Reino Unido, 1962
Director: David Lean
Guión:
Robert Bolt y Michael Wilson. Basado en la obra de T.E. Lawrence
Fotografía:
Freddie Young
Música:
Maurice Jarre
Intérpretes:
Peter O’Toole (T.E. Lawrence)
Alec Guinness (Príncipe Feysal)
Anthony Quinn (Auda Abu Tayi)
Jack Hawkins (General Allenby)
Omar Sharif (Sherif Ali)
José Ferrer (Turkish Bey)
Anthony Quayle (Coronel Brighton)
Claude Rains (Mr. Dryden)
Arthur Kennedy (Jackson Bentley)
Donald
Wolfit (General Murray)
SINOPSIS: El Cairo, 1916. Durante la Gran
Guerra (1914-1948), el conflictivo y misterioso Teniente Lawrence es requerido por el Arab
Bureau británico para contactar en misión diplomática con el Príncipe Feysal, principal aliado de
los británicos en su lucha contra los otomanos. Junto a su amigo Sherif Ali, Lawrence recorrerá el
desierto estableciendo gran amistad con los árabes (sobre todo los beduinos)
que va conociendo. Pronto, sin embargo, empezará a chocar con sus superiores
británicos.
David
Lean
es, sin lugar a dudas, uno de mis diez cineastas predilectos. Y lo es por dos
sencillas razones: porque me gustan todas las pelis que he visto de él y porque
creo, sinceramente, que fue un director especial, único. Recalco lo de especial
y único porque, pese a que la crítica lo tachó de comercial y/o academicista con
demasiada facilidad y osadía, a mi Lean me parece —al margen de un inmenso panteísta— uno de los tres o cuatro mejores
narradores del cine clásico y un creador de imágenes cinematográficas
absolutamente inconmensurable.
Precisamente por todo ello ya iba tocando
alguna escena de David Lean en mi selección de spoilers. Y pese a que “El
puente sobre el río Kwai”, “Doctor
Zhivago” y “La hija de Ryan” me
gustan casi tanto como “Lawrence de
Arabia”, finalmente he decidido decantarme por una secuencia de ésta última
porque no quisiera olvidarme en mi recopilación de escenas memorables, ni por
lo más remoto, de la que muchos consideramos como la más bella elipsis de la historia del cine.
Antes de entrar en materia, no obstante, permitidme
aclarar para todo aquel que lo ignore a que nos referimos cuando hablamos de
una elipsis cinematográfica. Pues
bien, una elipsis cinematográfica es —básicamente—
un salto en el tiempo o en el espacio que no impide, sin embargo, que el
espectador pierda la continuidad de la secuencia aunque se hayan eliminado los
pasos intermedios. Naturalmente, las elipsis
se utilizan continuamente en cualquier película por razones de pura
agilidad narrativa. Es lo que denominamos elipsis
inherente. Sin embargo, cuando la elipsis
contiene un efecto dramático o simbólico, la denominamos elipsis expresiva. La que hoy vamos a comentar, como podréis
constatar, es una elipsis inherente
que, al mismo tiempo, también es expresiva.
Pero antes de entrar de lleno en materia, vayamos al inicio de la escena.
Nos encontramos en El Cairo, en el despacho de Mr.
Dryden (Claude Rains), un
funcionario del Arab Bureau
británico, que le encomienda al Teniente
Lawrence (Peter O’Toole) la
misión de contactar con el Príncipe Feysal
(Alec Guinness), principal aliado de
los británicos en su lucha contra el Imperio Otómano. El diálogo se desarrolla
de la siguiente manera:
Teniente Lawrence: “¿De qué se trata?”
Mr. Dryden: “Encuentre al Príncipe Feysal”
Teniente Lawrence: “¿Y cuando le encuentre?”
Mr. Dryden: “Vea qué clase de hombre es y sus
intenciones. Pero no las inmediatas, eso es cosa de Brighton, sino sus
intenciones respecto a Arabia en general”
Teniente Lawrence: “Esto es nuevo ¿Dónde están
ahora?”
Mr. Dryden: “A unos 500 kilómetros de Medina.
Son... beduinos hachemitas. Pueden cruzar cien kilómetros de desierto al día”
En este momento Dryden coge un cigarro de
una caja y, automáticamente, Lawrence toma la caja de fósforos y le ofrece una
cerilla a Dryden para prender su cigarro.
Teniente Lawrence: “Gracias, Dryden. Será divertido”
Mr. Dryden: “Lawrence, sólo hay dos especies
que se divierten en el desierto: los beduinos y los dioses. Y usted no lo es. Para
los hombres, el desierto es un horno ardiente”
Teniente Lawrence: “No, Dryden. Va a ser divertido”
Acto seguido, Lawrence se arremanga el
brazo y contempla la cerilla como se va consumiendo poco a poco.
Mr. Dryden: “Tiene un curioso sentido de la
diversión”
Dicho esto, Lawrence sopla el fósforo y ¡tachán! el siguiente plano ya es el de
un rojizo y ardiente amanecer en pleno desierto. La elipsis se ha consumado. Y
de qué manera, señores. Con unos segundos de silencio absoluto mientras el
astro rey va emergiendo al fondo del abrasador horizonte hasta que ¡por segunda
vez, tachán! empieza a sonar el épico
y emotivisímo main theme de Maurice Jarre. A mi juicio, una de las mejores
bandas sonoras de la historia del cine. No sólo por su indiscutible y
conmovedora calidad musical sino por lo bien que se adapta a las imágenes (¡qué
gran director de fotografía era Freddie
Young!) que estamos contemplando. Naturalmente, el efecto es apabullante. Y
aunque, obviamente, la comentada elipsis daría paso a la siguiente escena,
permitidme que añada que —tras el espectacular amanecer— lo siguiente que vamos
a ver van a ser las impresionantes dunas del desierto y como, a lo lejos,
aparecen dos diminutas siluetas. Las de Lawrence y su guía beduino Tafas (Zia Mohyeddin) atravesando el desierto a lomos de sus respectivos
camellos. Y ahí lo dejo. Acabáis de ser testigos de una elipsis modélica
respecto a su carácter inherente (a
Lawrence se le encomienda una misión y en el siguiente plano ya está llevándola
a cabo) y, naturalmente, también respecto a su carácter simbólico y expresivo
(llama de la cerilla = ardiente sol del desierto). Todo ello acompañado de unas
imágenes y una banda sonora tremendas ¿Se puede pedir algo más?