divendres, 23 de març del 2018

“¿TENGO QUE APUÑALARLA TRES VECES?” (Pulp Fiction, 1994. Quentin Tarantino)



Pulp Fiction (Pulp Fiction)

Estados Unidos, 1994

Director: Quentin Tarantino

Guión: Quentin Tarantino y Roger Avary

Fotografía: Andrzej Sekula.

Música: Varios

Intérpretes:

John Travolta (Vincent Vega)
Samuel L. Jackson (Jules Winnfield)
Uma Thurman (Mia Wallace)
Bruce Willis (Butch Coolidge)
Harvey Keitel (Winston Wolfe)
Ving Rhames (Marsellus Wallace)
Rosanna Arquette (Jody)
Eric Stoltz (Lance)
Tim Roth (Pumpkin/Ringo)
Amanda Plummer (Honey Bunny/Yolanda)
Maria de Medeiros (Fabienne)
Phil LaMarr (Marvin)
Christopher Walken (Capitán Koons)
Steve Buscemi (Buddy Holly)

SINOPSIS: Jules Winnfield y Vincent Vega son dos asesinos a sueldo que trabajan para Marsellus Wallace. Tras encargarles que recuperen un valioso maletín, Marsellus le ordena a Vincent que se haga cargo de Mia, su novia, mientras él está fuera de la ciudad. Paralelamente, el boxeador Butch Coolidge ha sido sobornado por el propio Marsellus para que pierda un combate. Por otro lado, Pumpkin/Ringo y Honey Bunny/Yolanda deciden atracar un restaurante para ganarse unos dólares. Progresivamente, las tres historias irán entrelazándose hasta cerrar un círculo tan original como imprevisible.



Aunque Quentin Tarantino ya se dio a conocer en 1992 con su extraordinaria opera prima “Reservoir Dogs”, la peli que sacudió los cimientos del cine de finales del s. XX y que —con el tiempo— se ha acabado convirtiendo en una auténtica obra maestra es, a mi juicio, “Pulp Fiction”. Posiblemente, lo mejor que ha dado el cine en estos últimos 25 años.



Mis razones, obviamente, son amplias y diversas. En primer lugar deberíamos hablar de su peculiar estructura narrativa, por supuesto. Pero es que además de entrelazar varias historias y de dedicar indisimulados guiños cinéfilos a diestro y siniestro, Tarantino fue capaz en su segundo film de escribir un soberbio guión con largos y alucinantes diálogos, de seleccionar una serie de temas musicales absolutamente espléndidos, de reunir a una pléyade de actores increíble, de proporcionarle a su film nervio y violencia por un tubo y de construir toda una serie de escenas y personajes que, como espectadores, ya forman parte —para siempre—  de nuestra memoria colectiva.



A partir de aquí lo verdaderamente difícil consistía en elegir una sola escena concreta para desarrollar mi spoiler habitual. Y aunque el cuerpo me pedía rememorar y describir con pelos y señales las escenas maridadas a temazos como Son of a preacher man (Dusty Springfield), Girl, you’ll be a woman soon (Urge Overkill) o el famosísimo Misirlou (Dick Dale), finalmente me he acabado decidiendo por una escena sin ningún tipo de acompañamiento musical. Me estoy refiriendo, concretamente, a la escena en la que Vincent Vega (John Travolta) se ve obligado a inyectarle un pico de adrenalina a Mia Wallace (Uma Thurman) para contrarrestar su sobredosis de cocaína.



Recordemos que Marsellus, el jefe de Vincent, le había encomendado a su empleado cuidar de su mujer mientras él estuviera fuera de la ciudad. Y que tras el famoso concurso de baile en el Jack Rabbit Slim’s, Vincent y Mia se dirigen a la casa de esta para tomar algo. Pues bien, es en su propia casa donde ella aprovecha que Vincent está en el lavabo para cogerle la heroína que este lleva en el bolsillo de la chaqueta y consumirla (confundiéndola por cocaína) por la nariz, lo cual le provoca una sobredosis que obliga a Vincent a trasladarla inmediatamente a casa de Lance (Eric Stoltz), su camello, con la esperanza que éste le ayude a reanimarla antes de que muera. Y es allí, en casa de Lance, donde se desarrolla la escena que hoy vamos a comentar. Una escena absolutamente frenética y electrizante en la que asistiremos a uno de los grandes diálogos que han hecho célebre a Tarantino. Dice así:

Lance: “¡Irrumpes en mi casa!”

Vincent: “Cógele los pies”

Lance: “¿Estás sordo? No vas a meter a esta tía en mi casa”

Vincent: “Esta tía es la mujer de Marsellus Wallace ¿Le conoces? Si la palma conmigo, estoy acabado. Escucha, me veré obligado a decirle que no me ayudaste y la dejaste morir en tu jardín. Venga, ayúdame ¡Cógela!”

Jody: “Son la una y media de la mañana… ¿Qué cojones está pasando ahí? ¿Quién es ésta?”

Lance: “Ve a la nevera y trae un pico de adrenalina”

Jody: “¿Qué le pasa?”

Lance: “Tiene una sobredosis”

Jody: “¡Sácala de aquí!”

Lance: “¡Trae ese pico!”

Jody: “¡Jódete!”

Lance: “¡Y tú también! ¡Mierda de tía! Sigue hablándole. Jody traerá eso. Yo voy a por mi libro de medicina”

Vincent: “¿Para qué coño lo quieres?”

Lance: “Para saber qué debo hacer”

Vincent: “¿Nunca has inyectado adrenalina?”

Lance: “Nunca tuve necesidad ¡Mis amigos saben drogarse!”

Vincent: “¡Trae ese pico!”

Lance: “¡Lo haré si me dejas!”

Vincent: “¡Yo no te lo impido!”

Lance: “¡Deja de hablarme, habla con ella!

Vincent: “¡El pico!”

Lance: “¡Está bien!”

Vincent: “¡La estamos perdiendo!”

Lance: “¡Busco lo más rápido que puedo!”

Vincent: “¿Qué estás buscando?”

Lance: “No sé. Un libro”

Jody: “¿Qué estás buscando?”




Lance: “Mi jodido libro de medicina negro”

Jody: “¿Qué?”

Lance: “El libro de medicina. Es un libro de texto para enfermeras”

Jody: “Nunca lo he visto”

Lance: “Pues créeme. Tengo uno”

Jody: “Pues si tan importante es… ¿Por qué no lo guardas con las dosis?”

Lance: “No lo sé ¡Deja de joderme!”

Jody: “Mientras lo buscas, esa se morirá en nuestra moqueta. No lo encontrarás con tanto desorden”

Lance: “¡Cállate!”

Vincent: “¡Lance, déjala y ven!”

Lance: “¡Apártate de mi camino!”

Jody: “¡Cerdo!”

Vincent: “¡Basta de paridas! ¡Ponle el pico! ¡Venga!”

Lance: “Vale. Mientras tanto, quítale la camisa y búscale el corazón”

Vincent: “¿Debe ser exacto?”

Lance: “Supongo. Es un pico en el corazón”

Vincent: “No sé seguro dónde está… ¿Aquí?”

Jody: “Es ahí”

Vincent: “Necesito un rotulador grande ¿Tienes uno?”

Jody: “¿Qué?”

Vincent: “¡Un rotulador! Algo para marcar ¡Un maldito rotulador! ¡Venga, date prisa!”





Lance: “¡Joder! Bien. Ya vale. Creo que ya está listo”

Vincent: “¡Date prisa, tío!”

Lance: “Te diré qué hacer…”

Vincent: “Yo no se lo pongo, tío. Pónselo tú”



Lance: “Yo no se lo pongo”

Vincent: “Ni yo tampoco. Nunca he hecho esto”

Lance: “Ni yo. Y no lo haré. Tú la trajiste aquí. Si alguna vez voy a tu casa con una zorra moribunda, lo haré yo”

Vincent: “Dame eso”

Lance: “Toma”

Vincent: “Dime qué hago”





Lance: “Le estás inyectando adrenalina en el corazón. Pero está el esternón y debes perforarlo. Clava la aguja como si dieras una puñalada”

(En este momento Lance ejecuta el gesto de apuñalar varias veces. Básicamente para dejarle bien claro a Vincent que debe clavar la aguja en el esternón de Mia con fuerza. Sin miedo. La réplica de Vincent me parece genial. Por eso la he elegido para sintetizar mi spoiler)

Vincent: “¿Tengo que apuñalarla tres veces?”

Lance: “No, tres no. Sólo una. Pero fuerte. Has de perforar el esternón. Y cuando esté dentro, aprietas el émbolo”

Vincent: “¿Y qué pasa luego?”

Lance: “Yo también tengo curiosidad”

Vincent: “No bromees ¿La mataré?”

Lance: “Saldrá de ésta como si nada. Cuenta hasta tres ¿Preparado? Uno. Dos ¡Tres!”





Mia: “¡Aaaaaah!”



Lance: “Si estás bien, di algo”

Mia: “Algo”

Jody: “¡Eso ha sido alucinante, carajo!”

Vincent: “¡Joder!”





Estamos, pues, ante una escena de alta tensión. De puro nervio. Adrenalínica, vamos. Y aunque, obviamente, los diálogos repletos de frases cortas, coloquiales y repletas de tacos y de humor negro y surrealista constituyen lo más destacable en ella, considero que no está de más prestar un poquito de atención a la estética de Tarantino. A como el tejano decide mostrarnos una situación tan caótica y delirante. Como esa cámara en mano (handheld) que va siguiendo a los personajes y que —en un momento dado, por ejemplo— deja fuera de plano a Vincent y a Mia para detenerse frente a la puerta de la habitación donde Lance busca frenéticamente su libro de medicina. Un plano que acentúa la ya de por sí tensa situación y que se aparta de los cánones narrativos habituales para certificar por qué Tarantino es, sin lugar a dudas, un director especial.

Pero no sólo eso. La alternancia y riqueza de planos que nos ofrece la escena es extraordinaria. Así, desde ese gran angular que recoge todo el salón donde se desarrolla la acción con sus correspondientes integrantes hasta esos impactantes primeros planos y planos de detalle, el repertorio me parece realmente tremendo. Vamos, que Tarantino sabe donde colocar la cámara en cada momento. Y eso —sobre todo en el clímax de la escena— le proporciona a este gran momento cinematográfico un plus de calidad y emoción casi casi insuperable.

Y poco más. A modo de anécdota comentar que el tema de la resucitación volverá a aparecer en “Kill Bill”, que Tarantino quiso adjudicarse el papel de Lance antes de ofrecérselo a Eric Stoltz y que incluso llegó a tantear a Kurt Cobain para ese mismo rol. El cantante de Nirvana, sin embargo, acabó declinando la oferta.

Por lo que a dificultades del rodaje se refiere mencionar también que el apuñalamiento de Mia se consiguió montando el movimiento al revés. Es decir, que Travolta apoyó la aguja en el esternón de Thurman para, acto seguido, levantar el brazo bruscamente. De este modo se consiguió un efecto más impactante y realista y, de paso, se evitaron posibles lesiones. Curioso ¿no?


dissabte, 17 de març del 2018

“VERÁS, JIM… TÚ ERES UN HOMBRE DE POCAS NECESIDADES” (Dos cabalgan juntos, 1961. John Ford)

Dos cabalgan juntos (Two rode together)

Estados Unidos, 1961

Director: John Ford

Guión: Frank S. Nugent. Basado en una obra de Will Cook

Fotografía: Charles Lawton Jr.

Música: George Duning

Intérpretes:

James Stewart (Guthrie McCabe)
Richard Widmark (Jim Gary)
Shirley Jones (Marty Purcell)
Linda Cristal (Elena de Madariaga)
Andy Devine (Darius P. Posey)
John McIntire (Frazer)
Paul Birch (Edward Purcell)
Willis Bouchey (Harry J. Wringle)
Harry Carey Jr. (Ortho Clegg)
Henry Brandon (Quanah Parker)
Woody Strode (Stone Calf)
Annelle Hayes (Belle Aragon)

SINOPSIS: Texas, 1880. Guthrie McCabe, sheriff de Tascosa, recibe el encargo por parte del comandante Frazer de adentrarse en territorio comanche para negociar la liberación de prisioneros blancos retenidos por los indios desde diez años atrás. Le acompañará en esta misión el teniente Jim Gary. Incentivado por las recompensas que le ofrece el ejército federal y, sobre todo, el rico padrastro de un niño secuestrado, McCabe logra rescatar a un joven y a una mujer mejicana, Elena de Madariaga. La reacción de la comunidad blanca, sin embargo, no será la esperada.



“Dos cabalgan juntos” no está entre mis pelis favoritas de John Ford. Y no lo está porque John Ford, a mi juicio, cuenta con 10 pelis —como poco— mejores que ésta. Aún así, “Dos cabalgan juntos” es, obviamente, una gran peli. Una gran peli y, por supuesto, un gran western. A pesar de sus irregularidades, a pesar de ser una obra por encargo y a pesar de que el propio Ford la odiara a muerte.

Por de pronto, la premisa argumental es interesante. Por no hablar de su reparto (fundamentalmente sus dos protagonistas), de ese tono entre amargo y autocrítico y de sus mesuradas pinceladas de humor. Pero si hay algo que me cautiva especialmente de este western es la extraordinaria secuencia que hoy toca desmenuzar. Una secuencia que técnica o visualmente no es nada del otro jueves (de hecho gran parte de la escena es un plano fijo de casi 4 minutos) pero que, al mismo tiempo, contiene implícitas algunas de las constantes fordianas más significativas de este enorme cineasta.

La escena de hoy empieza durante un breve parón junto al río para que abreven los caballos. Recordemos que Guthrie McCabe (James Stewart) y Jim Gary (Richard Widmark) comandan un destacamento del ejército federal destinado a introducirse en territorio comanche para negociar la liberación de un grupo de prisioneros blancos retenidos por los indios más de 10 años. Pues bien, de camino a la reserva y aprovechando ese pequeño receso, Guthrie y Jim mantienen una —en apariencia— trivial y distendida conversación junto al río. Una conversación que Ford rueda, prácticamente, en un solo plano fijo de casi 4 minutos y que sorprende enormemente en un narrador tan ágil y directo como él, acostumbrado a dotar a todas sus secuencias de la acción o contenido esencial más que suficientes para el desarrollo fluido y coherente de la trama argumental. De hecho, la escena resulta tan natural y espontánea que parece que los dos protagonistas estén disfrutando, realmente, de un pequeño descanso en pleno rodaje. Como si no estuvieran actuando, vaya. Un efecto que muchas veces Ford conseguía, por cierto, utilizando como “buenas” tomas que él consideraba, teóricamente, “de ensayo”. Tomas en las que los actores se mostraban más naturales y relajados que en las tomas más “serias” y que Ford nunca dudó en incluirlas en el montaje definitivo si lo creía conveniente.



Independientemente de todo ello, de esa especie de sorprendente muestra de cinema verité, lo mejor de todo es que la escena de marras no resulta larga y cansina en ningún momento gracias —a mi juicio— a los gestos y movimientos de Guthrie y Jim: lavándose la cara, secándose, colocándose el pañuelo, encendiendo los cigarros, fumando… Vamos, que pese a que el plano es fijo, la vitalidad de la escena es total. Tanto por los movimientos mencionados como, obviamente, por lo que hablan. Porque pese a que lo que dicen puede sonar a banal o intrascendental en una primera lectura, si prestamos un poquito más de atención a la escena detectaremos, sin lugar a dudas, muchísimo más: ironía, franqueza, naturalidad, reproche, confidencialidad… Elementos, todos ellos, que contribuyen —una vez más— a constatar dos de las constantes fordianas más importantes: el sentido del humor y la camaradería.

Os dejo, pues, con la citada conversación. Con esa cámara enclavada en el lecho del río enfocando a nuestros dos protagonistas. Con (otro más) momento mágico del cine de John Ford. Un gran momento que “rompe” la súbita irrupción de Darius P. Posey (Andy Devine) en escena para devolvernos al mundo real… y a la película.





Jim: “¡Compañía, alto! Para abrevar hay un cuarto de hora”

Posey: “¡Un cuarto de hora!”

Guthrie: “Esto es más duro que mi silla”

Jim: “Sí, sí… Estabas más cómodo sentado en aquel porche ¿Sabes? Sigo sin entenderlo. No lo entiendo. Sin discutir... sin protestar... ¿Qué te ha impulsado a venir?”

Guthrie: “¡Mira que cabalgar toda la noche! No. Te lo diré. No has sido tú el que me ha impulsado a venir. No te lo creas”





Jim: “Nunca lo he creído ¿Sólo va uno en cada caja?”

Guthrie: “¿Tú nunca compras cigarros?”

Jim: “Compré dos hace tres meses”

Guthrie: “Toma”

Jim: “Gracias. Las cerillas las pongo yo”

Guthrie: “¡Me sorprende que puedas comprarlas!”

Jim: “Hasta las cerillas llego ¿Por qué has venido?”





Guthrie: “Pues... Si tienes interés en saberlo te diré que para librarme de Belle”

Jim: “¿Belle? ¿Por qué? Yo creí que vosotros dos estabais...”

Guthrie: “Lo sé, lo sé… Bueno, para decirlo sin ninguna caballerosidad nunca he pretendido lo contrario… Lo estábamos, lo estábamos…”

Jim: “Eso había oído decir ¿Y?”

Guthrie: “Últimamente empezó a llamarme Guth”

Jim: “Sí, ya me di cuenta”

Guthrie: “Guth… Guth… La primera vez que se lo oí pronunciar pensé que tenía algo entre los dientes. Guth, Guth. Pero no, no tenía nada entre los dientes. Lo tenía en el alma. Y hace unas noches salió el tema a relucir…”

Jim: “Sigue, sigue ¿Qué ocurrió?”

Guthrie: “Bueno, verás, de esto no se puede hablar con cualquiera en público, sobre todo si una de las partes habla de... matrimonio”

Jim: “¡No! ¡Qué espanto!”

Guthrie: “Matrimonio, sí. Sobre todo cuando uno de los interesados es... Bueno, resulta que… ¿Sabes? Belle tiene una especie de puñalito aquí en la liga y estábamos…”



Jim: “Lo sé”

Guthrie: “… sentados charlando y… ¿Cómo lo sabes?”

Jim: “Acabas de decírmelo. Eh, oye… ¿Se te declaró?”

Guthrie: “¿Ya lo sabías?”

Jim: “¿El qué?”

Guthrie: “Lo del puñal”

Jim: “¿Cómo podía saberlo? Te repito que acabas de decírmelo. Continúa”

Guthrie: “¿Si se me declaró? No, no, nada de eso. Tú quieres decir si se hincó de rodillas para declararse… No, no. Bueno, hay que reconocer que tiene mucha maña para hacer las cosas pero no, no hizo eso. Jim, ahora verás su proposición… No comprendía por qué yo estaba satisfecho con el 10% de sus ganancias cuando ella estaba dispuesta a ir a medias…”

Jim: “¿Tú cobrabas el 10% del negocio de Madame Aragón? ¿De verás?”

Guthrie: “Pues claro. No me digas que no lo sabías…”

Jim:“No. No lo sabía, no”

Guthrie: “¡Y el diez por ciento de todo en Tascosa!”

Jim: “¡Vaya ganga, amigo!”

Guthrie: “¡Pero si va con el cargo de sheriff!”

Jim: “¡Pues eres un cochino ladrón!”

Guthrie: “Un momento ¿No creerás que se puede vivir con el sueldo de un sheriff, no? Menos de cien miserables dólares al mes, Jim”

Jim: “¡Veinte más de los que yo gano!”

Guthrie: “Pero yo… Tú sabes… Fíjate… Verás, Jim… Tú eres un hombre de pocas necesidades. Y yo necesito un poco más… Eso es todo”

Jim: “Ya, comprendo… Pero sigues siendo un cochino”





Posey: “Los caballos ya han abrevado”

Jim: “Esta bien, Posey ¿Las cantimploras ya están llenas?”

Posey: “Sí, señor. Todas menos la suya”

Jim: “Tiene razón, sargento. Se me había olvidado”

Posey: “Vuelve usted a las andadas, señor. Cuando ya le suponía acostumbrado a estas cosas se le olvida lo más esencial. Le aseguro que me desalienta mucho, teniente”

Jim: “Lo siento, sargento. No se preocupe. No se me olvidará más”

Guthrie: “Eh, flaco, llena la mía al mismo tiempo ¿Quieres?”

Posey:“Sepa usted…”

Jim:“Posey... Posey... Más respeto con nuestro invitado”

Posey: “Teme mojarse sus preciosas botas y a mí me destroza los pies”

Jim: “Ahí tienes otro hombre de pocas necesidades”

Guthrie: “Ocho cervezas”




Y poco más. Señalar, quizás, que —al margen de Ford— gran parte de la culpa de esta magnífica escena la tienen dos actorazos como James Stewart y Richard Widmark así como ese extraordinario jefe de fotografía llamado Charles Lawton Jr. (“La dama de Shangai”, “El tren de las 3 y 10”, “Cabalgando en solitario”…) y, naturalmente, el autor de este magnífico diálogo, Frank S. Nugent (“Fort Apache”, “El hombre tranquilo”, “Centauros del desierto”…). Un equipo de campeonato.