Doce hombres sin
piedad (12 Angry Men)
Estados Unidos, 1957
Director: Sidney
Lumet
Guión: Reginald
Rose. Basado en una obra de Reginald Rose
Fotografía: Boris
Kaufman
Música: Kenyon
Hopkins
Intérpretes:
Martin Balsam
(Jurado número 1)
John Fiedler (Jurado
número 2)
Lee J. Cobb (Jurado
número 3)
E. G. Marshall
(Jurado número 4)
Jack Klugman (Jurado
número 5)
Edward Binns (Jurado
número 6)
Jack Warden (Jurado
número 7)
Henry Fonda (Jurado
número 8)
Joseph Sweeney
(Jurado número 9)
Ed Begley (Jurado
número 10)
George Voskovec
(Jurado número 11)
Robert Webber
(Jurado número 12)
SINOPSIS: Estados
Unidos, 1956. Un joven es acusado de asesinar a
su propio padre y un jurado compuesto por doce miembros deberá deliberar, tras
la vista, si el chico es inocente o culpable. Aunque las pruebas aportadas por
el fiscal parecen incriminar total y absolutamente al acusado, uno de los miembros
del jurado (el número 8) expresará
sus dudas e impedirá con su voto en contra que el jurado lo considere culpable
por unanimidad. Poco a poco y a partir del beneficio
de la duda, el jurado número 8 logrará convencer a sus compañeros que las
pruebas de las que disponen no son suficientemente sólidas para condenar al
chico a la silla eléctrica.
Esta vez no os voy a proponer una escena. Os voy a
proponer un pequeño fragmento de una
escena. Voy a hacerlo así porque considero que la escena al completo es demasiado
extensa y lo que me gustaría, en cambio, es que concentrarais toda vuestra
atención en una tesis muy y muy concreta: la duda razonable. O lo que
es lo mismo: lo que sintetiza la frase que da nombre a este spoiler y la gran cuestión que plantean Sidney Lumet y Reginald Rose en “Doce
hombres sin piedad”; a mi juicio, la mejor película sobre juicios de la
historia del cine.
Antes de entrar de lleno en la disección de este
interesantísimo fragmento permitidme,
sin embargo, que os ponga en antecedentes. Así pues, lo primero que me gustaría
apuntar (aunque no lo parezca) es que estamos ante la opera prima de Sidney Lumet. Uno de esos cineastas de la generación de la televisión (como
también lo fueron Franklin J. Schaffner,
Martin Ritt, Robert Mulligan, Arthur Penn
o John Frankenheimer) que debutó
como director haciendo gala de un manejo de la cámara y de un sentido del ritmo
cinematográfico absolutamente impropio de alguien con tan poca experiencia. Máxime
cuando, además, Lumet hubo de adaptar al cine una obra dramática concebida
inicialmente para el teatro y la televisión. No resulta de extrañar, pues, que
“Doce hombres sin piedad” obtuviera diversas nominaciones y un total de 8
premios cinematográficos de gran calibre. Veamos por qué.
El fragmento que he seleccionado empezaría, concretamente,
cuando el Jurado número 1 (Martin Balsam)
toma la palabra, se dirige a sus 11 compañeros y empieza a organizar, de forma
algo despreocupada e informal, el inicio de las deliberaciones previas al
veredicto final que han de acordar entre todos. Cabe mencionar que todos ellos
se encuentran literalmente hacinados
en una sala donde hace muchísimo calor (es verano y el aire acondicionado no
funciona) y que todos ellos, en teoría, desean cumplir con el trámite lo más
rápido posible para poder reemprender sus compromisos o, sencillamente, irse a
sus respectivas casas.
Jurado número 1 (Martin
Balsam): “Bien, señores. Ante todo quiero decirles que pueden organizar esto
como a ustedes les parezca ya que yo no impondré ninguna regla. Si quieren
podemos discutirlo ahora y votarlo aunque, claro está, no es la única forma.
También podemos votar sin más”
Jurado número 4 (E.
G. Marshall): “Suele hacerse una votación preliminar”
Jurado número 7 (Jack
Warden): “¡Sí! ¡Votemos y así podremos largarnos de aquí!”
Jurado número 1 (Martin
Balsam): “¡Aha! Entonces todos sabemos que tenemos un caso de homicidio en
primer grado y si consideramos culpable al acusado le enviaremos a la silla
eléctrica. Es ineludible según el juez”
Jurado número 4 (E.
G. Marshall): “Sí, lo sabemos”
Jurado número 10 (Ed
Begley): “Veamos nuestra opinión”
Jurado número 6 (Edward
Binns): “Sí, eso es lo justo”
Jurado número 1 (Martin
Balsam): “¿Hay alguien que no quiera votar? En cualquier caso, deben recordar
que el resultado debe alcanzarse por unanimidad. Así es la ley… ¿Están todos
listos? Los que le consideren culpable, levanten la mano. Uno, dos, tres,
cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once… Once han votado culpable…
¿Alguno vota inocente? Uno. Muy bien. Once culpable y uno inocente. En fin, es
un comienzo…”
Jurado número 10 (Ed
Begley): “¡Hay que fastidiarse! ¡Siempre tiene que haber uno!”
Jurado número 7 (Jack
Warden): “Bueno ¿Y ahora qué pasa?”
Jurado número 8 (Henry
Fonda): “Tendremos que hablar”
Jurado número 10 (Ed
Begley): “¡Siempre la misma historia!”
Jurado número 3 (Lee
J. Cobb): “Así que inocente ¿eh?”
Jurado número 8 (Henry
Fonda): “No lo sé”
Jurado número 3 (Lee
J. Cobb): “Usted estaba en la sala y oyó lo mismo que nosotros. Está claro que el
chico es un asesino peligroso”
Jurado número 8 (Henry
Fonda): “¡Tiene 18 años!”
Jurado número 3 (Lee
J. Cobb): “¡Ya no es ningún crío! Le dio una puñalada a su padre en pleno pecho.
En el juicio lo han probado de una docena de formas… ¿Quiere que se las
enumere?”
Jurado número 8 (Henry
Fonda): “No”
Jurado número 10 (Ed
Begley): “¿Entonces qué quiere?”
Jurado número 8 (Henry
Fonda): “Solo que hablemos”
Jurado número 7 (Jack
Warden): “¿De qué tenemos que hablar? Once pensamos que es culpable y nadie
tiene dudas… Excepto usted”
Jurado número 10 (Ed
Begley): “Voy a preguntarle algo: ¿Cree lo que él dijo?”
Jurado número 8 (Henry
Fonda): “No sé si lo creo o no. Puede ser que no”
Jurado número 7 (Jack
Warden): “¿Y cómo puede votar inocente?”
Jurado número 8 (Henry
Fonda): “Había once votos de culpable. No resulta fácil levantar la mano y
enviar a un chico a la muerte sin hablarlo antes”
Como ya he apuntado antes, esta última frase (la del spoiler, vamos) es la que sintetiza el quid de la cuestión: la duda
razonable. O el beneficio de la duda, vaya, Y es que
aunque, en un momento dado, todos los indicios del mundo apunten hacia la, teóricamente,
inequívoca culpabilidad de una
persona, siempre que exista la más leve sombra de sospecha de que alguno de esos
irrefutables indicios pudiera llegar a ser discutible o incluso erróneo, lo que
debería prevalecer —ante todo— es ese principio jurídico que conocemos como presunción
de inocencia (in dubio pro reo).
Un principio difícil de defender en según que ocasiones y que requiere, sobre
todo, una empatía y una capacidad de
razonamiento algo superior a la media. Quizás por eso mismo el único miembro del
jurado que se atreverá a enfrentarse a los demás y a hacerles ver que no
existen pruebas lo suficientemente sólidas como para no dudar sobre la
culpabilidad del acusado sea el jurado número 8 (Henry Fonda), un arquitecto de unos 50 y pico años —ecuánime,
íntegro y liberal— que a base de mucho temple, perseverancia y sentido común
conseguirá revertir, poco a poco, la opinión inicial de sus compañeros.
“Doce hombres sin
piedad”
constituye, por lo tanto, un despiadado y contundente alegato contra la pena de
muerte y, por ende, contra el sistema judicial norteamericano. Pero no sólo
eso. La peli de Lumet aprovecha su carácter crítico y de denuncia para poner de
manifiesto otras problemáticas que van intrínsecamente unidas a los habituales errores
del sistema jurídico estadounidense: prejuicios, racismo, hipocresía,
intolerancia… Todo ello lo iremos asimilando a través de los extraordinarios
diálogos de Reginald Rose, a través
de las soberbias interpretaciones de todo el reparto (sobre todo de Fonda, Cobb, Warden y Begley), a través del fluidísimo ritmo narrativo
de Sidney Lumet y a través de la
opresiva y asfixiante atmósfera de Boris
Kaufman, el director de fotografía. Fijaos, si no, en esa sensación de
bochorno, de cansancio, de claustrofobia… El Jury’s room parece empequeñecer por momentos incrementándose, así, la
sensación de agobio y de estrés. Sensación que se acentúa con el humo de los
cigarrillos que flota en el ambiente y con los contrastados claroscuros por los
que apuesta Kaufman. Aún así, la escena que estamos analizando en este momento
pertenece al tramo inicial de la película. Y en este tramo, los niveles de
fatiga y nerviosismo aún no han llegado al límite. Precisamente por eso, al
principio de la película la cámara suele situarse por encima de los ojos de los
protagonistas y el gran angular empleado
por el director de fotografía consigue proporcionar cierto aire y espacio vital a todos los miembros del jurado. Poco a poco,
sin embargo, el uso del teleobjetivo,
de los primeros planos y de los contrapicados
contribuirá a acentuar esa opresiva y asfixiante atmósfera de la que antes
hablábamos.
En fin, que estamos ante el primer punto de inflexión (la
votación preliminar, vaya) de un proceso de deliberación que va a ser muy
largo, muy duro y muy tenso. Básicamente porque, como dice el jurado número 8: “Había
once votos de culpable. No resulta fácil levantar la mano y enviar a un chico a
la muerte sin hablarlo antes”. Señores, me quito el sombrero.