Incidente en Ox Bow (The Ox Bow incident)
Estados
Unidos, 1943
Director: William A. Wellman
Guión:
Lamar Trotti. Basado en una obra de Walter Van Tilburg Clark
Fotografía:
Arthur C. Miller
Música:
Cyril J. Mockridge
Intérpretes:
Henry Fonda (Gil Carter)
Dana Andrews (Donald Martin)
Harry Morgan (Art Croft)
Anthony Quinn (Juan Martínez)
Mary Beth Hugues (Rose Mapen)
William Eythe (Gerald Tetley)
Jane Darwell (Ma Grier)
Matt Briggs (Juez Daniel Tyler)
Harry Davenport (Arthur Davies)
Frank Conroy (Mayor Tetley)
SINOPSIS: Nevada, 1885. Gil Carter llega a
la pequeña población de Bridger’s Wells
en busca de una antigua novia. Le acompaña su amigo Art Croft. En el saloon
se anuncia el asesinato de Larry Kinkaid,
un ranchero de los alrededores, y rápidamente algunos habitantes de Bridger’s
Wells se organizan para perseguir a los cuatreros asesinos. Una vez localizados
en Ox Bow Canyon, la patrulla se
debate entre arrestarlos y entregarlos a la justicia o ahorcarlos allí mismo.
Pese a que Donald Martin proclama
que compró el ganado a Kinkaid y nada tiene que ver con su muerte, él y sus dos
acompañantes acabarán siendo colgados al amanecer sin que Carter y otros seis
hombres más puedan evitarlo.
Aunque en el momento de su estreno “Incidente en Ox Bow” generó ciertas
dudas respecto a su carácter excesivamente grave o incluso desagradable, supongo
que todos estaremos de acuerdo en que hoy en día la peli de William A. Wellman constituye una
extraordinaria condena del linchamiento,
un inmejorable examen de conciencia y, por ende, uno de los mejores westerns de la historia del género. No
en vano Henry Fonda lo consideró su
mejor trabajo y Clint Eastwood lo ha
señalado varias veces como su western
favorito.
Así pues, partiendo de la base que
“Incidente en Ox Bow” destaca fundamentalmente por su mensaje progresista (la
ley y el orden frente a la violencia y la venganza; la presunción de inocencia
frente a la ley del talión; la
justicia institucional frente a la horca sin proceso legal…) me gustaría, sin
embargo, romper una lanza en pro de otros aspectos de este western que también considero harto significativos. Me refiero, por
ejemplo, a su concisión narrativa, a su extraordinaria fotografía tenebrista (recordemos que Arthur C. Miller fue director de
fotografía en peliculones como “¡Qué
verde era mi valle!”, de John Ford,
o de “Náufragos”, de Alfred Hitchcock) y, naturalmente, a su
impecable puesta en escena. Precisamente por ello mi spoiler de hoy lo he dedicado a la secuencia en la que Gil Carter (Henry Fonda) —en la repleta barra del Darby’s bar— le lee a su compañero Art Croft (Harry Morgan),
la carta que Donald Martin (Dana Andrews) le escribe a su esposa
poco antes de ser colgado. Porque además de ser una escena en la que el mensaje
anteriormente señalado adquiere una trascendencia superlativa, el aspecto
formal (fotografía, iluminación, movimientos de cámara, angulaciones, encuadres…)
raya —a su vez— a un nivel absolutamente magistral. Vamos, que la comunión de
fondo y forma es total. Y yo a eso lo llamo, sencillamente, cine en estado puro.
Dicho esto, recordemos en qué
circunstancias llegamos a la escena de hoy. Con los tres sospechosos (Donald Martin/Dana Andrews, Juan Martínez/Anthony Quinn y Alva Dad Hardwicke/Francis Ford) ahorcados en Ox Bow Canyon y con la posterior confirmación
por parte del sheriff Risley (Willard Robertson) que Larry Kinkaid sigue vivo y que los
auténticos ladrones han sido detenidos.
No sorprende en absoluto, pues, que el
magnífico travelling con el que Wellman y Miller nos obsequian al principio de esta secuencia sea un
verdadero compendio de vergüenza, desolación y remordimiento. Así lo consigue
expresar, a mi juicio, el lento barrido
que nos va mostrando, casi uno a uno, los cariacontecidos rostros de esos verdugos ocasionales que fuman y beben
en silencio en la barra del Darby’s.
Un barrido que se detiene al final del
mostrador y que deja en un magnífico plano conjunto a Gil Carter (Henry Fonda)
y a Art Croft (Harry Morgan) en pleno centro de la imagen hasta que el siguiente
plano ya nos muestra a estos dos hombres rompiendo, por fin, el abrumador
silencio que reina en el bar de Bridger’s
Wells.
Gil: “Están recaudando un fondo común para la
esposa de Martin. Incluso Mapes ha contribuido”
Art: “No sabía que hubiera aparecido en público”
Gil: “No. Lo hizo a través de Sparks. A propósito
de la colecta… Di veinticinco dólares a nuestro nombre””
Art: “¿Cuánto llevan?”
Gil: “Unos quinientos”
Art: “Quinientos dólares no es mucho para un
pobre diablo que fue asesinado por una banda de forajidos”
Gil: “¿Te gustaría saber lo que dice la carta?”
Art: “Sí. Léela bien alto”
Tras esta frase y unos breves instantes de
silencio absoluto, la cámara dirige un pausado zoom a los rostros de Gil y Art hasta que el ala del sombrero de
Art tapa los ojos de Gil en el momento en que éste empieza a leer la carta en
voz alta. Un plano muy medido y calculado que, sin lugar a dudas, es
susceptible de múltiples interpretaciones. Y aunque muchos han querido ver en
él una especie de réplica de la representación simbólica de la Justicia
(con los ojos vendados) yo creo, francamente, que entronca más bien con el
sentimiento colectivo de vergüenza y contrición que pesa sobre los verdugos de Donald, Juan y Dad. En cualquier caso, lo que queda
meridianamente claro es que no se trata de un plano gratuito, de un simple
capricho estético. Se trata de un plano muy simbólico que, de alguna manera u
otra, enlaza con lo ocurrido y dice tanto o más que la propia carta. Aún así,
tampoco creo que la carta sea redundante o prescindible. Aleccionadora, quizás.
Pero necesaria al fin y al cabo. Básicamente porque a pesar de que muchas veces
una imagen vale más que mil palabras (y en el cine esto debería ir a misa) lo cierto es que un texto como
el de la carta de Donald a su esposa ayuda y mucho a reforzar el mensaje que las
imágenes de la película pretenden (y consiguen sobradamente, por supuesto)
transmitir.
Así pues, os dejo con la lectura de la
carta. Una carta que remueve consciencias, que pone el dedo en la llaga y que
nos deja —como espectadores— con un nudo en la garganta tanto o más asfixiante
que el que tuvieron que sufrir Donald, Juan y Dad la madrugada que fueron ejecutados en Ox Bow Canyon. Dice así:
Gil: “Mi querida esposa:
El Sr. Davies te contará lo ocurrido aquí
esta noche. Es un hombre bueno y ha hecho por mí todo lo posible. Supongo que aquí
también hay otros hombres buenos… pero no se dan cuenta de lo que hacen. Lo
siento por ellos... Porque yo acabaré en un momento y ellos llevarán esto en su
consciencia durante el resto de sus vidas. Un hombre no puede tomarse la
justicia por su mano sin herir gravemente la consciencia de la humanidad. Porque
entonces no es que infrinja una ley… sino todas las leyes. La ley es mucho más que
unas palabras escritas en un libro o los jueces, abogados o sheriffs contratados
para aplicarla. Es todo lo que la gente ha aprendido sobre la justicia y lo que
está bien y lo que está mal. Es la mismísima consciencia de la humanidad. No
puede existir la civilización si los hombres no tienen consciencia. Porque si no
es a través de ella... ¿De qué otra forma pueden acercarse a Dios? ¿Y qué es la
conciencia individual sino un pedacito de la conciencia de todos los hombres
que han vivido en el mundo? Supongo que eso es todo. Besa a los niños y que
Dios te bendiga.
Tu esposo,
Donald”
Una vez leída la carta y tras unos cuantos
planos más de los envilecidos hombres que abarrotan la barra de Darby’s, Art y Gil salen del
establecimiento y montan en sus caballos. Mientras tanto, una canción
espiritual negra muy popular y apropiada suena de fondo. Me estoy refiriendo,
como no, a Red River Valley.
Art: “¿Adónde vamos?”
Gil: “Quería que su esposa recibiera esta carta ¿no?
Y que alguien se ocupara de sus hijos”