Horizontes
de grandeza (The big country)
Estados
Unidos, 1958
Director:
William Wyler
Guión:
James R. Webb, Sy Bartlett, Robert Wilder, Jessamyn West y Robert Wyler. Basado
en una obra de Donald Hamilton
Fotografía:
Franz Planer
Música:
Jerome Moross
Intérpretes:
Gregory
Peck (James McKay)
Jean
Simmons (Julie Maragon)
Charlton
Heston (Steve Leech)
Carroll
Baker (Patricia Terrill)
Charles Bickford (Mayor Henry Terrill)
Burl
Ives (Rufus Hannassey)
Chuck
Connors (Buck Hannassey)
Chuck
Hayward (Rafe Hannassey)
Buff
Brady (Dude Hannassey)
Alfonso
Bedayo (Ramón Rodríguez)
SINOPSIS:
Texas,
1886. James McKay, capitán de navío
retirado, viaja del este al oeste del país para casarse con Patricia, la caprichosa hija de Henry Terrill, un rico y altivo
terrateniente. Desde un primer momento, sin embargo, el culto y educado McKay
choca de lleno con el rudo y bravucón Steve
Leech, capataz del rancho y hombre de confianza de Terrill. Asimismo, también
es testigo del ancestral enfrentamiento entre los Terrill y los Hannassey
por el control del agua y los pastos de la zona. Menospreciado por su prometida
a consecuencia de su talante sereno y juicioso, James solo encuentra consuelo con
Julie Maragon, amiga de Patricia y
vecina de los Terrill.
Pese a no ser obra de un gran especialista
en el género —creo recordar que William
Wyler tan solo rodó en su larga y dilatada carrera otro western digno de ser recordado: “El forastero” (1940)— “Horizontes de grandeza” es, sin lugar
a dudas, una gran película. Y lo es porque, al margen de estar dirigida por un
cineasta extremadamente cuidadoso y perfeccionista, tiene mimbres lo
suficientemente válidos para ser considerada como tal. Entre ellos, las soberbias
interpretaciones de Gregory Peck, Jean Simmons y Charlton Heston, la mítica partitura de Jerome Moross, la espectacularidad del technirama (una variante
del scope), el oficio con el que
Wyler y su equipo de guionistas nos narran la confrontación entre dos mundos absolutamente
antagónicos e incompatibles y unas cuantas secuencias, por supuesto, tan
magistrales y memorables como —por ejemplo— la del desfiladero, la pelea a
puñetazos entre Jim y Steve de madrugada o el abrazo de Julie a Jim antes del
duelo.
Pero si algo hay en “Horizontes de
grandeza” que me atrae sobremanera es uno de sus personajes secundarios. Me
estoy refiriendo, obviamente, a Rufus
Hannassey. O lo que es lo mismo: Al carismático Burl Ives. Un actor que ganó el Oscar
al mejor actor de reparto por esta misma película y que, en 1958, después de
sus trabajos en “Al este del Edén” (1954),
“La gata sobre el tejado de zinc”
(1958) o la peli que hoy nos ocupa, estaba en la cima de su carrera
interpretativa.
Como muestra, por lo tanto, un botón. Y qué
mejor muestra (o botón) que una escena en la que el bueno de Ives lleva la voz
cantante (recordemos que, al margen de actor, Burl Ives fue —y nunca mejor
dicho— un gran cantante de country) y
que he titulado con su frase más significativa: ¡Aquí está mi espalda! Una escena que, curiosamente, empieza con
nuestro protagonista… de espaldas. Con un plano fijo que nos muestra a Rufus, desde
el exterior, observando lo bien que se lo pasan los asistentes a la fiesta de
sociedad organizada por Henry Terrill (Charles Bickford). Un plano que crea ciertas
expectativas y que sugiere al espectador que algo gordo va a suceder a
continuación.
De repente, Rufus abre la puerta
acristalada, sortea una gran mesa repleta de viandas y botellas de champagne
francés, y —rifle en mano— se sitúa frente a los invitados que siguen bailando
como si nada. Para ello, Wyler combina planos de Hannassey de frente y de lado.
Los frontales para recoger la tremenda expresividad facial de Rufus y los
laterales para integrar en ellos a todos los personajes de la escena. Poco a
poco, cuando la multitud se da cuenta de la imponente presencia de nuestro
protagonista, las parejas van dejando de bailar. La música (diegética, por supuesto) no cesa hasta
que Henry Terrill se da por enterado. No
sé vosotros pero yo diría —por otro lado— que esta irrupción algo debió
influir en Clint Eastwood cuando
éste ideó la puesta en escena de la mítica secuencia final de “Sin perdón”. Obviamente, no coincide
el lugar ni el motivo pero el efecto sorpresa de la irrupción y la tensión que
se masca en el ambiente me parece, cuando menos, similar.
Henry Terrill: “¿Qué deseas, Hannassey?”
Rufus Hannassey: “Devolver la visita que tú y tus
hombres me habéis hecho esta mañana. Siento no haber estado allí para recibirte
como mereces”
(En este momento Steve Leech (Charlton Heston)
hace el ademán de enfrentarse a Hannassey al oir sus irónicas palabras. Terrill
lo sujeta del brazo)
Henry Terrill: “Déjale que diga lo que sea”
(A partir de aquí hasta casi al final de la
escena asistiremos a lo que vendría a ser una especie de monólogo por parte de
Rufus Hannassey. Un soliloquio que Wyler solventa a base de tres o cuatro
encuadres diferentes que van alternándose sistemáticamente y que, de vez en
cuando, dejan paso con gran acierto a primeros planos o planos medios de
algunos personajes que —aunque no intervienen activamente en la escena— sí
figuran en ella. Me estoy refiriendo, concretamente, a James McKay (Gregory Peck),
a Julie Maragon (Jean Simmons), a Steve Leech (Charlton Heston)
o a Patricia Terrill (Carroll Baker). Hemos de tener en
cuenta que se trata de una secuencia en la que lo esencial es lo que nos cuenta
Hannassey y que, por consiguiente, la vertiente más visual o estética de la
película pasa a un segundo plano. Aún así, creo francamente que la alternancia
y selección de planos empleados constatan a la perfección la solvencia y el
oficio con el que solía rodar Wyler y contribuyen a enfatizar, por si fuera
poco, el ya de por sí soberbio discurso del personaje interpretado por Burl
Ives. Un discurso que sintetiza el ancestral enfrentamiento entre los Terrill y
los Hannassey por el control del agua y de los pastos y que incide, sobre todo,
en el comportamiento traicionero y canallesco del Mayor. Pero vamos, qué os voy
a contar. Lo mejor es que leáis atentamente las palabras de Hannassey o que
volváis a ver la escena que estamos analizando. Básicamente porque todo cuanto
pueda deciros o interpretaros un servidor parecerá, sin lugar a dudas,
sumamente insignificante si lo comparamos con la autoridad y la contundencia
que refleja el discurso de Rufus Hannassey. Permitidme, no obstante, que haga
hincapié en algunos aspectos o detalles que sí me parecen dignos de ser destacados.
Y es que al margen de la magistral actuación de Burl Ives, con esa tremenda e
incuestionable presencia física, con ese coraje y aplomo con el que habla y con
esa impresionante expresividad facial que impone respeto al más osado, existen
otros pormenores a tener en cuenta. Uno de ellos sería, por ejemplo, los planos
ligeramente contrapicados mediante
los cuales se nos muestra a Rufus. Planos que, a mi juicio, reflejan su
autoridad moral y contribuyen a representarlo un poquito más grande, un poquito
más digno y un poquito más imponente de lo que ya de por sí es este actor. Obviamente,
también juega a su favor la posición en la que se encuentra, un peldaño por
encima de todos los demás. Pero si hay un gesto que me encanta de esta escena
es cuando Rufus lanza su rifle a los pies de Terrill y le da la espalda para
que le dispare: “Bien… ¿Qué te pasa? ¿No te atreves a disparar cara a cara? Voy a darte
facilidades ¡Aquí esta mi espalda!”. Naturalmente, Hannassey no es
tonto y sabe que Terrill no se atreverá a dispararle por la espalda. Entre
otras cosas porque hacerlo delante de toda su familia y amigos implicaría quedar
como un asesino y como un cobarde. Pero, aún así, el gesto del viejo Rufus destila,
sin lugar a dudas, valor y chulería a espuertas. Máxime cuando, además, Steve Leech
comprueba a posteriori que —efectivamente— el rifle está cargado. Y nada más,
os dejo con el soliloquio de Hannassey ¡Que os aproveche!)
Rufus Hannassey: “Tómalo con calma. He de hablar
de muchas cosas que llevo treinta años sufriendo”
“Que hermosa casa tienes Mayor Terrill.
Casa de caballeros. Y lo mismo digo del traje que llevas…”
“Es posible que engañes a alguno de estos
señores pero a mi no me engañas en lo más mínimo. Los Hannassey conocen y
admiran a un caballero en cuanto le ven… ¡y reconocen a un truhán de siete
suelas apenas le huelen!”
“Yo no he venido aquí a protestar porque
veinte de tus hombres vapulearan a tres de mis hijos hasta dejarlos tundidos.
Quizás se lo merecían. Y además ya están lo bastante crecidos para soportar la
paliza. Y no protesto tampoco por el hecho de que estés tratando de comprar
Rancho Valverde para matar de sed a mi ganado. Aunque confieso que me
entristece ver a la nieta de un caballero como Clem Maragon bajo este techo”
“¡Te diré por qué he venido Mayor Terrill! ¡Tú te has metido a tiro limpio por mis tierras asustando a los niños y a las mujeres! ¡Tú has invadido mi hogar como si fueras la ira del Todopoderoso! ¡Y yo te digo que he conocido a toda especie de canallas en este mundo pero nunca vi a uno más bajo, más rufián, más cobarde e hipócrita que tú!”
“¡Te diré por qué he venido Mayor Terrill! ¡Tú te has metido a tiro limpio por mis tierras asustando a los niños y a las mujeres! ¡Tú has invadido mi hogar como si fueras la ira del Todopoderoso! ¡Y yo te digo que he conocido a toda especie de canallas en este mundo pero nunca vi a uno más bajo, más rufián, más cobarde e hipócrita que tú!”
“Puede que te hayas engullido a mucha
gente, pero a mi no me tragarás. Yo me agarro a tu gaznate, Henry Terrill, y de
allí no me marcho. Y óyeme ahora: ha sido la última vez que entras en mis
tierras y pegas a mis hombres ¡Quedas advertido!”
“Pon los pies en el Cañón Blanco de nuevo y
la sangre correrá por todo el país hasta que no quedemos ninguno. Yo no tengo
la mía en mucho con que… Puedes hacerlo ya”
“Bien… ¿Qué te pasa? ¿No te atreves a
disparar cara a cara?”
“Voy a darte facilidades ¡Aquí esta mi
espalda!”
Y hasta aquí podríamos decir que llega la
escena. Pero puesto que todo clímax debe
tener su pertinente anticlímax, he
decidido añadir el diálogo que prosigue a la marcha de Rufus Hannassey, después
de que éste le lance el rifle a Henry Terrill y le dé la espalda durante unos
segundos. Un diálogo en el que un imperturbable Terrill intenta suavizar la
tensa situación, manda a los músicos que sigan tocando e intenta convencer a
McKay (absolutamente en vano a tenor de la inquisitiva mirada de éste último)
de que la fuerza es el único medio posible para tratar con los asalvajados Hannassey.
La secuencia acaba cuando el Mayor Terrill percibe que no cuenta con la
complicidad ni el beneplácito de McKay y se retira a otra sala con su fiel
capataz.
Henry Terrill: “¡Vaya! ¡Ha estado retador en
verdad!”
“Si hay algo que yo admire más que un amigo
leal es un enconado enemigo. Pero… perdonen ustedes esta interrupción. Y los
malos modales de Mr. Hannassey. Por favor, que eso no nos agüe la fiesta. Yo
les prometo que estas cosas ya nunca más volverán a ocurrir ¡Música!”
“Jim, habrá visto que yo tenía razón…”
Julie Maragon: “Vamos a tomar un vaso de ponche”
Henry Terrill: “Con salvajes como ése hay que
ser duro. Con permiso…”