Conspiración de silencio (Bad day at Black Rock)
Estados Unidos, 1955
Director: John
Sturges
Guión: Millard
Kaufman y Don McGuire. Basado en una obra de Howard Breslin
Fotografía: William C. Mellor
Música: André Previn
Intérpretes:
Spencer Tracy (John J. Macreedy)
Robert Ryan (Reno
Smith)
Walter Brennan (Doc Velie)
Ernest Borgnine (Coley Trimble)
Lee Marvin (Hector David)
Anne Francis (Liz Wirth)
John Ericsson (Pete Wirth)
Dean Jagger (Tim Horn)
Russell Collins (Mr. Hastings)
Walter Sande (Sam)
SINOPSIS: Black Rock es un pequeño y aislado pueblo
del oeste americano en cuya estación de tren desciende un buen día de 1945 John J. Macreedy, un hombre de unos 60
años —elegante y educado— a quien le falta una mano. El recelo y animadversión
inicial de los lugareños hacia el forastero se transformará rápidamente en
franca hostilidad cuando éste les explica que el verdadero motivo de su visita
es hacerle entrega a Joe Komako —un vecino de origen japonés a
quien no logra localizar— de una medalla militar que le concedieron a su
difunto hijo por haberle salvado la vida. Como era de esperar, las indagaciones
de Macreedy pondrán su vida en peligro pero ello no impedirá que este astuto y veterano
excombatiente norteamericano termine descubriendo qué sucedió realmente con
Komako.
Hablar de John
Sturges (“Fort Bravo”, “Duelo de titanes”, “El último tren de Gun Hill”, “Los
siete magníficos”…) es, fundamentalmente, hablar de western. Y lo es porque Sturges me parece, sin lugar a dudas, uno
de sus mejores especialistas. Aún así, la que yo considero como su mejor
película no es un western. Al menos
en el estricto sentido de la palabra. Personalmente yo la definiría más bien como
un neowestern. Un neowestern (con pinceladas de noir o thriller, por supuesto) que a pesar de desarrollarse cronológicamente
fuera del periodo histórico habitual (segunda mitad del s. XIX y principios del
s. XX) respira, a mansalva, amor y respeto por el género del cual procede. Lo
constatamos a través del árido paisaje, a través de ese tren que aparece al
principio y al final de la peli, a través de la indumentaria de muchos de sus
personajes y a través del franco apego de gran parte de ellos hacia ese viejo y
lejano oeste norteamericano que, a decir verdad, tampoco había cambiado tanto a
mediados del s. XX.
Me estoy refiriendo, naturalmente, a “Conspiración de silencio”. O lo que es lo mismo: a “Bad day at Black Rock”. Un peliculón que no dura ni hora y media y
que —además de abducirte desde el
minuto cero— rezuma ritmo y tensión por los cuatro costados. Con un guión
espléndido, una puesta en escena magistral y unas interpretaciones impecables. Ah,
y con mensaje, por supuesto ¿Se le puede pedir algo más a una peli?
Dicho esto, permitidme que comparta con todos vosotros una
de mis escenas favoritas de esta peli. Una secuencia que contiene todos los
elementos anteriormente citados y que pone de manifiesto, por si fuera poco, el
inmenso talento narrativo y visual de John Sturges. Un cineasta que, con el
tiempo, ha pasado de ser considerado un buen artesano a ser considerado —definitivamente—
como un autor en mayúsculas. Comprobemos por qué.
La escena que encabeza este spoiler empieza cuando John
J. Macreedy (Spencer Tracy)
entra en el bar (o saloon) de Black Rock con objeto de comer algo
justo antes de tomar el tren e irse del pueblo. Como podréis suponer, la
presencia del forastero sigue resultando incómoda (ver sinopsis) y ello lo
podemos corroborar con la extraordinaria frialdad (o en el mejor de los casos,
indiferencia) mostrada por los parroquianos (la mayoría secuaces de Reno Smith) que allí se congregan. La
secuencia, por consiguiente, nos remite a infinidad de situaciones similares
vistas una y mil veces en westerns de
todas las épocas. A bote pronto os podría citar escenas parecidas en films como
“El pistolero” (Henry King, 1950), “Raíces
profundas” (George Stevens,
1953), “El último atardecer” (Robert Aldrich, 1961) o “Infierno de cobardes” (Clint Eastwood, 1972) pero lo dicho: el
western, en general, tiene escenas de
este tipo a destajo. Y precisamente esta similitud, esta incuestionable
correspondencia entre “Conspiración de silencio” y otros muchos westerns
clásicos y contemporáneos, es uno de los muchos factores que —a mi juicio—
convierten la peli de Sturges en, como ya hemos dicho antes, un auténtico neowestern.
Aún así, sin embargo, es muy posible que la situación en
la que se ve inmerso Macreedy nos remita, asimismo, a otro célebre western que aún no hemos citado. Me
estoy refiriendo, como no, a “Solo ante
el peligro” (Fred Zinneman, 1952).
No tan sólo porque nadie (a excepción de Liz
Wirth (Anne Francis) y Doc Velie (Walter Brennan) en algún momento puntual) parece muy dispuesto a
prestarle ayuda a Macreedy (como le ocurre también a Will Kane (Gary Cooper)
en “Solo ante el peligro”) sino porque todo el mundo —en líneas generales—
parece bastante acobardado en Black Rock. Acobardados por lo que hicieron
(matar o bien ser cómplices del asesinato de Joe Komako) y acobardados, también, por su condición de sumisos esbirros
de Reno Smith (Robert Ryan), el “cacique” del pueblo. Una situación que,
metafóricamente, la podríamos asociar con la famosa Caza de Brujas emprendida por el senador MacCarthy entre 1950 y 1956 contra todo aquel sospechoso de llevar
a cabo actividades comunistas y, por ende, con todo lo que ya había pretendido
denunciar Fred Zinneman tres años atrás mediante su mítico y magistral superwestern.
Pero, bueno, dejémonos de asociaciones políticas y
volvamos al bar. Una vez dentro, Macreedy se sienta en un taburete de la barra
e inicia con el barman (Francis McDonald) la conversación que
da nombre a este spoiler:
Barman: “¿Qué va a comer?”
Macreedy: “¿Qué tiene?”
Barman: “Judías con guindillas”
Macreedy: “¿Tiene otra cosa?”
Barman: “Guindillas sin judías. Si no le gusta el
sabor, hay ketchup”
Macreedy: “Está bien, comeré eso. Una taza de café”
Al margen de esa curiosa combinación de frialdad y fina
ironía o cinismo que pone de manifiesto este pequeño diálogo entre Macreedy y
el barman (acentuado, además, por el sepulcral silencio mantenido por los otros
parroquianos que se hallan en ese mismo momento en la cafetería) me gustaría
destacar, en este preciso instante, el extraordinario tratamiento visual de
Sturges. Fijaos, si no, en cómo coloca la cámara para que el objetivo consiga
reunir en un mismo plano a Macreedy, el barman
y los otros clientes del bar. Acto seguido, sin embargo, dos hombres irrumpen por
la puerta principal: son Reno Smith
(Robert Ryan) y Coley Trimble (Ernest
Borgnine). El plano cambia, se cierra un poco, y lo que podemos ver a
continuación es a Macreedy por la izquierda, a Coley por el centro, al barman por la derecha y a Smith, al
fondo.
Coley Trimble: “¿Aún está por aquí? Creí que no le gustaba
este lugar”
Macreedy: “¿Se refiere al llegar o al irme?”
Coley Trimble: “Al quedarse”
Macreedy: “Sin comentarios”
Coley Trimble: "Sin comentarios, dice... Y está
sentado en mi lugar”
Dicho esto, Macreedy cambia de asiento y Coley se acomoda
a su lado para seguir provocándole. Para seguir hostigándole. Para seguir
acosándole. Macreedy, sin embargo, apenas se inmuta. Es zorro viejo y demuestra
tener la situación completamente controlada. Aún así, la tensión va en aumento.
Y aunque Macreedy sigue imperturbable como un témpano de hielo, los
espectadores (tanto los del bar como los que estamos al otro lado de la
pantalla) nos convertimos —de repente— en testigos presenciales de una
situación tan tirante como francamente peligrosa. Un ambiente violento y
enrarecido que me recordó, por cierto, al encuentro entre Matt Morgan (Kirk Douglas)
y Craig Belden (Anthony Quinn) en el despacho de éste último en “El último tren de Gun Hill”. Coincidencia
que me constata, asimismo, que John
Sturges era un auténtico maestro manejando la tensión y rodando este tipo
de secuencias.
Coley Trimble: “Este taburete no es cómodo”
Macreedy: “Eso me temía”
Coley Trimble: “Creo que me gusta el suyo”
Reno Smith: “Coley es variable como una veleta”
Macreedy: “¿Podría decirme dónde debo sentarme?”
Antes de llegar al clímax
de la escena, no obstante, seguiremos presenciando como Coley y Smith persisten
en provocar y avasallar a Macreedy de todas las formas habidas y por haber. Sobre
todo verbalmente, por supuesto, pero también con gestos y acciones físicas. En
un momento dado, por ejemplo, Coley coge el bote de ketchup y aplica un buen chorreón de tomate a ese plato de judías
con guindillas que Macreedy no deja de marear constantemente con la cuchara.
Naturalmente, Macreedy no cae en la pueril provocación de Coley y se limita a
dirigirle a Reno Smith un comentario irónico.
Coley Trimble: “Espero que no sea demasiado”
Macreedy (dirigiéndose a Reno Smith): “Su amigo es un hombre excesivamente
servicial”
Reno Smith: “Y un poco impulsivo a veces. Peligroso como
una serpiente de cascabel”
Coley Trimble: “Sí, amigo. Así soy yo: medio caimán y medio
caballo. Métase conmigo y lo destripo de una coz ¿Qué me dice a eso?”
Macreedy: “Sin comentarios”
Coley Trimble: “Hablar con usted me da náuseas. Me revienta…
¡Usted es un cobarde amigo de los japoneses! ¿Me equivoco?”
Macreedy: “No sólo se equivoca en eso sino en levantar
tanto la voz”
Coley Trimble: “¡No le gusta a usted mi voz!”
Macreedy (dirigiéndose a Reno Smith): “Creo que su amigo está intentando buscar
camorra”
Reno Smith: “¿Por qué se le va a ocurrir semejante
cosa?”
Macreedy: “Pues no lo sé… Seguramente cree que
hostigándome de ese modo podría hacerme estallar y que quizás me revolviese
contra él. Y entonces él o ese otro esbirro suyo que está ahí podrían matarme a
palos alegando legítima defensa”
Reno Smith: “No creo que sea necesario. Tiene usted
tanto miedo que probablemente antes se morirá del susto”
Coley Trimble: “Pero antes de que ocurra eso… ¿No podría
luchar con usted con una mano atada a la espalda? ¿O quiere que sean las dos
manos?”
Y esta última frase es la que, finalmente, hará estallar a
Macreedy. La frase y el agarrón de Coley, por supuesto. Una provocación que
será respondida con un rápido, certero e inesperado golpe de Macreedy al
cuello/clavícula de Coley. Y ahí viene lo bueno. Que no estamos hablando de una
tanda de puñetazos normales y corrientes. Estamos hablando de una auténtica
demostración de artes marciales. Porque a ese primer golpe le seguirán otros.
Todos secos, duros e infalibles. Hasta una impecable llave final. Y,
obviamente, con Coley como receptor, claro. Lo que no sabría deciros, sin
embargo, es si esos golpes y llaves son de karate
o de cualquier otra disciplina nipona. En cualquier caso, no obstante, lo que me
parece bastante probable es que Macreedy aprendiera este tipo de lucha en
Japón, durante la II GM. Y hete
aquí la gran paradoja de la escena. Que ese hombre mayor y manco sea capaz de
darle una soberana tunda a un hombre más joven y, teóricamente, más fuerte. Y
encima empleando técnicas de lucha foráneas. Japonesas, para más inri. Una extraordinaria jugada argumental que además de detonar el primer gran punto de
inflexión de la peli edifica, asimismo, un gran alegato antirracista.
Recordemos, si no, la frase más subida de tono de esta escena. La que le espeta
Coley a Macreedy chillando. Con los ojos inyectados en sangre: “Hablar con usted me da náuseas. Me revienta…
¡Usted es un cobarde amigo de los japoneses! ¿Me equivoco?”
Tras la pelea, sin embargo, asistimos a la parte más discursiva de la secuencia. La parte en
la que Macreedy estalla verbalmente y en la que la parsimonia y la inmutabilidad
del protagonista dan paso a una autentica muestra de valentía, de arrojo, de
determinación. Y así, después de deshacerse de Coley, Macreedy dejará
completamente mudo a Smith. Comprobémoslo.
Macreedy: “¿No hubiera sido más fácil esperar que les
diera la espalda... O es que hay demasiados testigos presentes?”
Reno Smith: “Aún está en peligro”
Macreedy: “Usted es quién lo está. Pase lo que pase,
está perdido”
Reno Smith: “Me parece que está usted un poco confundido”
Macreedy: “Usted mató a Komako, Smith. Y tarde o
temprano, pagará por ello. No porque lo haya matado porque ya sé que en un
pueblo como éste hace lo que se le antoja sino porque no tuvo arrestos para
hacerlo solo y se confió a individuos como éste… y éste otro que no son
precisamente los más dignos de confianza. El día menos pensado se darán cuenta
que usted los toma por tontos… ¿Y qué hará entonces? ¿Matar a uno y luego al
otro? Entre tanto pueden perder los estribos y cuando lo hagan será su
perdición. Su ruina. Porque ellos tienen un arma contra usted que utilizarán
cuando las cosas se pongan feas. Y se están poniendo feas por momentos”
Doc Velie (Walter Brennan): “¡Vaya, hombre, vaya!”
En fin, no quisiera repetirme pero quisiera reiterar, una
vez más, lo mucho que me gusta esta escena. Por su planificación, por su ritmo,
por su riqueza visual, por sus diálogos, por la tensión que transmite, por lo
bien que están —especialmente— Spencer
Tracy y Ernest Borgnine… Pero, sobre todo, por la lección de Macreedy a
todos los parroquianos del bar. Lección física (la tunda a Coley es antológica)
y lección ética y moral, por supuesto. Un gustazo, vaya.
Hola Xavi. Enhorabuena por el blog! Menos mal que ya había visto la escena antes. Tu destripamiento es magnífico, bien descrito, certero en el análisis, detallista con el lenguaje, bien expuesto en cuanto a los valores de la escena. Uso muchas escenas de cine en mis talleres de TIC y comunicación, y por eso me encanta lo que haces. Un saludo!
ResponEliminaAntiguamente he destripado pelis enteras en un viejo blog, por si te apetece leerlas:
http://trapo.zonalibre.org/archives/cat_ver.html