El bueno, el feo y el malo (Il buono, il brutto, il
cattivo)
Italia,
España y Alemania, 1966
Director:
Sergio Leone
Guión: Sergio Leone, Agenore Incrocci, Furio Scarpelli y
Luciano Vincenzoni
Fotografía: Tonino Delli Colli
Música: Ennio Morricone
Intérpretes:
Clint Eastwood (El
Rubio)
Eli Wallach (Tuco)
Lee
Van Cleef (Sentencia)
Aldo
Giuffrè (Capitán de la Unión )
Luigi Pistilli (Pablo Ramírez)
Rada Rassimov (Maria)
Mario
Brega (Cabo Wallace)
Aldo
Sambrell (Hombre de Sentencia)
SINOPSIS:
En
plena Guerra Civil Americana (1861-1865),
un bandido mejicano llamado Tuco es
salvado de la muerte por un misterioso americano, El Rubio, que mata a los
dos cazarrecompensas que lo perseguían. A partir de ese momento, Tuco y El Rubio se asociarán para llevar a cabo
un plan que irán repitiendo una y otra vez: el americano simulará detener al
mejicano, cobrará la recompensa y, posteriormente, lo rescatará.
Simultáneamente, Sentencia —un aterrador asesino a sueldo— va recabando
información sobre la situación de un sustancioso botín confederado. Para ello
no dudará en matar y torturar a quién haga falta. Con el mismo objetivo, Tuco y
El Rubio se aliarán con Sentencia y acabarán reencontrándose en Sad Hill, el cementerio donde se halla
enterrado el botín, para decidir cómo y de qué manera se reparten el dinero.
Probablemente muchos de vosotros pensaréis
por qué narices no he escogido la célebre escena del duelo final. O mejor
dicho, del triello final. La razón es
muy sencilla. La escena del duelo o triello
final es muy buena. Buenísima. Pero tan buena como esa mítica escena a tres
bandas entre El Rubio, Tuco y Sentencia
también lo es —sin lugar a dudas— la secuencia que, finalmente, he seleccionado.
Es más, puestos a reivindicar alguna escena de “El bueno, el feo y el malo” creo, sinceramente, que la que hoy
nos ocupa se lo merece tanto o más que la otra.
Y es que muy pocas veces, a mi juicio,
asistiremos a una combinación de música e imágenes tan sublime. Un auténtico subidón emocional que te zarandea por
dentro, que te eleva hasta lo más alto en escasos segundos y que viene a
representar —en definitiva— la más pura y genuina quintaesencia de la sociedad Leone-Morricone. Y aquí, concretamente,
quería llegar. A la sociedad Leone-Morricone. Al mejor consorcio audiovisual de
la historia del cine. Porque si bien en las escenas ya reseñadas de Sergio Leone (la de “Por un puñado de dólares”, por
ejemplo) podemos intuir o constatar varios de sus rasgos estilísticos más
significativos, en esta secuencia —“El
éxtasis del oro”— sólo vamos a
presenciar uno de muy concreto: su extraordinario y ya comentado don a la hora
de armonizar música e imágenes.
Así pues, dejémonos de circunloquios y
vayamos al grano. La escena que voy a desmenuzaros nos relata la frenética búsqueda,
por parte de Tuco (Eli Wallach), de la tumba de Arch
Stanton. Un sepulcro de un combatiente de la Guerra de Secesión que
según Bill Carson —un soldado
confederado sediento y moribundo con el que El Rubio (Clint Eastwood) y Tuco se cruzan en el desierto— esconde la
nada despreciable cifra de 200.000 dólares contantes y sonantes. El quid de la
cuestión radica en que Bill Carson —a cambio de agua y poco antes de morir— sólo
proporciona la información a medias. Y así, mientras El Rubio sólo conoce el nombre del cementerio en el que está
enterrado el botín (Sad Hill), Tuco sólo
sabe —a su vez— el nombre exacto (Arch
Stanton) de la tumba donde se halla enterrado el dinero. Y aunque los dos
se necesitan mutuamente para lograr el objetivo, ambos intentarán conseguirlo
por su cuenta. Dicho esto, creo que ya puedo puntualizar que la escena que voy
a analizar no contiene ningún diálogo y que empieza exactamente con un hombre
que —víctima de la onda expansiva de un cañonazo— se estrella por accidente
contra la lápida de un cementerio. Se trata —naturalmente— de Tuco, el
protagonista de la escena. Cabe mencionar al respecto que el corte entre el
final de la escena anterior y el principio de ésta le confiere al producto
resultante cierto aire cómico. Como si de una historieta gráfica se tratara,
vaya. Algo que, pese a la presencia del histriónico Tuco en esta secuencia, no
deja de resultar ciertamente curioso.
Aún así, el tono de la escena poco tiene de
cómico. Y poco o nada tiene de cómico porque el fragmento musical que compone
el inefable Ennio Morricone para
esta secuencia y que la vertebra de principio a fin es —más bien— épico, poético,
emotivo… Apabullante diría yo. Pero, para nada, cómico. De hecho, el propio
título de la composición (“El éxtasis
del oro”) ya dice bastante de su carácter excelso, delirante, embriagador…
Un carácter que le va como anillo a Eli Wallach y que contribuyó —por si fuera
poco— a que su personaje, Tuco, le acabara arrebatando a El Rubio su condición de
gran protagonista de la peli.
Pero volvamos a la escena. Habíamos dejado
a Tuco chocando de espaldas contra una lápida. Y es precisamente cuando Tuco se
levanta del suelo el momento en el que —tanto él como nosotros, los espectadores—
nos damos cuenta que estamos en un impresionante cementerio. En Sad Hill,
claro. Y lo constatamos gracias a un maravilloso travelling ascendente que nos traslada desde un plano medio de Tuco
tumbado en el suelo a un espectacular plano general semipicado del célebre camposanto. Un plano que, combinado con la
magistral partitura de Morricone, empieza a darnos muestras que estamos —sin
lugar a dudas— ante una secuencia verdaderamente extraordinaria. Me gustaría
destacar, también, que este es el preciso momento en el que —tras una
espléndida introducción musical a base de piano y percusión— entra en juego un
maravilloso oboe que reproduce estupendamente ese breve lapso de calma que
precede al tan esperado éxtasis que anuncia el propio título de la composición.
Mientras el plano se abre y asciende, vemos
como Tuco se santigua ante una lápida, se deshace de un papel que llevaba en la
mano y empieza a deambular entre las tumbas algo desconcertado. En este momento
es cuando un perro se le acerca y nuestro protagonista se asusta ligeramente.
Por lo visto, la irrupción del perro no estaba prevista en el guión pero dado
que su leve e inesperada interrupción no alteró la toma en absoluto, Leone
decidió no repetirla.
A partir de este momento es cuando Tuco empieza
a correr entre las tumbas y escuchamos las primeras notas cantadas por la
sublime voz de Edda Dell’Orso. Una
soprano que acostumbraba a trabajar con Leone y que ejecuta en “El éxtasis del
oro” una serie de dibujos vocales (sin letra ninguna, por cierto) absolutamente
impresionantes. Catapultados por Morricone y Dell’Orso, pues, entramos de lleno
en lo que ya podemos considerar propiamente como éxtasis. Primero, con un travelling
lateral que nos muestra a Tuco corriendo hacia el círculo central del
cementerio. Y después, ya en el centro neurálgico del camposanto, con una serie
de primeros planos de Tuco que reflejan su avidez. Su codicia. Su irrefrenable
y febril deseo de dar con un dinero que ya tiene cerca, muy cerca.
La escena, sin embargo, no acaba aquí. Y
durante dos minutos largos Leone nos ofrece un recital de recursos
cinematográficos impresionante: planos generales, medios, con travellings, barridos de 360 grados cada vez más mareantes, violines, tañidos
metálicos y, por supuesto, la pletórica voz de Edda Dell’Orso. Un
extraordinario, intensísimo y apasionante in
crescendo —tanto musical como visual—
que alcanza su particular clímax con ese brusco y expresivo zoom hacia, por fin, la buscadísima
tumba de Arch Stanton. El resultado final, como podéis deducir, es magistral.
No tan sólo porque a nivel técnico la ejecución de toda la escena es irreprochable,
sino porque la complejidad y la belleza de esta increíble fusión audiovisual provoca
en el espectador un sensación de embriaguez emocional absolutamente
indescriptible.
No quisiera dar por finalizada esta reseña,
aún así, sin mencionar algunos datos que —si bien pueden parecer anecdóticos o
simplemente colaterales en relación a la escena que estamos comentando— los
considero, pese a todo, más que interesantes.
En primer lugar, la localización.
Básicamente porque —tratándose, sin lugar a dudas, de una de las secuencias más
legendarias del Spaghetti Western en
concreto y del western en general— no deja de ser curioso que se rodara en el Valle de Mirandilla (Burgos), entre los municipios de Contreras, Carazo y Santo Domingo de
Silos. Un lugar, a priori, poco o nada vinculado al eurowestern hispano. Aún así, allí se rodó. Tanto esta escena como
la siguiente, la del triello final. Y
aunque durante muchos años el lugar quedó semiolvidado y prácticamente oculto a
causa de la maleza, los amigos de la Asociación Cultural de Sad Hill (con motivo del 50
aniversario de “El bueno, el feo y el malo”) han trabajado duro para
adecentar el lugar, recuperar el empedrado central y apadrinar mediante
asequibles donativos algunas de las 6000 cruces que simulaba el célebre cementerio.
Otro aspecto que me gustaría destacar es,
obviamente, el musical. Y qué duda cabe que uno de los factores que más han
contribuido a reforzar la vertiente más mediática de “El éxtasis del oro” ha
sido, por descontado, la versión que popularizó la banda norteamericana de Thrash Metal Metallica. Una versión (The Ecstasy of Gold) con la que, desde
1983, acostumbran a abrir sus actuaciones y con la que fueron nominados a los Grammy como Mejor Canción Instrumental de Rock en 2007. Pero si el grupo de San
Francisco suele empezar sus conciertos con el tema de Morricone, lo que solían
hacer The Ramones, en cambio, era finalizarlos. Detalles que constatan,
en definitiva, que la pieza de Morricone ya es —por derecho propio— un clásico total
y absolutamente imperecedero.
Y poco más. Quizás señalar también esa
peculiar forma de correr de Tuco, con las manos algo levantadas, destacar el
gran trabajo fotográfico de Tonino Delli
Colli y —sobre todo— rogaros encarecidamente, ya para finalizar, que veáis
la película y la escena si no lo habéis hecho ya. Ah, y dejaos llevar. Dejaos
llevar y obedeced a vuestros sentimientos. Personalmente, “El éxtasis del oro” es
de las pocas escenas de una peli que me han hecho llorar de pura emoción. Y con
eso, supongo, que ya os lo he dicho todo.