diumenge, 5 de juny del 2016

“HACÉIS MUY MAL EN REÍROS. A MI CABALLO LE MOLESTA LA GENTE QUE SE RÍE” (Por un puñado de dólares, 1964. Sergio Leone)


 Por un puñado de dólares (Per un pugno di dollari)

Italia, España y Alemania, 1964

Director: Sergio Leone

Guión: Sergio Leone, Adriano Bolzoni, Víctor Andrés Catena y Jaime Comas Gil

Fotografía: Massimo Dallamano

Música: Ennio Morricone

Intérpretes:

Clint Eastwood (Joe)
Gian Maria Volonté (Ramón Rojo)
Sieghardt Rupp (Esteban Rojo)
Antonio Prieto (Benito Rojo)
Marianne Koch (Marisol)
Joseph Egger (Piripero)
Wolfgang Lukschy (John Baxter)
Mario Brega (Chico)
José Calvo (Silvanito)
Antonio Molino (Pistolero de Baxter)
Lorenzo Robledo (Pistolero de Baxter)
Luís Barboo (Pistolero de Baxter)
Julio Pérez (Pistolero de Baxter)


SINOPSIS: Joe es un cínico y lacónico cazarrecompensas que llega un buen dia a San Miguel (un pueblo cercano a la frontera entre Mexico y Estados Unidos) donde dos familias, los Rojo y los Baxter, se disputan su control. Mientras Benito, Esteban y Ramón Rojo se dedican al tráfico de alcohol, el matrimonio Baxter (John y Consuelo) se dedica al tráfico de armas. Joe trabajará para ambos bandos sin que nadie se entere pero cuando se enamora de Marisol, los Rojo descubren sus argucias y lo capturan. Pese a ser duramente torturado, Joe consigue escapar y se refugia en una antigua mina abandonada, donde Piripero (el enterrador) y Silvanito (el cantinero) cuidan de él. Una vez recuperado, Joe decide enfrentarse cara a cara a los Rojo.   



Naturalmente, “Por un puñado de dólares” no es un Spaghetti Western perfecto. Ni perfecto, ni redondo ni irreprochable. Pero lo que sí me parece absolutamente indiscutible, sin lugar a dudas, es su enorme trascendencia histórica dentro del western. Obviamente, “Por un puñado de dólares” no fue el primer eurowestern, eso está clarísimo. Pero sí fue el primero que obtuvo distribución y repercusión internacional y el primero, sobre todo, que estableció una serie de postulados estéticos y argumentales muy concretos que se repetirían hasta la saciedad durante más de una década.

Así pues, partiendo de la base que —como SW— me parecen muy superiores “Hasta que llegó su hora”, “La muerte tenía un precio”, “El bueno, el feo y el malo” e incluso “¡Agáchate, maldito!”, debo reconocer que le tengo a “Por un puñado de dólares” un cariño especial. Cariño por darme a conocer a Sergio Leone, uno de mis cineastas favoritos. Cariño por lanzar al estrellato a Clint Eastwood, otro de mis actores y cineastas preferidos. Cariño por catapultar la obra de Don Ennio Morricone, uno de los mejores —si no el mejor— compositores de la historia del cine. Y cariño, sobre todo, por mostrarme el oeste de una forma totalmente diferente a la habitual.

Os dejo, pues, con una de mis escenas favoritas de esta peli. Una escena que constituye un excelente botón de muestra de este entrañable subgénero (al menos para los que lo apreciamos sinceramente) y cuya máxima virtud radica —lo reitero— en empezar a sentar las bases de una concepción del western muy distinta a la de clásicos como Ford, Hawks, Mann y compañía.   



La escena en cuestión empieza con un extraordinario plano picado desde un balcón donde Benito Rojo (Antonio Prieto) observa como Joe (Clint Eastwood) va andando por la vía principal de San Miguel, un pequeño pueblo fronterizo entre Mexico y Texas que, por cierto, fue recreado en Hoyo de Manzanares (Madrid) bajo el nombre de Golden City. El siguiente plano, ya a pie de calle, nos ofrece una toma lateral de Joe deteniéndose donde trabaja Piripero (Joseph Egger), el enterrador del pueblo, que en ese momento se encuentra lijando un sencillo ataúd de madera de pino.



Joe: “Prepara tres cajas”

Piripero: “Sí… ¿Tres?”

Y aunque muchos ya habéis visto la peli no una, sino varias veces, me gustaría señalar o subrayar en este momento dos elementos, a mi juicio, absolutamente esenciales en esta escena: la música de Morricone (suave pero muy presente) y la característica imagen de Joe, el célebre “Hombre sin nombre” de la trilogía del dólar leoniana (“Por un puñado de dólares”, “La muerte tenía un precio” y “El bueno, el feo y el malo”). Con su barba sin afeitar, su sempiterno cigarro en la boca y su mítico poncho. Tres elementos que, sin lugar a dudas, han convertido a este personaje en un auténtico icono del Spaghetti Western en particular y del western en general.



Tras cruzarse con Piripero y encargarle las tres cajas, Joe pasa por delante del saloon —donde aparece, semiescondido, Silvanito (José Calvo)— y prosigue su camino hasta el final de la calle. Allí se encuentra con los hombres de Baxter (Antonio Molino, Lorenzo Robledo, Luís Barboo y Julio Pérez). Los mismos que, unos minutos antes, se habían burlado de él y habían asustado a su montura disparándole entre las patas.



El inicio de la pertinente conversación entre Joe y los hombres de Baxter ya nos corrobora, de entrada, uno de los rasgos fundamentales del libreto de estilo leoniano y, por ende, del SW en general. Me estoy refiriendo al cinismo, a la ironía, a la mordacidad. Y así, mientras en un western clásico convencional el héroe se hubiera enfrentado a los “malotes” de forma mucho más directa y expeditiva, el antihéroe leoniano se nos muestra —sin lugar a dudas— mucho más frío, imperturbable y sarcástico.  



Antes de que empiece propiamente la conversación, sin embargo, me gustaría destacar un plano —a mi juicio— magistral. En él aparece Joe de frente, con la calle principal de San Miguel a sus espaldas, y dos de los secuaces de Baxter (Molino y Robledo) colocados simétricamente de espaldas a izquierda y derecha de la imagen. Se trata, como ya he dicho, de un plano precioso. No tan sólo por su tan armónica y equilibrada geometría sino por lo que transmite. Y a mí lo que me transmite este gran plano —al margen de tensión y peligro— es, fundamentalmente, una gran preocupación estética. Por eso, entre otras cosas, me gusta tanto Leone. Por su perfeccionismo, por su precisión, por su sensibilidad artística. Por su estilización, vaya. Algo que tiene más mérito aún cuando trabajas con presupuestos tan limitados. O quizás, no. Quizás esa estilización sea fruto, precisamente, de la necesidad. De “hacer de la necesidad, virtud” como dice el aforismo.



Sea como fuere, lo que vamos a ver hasta el final del diálogo entre Joe y los hombres de Baxter (curiosamente, sin acompañamiento musical) es un auténtico esbozo del mejor Leone. Y un esbozo del mejor Leone ya es mucho. Entre otras cosas porque el italiano ya nos anticipa en esta escena esa predilección por los primeros planos, por la dilatación del tiempo, por el uso del zoom o por la fragmentación. Rasgos distintivos que depurará y perfeccionará en sus siguientes pelis y que lo convertirán en uno de los cineastas más singulares y relevantes del séptimo arte.



A partir de aquí me gustaría señalar detalles. Detalles que no son de vital importancia para el desarrollo de la peli pero que contribuyen a enriquecer la escena. A hacerla más emocionante, más tensa, más atractiva o más “molona”. Como, por ejemplo, el chulesco gesto que hace Joe al apartarse el poncho antes de disparar (y, naturalmente, cargarse) a los cuatro hombres de Baxter. O la manera de escupir el tabaco de Lorenzo Robledo (hombre de Baxter), sin quitarle el ojo de encima a Joe en ningún momento. O ese peculiar modo que tiene Joe de mirar hacia el suelo y levantar lentamente la mirada. O ese agudo y molesto zumbido que precede a los certeros y letales disparos de Joe sobre los hombres de Baxter. Pero si un detalle destaca por encima de todos es, sin lugar a dudas, la frase que pronuncia Joe cuando termina su conversación con John Baxter (Wolfgang Lukschy) y vuelve por donde ha venido. Concretamente cuando pasa otra vez por delante de Piripero y sus ataúdes y rectifica el encargo inicial (“Quería decir cuatro cajas”). Vaciladas así son las que cualquier aficionado al SW que se precie disfruta como un niño chico. Y eso Leone lo tenía muy claro. Clarísimo.

Pistolero 1 (Antonio Molino): “Hola amigo”

Pistolero 2 (Lorenzo Robledo): “¡Eh, tú! ¿No te habíamos dicho que no queríamos verte más por este sitio? ¿Dónde está tu penco? ¿Has dejado que se te escape?



Pistoleros 1 y 2: “Jejejejeje” 

Joe: “Hombre, sí, de esto venía a hablaros. Lo ha tomado a mal”

Pistolero 2: “¿Quién?” 

Joe: “Mi caballo. Se ha enfadado por los cuatro tiros que le disparasteis entre las patas. Y ahora no quiere atender a razones”

Pistolero 1: “¡Eh! ¿Quieres tomarnos el pelo?” 

Joe: “No, yo comprendí enseguida que estabais bromeando, pero él en cambio se ha ofendido. Y ahora pretende que le deis excusas”

Pistoleros 1, 3 y 4 (Antonio Molino, Luís Barboo y Julio Pérez): “Jajajajajajaja”



Joe: “Hacéis muy mal en reíros. A mi caballo le molesta la gente que se ríe. Se figura que quieren burlarse de él, pero si me aseguráis que le pediréis perdón, con un par de coces en la boca saldréis del paso...”



(En este momento —tras una serie de primeros planos en el más absoluto silencio y tan sólo aderezados por ese penetrante zumbido que comentábamos anteriormente— es cuando Joe desenfunda rápidamente y dispara sobre los cuatro hombres de Baxter matándolos a todos. Cabe mencionar que —mientras eran tres los hombres que, en la escena anterior, se burlan de Joe y disparan entre las patas a su caballo— en esta escena se ha incorporado al grupeto un hombre más. Cuatro en total)



John Baxter: “¡Lo he visto todo! ¡Usted los ha matado! No creerá que va a escapar fácilmente...”

Joe: “¿Quién eres?”

John Baxter: “¡Aparte ese arma! Soy John Baxter. El sheriff”



Joe: “Pues si es usted el sheriff, ocúpese de darles sepultura”

(Y aquí es cuando Joe se coloca bien el poncho, se da media vuelta y vuelve por donde ha venido. Andando y fumando parsimoniosamente. Y es cuando pasa por delante de Piripero y Silvanito el momento preciso en el que pronuncia la famosa frase que cierra esta escena. Una frase que pronuncia levantando la mano derecha y mostrando cuatro dedos. Brutal)

Joe: “Quería decir cuatro cajas”



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