dijous, 19 d’octubre del 2017

“EN ALGÚN LUGAR DEL CAMINO, OLVIDASTE QUE ERAS MI AMIGO” (Duelo en la Alta Sierra, 1962. Sam Peckinpah)


Duelo en la Alta Sierra (Ride the High Country)

Estados Unidos, 1962

Director: Sam Peckinpah

Guión: N.B. Stone Jr.

Fotografía: Lucien Ballard

Música: George Bassman

Intérpretes:

Randolph Scott (Gil Westrum)
Joel McCrea (Steve Judd)
Mariette Hartley (Elsa Knudsen)
Ron Starr (Heck Longtree)
Edward Buchanan (Judge Tolliver)
R.G. Armstrong (Joshua Knudsen)
Jenie Jackson (Kate)
James Drury (Billy Hammond)
L. Q. Jones (Sylvus Hammond)
John Anderson (Elder Hammond)
John Davis Chandler (Jimmy Hammond)
Warren Oates (Henry Hammond)

SINOPSIS: Gil Westrum y Steve Judd son dos viejos amigos que se asocian para transportar un cargamento de oro desde las minas de la Alta Sierra hasta el banco que les ha contratado para hacer el trabajo. Les acompañará el joven Heck Longtree. Por el camino encontrarán a Elsa Knudsen, una muchacha a la que defenderán de un intento de violación por parte de los hermanos Hammond. Aunque Judd es un antiguo sheriff honrado y formal, Westrum proyecta, en realidad, robar la valiosa mercancía.



El de hoy no es un spoiler cualquiera. El de hoy es el spoiler de una de mis escenas favoritas procedente de uno de mis westerns favoritos dirigido —para más señas— por uno de mis cineastas favoritos. Por lógica, pues, debería haberlo escrito mucho antes. Lo que ocurre, sin embargo, es que a veces a un servidor le gusta guardarse un as en la manga. O una última bala en la recámara, vaya. Y aunque os prometo que vendrán más spoilers de todo tipo y condición, eso es lo que para mí representa esta magnífica escena de “Duelo en la Alta Sierra: una preciada botella de un Gran Reserva que uno guarda como oro en paño para las grandes ocasiones.



Antes de empezar a diseccionarla permitidme, no obstante, una breve introducción. Recordemos, por ejemplo, que “Duelo en la Alta Sierra” se rueda en 1962, prácticamente al alimón con “El hombre que mató a Liberty Valance”, la obra con la que —para muchos— John Ford dio sepultura al western clásico. Estamos, por consiguiente, ante un western que se sitúa —cronológicamente— en un momento clave dentro de la historia del género. Y aunque podría haber pasado total y absolutamente desapercibido (“Duelo en la Alta Sierra” fue prácticamente el debut de Sam Peckinpah como cineasta en la gran pantalla y, encima, fracasó en taquilla) lo que no deja lugar a dudas a día de hoy es que este western —al margen de su indiscutible calidad— marca un auténtico punto de inflexión, un verdadero antes y un después, en la historia del género.



Me estoy refiriendo, obviamente, al nacimiento del western crepuscular. Un subgénero que a partir de este momento hará hincapié en la vertiente más desmitificadora del cine del oeste y en la descripción nostálgica y melancólica de unos viejos tiempos que jamás volverán. Un subgénero en el que nadie superó a Sam Peckinpah como su más puro y genuino exponente y en el que —en su fase más embrionaria— dos viejas glorias como Randolph Scott y Joel McCrea pudieron despedirse del cine, por si fuera poco, con la mejor película de sus respectivas filmografías.  



Dicho esto, vayamos a la escena en sí. Una escena que ha pasado a los anales de la historia del western por derecho propio y que remata de forma emotiva y espectacular (es, concretamente, la secuencia final) una de mis pelis del oeste favoritas.



La secuencia arranca con Billy (James Drury), Elder (John Anderson) y Henry Hammond (Warren Oates) saliendo al encuentro de Gil Westrum (Randolph Scott) y Steve Judd (Joel McCrea) —atrincherados hasta el momento junto a Elsa Knudsen (Mariette Hartley) y Heck Longtree (Ron Starr) tras un pequeño montículo— desde el interior del rancho de Joshua Knudsen (a quien previamente han matado).



Tras mostrarnos a unos y a otros, Peckinpah opta por ofrecernos un extraordinario plano general picado que se abre maravillosamente hasta meter a Gil y Steve a la izquierda de la imagen y a los tres hermanos Hammond a la derecha. A partir de este momento asistiremos a una selección de planos y a una serie de movimientos y angulaciones de cámara absolutamente magistrales. Pero no sólo eso. No sólo los planos y los ángulos son sublimes. También lo es el montaje. Y la música de George Bassman, por supuesto. Con un corte musical que acentúa el dramatismo del duelo que se avecina y que confiere al ceremonioso avance de Gil y Steve (los hermanos Hammond prácticamente ni se mueven) un aire absolutamente épico.



Particularmente, uno de los planos que más me gustan de esta escena (al margen de ese picado gran angular comentado anteriormente) es —precisamente— el del travelling en retroceso y ligeramente contrapicado que nos muestra a Gil y a Steve avanzando con paso firme hacia los hermanos Hammond. Un solemne y sincronizado recorrido que homenajea a dos hombres de otra época, de otra casta, de otra raza. Dos hombres cuyo arrojo y honor van más allá de cualquier otra cosa.    

Billy: “¡Anda, viejo, dispara!”  





Tras la preceptiva lluvia de balas (magníficamente rodada y montada, por cierto) el enfrentamiento acaba con los tres hermanos Hammond muertos y Steve Judd herido de gravedad. Un anticlímax que, lejos de preceder a un rápido e inmediato final, nos regala una de las conversaciones más bellas y emotivas de la historia del western. Dice así:



Steve: “¿Cuánto crees que vale esto? ¿Mil dólares por tiro recibido?”

Gil: “Sí”

Steve: “Pues esos tipos me han hecho rico, porque me han acribillado a balazos”

(En este momento Heck y Elsa se acercan donde están Gil y Steve. Heck también está herido y cojea ostensiblemente)

Steve: “No quiero que los muchachos vean esto. Continuaré solo”




(Gil les hace un ademán a Heck y Elsa para que se detengan)

Gil: “No te preocupes, Steve. Yo haré el trabajo igual que tú lo hubieras hecho”

Steve: “De eso estoy seguro. Lo que siento es que, en algún lugar del camino, olvidaste que eras mi amigo”



Gil: “Volveremos a vernos”




(Gil se retira y se acerca a Heck y a Elsa. Entre Gil y Elsa sostienen a Heck y se alejan de Steve. Éste mira hacia las montañas y, muy lentamente, se desploma y muere)   





Como habréis podido comprobar, la amistad (y su polo opuesto: la deslealtad o amistad traicionada de Gil respecto a Steve al intentar robar el oro que debían custodiar) es uno de los temas centrales de la película. Pero no solo de ésta, sino de prácticamente toda la filmografía de Sam Peckinpah. Y es precisamente ese tratamiento tan profundo de la amistad, conjuntamente con ese tono crepuscular del que hablábamos anteriormente y ese hondo respeto a la muerte (la de Steve me recuerda también a la del Sheriff Baker en “Pat Garrett y Billy el niño”), algunos de los ejes que convierten “Duelo en la Alta Sierra” en un western de referencia tanto en la obra de Peckinpah como en el conjunto de la historia del género. Si a eso le añadimos la extraordinaria y ya comentada planificación de la secuencia, la espléndida fotografía de Lucien Ballard y la mítica frase que encabeza mi spoiler convendréis conmigo en que esta escena vale mucho más —sin lugar a dudas— que todo el oro habido y por haber de la Alta Sierra ¿Me equivoco?  

[Spoiler dedicado a mi peckinpahiano amigo Seve Ferrón]

dimarts, 10 d’octubre del 2017

“Y CUANDO TERMINEN, SOLO QUEDARÁ DE USTED UNA GRASIENTA MANCHA” (Pequeño Gran Hombre, 1970. Arthur Penn)

Pequeño Gran Hombre (Little Big Man)

Estados Unidos, 1970

Director: Arthur Penn

Guión: Thomas Berger. Basado en una obra de Calder Willingham

Fotografía: Harry Stradling Jr.

Música: John Paul Hammond

Intérpretes:

Dustin Hofmann (Jack Crabb/Pequeño Gran Hombre)
Faye Dunaway (Mrs. Pendrake)
Chief Dan George (Old Lodge Skins)
Martin Balsam (Mr. Merriweather)
Richard Mulligan (General George A. Custer)
Jeff Corey (Wild Bill Hickok)
Aimee Eccles (Sunshine)
Kelly Jean Peters (Olga Crabb)

SINOPSIS: Jack Crabb es un anciano de 121 años que relata su dilatada vida a un historiador que le pregunta por su pasado. Tras asegurarle que él es el único superviviente blanco de la última batalla del General Custer en Little Big Horn, Crabb nos cuenta como fue capturado y criado por los cheyennes desde niño y como desempeñó diferentes ocupaciones (buhonero, tendero, pistolero, mozo de mulas, trampero, ermitaño…) y fue testigo de mil y una vicisitudes a caballo entre los hombres blancos y su antigua tribu india.



“Pequeño Gran Hombre” no es —sin lugar a dudas— un western demasiado apreciado por los puristas del género. Y no lo es por dos sencillas razones: porque mezclar western y comedia siempre ha sido un ejercicio de riesgo no demasiado aconsejable y porque criticar y desmitificar desde una perspectiva cómica un género que siempre se ha caracterizado por generosas dosis de épica y honor constituye, si cabe, un ejercicio de riesgo aún más osado y peligroso. Aún así, la peli de Arthur Penn tiene sus virtudes. A mí, por ejemplo, me parece encantadora. Y me lo parece, probablemente, por ese personaje que a ratos es Jack Crabb y a ratos Pequeño Gran Hombre. Una encantadora mezcla de pilluelo e inocentón que sólo un actorazo como Dustin Hofmann podía interpretar.

Quizás por eso una de las escenas que más me gustan de “Pequeño Gran Hombre” es la que acto seguido os voy a despedazar. Una escena en la que esa dualidad picardía/inocencia hace acto de presencia y en la que aparece, también, uno de los personajes más caricaturizados de la película: El General George Armstrong Custer (Richard Mulligan). En las antípodas, por supuesto, del Custer que interpretó Errol Flynn en “Murieron con las botas puestas”.



Antes de entrar de lleno en la escena, sin embargo, sería necesario recapitular un poquito. Recordemos que Jack Crabb conoce a Custer cuando —tras fracasar en su negocio— su esposa Olga (Kelly Jean Peters) y él se cruzan con el General y éste les recomienda que viajen hacia el Oeste y rehagan su vida allí. Un viaje en el que Olga es raptada por guerreros cheyennes y que obliga a Jack a volver a su antigua tribu, a enrolarse nuevamente con Custer para encontrar a su mujer (siendo testigo de la masacre de Río Washita), a retornar nuevamente con los cheyennes, a ser testigo de cómo Custer arrasa con su tribu y mata a Rayo de Sol, su nueva mujer, a infiltrarse en el Séptimo de Caballería para intentar matar a Custer y así vengarse, a huir del campamento y refugiarse en el alcohol en la ciudad y ya cuando —deprimido y desesperado— decide poner fin a sus días, a enfrentarse definitivamente con Custer (tras cruzarse por quinta vez con él, si no me equivoco) y saldar cuentas, así, de una vez por todas.  



Pues bien, en esa tesitura estamos. Con Jack enrolado nuevamente en el Séptimo de Caballería como mozo de mulas, dispuesto a vengarse de Custer por la matanza de Río Washita y, sobre todo, por haber masacrado a su tribu y haber asesinado a su mujer y a su hijo. Para ello, sin embargo, Jack Crabb habrá de usar toda su inteligencia, toda su astucia y toda su psicología. La psicología inversa elevada a la enésima potencia, vaya. Esa que parte de la base que tu interlocutor piensa que harás lo contrario a lo que él te dice y que —por lo tanto— lo que debes hacer es, precisamente, lo que te está aconsejando. No sé si me explico… Quizás mejor irnos directamente a la escena en cuestión, con Jack Crabb (Dustin Hofmann) y el General Custer (Richard Mulligan) momentos antes de iniciar la batalla de Little Big Horn:



General Custer: “¿Qué crees que debo hacer, mozo de mulas? ¿Debo avanzar o retirarme?”



Jack Crabb: “General… Debe avanzar”



General Custer: “Entonces me aconsejas salir a campo abierto”

Jack Crabb: “Sí, señor”

General Custer: “No habrá indios allí, supongo”

Jack Crabb: “Yo no he dicho eso. Allí le aguardan miles de indios.  Y cuando terminen, solo quedará de usted una grasienta mancha. Esto no es río Washita, General. No son mujeres y niños indefensos los que le están esperando. Son guerreros Cheyennes y Sioux. Vaya a su encuentro si tiene agallas”



General Custer: “Sigues tratando de engañarme ¿eh, mozo de mulas? Intentas hacerme creer que si ahora avanzo estoy perdido pero la sutil verdad es que tú lo que realmente quieres es que no dé la orden de ataque. Bueno ¿se siente más tranquilo comandante? ¡Hombres del Séptimo! ¡La hora de la victoria ha llegado! ¡Adelante hacia Little Big Horn… y hacia la Gloria!”






Mi más sentido homenaje, pues, a una cinta que pese a su aspecto paródico y desmitificador también contiene un importante mensaje proindio (¡Cuánto le debe “Bailando con lobos” a “Pequeño Gran Hombre”!), una gran fotografía a cargo del gran Harry Stradling Jr., numerosas frases para enmarcar (al margen de la elegida la peli contiene otras tan memorables como “Mi corazón se remonta como un gavilán” u “Hoy es un bonito día para morir”), una historia que pese a su envergadura se sigue con sumo interés y —ya lo he dicho antes— ese pedazo de personaje que a ratos es Jack Crabb y, a ratos, Pequeño Gran Hombre