerse en Fort Clendennon, un aislado puesto
militar integrado por soldados condenados por todo tipo de delitos, el
inminente ataque de un grupo de hambrientos arapahoes
liderados por Hanu les obligará a
interrumpir su viaje. Sitiados en el fuerte, la tensión no tardará en hacer
mella en sus ocupantes.
El día que me dispuse a ver “Chuka” no esperaba encontrarme con lo
que me topé. La verdad es que mis expectativas eran más bien escasas. Esperaba
encontrarme, como mucho, con un western modesto
y discreto. Con un western de esos
para pasar un rato agradable y poco más. Máxime cuando ya había visto “Río Conchos” y cuando en aquel momento
supuse, cándido de mi, que a Gordon
Douglas ya le había sonado la flauta
una vez con ese peliculón protagonizado por Richard Boone y que difícilmente iba a darme de bruces de nuevo con
otra joyita de índole similar.
Obviamente, andaba equivocado. En primer
lugar, por menospreciar a Gordon Douglas. Por creer, de antemano, que Douglas
era un simple artesano sin títulos míticos en su haber, sin libreto de estilo y
que jamás había destacado (creo que los cultivó casi todos) en ningún género en
concreto. Y en segundo lugar por creer que a Douglas le había sonado la flauta con “Río Conchos”. Lo dicho: craso
error. Quizás Gordon Douglas no suela aparecer entre los más laureados
directores de western, pero cuando un
realizador tiene en su filmografía películas tan solventes como “Corazón de hielo”, “Veneno implacable”, “La humanidad en peligro”, “El detective”, “Solo el valiente”, “Quince
balas” o las ya mencionadas “Chuka”
y “Río Conchos” no creo que podamos seguir hablando de flautas o clarinetes. Así pues, mis disculpas y respetos, Mr. Douglas.
Respecto a la escena escogida para mi spoiler comentaros, de antemano, que se
trata de una secuencia casi paradójica. Y la califico así, de paradójica,
porque “Chuka” no es un western con
demasiada acción. Ni demasiada acción, ni demasiados tiroteos, ni demasiadas
cabalgadas y demás. “Chuka” es, de hecho, un western casi teatral que se desarrolla prácticamente en su
totalidad entre las cuatro paredes (o empalizadas, en este caso) de Fort Clendennon. Un lejano y aislado puesto
militar en el que encontramos destinados a una variopinta caterva de soldados que
parecen condenados a purgar allí sus
vicios, pecados, delitos y/o errores del pasado. Estamos, por lo tanto, ante un
western más bien asfixiante,
opresivo, claustrofóbico. De cámara,
diría yo. Un western en el que el
estudio psicológico de los personajes predomina sobre la acción y los
exteriores y en el que la atmósfera que se respira resulta francamente viciada
y hedionda. Quizás para compensar ese ambiente turbio y cargado, para compensar
ese predominio del diálogo y la tensión psicológica entre los diferentes personajes
que integran el film, he decidido apostar, finalmente, por una de sus escasas
escenas de acción. Una brutal e intensa pelea a puñetazos entre dos de sus
protagonistas principales (Chuka (Rod Taylor) y el Sargento Otto Hahnsbach (Ernest
Borgnine)) que me parece —además de salvaje y violenta como pocas— muy
emocionante, muy bien rodada y ética o moralmente justificada. Al menos, por parte del Sargento Hahnsbach. Veamos por
qué.
Recordemos que la pelea en cuestión viene
precedida por otra escena en la que Chuka y el Coronel Stuart Valois (John
Mills) —Comandante en Jefe de Fort Clendennon— discuten entre sí al negarse
el primero a trabajar como explorador del segundo en una misión en territorio arapahoe. Amenazado de arresto, Chuka
desenfunda su revólver y advierte al Coronel que matará a cualquiera que impida
su marcha. Cuando ya está en el establo y se dispone a ensillar a su caballo y
marcharse, Chuka recibe a una especie de comité
de despedida. Son el Sargento Hahnsbach y algunos de sus hombres. La
conversación previa a la durísima pelea a puñetazos que se producirá a
continuación dice así:
Jake (Joseph
Sirola): “Chuka... Es mejor que me lo dejes hacer a mi”
Chuka: “Ya se ensillar un caballo”
Jake: “Sí, ya lo sé, pero necesitarás las dos
manos, porque te esperan problemas”
Chuka: “¿Qué quieres decir con eso?”
Jake: “Muchos problemas”
Chuka: “Ya lo entiendo... ¿Qué es esto? ¿Una
delegación de despedida?”
Sargento Hahnsbach: “Muy bien, ya te he avisado que fueses
respetuoso con el Coronel. Pero esto ha sido ya la gota que ha derramado el
vaso. Estos hombres son mis testigos. Desarmados ¿De acuerdo?”
Chuka: “¿Qué le ha dado ese Coronel de pacotilla que
le ha de hacer de criada?”
Sargento Hahnsbach: “Es... Es mi Comandante en Jefe y
yo no me olvido. Ahora puedes sacar esa pistola que llevas y matarme aquí
mismo. O te puedes defender tan bien como puedas. Porque tengo la intención de
atizarte con mis puños. Te estoy esperando”
Chuka: “¡Oh, vaya! ¡No me gustaría hacer esperar a un
hombre tan ocupado como usted Sargento! Vigila a los otros, Jake”
Jake: “De acuerdo”
De pronto, y por sorpresa, Hahnsbach le
arrea el primer puñetazo a Chuka. Un puñetazo que lo sorprende mientras estaba
despojándose de su canana y al cual le siguen dos fuertes golpes en los riñones,
uno en el estómago y otro en el mentón que lo tira al suelo, al pie de su
caballo. Desde el suelo del establo, sin embargo, Chuka parece tomar la
iniciativa. El cuerpo a cuerpo que se produce a continuación le permite taparle
la vista con las manos a su oponente y obtener así unos segundos para reponerse
momentáneamente de la paliza y poder asestarle a Hahnsbach un primer directo
que, por desgracia para Chuka, apenas hace mella en el rostro del corpulento
soldado. De hecho, Hahnsbach consigue sujetarlo de nuevo y lo empuja
brutalmente contra un poste del establo. Por dos veces, la cabeza y la espalda
de Chuka impactan contra la madera. Lejos de caer aturdido, sin embargo, Chuka
responde al sargento con tres certeros sopapos (uno al estómago y dos a ambas
mandíbulas) que por fin logran derribar a su fornido rival. A partir de este
momento el intercambio de guantazos de decanta ligeramente a favor de Chuka. Aún
así, los duros mandobles que reciben uno y otro van mermando las fuerzas de
ambos hasta el punto de acabar arrodillados en el suelo lanzando guantazos sin
ton ni son. Algunos, eso sí, con más fortuna que otros. Curiosamente, al final,
Chuka y Hahnsbach acaban exhaustos y apoyados el uno en el otro. Casi
abrazados, diría yo. En ese instante, todos los espectadores de la brutal pelea
empiezan a aplaudir tímidamente. Sin lugar a dudas, para premiar la intensidad
y bravura de la reyerta. Y es que a pesar de haberse atizado de lo lindo, Chuka
y Hahnsbach son dos hombres honestos y de una pieza. De Chuka ya conocemos su
talante humanitario desde el principio del film, cuando ofrece su propia comida
a los hambrientos arapahoes. Y de
Hahnsbach sabremos posteriormente que su inquebrantable lealtad hacia el
Coronel Valois se debe a que éste le salvó la vida en la guerra y que, por
ello, hubo de sufrir incluso una dolorosa castración.
En fin, que no estamos ante una pelea más.
Estamos ante una de las mejores y más vibrantes peleas del western americano. Rodada con brío, carácter y mucho realismo. En
parte, probablemente, por la innegable influencia a mediados-finales de los 60 del
spaghetti western, un subgénero que
—como todos sabemos— explotaba a la perfección un más que explícito tratamiento
de la violencia. Y, en parte también, porque Gordon Douglas era un director de
raza. Un director al que, por descontado, no le gustaba andarse con chiquitas.
Aún así, si existen dos grandes culpables en el éxito y repercusión de
esta feroz escena ellos son, sin lugar a dudas, Ernest Borgnine y Rod Taylor.
Del primero (uno de los actores de carácter por excelencia del cine
norteamericano) ya sabíamos de sus maneras
gracias a las peleas que protagonizó frente a Sterling Hayden en “Johnny
Guitar” o frente a Spencer Tracy
en “Conspiración de silencio”, mientras
que aunque de Rod Taylor no teníamos demasiados precedentes en estos menesteres,
conviene recordar —no obstante— que éste incluso logró superar la saña y
fiereza de esta mítica pelea en una posterior mucho más salvaje aún. Tal vez la
película no sea gran cosa, lo reconozco, pero lo cierto es que casi todo el
mundo la recuerda por la crudeza de su reyerta. Me estoy refiriendo, como no, a
“Más oscuro que el ámbar”, de Robert Clouse. No es un western, de acuerdo, pero sí un
magnífico ejemplo de brutal pelea.
Y poco más. Por lo que a mi respecta espero
que compartáis mi entusiasmo por esta estupenda secuencia y que si no habéis
visto ningún western de Gordon Douglas
os pongáis, ya, con éste o con “Río Conchos”. Los dos merecen mucho la pena.
Fede Sinisterra:
ResponEliminaCoincido contigo, amigo. Gordon Douglas es un pedazo de artista que no suele figurar en ninguna antológica lista de obras maestras, pero tiene películas y momentos en la práctica totalidad de géneros. Está en un grupo variopinto de gente como Richard Fleischer, Sam Fuller, John Millius, Rafarl Gil, Mur Oti, ...gente que ha hecho muy grande este arte
Efectivamente. Douglas es un cineasta a reivindicar. Y disculpa por la enorme tardanza en contestar.
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