El irlandés
(The Irishman)
Estados
Unidos, 2019
Director:
Martin Scorsese
Guión:
Steven Zaillian. Basado en una obra de Charles Brandt
Fotografía:
Rodrigo Prieto
Música:
Robbie Robertson
Intérpretes:
Robert De Niro (Frank Sheeran)
Al Pacino (Jimmy Hoffa)
Joe Pesci (Russell Bufalino)
Stephen Graham (Tony Pro)
Harvey Keitel (Angelo Bruno)
Bobby Cannavale (Skinny Razor)
Anna Paquin (Peggy Sheeran)
Ray Romano (Bill Bufalino)
Jack Huston (Robert Kennedy)
Domenick Lombardozzi (Tony Salerno)
Jesse Plemons (Chukie O’Brien)
Paul
Herman (Whispers DiTullio)
Dascha
Polanco (Enfermera)
Jonathan
Morris (Padre)
SINOPSIS: Frank Sheeran, el irlandés, es un antiguo asesino a sueldo que rememora su sombrío pasado en el geriátrico donde apura
sus últimos años de vida. Solo y abandonado por su familia, Sheeran recuerda
sus tiempos como combatiente en la II GM y como
camionero en una empresa de transportes hasta que conoce a Russell Bufalino e ingresa en la mafia de Pennsylvania, donde su
discreción y particulares habilidades le
permitirán labrarse un cómodo y próspero futuro como sicario profesional. Un buen día, sin embargo, Bufalino le
encarga trabajar como guardaespaldas de Jimmy
Hoffa, líder del sindicato de camioneros y uno de los personajes más
influyentes de la América
de los años 50 y 60.
Dicen algunos que “El irlandés” es larga, aburrida y previsible. Y lo dicen como si
eso fuera un problema. Como si tres horas y media de cine en mayúsculas fueran
algo nocivo. Como si tres horas y media de ritmo pausado y buen montaje fueran
algo improcedente. Como si tres horas y media de ese tradicional y excelente cine
de gangsters de toda la vida —en este caso enfocado, además, desde un prisma mucho
más austero, reflexivo y crepuscular— fueran algo cansino, monótono y arcaico.
Como si a todos, por narices, nos tuviera que gustar solamente ese cine
trepidante y lleno de efectismos al que nos tiene acostumbrado el blockbuster hollywoodiense actual.
Lo que a mi me parece, en realidad, es que
“El irlandés” no es un film para todos los paladares. Y es que si no eres capaz
de ver más allá del puro entretenimiento, más allá de un ritmo endemoniado y
más allá de giros de guión sin pies ni cabeza, esta no es, ni de lejos, tu
película.
Si, por el contrario, eres de los que han
apreciado en “El irlandés” diversos matices y detalles que, sin lugar a dudas,
enriquecen la buena factura y el nervio habitual de las viejas películas de
gangsters de Martin Scorsese (“Uno de los nuestros”, “Casino”…) lo más probable, entonces,
es que seas uno de los míos. Y si eres uno de los míos coincidirás conmigo,
consecuentemente, en que la escena que cierra el último film de Scorsese (y a
la que, obviamente, le dedico mi spoiler
de hoy) constituye una de las mejores secuencias cinematográficas de este
siglo. Así pues, dejémonos de monsergas y comprobemos por qué.
La escena arranca —tras una dilatadísima
elipsis que nos narra 40 años de la vida del protagonista— tal como empieza la
película. Con un viejo y defenestrado Frank
Sheeran (Robert De Niro) en un
geriátrico rememorando su trayectoria vital desde su época de combatiente en la
II GM hasta su ascenso en la mafia de la
mano de Russell Bufalino (Joe Pesci). Concretamente, enseñándole
a su joven enfermera unas viejas fotos de amigos y familiares. Entre ellas, una
de su hija Peggy con Jimmy Hoffa (Al Pacino), el que había sido su jefe y
amigo. Orgulloso de tan reputada amistad, Sheeran le pregunta a la sanitaria si
reconoce al gran Jimmy Hoffa. Recordemos que ya antes Sheeran nos había contado
a nosotros, como espectadores, que Hoffa había sido en su época un personaje enormemente
poderoso y popular. Tan popular como Elvis
Presley o The Beatles y casi tan
poderoso como el mismísimo presidente de los Estados Unidos de América. Sorprendentemente
(o no), la joven enfermera no reconoce a Hoffa. Y ello nos confirma (al margen
de la escasa cultura de la joven sanitaria) que el paso del tiempo es
ciertamente inexorable. Que los viejos tiempos jamás volverán. Que tanto Hoffa
como Sheeran son poco menos que reliquias del pasado. No olvidemos que Sheeran
es el último superviviente de una vasta estirpe del crimen organizado
norteamericano. Un hombre cuyos coetáneos han muerto asesinados o,
sencillamente, de muerte natural. Un hombre cuyo mundo, cuyo microcosmos
criminal, ha desaparecido por completo. Y es precisamente por eso por lo que
“El irlandés” es una película crepuscular. Porque se centra en la decadencia,
en la descomposición, en el ocaso de aquellos gangsters que fueron tan
poderosos como peligrosos en los años 40, 50, 60 y 70 del s. XX y que a
principios del nuevo siglo, en cambio, o están muertos o —como Sheeran— han caído
en el más absoluto de los olvidos. Esta es la conversación:
Frank Sheeran: “Es mi hija Peggy”
Enfermera (Dascha Polanco): “¿Ah, sí? No la he visto por aquí”
Frank Sheeran: “Bueno, la verdad es que no viene mucho”
Enfermera: “¿Es hija única?”
Frank Sheeran: “No, tengo cuatro hijas”
Enfermera: “¡Qué maravilla! ¡Como para aburrirse! ¿Quién está con ella?”
Frank Sheeran: “¿No sabes quién es?”
Enfermera: “No”
Frank Sheeran: “Jimmy Hoffa”
Enfermera: “¡Oh, sí!”
Frank Sheeran: “Sí, claro… ¡Oh, sí! ¡No sabes quién es!”
Enfermera: “Vale, no lo sé”
Frank Sheeran: “Ya lo veo, madre mía… No te imaginas lo
rápido que pasa el tiempo hasta que te ves aquí. Pero tú no tienes que
preocuparte porque tienes toda la vida por delante…”
Enfermera: “Por favor, intento tomarle la tensión, Sr. Sheeran… Por favor, no
hable”
Frank Sheeran: “Fenomenal ¿Sigo vivo?”
Enfermera: “¡Claro que sí!”
Frank Sheeran: “Me alegra saberlo”
Enfermera: “Vivito y coleando. Le dejo tranquilo, pero dentro de un rato tendré
que volver a agobiarlo”
Frank Sheeran: “Aquí estaré”
En este momento asistimos a uno de esos movimientos de cámara marca de la casa Scorsese. Uno de esos
movimientos que son puro cine y que ratifican a Martin Scorsese como el gran cineasta que ha sido y sigue siendo.
La cámara acompaña a la enfermera por el pasillo del geriátrico hasta un
mostrador y, de repente, suelta a ese
personaje, da la vuelta y retrocede por ese mismo pasillo hasta la habitación
de Sheeran, donde desde la puerta vemos como el joven cura que asiste a nuestro
protagonista le está confesando. Como dato anecdótico, apuntar que ese joven
cura es Jonathan Morris,
comentarista de asuntos religiosos en la Fox
News y prelado de la Archidiócesis
de Nueva York. La conversación entre ambos dice así:
Padre (Jonathan Morris): “…Y yo te absuelvo de tus pecados en el
nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, Amén”
Frank Sheeran: “Amén”
Padre: “Da gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia”
Frank Sheeran: “Porque es eterna su misericordia”
Padre: “Muy bien, Frank. Volveré a visitarte pronto. Probablemente, después de
Navidad”
Frank Sheeran: “Está bien”
Padre: “Frank, que Dios te bendiga”
Frank Sheeran: “Y a usted, gracias ¿Ya es Navidad?”
Padre: “Casi”
Frank Sheeran: “No me voy a ningún sitio… Padre…”
Padre: “¿Sí?”
Frank Sheeran: “¿Me hace un favor? No la cierre del todo,
no me gusta. Déjela entreabierta”
Padre: “Está bien”
Y así finaliza la escena. Con un precioso plano de esa puerta
entreabierta que nos permite ver, al fondo, a Sheeran sentado en una silla de
ruedas en su habitación. Un plano que precede a otro primer plano de Sheeran
absorto en sus propios pensamientos y que antecede, a su vez, a los títulos de
crédito (Directed by Martin Scorsese)
al tiempo que las maravillosas notas de “In the Still of the Night”, de Fred Parris and The Five Satins, suenan
una vez más. Un extraordinario colofón musical que me puso la piel de gallina,
un nudo en la garganta y otro en el estómago. ¿Se puede rematar mejor un film?
Personalmente, creo que se puede igualar. De hecho, los grandes cineastas
suelen cerrar sus films con grandes escenas. Pero superar un cierre así es
difícil. Muy difícil. En primer lugar porque es un cierre que delega en el
espectador la conclusión final. La interpretación de esa puerta entreabierta y,
en general, del tramo final de la película. Sin lugar a dudas, el mejor de toda
la película de Scorsese. Y en segundo lugar porque la elección de “In the Still
of the Night” para ese conmovedor final me parece sublime. Y es que utilizar un
arreglo doo wop tan suave y romántico
como epitafio vocal a una vida llena de crímenes y violencia es, a mi juicio,
algo sencillamente magistral. Pero vayamos al grano. ¿Qué significa esa puerta
entreabierta?
A mi parecer, puede significar varias cosas. Una posible
interpretación sería la que sostiene que esa puerta entreabierta simboliza la
cercanía de la muerte de Sheeran. La muerte y todo lo que conlleva, claro:
temor, sentimiento de culpa, arrepentimiento… Recordemos que el propio Sheeran
se ha encargado de todo lo relativo a su propio deceso (ataúd, nicho,
inhumación… Sheeran prefiere ser inhumado en lugar de incinerado porque es algo
que no parece tan definitivo) y esa
puerta entreabierta (y no cerrada del todo) equivaldría a una especie de
prórroga a una muerte prácticamente inminente. Sheeran, por lo tanto, actuaría
como un niño pequeño atemorizado que no quiere dormir con la luz apagada. O
como un anciano que no está en paz consigo mismo y no está preparado para
morir. Sin embargo, existe otra posible explicación. Recordemos, también, que
cuando Sheeran ejercía de guardaespaldas de Jimmy Hoffa este último solía dormir en la habitación contigua a la de su escolta con la puerta entreabierta puesto que confiaba plenamente en él. Y esa puerta
entreabierta, pues, puede significar un guiño de complicidad con su viejo
amigo. Un guiño de complicidad que, al mismo tiempo, simboliza también su gran
trauma: haberle dado muerte por orden de Russell
Bufalino. La única persona a la que Sheeran le prestó lealtad absoluta.
Y poco más. Quizás hacer hincapié en la ya conocida religiosidad de Scorsese (pese a la polémica que suscitó el perdón de los pecados que Morris le dispensa a Sheeran en nombre de Dios) y destacar, como no, la gran labor de Rodrigo Prieto en la fotografía, consiguiendo la luz, la
temperatura de color y la atmósfera adecuada a cada época en la que se
desarrolla el film. Sobre todo, obviamente, en lo que respecta a este último
tramo, el de la senectud de Sheeran. Una labor, por cierto, poco reconocida y
que, desde aquí, me gustaría reivindicar.